Quince

Delsa pidió a Jackie Michaels que lo acompañase a llevar a Kelly a casa provista de una caja de cartón.

—Quiero que Jackie eche un vistazo a las cosas de Chloe; a lo mejor encuentra algo que a mí se me ha pasado por alto —le explicó Delsa a Kelly. Intercambió bolsos con Kelly, dándole el Vuitton negro y quedándose con el marrón de Chloe. Kelly no abrió la boca durante el trayecto en coche. Aparcaron delante del portal y subieron al apartamento. Delsa se fijó en que las fotos seguían sobre la barra de la cocina. Jackie se fue con la caja al dormitorio de Chloe.

Y entonces, Kelly dijo:

—¿Puedes ayudarme a quitarme las botas, Frank? Cuando me las puse no me acordé de que para quitártelas necesitas una compañera de piso. —Delsa pensó que las botas estaban lo suficientemente viejas y gastadas para que su ayuda fuese superflua. Kelly se sentó en el sofá, se apoyó en el respaldo y le pidió que se pusiera a horcajadas sobre su pierna estirada, de espaldas a ella, y tirase de la bota haciendo fuerza con el trasero—. ¿Crees que los vaqueros se ayudan mutuamente a quitarse las botas cuando están en una pradera solitaria?

Delsa intentó imaginarlo y dijo:

—Puede que algunos sí. —Se preparó, sintiéndose un poco incómodo, y vio que Kelly cogía un libro de la mesita de bambú, un libro que parecía antiguo, aunque aún conservaba la sobrecubierta.

—Quiero leerte algo mientras me ayudas.

Abrió el libro por una página con la punta doblada hacia dentro y pasó unas cuantas hojas hacia atrás.

—Aquí está. La chica dice: «Te amaré si tú quieres. Ahora te conozco mejor».

Kelly miró a Delsa, con su trenca abierta.

—Acaban de conocerse, pero ella ya sabe quién es él. Es un autor de teatro que ha estrenado recientemente una obra en Nueva York. Lo que ella le está diciendo es: «Si quieres que nos enrollemos, estoy dispuesta a tener una aventura en esta pequeña ciudad de Vermont». Pero él le dice: «No me ames, Sheila. No puedo corresponderte».

Kelly volvió a mirarlo y Delsa dijo:

—¿Sí…?

—Te gustaría ver una de sus obras.

—¿Cuándo se escribió el libro?

—Lo consulté después de leer este pasaje. Es de 1967. ¿De verdad la gente hablaba así entonces?

—Yo tenía un año —dijo Delsa.

—Si te vieras en esa situación, ¿dirías que no puedes corresponder?

—¿En qué situación? ¿Si ella me gustara?

—Apenas la conoces, pero es atractiva, te sientes a gusto hablando con ella. Es inteligente. Es estupenda.

—En ese caso probablemente correspondería sin pensarlo demasiado —dijo Delsa.

—¿Por qué no, verdad? —dijo Kelly—. ¿Cuánto tiempo llevas solo? ¿Cuánto hace que murió tu mujer?

—En julio hará un año.

—Recuerdo que dijiste que no tenías hijos. ¿Cómo se llamaba ella, tu mujer?

¿Qué se proponía Kelly?

—Maureen —respondió Delsa.

—¿Trabajaba o era ama de casa?

—Era policía. Dirigía la unidad de Delitos Sexuales.

—Guau —dijo Kelly, apenas con un susurro.

—¿Quieres saber si busco a alguien? Me pareció que debía esperar al menos un año.

—¿Por qué? ¿Eres siciliano?

Kelly no sonrió, pero Delsa supo que estaba bromeando. Le estaba preguntando por qué esperar.

Jackie volvió del dormitorio con un ejemplar de Playboy abierto y se lo pasó a Delsa.

—Una toma interesante de la víctima. He guardado algunas cosas en la caja: recibos de tarjetas de crédito, extractos bancarios y unas cuantas cartas que podrían darnos alguna pista. ¿Por qué no echas un vistazo tú también? Puedes meter la revista en la caja.

Delsa fue al dormitorio y Jackie observó el apartamento. Llevaba un anorak negro, acolchado, y en ese momento lamentó no tener extensiones en el pelo, una buena cascada de rizos y una mirada más agresiva.

—Tienes una casa de muerte —observó—. Hasta puedes dar fiestas con música en vivo y jugar al rugby en bolas o lo que te dé la gana. ¿Das muchas fiestas?

—Casi nunca —dijo Kelly, que se había levantado del sofá.

—Te va más el rollo tranqui. Unos cuantos amigos con los que te sientes a gusto, un poco de incienso y un buen bol de alexanders. ¿Los tomas con ginebra o con coñac?

—Con ginebra.

—¿Viene mucho Montez por aquí?

Lo preguntó mirando al ficus y oyó la sorprendida respuesta de Kelly.

—¿Qué te hace pensar eso?

Mirándola esta vez a la cara, Jackie dijo:

—Como os conocéis desde hace tiempo…

—Yo no lo conocía. Lo conocí anoche.

—¿Te marchabas cuando él venía a ver a Chloe?

—Nunca ha estado aquí.

—Vale, pero seguro que ella te ha hablado de él, porque eres su compañera de piso, seguro que te ha contado cosas. ¿Sabes a qué me refiero?

La había puesto contra las cuerdas. Kelly frunció el ceño.

—Dices que él nunca ha estado aquí —señaló Jackie—. Creo que empezamos mal.

De vuelta a la 1300, en el coche, Jackie le dijo a Delsa:

—He estado a punto de pillarla, pero se ha escabullido. No conoce a Montez. No lo había visto nunca hasta anoche; nunca ha estado en su casa.

—¿La crees? —preguntó Delsa.

—Quiero creer que no tiene nada que ver con el señor Montez Taylor.

—Le pone nerviosa.

—Sabes a qué me refiero. Esa chica está ocultando algo. Nos dice… o mejor dicho «admite» que Montez quiera que se haga pasar por Chloe.

—Montez necesita que sea Chloe. Necesita utilizarla; estoy casi seguro de que el viejo dejó algo para Chloe, pero no en su testamento, y Montez lo sabe. Y está utilizando a Kelly para conseguirlo.

—Sí, pero ¿te das cuenta de lo que acabas de decir? Eso significa que Kelly también lo sabe y no ha dicho nada a nadie.

Delsa asintió y miró entre los limpiaparabrisas en funcionamiento, hacia el Renaissance Center, veinticinco metros de cristal sobre el suelo alzándose contra un cielo del que caía aguanieve.

—Está esperando a que Montez le devuelva su identidad —dijo Jackie—. No le pasará nada, porque será su palabra contra la de él. Él queda en libertad y ella puede convertirse en Chloe cuando le venga bien. Pero esta niña es perfecta. Parece una actriz de cine. ¿Está dispuesta a cometer un fraude y a correr el riesgo de ir a la cárcel? ¿O a arriesgar su vida aliándose con Montez? ¿A qué está jugando, Frank? Puede ganar toda la pasta que quiera exhibiéndose en ropa interior. ¿Está pirada? Y si sólo es ingenua, peor todavía.

—De momento no ha hecho nada malo —señaló Delsa.

—Pero lo está sopesando. Fíjate en su expresión cuando no sabe que la estás mirando —dijo Jackie—. Creo que puede ser un problema. No hay que perderla de vista.

Giraron en la iglesia de San Antonio en dirección norte, donde se encontraban la prisión, el juzgado y la comisaría.

—¿Frank? —dijo Jackie.

Iba a decirle que tuviera cuidado con Kelly, que no se dejara llevar, que no la cagase. Estaba seguro.

—¿Qué?

—He estado hablando con el tío Lloyd.

Delsa volvió a centrarse en el caso.

—Tony hijo dice que a Lloyd le pagan para no enterarse de nada.

—Pero ahora se ha quedado sin trabajo. He sido bastante dura con él —dijo Jackie—. He sabido que el viejo iba a dejarle la casa a Montez y luego cambió de opinión. Como puedes imaginar, Montez se cogió un buen cabreo. Creo que Lloyd disfrutó al contármelo.

—¿Estaría dispuesto a declararlo?

—Lo dudo. Voy a estudiar su expediente y volveré a verlo. Si me ofrece algo de beber, esta vez aceptaré.

Entraron en la sala de la brigada y Richard Harris les contó que el inspector había pasado por allí para hablar con Montez.

—Se le pegó a las narices y le explicó que cuanto antes empezase a hablar, menos tiempo estaría encerrado. Me sorprendió que Wendell le dijera que eran dos tíos y que eran blancos. Como si ya supiéramos quiénes son. Se notó que Montez se ponía nervioso, pero siguió fiel a su historia, negando con la cabeza, hasta que al final dijo que estaba harto y pidió ver a su abogado. Se sacó una tarjeta del bolsillo y la dejó sobre la mesa. Avern Cohn. Wendell miró la tarjeta y comentó: «Creía que a Avern ya lo habían expulsado de la profesión». Luego le dijo a Montez que se marchase a casa y que fuera haciéndose a la idea de cumplir condena. Montez se marchó y Wendell dijo: «Ese tío está tan tenso que no se le podría meter un cacahuete en el culo ni a martillazos».

—Avern Cohn… —dijo Delsa.

—Según Wendell, ya representó a Montez antes de que Tony Paradiso se hiciese cargo de su caso. Pero, espera un momento. —Harris cogió de su mesa un cartel de SE BUSCA y se lo pasó a Delsa.

Delsa miró la foto del hombre buscado y sonrió. Se sentó a su mesa, sin quitarse la trenca, y llamó a Jerome Juwan Jackson.

—Necesito que pases por la brigada, tío.

—A mi madre se le ha estropeado el coche. Tengo que echarle un vistazo para ver qué le pasa.

—¿Dónde vive tu madre? Pasaré por allí.

—Es que no sé exactamente a qué hora iré. Mañana es el cumpleaños de Nashelle, ¡de mi novia! Le he prometido que la llevaría al centro comercial para que elija su regalo.

—Deja que te lea una cosa, Jerome —dijo Delsa—. Es un cartel de SE BUSCA, escrito en letras grandes. Describe a un hombre negro, de 1,85 m, con trenzas en el pelo, bigote y barba, pero un asco de barba, Jerome, llena de huecos. El hombre del cartel se llama Orlando Holmes.

—Sí, me hablaste de él —dijo Jerome—. El de los mexicanos muertos en el sótano.

—Exacto —asintió Delsa—. Y luego, debajo de la foto dice: «20.000 dólares de recompensa por cualquier información que conduzca a su detención».

—¿Hasta qué hora estás allí? —preguntó Jerome.

Cuarenta minutos más tarde Jerome estaba sentado junto a la mesa de Delsa y éste le decía:

—Ahora es cuando tienes que utilizar tus contactos callejeros. Pregunta por ahí… a ver quién sabe qué le ha pasado a Orlando. Intenta localizar a su novia, Tenisha, a través de su madre. Tengo su nombre y una dirección. Sé amable con ella. Creo que puede ayudarte.

—¿Y si me paso por casa de Orlando a echar un vistazo?

—Podría ser. Ya hemos estado allí. El problema es: ¿encuentro un número de teléfono y llamo? ¿Sabes a qué me refiero?

—¿Orlando qué? —dijo Jerome—. ¿Te refieres a ése de las trenzas y la barba hecha un asco? Nunca he oído hablar de él.

A Delsa le gustó la naturalidad con que Jerome hacía gala de su sentido del humor en la sala de la brigada.

—Cuando encuentras un número de teléfono llamas y dices que estás intentando localizar a Orlando y no lo encuentras. Que tienes un asunto con él. O que quieres preguntarle si le ha gustado el Sillón del Amor que le regalaste.

—¿Tú estás bien, tío? ¿Regalarle uno de esos sillones? De ahí no hay quien salga… ¿Eso es todo lo que debo buscar, números de teléfono? —preguntó Jerome.

—Un buen investigador, Jerome, no sabe qué busca hasta que lo ve —respondió Delsa.

—Un buen investigador —repitió Jerome, asintiendo con la cabeza mientras se imaginaba todo lo demás, antes de sonreír y decir—: Suena bien.

—Pasa por allí de día para ver bien lo que haces. Ya han retirado el precinto policial y la vecina se ha mudado. Busca en las paredes por si hubieran anotado algún número de teléfono. O en los armarios de la cocina… Empieza por ahí y averigua lo que estás buscando.

Jerome cogió el cartel de SE BUSCA y preguntó:

—¿Puedo llevarme esto?

—Es tuyo —dijo Delsa.

Jerome observó el cartel y luego miró a Delsa.

—¿Y si es un policía el que trinca a Orlando, también recibe la recompensa?

Delsa negó con la cabeza.

—No, a nosotros nos pagan por hacer nuestro trabajo. Las recompensas, Jerome, son sólo para ciudadanos responsables, como tú.

—Vaya, vaya —dijo Jerome.

Delsa se quitó la trenca, la colgó en el perchero, volvió a su mesa y telefoneó a Kelly Barr.

—¿Cómo estás?

—Cada vez que suena el teléfono doy un salto.

—Nos gustaría que pasaras por aquí mañana para hacerte unas preguntas. No te llevará mucho tiempo. Puedo ir a recogerte y llevarte luego a casa.

—Quieres decir que no estoy detenida.

—¿Por qué ibas a estarlo?

—Era una broma.

—Sí, pero ¿qué pensabas al decirlo?

—¿Vas a freírme por teléfono?

—Lo dejaremos para mañana. A menos que pueda recogerte ahora mismo. ¿Qué hora es? —Consultó su reloj—. Casi las seis.

—¿Por qué no hablamos aquí?

—Puedo esperar.

—Me preguntas en qué estaba pensando y te mueres por saberlo, ¿pero puedes esperar?

—¿Me lo dirás?

—Es posible que mañana se me haya olvidado, Frank. Estoy aquí sola, muerta de miedo y sin saber qué va a pasar.

—De acuerdo, ahora mismo voy —dijo Delsa, sin darse siquiera la posibilidad de pensarlo.

—Responderé a tus preguntas, pero me gustaría que nos divirtiéramos un poco, que no fuésemos tan formales.

—Esto es grave, Kelly —le recordó Delsa—, y tú eres una testigo. —Reparó en la seriedad de su tono, imprescindible para poder seguir pensando en ella como una testigo. Pero Delsa no era él, no era tan sólo un policía cuando respondía a las preguntas de Kelly—. Pasaré ahora, si quieres.

—A las siete y media —dijo Kelly—. Tengo que ducharme, arreglar esto un poco, poner la música adecuada…

—¿Kelly…?

—Hasta luego, Frank —se despidió Kelly. Y colgó el teléfono.

Faltaba todavía una hora y media para volver a verla, aunque ya la había visto esa mañana en su despacho, fumando su Slim, y después le había quitado las botas y había respondido a sus preguntas sobre la reciprocidad, mirándola y deseando acariciar su cara. Echaba de menos a Maureen, la quería, se sentía triste, pero a veces podía mirar a una mujer y preguntarse si tal vez, aunque no a muchas, y desde luego a ninguna como había mirado a Kelly Barr y había deseado tocarla. Tocarla… ¡comérsela entera!

Se había negado a reconocerlo esa mañana y también esa tarde, pero ahora, al oír su voz, «hasta luego, Frank», no tuvo más remedio que admitirlo. Estás jodido, Frank. ¿Lo sabes?

No podía evitarlo. Deseaba estar con ella, pero podía estar implicada en el caso y él no quería descubrirlo si ella no lo confesaba.

Cuando Maureen estaba en el hospital le dijo que estaba segura de que volvería a casarse, y él negó con la cabeza. «Sabes que sí; te gustan las mujeres. Sabes cómo tratarlas. Te gusta coquetear. Te conozco. No puedes evitarlo.» Le aseguró a Maureen, le juró por Dios que nunca la había engañado, ni siquiera se le había pasado por la cabeza en esos nueve años. Y ella dijo: «Porque sabes que mataría a esa zorra, fuera quien fuese. Te gusta estar casado y por eso volverás a casarte. Lo interpretaré como un cumplido, porque he sabido hacerte feliz. Pero no te apresures y asegúrate primero de que puedes comunicarte bien con ella. En el matrimonio es mucho más importante comunicarse que follar. ¿Sabes por qué les gustas a las chicas? Porque eres dulce. Les gusta cómo sonríes con esos ojos de Al Pacino. No importa que ella sea un poco más lista que tú. A nosotros no nos ha venido mal. Aunque si es un cerebro, tampoco se casará con un poli». Delsa se preguntó qué pensaría Maureen de Kelly. Maureen, con su experiencia en Delitos Sexuales, con su ojo crítico, había entrevistado a cientos de víctimas de violación, reales y fingidas. Kelly le caería bien, pero seguro que le sacaba algún defecto; señalaría cierta afectación, la encontraría un poco teatral, diría que actuaba, comedidamente, pero actuaba.

Estaba culpando a Maureen de sus propios sentimientos.

Se acordó de Jackie, cuando dijo que volvería a hablar con Lloyd. Comentó que esta vez apartaría sus temores y aceptaría una copa, a ver si funcionaba.

Delsa empezaba a decantarse por lo mismo.