Delsa estaba en la puerta. Encendió la luz del techo. La chica lo miró desde el sillón con sus ojos de Halloween y se observaron fijamente, hasta que Jackie salió al pasillo y cerró la puerta.
—Ésa está tan en shock como yo, Frank. Está colocada e intenta aprovecharse de la situación. ¿No notas el olor?
—¿La has cacheado?
—Le levanté la falda.
—¿Y…?
—Lleva unas bragas en las que yo no había entrado ni cuando tenía diez años. Me preguntó qué estaba buscando. Le dije que un arma. Fui al grano y se puso un poco nerviosa, pero sólo un momento. Me dio la impresión de que se controlaba. Parece en guardia, y de pronto se comporta como una boba, por eso creo que está colocada.
—A lo mejor está fingiendo.
—Bueno, a veces exagera un poco, ya me entiendes. No sabes si está actuando.
—¿Es una puta?
—Dice que no, que no lo ha sido nunca. Creo que te gustará, Frank.
Alex, el perito que estaba recogiendo pruebas, venía por el pasillo con su cámara y su maletín.
—Acabemos con esto —dijo Delsa, entrando en el dormitorio en compañía de Alex.
Kelly se había puesto de pie, las manos apoyadas en el abrigo sobre el respaldo del sillón. Miró alrededor y dijo:
—No esperaba que fueran a registrarme.
—Van a hacerle unas fotos. Señorita Robinette, soy el sargento Frank Delsa, de Homicidios. Siento lo de sus amigos.
—Sólo ella era mi amiga —dijo Kelly, y miró a Alex—. ¿Puedo lavarme primero?
—Más tarde —dijo Delsa—. Queremos que salga tal como está; es parte de la escena; las dos van vestidas igual.
—No del todo.
—¿Iba usted antes sin camiseta?
—No.
—¿Llevaba puesta la ropa interior?
La luz del techo se apagó.
Con la mano en el interruptor, Alex dijo:
—Así está mejor. No tardaré más de cinco minutos. —Se acercó hacia Delsa y la chica, que se apartó del sillón y se dirigió a la cómoda. Llevaba unas botas de baloncesto y las piernas desnudas; la sudadera le cubría la falda. La vio colocarse y mirar a la cámara por encima del hombro; sabía posar.
—¿Así? —le preguntó a Alex.
—Ésa podría venderla —respondió él—. Sólo necesito un plano frontal, los brazos a los lados. —Se preparó para disparar y bajó un poco la cámara—. Se ve la pipa, Frank. Tú dirás.
Kelly se hizo a un lado.
—¿Qué tal así?
Alex levantó la cámara.
—Así está bien. —Hizo tres tomas y preguntó a su modelo—: ¿Tienes algún tatuaje?
Ella negó con la cabeza.
—En ese caso hemos terminado.
—Saca alguna foto del baño —le pidió Delsa—. Y hazle un G.S.R. antes de marcharte.
Kelly estaba sacando un paquete de tabaco del abrigo.
—¿Qué es un G.S.R.?
—La prueba de residuos de pólvora —explicó Delsa.
—Se lo toman muy en serio, ¿verdad?
—Puede pasar al baño. Alex se ocupará de todo.
Kelly encendió el cigarrillo y se quedó escuchando a Alex, que decía:
—Hace tiempo que quería preguntarte, Frank, si ves alguna de esas series de investigación, como C.S.I. Hasta ahora había pensado que trabajábamos para vosotros. Ahora veo que son los de Homicidios los que trabajan para la policía científica.
—Una vez vi uno —dijo Delsa—, pero como no he estudiado química, no me enteraba de nada.
—Yo sí los veo —dijo la chica—. Me parecen fantásticos.
Cuando Alex se hubo marchado y la extraña animadora volvió a su sillón, Delsa se acercó y se quedó de pie junto a la cama.
—¿Dónde estábamos?
—¿Usted quería saber si llevaba bragas? No; dijo ropa interior.
—¿Las llevaba?
—Sí.
—¿Todo el tiempo?
—¿Todo el tiempo?
—Mientras actuaban.
—Yo daba un salto después de cada canción y el Sr. Paradiso decía: «Veo Londres, veo Francia…».
—¿Y qué decía cuando saltaba su amiga?
Kelly dio una calada al cigarrillo antes de responder:
—¿Adónde quiere ir a parar?
—Le llamaba Sr. Paradiso.
—Creo que no le llamaba de ningún modo.
—¿No es usted una de sus amiguitas?
—No.
—¿Es una prostituta?
—No.
—¿Una señorita de compañía?
—¿Qué diferencia hay?
—¿Lo era Kelly?
—¿Una puta? No.
—Montez dice que las dos lo son.
—¿Y usted lo cree?
—Puedo averiguar si es cierto. ¿La han detenido alguna vez?
—¿Por qué, por puta?
Miró fijamente a Delsa desde detrás del maquillaje.
—No lo entiendo. ¿Está usted jugando conmigo? —preguntó Delsa.
—Pensé que tal vez le resultara divertido.
—¿Su amiga ha muerto y usted quiere entretenerme?
—No sé lo que quiero.
—¿Está colocada?
—Me he tomado tres copas, de las buenas, ginebra con crema de coco, y he fumado un par de pipas. Intento ser prudente y parecer normal al mismo tiempo. El colocón me suelta la lengua y tengo que mirar dónde piso.
—¿Qué intenta decirme?
—No estoy segura, Frank. Sólo tanteo el camino.
Sorprendió a Frank la naturalidad con que pronunció su nombre y esperó un momento antes de decir.
—¿Vio al hombre que lo hizo?
—No lo sé.
—Lo vio o no lo vio.
—No estoy preparada para hablar de eso.
—Montez dice que era negro.
Kelly fumó.
—¿Lo era? —repitió Delsa.
—No diré nada más.
—¿Quiere un abogado?
—Quiero irme a casa.
—Ha visto a su amiga… ¿cómo lo está digiriendo?
—¿A usted qué le parece? —Cogió el cenicero de su regazo y apagó el cigarrillo—. ¿Puedo lavarme la cara ya?
—Sí, si deja la puerta abierta.
—No voy a suicidarme, Frank. Necesito hacer pis.
La miró mientras rodeaba la cama en dirección al cuarto de baño, se volvió un momento hacia él, entró y cerró la puerta.
Delsa cogió el bolso de Kelly de encima de la cama y lo acercó a la lámpara para examinar su Permiso de Conducir de Michigan: Chloe Robinette, 6-12-1976, M, 5-8, OJOS AZULES; Tipo O, Limitaciones: Lentes correctoras. En el bolso llevaba un par de gafas, una tarjeta American Express y varias tarjetas más, todas platinum; un pañuelo azul, un paquete de condones, colonia, crema de manos, lápiz de labios y colorete; cuatro billetes de cien dólares, ocho de cincuenta y cinco de veinte, sujetos con un clip de plata; en otro bolsillo había billetes sueltos, de cinco y de un dólar; recibos de compras en Saks, un cepillo para el pelo, un teléfono móvil y un juego de llaves. Volvió a mirar la foto del carnet que la identificaba como Chloe Robinette. Observó de cerca los ojos, el pelo rubio y largo. Dirigió la vista hacia la puerta del baño cuando ésta se abrió. Vio a la chica bajo la luz, con la cara cubierta de crema y el pelo envuelto en una toalla; seguía llevando la falda, pero se había quitado la sudadera, los senos cubiertos por un fino sujetador blanco.
—¿Podría darme el bolso, por favor?
Delsa se acercó a la puerta con el carnet de conducir aún en la mano. Se miraron. Él no dijo nada. Ella cogió el bolso de Vuitton marrón y cerró la puerta.
Delsa se sentó a la mesa del comedor para inspeccionar el bolso de Kelly, idéntico al de Chloe, pero de color negro.
Permiso de Conducir de Michigan: Kelly Ann Barr, 9-11-1976, M, 5-8, OJOS AZULES, Tipo A, sin limitaciones. En el bolso llevaba unas gafas de sol, tarjetas de ATM, Visa, Saks, Neiman Marcus, Marshall Field’s, el Zoo de Detroit, la Biblioteca Municipal de Detroit, AT & T, Blockbusters, más tarjetas que Chloe, pero ni por asomo la misma cantidad en metálico, ochenta dólares en la cartera y calderilla en un bolsillo. No había condones.
Se sacó del bolsillo el carnet de conducir de Chloe y lo puso sobre la mesa junto al de Kelly, los dos plastificados.
Esa noche, en aquella casa, las chicas llevaban el mismo pelo disparatado, con las puntas alborotadas, y las dos eran rubias. Pero ¿y en la vida real?
En las fotos del carnet, Kelly tenía el pelo castaño claro y peinado con las puntas vueltas hacia fuera, mientras que el de Chloe era largo y liso. Las fotos, tomadas dos años antes según la fecha de caducidad de los carnets, podían ser de la misma chica con distintas pelucas.
Volvió a examinar las fotos, una junto a otra. Eran buenas para ser de carnet. Unas chicas como ellas nunca se hacían fotos baratas.
Miró a Kelly.
Miró a Chloe.
Volvió a mirar a Kelly y se concentró en sus ojos. Parecían la misma chica si las mirabas por separado. La expresión de Kelly, sin embargo, le resultaba más atractiva, había en sus ojos algo familiar que no veía en los de Chloe, y pensó en los ojos de Halloween que acababa de ver en el piso de arriba, ojos que miraban detenidamente por debajo del maquillaje, que lo observaban con expresión serena… Los mismos que lo miraron al abrirse la puerta del cuarto de baño y la vio con la cara cubierta de crema.
Cogió los dos carnets y se acercó al salón, donde un forense que en otro tiempo había trabajado en Homicidios, Valentino Trabucci, un hombre mayor, con cazadora y camisa de lana, tomaba fotografías de las víctimas.
—¿Has encontrado algo, Frank?
—La causa y la manera.
—Eso parece que está bastante claro.
—Por lo demás, mienten, como siempre.
—Ese cristal roto en la puerta es pura patraña —dijo Val Trabucci—. Supongo que lo habrás notado.
—Nada más llegar —asintió Delsa.
—El que me gusta es Montez Taylor. Si no se cargó a estos dos, al menos abrió la puta puerta.
—Montez dice que vio al hombre.
—¿Uno solo?
—Eso dice, cuando salía corriendo de la casa.
—Llévate a Montez a la comisaría y sácaselo a golpes.
Delsa le pasó el carnet de conducir de Kelly.
—Dame tu opinión.
Val miró la foto y a la chica cubierta de sangre.
—¿Es la misma chica? —preguntó Delsa.
—Kelly Barr.
—Si tú lo dices.
A continuación le pasó el carnet de Chloe.
Val comparó y dijo:
—Podría decir lo mismo, Frank.
—A ver si consigues darme una respuesta concreta.
—Le tomaremos las huellas, localizaremos a la familia…
—¿Puedes ocuparte de avisar al hijo del viejo, Val?
—Eso no me importará —dijo Val—. Supongo que querrás que retiren los cadáveres cuanto antes.
—Te lo agradecería.
Val le devolvió los carnets de conducir.
—Llamaré para que vengan a buscarlos —dijo, y se marchó.
Delsa volvió a mirar las fotos de los carnets, acercándolos al rostro de la chica. Con los ojos cerrados podía ser de cualquiera de las dos.
Harris entró con el jefe como si lo acompañara en visita turística por la escena del crimen. El inspector Wendell Robinson llevaba su trinchera abierta sobre una sudadera y su gorra de Kangol beis. Normalmente vestía un buen traje y corbata, con su Kangol a juego; era un jefe con clase, un buen bigote, alto, delgado, el ídolo de Richard Harris. Todos los detectives de la comisaría lo llamaban Wendell.
—¿Has visto a Val Trabucci, Frank?
—Acaba de marcharse.
—¿Te ha dicho quién lo hizo?
—Cree que Montez Taylor tiene algo que ver.
—Anótalo todo. Val vino de Explosivos para trabajar conmigo hace quince años, cuando yo era teniente de la Séptima. Nunca he conocido a un investigador de homicidios que confíe en su instinto tanto como él. Tú también eres así, Frank, aunque eres más reflexivo, lo ordenas todo mentalmente primero. Val terminó muy quemado. Yo le aconsejé que se hiciera forense y se lo tomara con calma. Que no se implicara tanto y así tendría más tiempo para leer el periódico. ¿Sabes por qué se fue de Explosivos? Su novia tenía miedo de que se quedara sin manos mientras manipulaba un artefacto y tuviera que acompañarlo siempre al cuarto de baño. Otro de mis hombres se marchó de Explosivos por la misma razón.
Wendell Robinson se volvió hacia las víctimas.
—¿Le has levantado tú la falda a la chica, Frank?
—Alguien lo hizo antes de que llegáramos.
—¿Crees que la han tocado?
—Habrá que esperar para saberlo.
—No cabe duda de que llama la atención con todo al aire. Richard me ha estado poniendo al corriente. ¿Quién lo hizo? Venga, Frank, llevas aquí por lo menos una hora.
Delsa le pasó los dos carnets plastificados.
—Primero quiero saber quién ha muerto.
Wendell miró detenidamente las fotos, comparándolas con la chica muerta.
—Creía que era Kelly Barr.
—Eso dice Montez. ¿Pero tú quién dirías que es, a juzgar por las fotos?
—Podría ser cualquiera de las dos.
—Eso mismo dijo Val.
—¿Y qué hay del mayordomo, del tío Ben?
—Le sigue el juego a Montez.
—¿Por qué iba a decir que es Kelly si es Chloe? Tienes arriba a la otra chica. ¿No te ha dicho que es Chloe?
—Si das por sentado que ésta es Kelly, puedes suponer que la otra es Chloe.
—Tú nunca supones nada, Frank.
—Me dirigí a ella llamándola «Señorita Robinette». Y no me dijo que ella fuese Kelly. Le pregunté si eran prostitutas. Dijo que no, aunque tampoco pareció ofendida. Le pregunté si era una de las amiguitas del Sr. Paradiso, y volvió a decir que no.
—Un momento —terció Harris—. Lloyd, el mayordomo, dice que Chloe es la habitual. No está seguro de haber visto a Kelly antes de esta noche. Dice que a veces han venido otras chicas con Chloe. Se lo pregunté a Montez. «¿Éstas dos vienen mucho por aquí?» Dijo que siempre que Mr. Paradise quería compañía. ¿Cómo es que entonces Lloyd no está seguro de conocer a Kelly? Montez dice que el mayordomo está viejo y no se acuerda de nada. O que, cuando llegan las chicas, Lloyd ya se ha marchado a dormir.
—Tienes que sentarte con ese Montez —dijo Wendell—. Averigua en qué puede beneficiarle la muerte de este hombre. La clave está en Montez, y parece que te está contando lo que le da la gana. Dice que las dos chicas son putas. La que está arriba dice que no lo son. —Wendell se volvió hacia el sillón y observó—: Si ésta no se vendía, es que le iba la marcha, ¿no os parece? ¿Habías visto alguna vez semejante matorral fuera de un jardín? —Miró a Delsa y preguntó—: ¿La de arriba lleva las bragas puestas?
—Bragas y sujetador —informó Delsa—. Montez dice que está en shock. Dermot Cleary, que fue el primero en llegar, también lo cree. Jackie Michaels estuvo unos minutos con ella y asegura que para nada. Puede que lo haya fingido para no hablar con Dermot.
Wendell se levantó la gorra y volvió a calársela en la cabeza, cerca de los ojos.
—¿Te ha parecido sincera?
—Montez le preparó una pipa de hierba. Dice que para tranquilizarla. Y también ha bebido.
—¿Está hecha un lío?
—Sabe que está en un aprieto, y como le ha dado parlanchina intenta controlarse. A Jackie le pareció un poco mema. Yo creo que está muerta de miedo y lo oculta con el colocón. Va de graciosilla, con su amiga muerta aquí abajo. Sabe lo que ha pasado o tiene una idea bastante clara, o quizás ha visto algo que incrimina al cabrón de Montez Taylor. Creo que la ha amenazado para que no abra la boca.
Wendell asintió.
—Porque si no supiera nada —continuó Delsa— estaría asustada de todos modos, pero en ese caso diría que ha sido espantoso ver a su amiga muerta, que está muy afectada; no pararía de dar vueltas al tema. Esta chica está midiendo sus palabras.
—Lo cual es muy normal si la han amenazado —asintió Wendell—. ¿Piensas llevarte a Montez esta noche?
—Preferiría volver por la mañana —respondió Delsa—. Que siga creyendo que es un testigo y pillarlo desprevenido.
—El caso es tuyo —accedió Wendell.
—No quiero que se identifique a esta chica en nuestro informe hasta que la que está arriba me diga quién es —advirtió Delsa.
El policía de uniforme, apoyado en la pared frente a la puerta abierta del dormitorio, se irguió al ver que Delsa se acercaba por el pasillo.
Delsa se detuvo para preguntarle:
—¿Crees que esa chica que está ahí podría ser prostituta?
—¿Quiere decir por su aspecto? Yo diría que sí, aunque nunca he visto en la Séptima a ninguna como ella.
—¿Y qué me dices de la que está abajo?
—Pues también, a la vista de cómo la han dejado, aunque nunca se sabe. Las dos tienen un buen polvo, ¿verdad?
Delsa envió al agente al piso de abajo y entró en el dormitorio para hablar con la supuesta Chloe, que estaba sentada en la cama, fumando, la luz del baño en el pelo, ahora sedoso, sin las puntas alborotadas como antes, el rostro distinto sin el maquillaje a la luz de la lámpara, pero los mismos ojos.
—¿Más preguntas, Frank?
Delsa sintió que podría acostumbrarse a eso.
Negó con la cabeza.
—Te llevaré a casa.