Once

—Tu permiso de conducir —dijo Delsa, devolviéndoselo a Kelly en el vestíbulo. Se habían puesto los abrigos y él iba a llevarla a casa.

Ella le dio las gracias, pero no miró el carnet hasta que Delsa se volvió hacia la puerta cuando el policía de uniforme, el primero que la había interrogado, entró en la casa desde el exterior. Fue entonces cuando Kelly lo miró, era el de Chloe, y se lo guardó en el bolsillo del abrigo. Oyó que el poli de uniforme decía que era un buen momento, porque acababa de llegar el jefe y los de la tele andaban persiguiéndolo. Delsa le dijo a Kelly que no se separase de él.

Salieron de la casa y echaron a andar entre los coches de policía, aparcados en la avenida del jardín, hasta la calle, donde las cámaras grababan al jefe de Policía de la ciudad de Detroit, rodeado de micrófonos negros.

—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó Kelly, que seguía parlanchina y se aprovechaba de la seguridad que le proporcionaba el colocón.

Delsa dijo que comparecer. Y Kelly insistió:

—Ya, pero ¿por qué?

Delsa respondió que eso tendría que preguntárselo al jefe.

Pasaron junto a las furgonetas de la tele y llegaron a un coche azul oscuro de cuatro puertas que miraba hacia ellos. Delsa abrió la puerta del conductor y Kelly entró por la puerta contraria. Guardaron silencio hasta que Delsa giró para ir hasta el centro por Jefferson.

—No está lejos —dijo Kelly. Y Delsa dijo «River Place». Volvieron a guardar silencio hasta que Delsa giró en dirección al río. Al llegar a la zona de antiguos edificios rehabilitados, los faros sobre las paredes de ladrillo rojo y las altas ventanas ovaladas, Delsa comentó que la fábrica de cerveza Stroh estaba justo allí. Añadió que la Stroh era la cerveza más popular en la ciudad, aunque a él nunca le había gustado demasiado.

—¿Le gusta la historia? —dijo Kelly—. El edificio donde vivo eran los laboratorios Parke-Davis, donde se fabricó la primera aspirina. No me vendría nada mal un par en este momento.

Delsa dijo que estaba pensando en buscar un apartamento en el centro, más cerca del trabajo. Y Kelly le preguntó:

—¿Tiene familia?

Él dijo que no. Luego le contó que su mujer había muerto.

—Lo siento mucho —dijo Kelly. Y quiso preguntarle por ella, pero no supo cómo. Se detuvieron frente al edificio y Delsa dijo que le gustaría subir con ella para echar un vistazo a las cosas de su amiga, si le parecía bien.

—Por supuesto —dijo Kelly. Delsa añadió que necesitaba saber todo lo posible acerca de ella.

—Si puedo ayudarle… —dijo Kelly. Tenía que esforzarse para recordar que Delsa era un detective de homicidios y dejar de pensar en sus agradables ojos oscuros y su pausada manera de hablar. Salieron del coche, que parecía una nevera, porque la calefacción seguía expulsando aire frío. Kelly abrió el bolso de Chloe en busca de las llaves.

Sacó un montón de llaves y una medalla de San Cristóbal, colgada de una anilla de plata. Buscó, rogando que la llave del portal se pareciese a la suya. La encontró, caminó junto a Delsa hasta la entrada, introdujo la llave en la cerradura, intentó abrir…

—Creo que sigo un poco volada; ni siquiera consigo encontrar la llave. —Aunque sabía que no debía decir eso. Delsa esperaba, observándola, diciendo que le dejase probar a él, hasta que le quitó las llaves de las manos. Eligió una, la introdujo en la cerradura y abrió la puerta.

—¡Vaya, tiene buena mano con las llaves! —dijo Kelly, con voz de tonta. Y al momento pensó: Cierra la puta boca, ¿vale? Subieron en el ascensor hasta el cuarto piso. Delsa quiso probar si era capaz de abrir también la puerta de Kelly. Abrió el cerrojo sin dificultad. Kelly no estaba exactamente boquiabierta, más bien lo miraba como si fuera idiota. Delsa probó con dos llaves antes de abrir la otra cerradura.

—¿Cómo lo hace? —preguntó Kelly, en tono asombroso, haciéndose la niña tonta. No podía evitarlo. Delsa respondió que intentando que la llave coincidiese con la cerradura—. Y si eso no da resultado —dijo Kelly—, ¿una patada en la puerta?

Delsa era un buen hombre. Sonrió. Aunque al momento le preguntó por qué tenía tantas llaves.

—Bueno, la verdad es que parece que se acumulan —dijo Kelly—. Hay dos o tres que ni siquiera recuerdo de dónde son. Bueno, sí; una es para el trastero que hay en el sótano, pero no tengo nada allí. Y otra es para subir a la azotea. La puesta de sol… —Hablar por hablar, llenar el silencio mientras él la observaba.

Delsa sostuvo en alto el manojo de llaves y sacó de él las que había usado.

—Ésta es la del portal y éstas las del apartamento. ¿De acuerdo?

Volvía a sonreír, era un buen hombre.

Pero esta vez su sonrisa le dijo a Kelly que sabía quién era.

En ese caso, ¿por qué no lo decía?

Delsa no tenía prisa; quería que fuese ella quien lo dijera.

La siguió por el vestíbulo de ladrillo visto y luego a través de un pasillo de armarios, con puertas a un estudio y a un cuarto de baño. Kelly apretó un interruptor para encender las luces de la zona de estar.

—Los dos dormitorios están aquí —indicó—. La cocina al otro lado y todo lo demás en medio.

Había en la casa todo cuanto dos chicas con dinero y estilo podían desear: media cancha de baloncesto en tonos suaves, con manchas de colores vivos, plantas, cuadros extraños, un sofá arrugado de color claro, sillas con los brazos de bambú, ventanas desnudas enmarcadas en las paredes de ladrillo, alfombras persas sobre el suelo de hormigón pintado en ocre, un ficus que ocupaba toda una esquina y llegaba casi hasta la moldura del techo, a cinco metros del suelo, una mesa de comedor con la superficie de pizarra, una bicicleta estática y una barra de azulejos para separar la sala de la cocina. Delsa lo examinó todo antes de dirigir de nuevo su mirada a la mesa, donde aguardaban las revistas y el correo.

—¿No tiene ordenador?

—En el estudio.

Delsa no pudo evitar la pregunta:

—¿Cuánto cuesta un loft de este tamaño? —Kelly dijo que cuatrocientos y él preguntó—: ¿Cuatrocientos mil? —Aunque ya sabía que se refería a eso. Cuatrocientos mil por la esquina de un viejo laboratorio donde se fabricaban aspirinas—. Es bonito —dijo, asintiendo con la cabeza.

—¿Usted vive en la ciudad? —preguntó Kelly.

—Hasta hace unos años los policías no tenían más remedio. Yo sigo aquí, en el este. —Se acercó a la mesa de pizarra.

—¿De quién de las dos es la casa?

Sobre la mesa había unas cuantas revistas, un montón de catálogos, uno de Victoria’s Secret, algunas facturas y un sobre grande, de 25 × 30. Delsa se volvió hacia Kelly y observó su expresión animada, las cejas enarcadas mientras buscaba una respuesta fácil, pese a lo difícil que le resultaba ser Chloe.

—¿A nombre de quién está?

—Es mía —dijo, esta vez sin titubeos.

—¿Usted paga la hipoteca?

Delsa esperó la respuesta.

—Está pagada.

Delsa lo dejó correr. Probablemente le estuviera diciendo la verdad. La casa era de Chloe, podía permitírselo, puesto que ganaba novecientos a la hora; eso también lo creía… y Kelly, que no se había movido del sitio desde que entraron en el loft, compartía los gastos.

—Reciben mucho correo, ¿no es así?

—La mayor parte es basura.

Delsa cogió el catálogo de Victoria’s Secret y le mostró a Kelly la portada.

—¿Sale usted aquí?

—Sale Kelly. —Y tras una pausa añadió—: Página dieciséis.

Delsa localizó la página y miró a la chica con braguitas negras, por debajo de la cadera, la piel dorada, el vientre liso. Completamente.

Ella se acercó sin quitarse el abrigo y miró la revista.

—Sí —dijo en voz baja, cerca de él—; ésa es Kelly. La foto es del verano pasado.

Delsa hojeó el catálogo —ella volvía a jugar con él, quería que él la mirase bien— y luego se detuvo.

—Aquí está otra vez Kelly. En ropa interior. Un momento. ¿O es usted? —Le ofrecía una tregua.

Kelly se vio en tanga y braguitas de talle bajo.

—Sí, lo había olvidado. Ésa soy yo.

—El tanga no parece muy cómodo.

—Yo siempre estoy deseando quitármelo.

Delsa dedujo que se refería a la incomodidad de la prenda y no pensó que se le estuviera insinuando, por lo que pasó por alto el comentario. De lo contrario, se marcharía de allí en ese preciso instante y volvería con Jackie Michaels, no se arriesgaría a tirar por la borda diecisiete años de trabajo. Kelly era una testigo. Puede que nunca hubiese estado tan cerca de una chica tan guapa ni que hubiera visto a una chica tan guapa fuera de las películas o incluso en una película, pero seguía siendo una testigo.

Tomó el sobre negro y observó la etiqueta de un estudio fotográfico; iba dirigido a Kelly Barr. Se volvió hacia Kelly-en-su-papel-de-Chloe, que era casi tan alta como él.

—¿Cree que esto me dará alguna pista sobre ella?

—Son sólo fotos.

Delsa se alejó, llevándose el catálogo y el sobre negro hasta la barra de separación de la cocina, donde cogió un cuchillo de un soporte para abrir el sobre.

—Necesitaremos fotos de la finada.

—¿De qué?

—De la víctima.

—Son fotografías en traje de baño.

—¿Recientes?

—De la semana pasada.

Sacó del sobre una hoja de contactos y media docena de fotos en color y las desplegó sobre la barra: Kelly de cuerpo entero, con biquinis diminutos.

Kelly se acercó hasta la barra para verse y, acodándose, examinó el pliego de contactos.

Oyó que Delsa decía:

—Tiene las gafas en el bolso. ¿No las necesita?

Ella se enderezó y se volvió hacia él.

—Usted lo sabe.

—No sólo por las gafas.

—La vio en el sillón, con la falda levantada. Y ahora, al ver las fotos…

—Además sé que Chloe no es modelo de trajes de baño —dijo Delsa.

—Precisamente ayer estuvimos mirando el catálogo juntas y ella dijo: «Si quieres saber por qué no uso tanga, pregúntale a Mr. Paradise». ¿Sabe a qué se refería?

—A él no le iba el estilo bigotito hitleriano. Era un hombre chapado a la antigua. ¿Vas a decirme quién eres?

—Ya lo sabes.

—Me gustaría oírtelo decir.

Se encogió de hombros, bajo su abrigo color canela, y dijo:

—De acuerdo, soy Kelly Barr. ¿Y ahora qué?

Delsa pensaba que Kelly ya había pasado suficiente en un solo día. La recogería por la mañana y le tomaría declaración en la comisaría.

A Kelly no le hizo gracia. ¿Tomarle declaración? ¿Preguntarle, por ejemplo, qué estaba haciendo en el momento de los hechos?

Desde que llegó a la casa. ¿De acuerdo? Delsa tampoco se había quitado el abrigo y se disponía a marcharse…

A Kelly le recordó lo que hacía Peter Falk en su interpretación del teniente Colombo. Llegaba hasta la puerta y regresaba con alguna pregunta.

Delsa seguía junto a la barra, abrochándose los botones de la trenca.

—Lo principal será saber por qué has querido hacernos creer que eras Chloe.

Kelly vio que había llegado el momento de decir algo, porque él la estaba mirando, a la espera. Tenía que darle una respuesta y ya había tomado la decisión de decir la verdad. Hasta cierto punto.

—Montez me amenazó. Me ordenó que lo hiciera si quería seguir con vida.

—¿Por qué razón?

—Eso no me lo dijo.

—¿Y no le preguntaste por qué, en todo el tiempo que pasasteis juntos?

—Naturalmente que sí, pero no me lo dijo.

—¿Has pensado por qué podría ser?

—¿Que si lo he pensado? No he hecho otra cosa más que pensar. Sobre todo que no debería haber ido allí.

—¿Chloe te pidió que la acompañaras y no pudiste negarte?

—Me convenció para que la ayudase con el puto numerito de las animadoras, porque al viejo le encantaba.

—¿Eran amigos Chloe y Montez?

—Ella me dijo que se llevaban bien.

—¿Crees que había algo entre ellos?

—No. Me lo habría contado.

—¿Os contabais las cosas? ¿Confiabais la una en la otra?

—Éramos buenas amigas.

—Pero ella era una prostituta.

—Lo dejó por Mr. Paradise.

—Y antes de eso…

—Nunca los traía a casa. Me contaba historias muy divertidas de las cosas tan raras que a los tíos les gustaba hacer. Le pregunté si había pegado a alguno. Y me dijo: «Hasta me meo encima de ellos». —Kelly retomó el hilo de la historia y siguió diciendo—: Nos conocimos en una pasarela de Saks. Luego empecé a encontrarme con ella en los estudios —a los fotógrafos les encantaban sus manos— y a veces quedábamos para tomar una copa. Nos reíamos mucho y me invitó a mudarme aquí. —Miró a los ojos oscuros de Delsa y dijo—: Se hartó de follar con desconocidos, sobre todo de los habituales. Mr. Paradise le hizo una oferta y ella dejó de ser puta.

Esta vez Delsa sonrió, aunque Kelly estaba seria.

Sonrió, dejó que su sonrisa se desdibujara y preguntó:

—¿Y cómo es que tú estabas arriba con Montez?

Le contó que el viejo lo había echado a suertes.

—Para compartir a sus damas con Montez, fueron sus palabras exactas, sin ningún tipo de favoritismos.

—Te tomó por una puta. ¿Le dijiste que no lo eras?

—No tenía ganas de discutir con el viejo delante de Chloe. Decidí que subiría con Montez y echaría a correr en cuanto se hubiese quitado los pantalones. Me marcharía de la casa.

—¿Y Chloe?

—Ella estaba a gusto. Era la fiesta de su amigo.

—¿Y qué dijo Montez?

—¿Arriba?

—Antes, cuando te lo llevaste.

—Fue él quien me llevó a mí. Me agarró del brazo y me condujo escaleras arriba.

—¿Y tú qué hiciste?

—Me fumé un cigarrillo y entré en el cuarto de baño.

—¿Hablasteis de algo?

—De nada que recuerde.

—¿Se quitó los pantalones?

—Salí del baño y fue entonces cuando oímos los disparos. Dos, y luego otros dos.

—¿Sonaron todos igual?

—Creo que sí.

—¿Qué hizo Montez?

—Salió corriendo de la habitación. Yo me puse el abrigo, cogí el de Chloe y salí al pasillo. Vi a Montez junto a la escalera y me rezagué; no quería que me viese.

—¿Por qué no?

—Quería marcharme para no verme implicada.

—¿Sabías que estaban muertos?

—No. Aunque sentí como si lo supiera sin saberlo realmente. Yo sólo quería irme, salir de allí.

—Dices que para no verte implicada.

—Con la policía, como testigo.

—¿No quieres ayudarnos?

—Sí, claro. Ahora sí. Pero mientras estaba pasando no quería. Sólo quería irme a casa.

—Dices que viste a Montez junto a la escalera. ¿Qué hizo?

—Bajó al primer piso.

—¿Cómo? Quiero decir, ¿actuó con cautela después de oír los disparos, al no saber quién había en la casa?

—Bajo corriendo.

—¿Dijo algo, algún nombre?

Kelly negó con la cabeza.

—Yo me acerqué a la barandilla para mirar. No lo vi en el vestíbulo.

—¿Oíste algo?

—Creo que oí voces, pero no estoy segura. Sólo pensaba en salir de la casa.

—¿Qué te detuvo?

—Me había olvidado el bolso en la habitación.

—¿Por qué no fuiste a buscarlo?

—Oí voces y me quedé mirando. Entonces vi en el vestíbulo a dos hombres a los que no había visto antes, con abrigos oscuros y gorras de béisbol.

—¿Blancos o negros?

—Blancos. Ni jóvenes ni viejos, los dos de estatura media… no era fácil saberlo viéndolos desde arriba. Uno era corpulento. Llevaba un arma en la mano; parecía una automática. El otro llevaba una botella de vodka.

—¿De qué marca?

—Christiania, la que estaba bebiendo el viejo.

—Y Chloe y tú habíais tomado unos alexanders —dijo Frank—. ¿Cómo te encuentras?

—Estoy agotada.

—Empiezas a desfallecer. ¿Qué hicieron los dos tíos?

—Salieron por la puerta principal.

—¿Estaba ya roto el cristal de la puerta?

La pregunta pilló a Kelly por sorpresa.

—No; lo rompieron con algo al salir. Supongo que así ya sabe cómo entraron.

—¿Y cómo entraron?

—No tengo ni idea. A menos que forzasen la puerta.

—O de que no estuviera cerrada —dijo Delsa—. Los dos hombres estaban en el vestíbulo. ¿Dónde estaba Montez?

—No lo sé.

—¿No lo viste con esos dos ni los oíste hablar?

—Ellos se marcharon y Montez volvió al piso de arriba al cabo de unos minutos. A lo mejor estaba escondido… no lo sé.

—¿Dijiste algo?

—Le pregunté qué había pasado y si había visto a los dos hombres. No dijo una palabra hasta que me llevó al piso de abajo. Cuando entramos en el salón me dijo: «Ya sabes lo que vas a ver. Están los dos muertos, Mr. Paradise y tu amiga Kelly. ¿Entendido? Tú eres Chloe».

—¿Y qué pasó después?

—Me obligó a mirar los cuerpos.

—¿Chloe tenía la falda subida?

Kelly asintió.

—Quise cubrirla, pero él me lo impidió.

—¿Te dijo que eras Chloe y tú te mostraste de acuerdo?

—Me dijo: «Ahora ya sabes cómo es un agujero de bala». Dijo que si no hacía lo que me ordenaba, ese hijo de puta tan feo me estaría esperando cualquier noche.

—¿Qué hijo de puta feo?

—Alguien que me pegaría un tiro en la cabeza.

—Estás segura de que los dos hombres eran blancos.

—Completamente.

Delsa preguntó entonces si observó algo fuera de lo normal en ellos. Kelly dijo que le parecieron trabajadores, obreros. Se interesó luego por las gorras de béisbol y ella recordó la D naranja y le explicó que eran las que llevaban los Tigers cuando salían de viaje. Delsa le dijo que se fuera a la cama, que pasaría a recogerla por la mañana.

—¿Y si Montez viene esta noche?

—No vendrá. Voy a hacer que lo detengan. ¿Algo más que quieras contarme?

No por el momento.

Kelly no dijo eso. Lo que dijo fue:

—Nada que se me ocurra —encogiéndose ligeramente de hombros. Comprendía que necesitaba pensar un poco más. Montez negaría todo lo que ella le dijera a Frank. Su palabra contra la de él. Si llegaba a sentirse acorralado, incluso podría afirmar que la idea había sido de ella. Le pareció emocionante estar metida en aquel asunto y tener los ojos bien abiertos, ver qué iba pasando. Tal vez pudiese probar fortuna como actriz, hacer de modelo con un guión, y tener éxito… Frank Delsa te mira con esos ojos serenos mientras te hace preguntas, y tú respondes, sabiendo que está entendiendo más de lo que tú dices. Se preguntó en qué momento comprendió él que ella no era Chloe. Antes de titubear con las llaves, probablemente ya en el dormitorio. Escuchaba, prestaba mucha atención… Kelly se ceñiría a esta versión por espacio de los dos días siguientes, y luego ya vería.

Le encantaban los ojos de Delsa.