Seis

A las once menos diez Delsa entró en la sala de la brigada, se quitó la trenca con capucha y botones de madera. Llevaba una chaqueta azul marino y jersey de cuello alto.

—¿Ya estás de vuelta? —preguntó Harris.

—Ya me ves —dijo Delsa.

Jackie Michaels estaba jugando a las tragaperras en el ordenador, con el ding-dong a bajo volumen. Jackie cubría el turno de 20.00 h. a 4.00 h. Miró a Delsa mientras éste se quitaba también la chaqueta y la colgaba con la trenca en el perchero.

—Richard dijo que te habías ido a casa.

—Y he ido, a comer algo.

Richard Harris, cuarenta y cuatro años, importante bigote y gemelos de oro, tenía una novia llamada Alba que ponía copas en el Greektown Casino; llevaba un año en la Brigada Séptima, luego de pasar varios años patrullando las calles y otros tantos en Delitos Violentos, y estaba hojeando el libro de instrucciones del Sillón del Amor. Harris le dijo a Delsa:

—¿No eres capaz de alejarte de aquí, eh?

Jackie lo entendía. Frank no quería quedarse en casa. Llegar a casa y encender directamente la tele. La ropa de Maureen siguió en su armario y en su cómoda hasta hacía un par de meses. Frank se lo contó a Jackie en la fiesta de Navidad, y eso que casi lo tenía en el bote, pero se lo dijo de todos modos. Jackie le aconsejó que se deshiciera de la ropa, de todo, y se ofreció a ayudarlo. Los que compraban en San Vicente de Paul llevaban ahora la ropa de Maureen, y Delsa vivía prácticamente en la comisaría: se le veía como siempre, pero se volcaba en el trabajo de la mañana a la noche y se alegraba de tener papeleo.

Sentado a su escritorio, Frank dijo:

—¿Queréis saber lo que pasó con el arma de Tyrell?

—Está en el río —apuntó Harris—, o hecha pedazos y escondida en distintas zonas de la ciudad.

—Mi hombre, Jerome, ha delatado al tipo que se deshizo del arma de Tyrell. Reggie Banks, aunque lo llaman «T-Bone»; es hermanastro de Nashelle, la chica de Jerome. El domingo, la noche siguiente al incidente en Yakity’s, Reggie dijo que quería ir a Belle Isle. Jerome le dijo: «Hace un frío que pela, tío». Pero se dejó convencer, sospechando por qué Reggie quería hacer ese viaje. Y allá fueron, con la música a todo trapo, el coche retumbando con los graves…

—Esparciendo su mierda —observó Harris.

—A la vuelta pararon en el puente y Reggie tiró el arma desde allí. Jerome asegura que sabe dónde se colocó exactamente Reggie.

—¿Y cómo has conseguido que te contara todo eso?

—Le dejaremos que trafique con hierba, le libraremos de comparecer ante el tribunal y él nos contará cosas —dijo Delsa mirando a Jackie, sentada a su mesa, y volviéndose luego hacia Harris, al otro lado de la habitación—. Le pregunté si conocía a Orlando, porque los dos mueven marihuana. Dice que le suena el nombre.

—Si pone la tele, no tardará en ver la casa quemada —dijo Harris.

—¿Y qué se sabe de la novia de Orlando?

—Hice lo que me pediste, volví a hablar con la vecina, Rosella Munson. Me contó que Tenisha y su madre tenían una buena relación y que probablemente se habría marchado a casa de su mamá. Y allí es donde la encontré. A la madre no le gusta Orlando. Le ordenó a Tenisha que respondiera a mis preguntas si no quería que le diese una paliza.

Jackie quiso saber qué edad tenía Tenisha.

—Veinte —dijo Harris—. Ayer estuvo todo el día con su madre en Northland, de compras. La madre dice que la dejó en casa a eso de las cinco. Tenisha entró en la casa y vio que Orlando estaba fregando el suelo del cuarto de estar con lejía y detergente de pino. Orlando había puesto mucha lejía, y Tenisha dijo que le escocían los ojos.

—¿Pero no preguntó qué estaba limpiando?

—Dice que no recuerda si lo preguntó o no.

—Sabes perfectamente que ese Orlando no ha cogido una fregona en su vida.

—Tenisha se marchó a casa de la vecina para alejarse de los vapores y del olor, y se puso a ver una película con Rosella. Al cabo de un rato oyó un coche, se asomó a la ventana y vio a dos amigos de Orlando que bajaban de un SUV negro. Orlando salió con unas bolsas de basura —Tenisha no sabe lo que había dentro— y las metió en el maletero. Luego se subió al SUV y se marchó; él solo. Los otros dos —cree que uno de ellos se llama Jo-Jo— le dijeron a Tenisha que volviera a casa de la vecina y se quedase allí hasta que ellos fueran a buscarla. Ella les dijo que estaba en su casa y hacía lo que le diese la gana. Subió al piso de arriba y volvió con su libro de colorear y sus lápices de colores. Eran suyos, Frank.

—¡Hay que ver! —exclamó Frank.

—Pero hay algo más —continuó Harris— que no hemos sabido hasta hace unas horas. Esa misma tarde, Orlando y Jo-Jo fueron a Sterling Auto Sales y se llevaron el SUV para probarlo. ¿Vale? Poco después, Orlando se marcha con las bolsas de basura. Va por la avenida Michigan, en dirección oeste, cuando un coche de patrulla de la Cuarta le da orden de detenerse. Orlando acelera, se salta un semáforo en rojo, gira en una esquina, araña un par de coches y abandona la nave de un salto. Lo buscan, pero está oscuro y consigue huir. Registran el SUV, un Ford Explorer, y encuentran unos cincuenta kilos de maría en tres de las bolsas, ropa manchada de sangre en otra y un AK-47 de fabricación china. Para entonces, en Sterling Auto Sales ya han denunciado el robo del SUV.

—Si había usado el AK con los mexicanos, tenía que deshacerse de él —dijo Delsa.

—Eso parece —asintió Harris—. Y esconder la hierba en casa de su madre, como hacen siempre. Cincuenta kilos, Jackie. ¿Cuánto te durarían a ti?

—El que fumaba era Glenn, el chico blanco; no yo. He roto con él. Ahora me paso las noches libres bebiendo Bombay en Sportree, con la esperanza de que un negro bien alto entre en mi vida. Glenn era divertido, pero me ponía nerviosa.

—Aún no he terminado —anunció Harris—. Orlando vuelve a casa en un taxi y parece muy nervioso; no puede estarse quieto. Dice: «He dejado mis huellas por todas partes. ¡Mi vida está acabada!». Lo que viene ahora es bueno. Jo-Jo le dice: «¿Entonces no has comprado la gasolina y la puta sierra eléctrica, como se suponía?» Empiezan a discutir; Orlando pregunta cómo cojones va a comprar la gasolina y la sierra eléctrica con la policía pegada al culo. El taxi sigue allí; el conductor es amigo suyo. Jo-Jo se va con él y vuelve, según Tenisha, con «todo lo necesario».

—¿Hablaron de los que estaban en el sótano? ¿Quiénes eran? ¿Qué había pasado?

—No los mencionaron. Orlando metió a Tenisha en el taxi y le dijo al conductor que la llevase al Parkside Motel, en Warren Oeste. Llamaron y reservaron dos habitaciones.

—¿Y ella puso alguna objeción? ¿O se conformó con todo, sin más? —preguntó Jackie.

—Dice que estaba demasiado asustada para decir nada.

—¿Se llevó su libro de colorear? —preguntó Delsa.

Harris negó con la cabeza:

—Lo que hizo fue quedarse dormida. Se tumbó en la cama y se despertó cuando Orlando llamó a la puerta. Sus colegas se alojaban en otra habitación, pero entraron para fumar un porro. Ahora viene lo mejor. Orlando llama por teléfono. Tenisha le oye decir: «Esos tres están en el sótano». Y luego algo así como: «Todo lo demás está aquí». Supongo que se refería a la gasolina y a la puta sierra eléctrica. Tenisha volvió a quedarse dormida mientras Orlando veía la tele. Al cabo de un rato se despierta y le pide que la apague para que puedan dormir un rato. Y él dice: «Estoy esperando a ver si salgo en las noticias». Le pregunté a qué se refería. Y ella dijo: «Supongo que a los tíos muertos; si los habían encontrado». Le pregunté si los había visto en algún momento. Dijo que no. —Harris hizo una pausa y añadió—: ¿Os ha gustado hasta aquí? Pues esperad. Queda otra parte que os va a encantar.

Sonó el teléfono de Jackie.

Delsa se volvió hacia ella, que contestó diciendo:

—Brigada Séptima. Sargento Michaels.

Delsa miró entonces a Harris.

Harris continuó diciendo:

—A las cuatro de la madrugada alguien llamó a la puerta del motel. Tenisha se despertó. Orlando se acercó a la puerta, la entreabrió y se puso a hablar con un tío; según ella, un hermano de piel clara. No lo vio bien.

Delsa miró a Jackie, que estaba tomando notas.

Harris continuó:

—Dijo que sintió frío con la puerta abierta y que le dijo a Orlando: «Cariño, me estoy congelando». El tío que estaba hablando con Orlando asomó la cabeza y dijo: «¿Tienes frío? A mí me parece que estás muy caliente».

Harris esperó que Delsa, que seguía mirando a Jackie, hiciese algún comentario.

—¿Cuántos? —preguntaba Jackie.

—¿Has oído lo que he dicho, Frank? —insistió Harris.

—El tío dijo que le parecía que estaba muy caliente —dijo Delsa.

—Sí —asintió Harris—. Pero, por el acento, la chica supo que era mexicano.

—¿De veras? —dijo Delsa, en su habitual tono tranquilo.

—¿Qué te parece?

Jackie acababa de colgar y anunció:

—Acaba de caernos uno doble. De los gordos.

—¿Cómo de gordo? —preguntó Delsa.

—Anthony Paradiso, en su casa de Indian Village, y una chica.

—¿Qué Paradiso? —quiso saber Harris.

—El viejo.

—Mierda —dijo Harris—. He pensado que sería el hijo. —Miró a Delsa y añadió—: Seguro que tú también lo has pensado. Ya sabes lo que dirá ese capullo de Tony: que ha sido un poli de gatillo fácil. Algún vaquero contra el que se han querellado y que le ha costado dinero a la ciudad.

Delsa estaba mirando a Jackie.

—¿Quién es la chica? —preguntó.

—Aún no lo saben. Rubia, de veintitantos, con una faldita tableada. Los primeros en llegar fueron los de la Séptima, el oficial al mando es tu viejo amigo Dermot Cleary.

—¿Dónde los encontraron?

—No me lo ha dicho. Había otras tres personas en la casa cuando se produjeron los disparos.

—¿Siguen allí?

—Nos están esperando —dijo Jackie.