Nada más se instalaron en el asiento trasero del coche, todavía en la puerta del loft, el hombre se volvió hacia ellas, le lanzó a Chloe una mirada impaciente, airada, y dijo:
—¿Por qué nadie me ha avisado?
Como si fuese culpa de Chloe.
—¿De qué me hablas?
Montez no respondió. Era un conductor infernal, no paraba de cambiar de carril por Jefferson Este, al tiempo que intentaba llamar desde el móvil. Chloe le dijo:
—¿Quieres hacer el puñetero favor de mirar a la carretera?
Montez, que no recibió respuesta a su llamada, dijo «¡Mierda!», y tiró el teléfono al asiento del pasajero.
En la oscuridad del coche, Kelly se acercó a Chloe y le preguntó:
—¿Y tú dices que éste es majo?
Chloe levantó la voz para decir:
—¿Montez, qué pasa?
Kelly vio que Montez miraba por el retrovisor para decir:
—No te preocupes. —Y se tranquilizó a partir de ese momento, pero siguió observándolas por el retrovisor.
Llegaron a la casa, su fachada de piedra iluminada con focos desde los arbustos. Montez detuvo el coche en la avenida circular del jardín y le preguntó a Chloe cuánto tiempo pensaban quedarse.
—Eso depende de Tony —dijo Chloe—. Ya lo sabes.
—A ver si esta noche podéis acortar un poco esa absurda actuación.
Entraron en la casa, y Chloe condujo a Kelly a través de un pasillo hasta el salón, donde le presentó al Sr. Paradiso, que estaba sentado en su sillón, como un cómodo diván del amor, frente a la tele.
—¡Conque tú eres Kelly! —dijo el viejo, sonriendo, pero sin levantarse. Kelly tuvo que agacharse para darle un beso en la mejilla y sintió que una mano con pecas de vejez se deslizaba por debajo de su abrigo y se cerraba sobre su pecho, el izquierdo, bajo la sudadera de algodón. Mientras ella se incorporaba, él preguntó—: ¿Por qué llevas esa sudadera?
—Estoy resfriada —respondió Kelly—. Pero es de la Universidad de Michigan —añadió, dirigiéndole una encantadora sonrisa—. Azul.
Chloe se sentó en el frágil regazo del viejo para besarlo en la boca y él le metió las manos por debajo del abrigo, al tiempo que decía:
—Mis pequeñas animadoras.
—Si te portas bien —dijo Chloe—, te dejaré que me pintes una M. —Se sacó un rotulador del abrigo y se lo puso al viejo en la mano—: ¿Quieres?
Kelly pensó que sería capaz de soportarlo.
Era consciente de la presencia de Montez, que no le había dirigido la palabra al viejo. Apareció entonces Lloyd, el mayordomo, para preguntarles qué les apetecía beber, y Montez se marchó con él. Volvió pasados unos minutos, abrió una botella de vodka Christiania, refrescó la bebida del viejo y metió la botella en una champanera que reposaba en una mesa cercana. Se puso a merodear, inquieto. Llegó hasta el vestíbulo y se detuvo junto a la doble puerta de entrada con paneles de cristal tallado, rosa pálido, que contrastaban con la madera oscura.
—Ya está —anunció Mr. Paradise cuando terminó de pintar la M de Chloe, un tosco trazo bajo sus senos perfectos. El viejo volvió la cabeza y Kelly vio que miraba a Montez, que seguía en el vestíbulo y en ese momento regresó al salón.
—¿Qué narices andas rumiando? —preguntó el viejo.
Montez lo miró con cara de lelo, sorprendido:
—Nada —dijo, mostrando las palmas de las manos.
—Está cabreado porque ha tenido que ir a recogernos —dijo Chloe.
—No. Para poner de mal humor al señor Montez Taylor hace falta algo más. Tiene una gran capacidad para aguantar putadas; sabe aceptarlas con una sonrisa. Pero ya he descubierto su umbral de resistencia. Pensaba dejarle esta casa con la intención de ayudarlo a mejorar su aceptación social. No me refiero a la cuestión racial; la mitad de Indian Village es gente de color. No es eso; lo que quiero decir es que con esta casa el señor Taylor podría hacer ostentación de su riqueza y convertirse en un vistoso personaje… no pretendía hacer un chiste. Pero ¿podrá ganarse la vida cuando yo ya no esté aquí? ¿Pagar sus impuestos? ¿Mantener la casa? Comprendí que sería una carga excesiva para él. La vendería y se gastaría el dinero en juergas. Por eso he decidido dejársela a mi nieta Allegra, para que viva aquí o para que venda la propiedad y con eso pueda mandar a sus hijos a la universidad. Le comuniqué al señor Taylor que había cambiado de opinión, y vi que hervía de rabia cuando le dije que mi hijo Tony se ocuparía de él. Y el señor Taylor se encabronó tanto que me insultó insultando a mi hijo.
—No puede ser —dijo Chloe—. Tú sabes muy bien que Tony hijo no es… —vaciló al ver que el viejo la miraba fijamente— tan comprensivo como tú.
—¿Tú también quieres problemas? —dijo el viejo. Miró a Montez y lo interpeló:
—¿Acaso lo niegas?
—¿Si niego qué?
Kelly miró a Montez. Su tono había cambiado; parecía tranquilo, no tenía prisa.
—Que has insultado a mi hijo.
—Usted también me ha insultado a su manera —respondió Montez—, y no pasa nada. Me ha insultado llamándome señor Taylor. Dando a entender que tengo ínfulas y no soy quién para decir nada en contra de su hijo. Dando a entender que no puedo hablarle de hombre a hombre.
Habló en tono sereno, pausado.
—O diciéndome lo que me dijo esta tarde mientras veía la tele. Me dijo que me olvidaba de quién era, que no sabía estar en mi sitio. Como si le hubiese replicado.
Asombró a Kelly la tranquilidad con que Montez se dirigía a su jefe. Oyó que el viejo decía «Montez», se volvió para mirar y vio que despedía a su empleado con un gesto de la mano, indicándole que no le diese más vueltas.
—Muy bien; digamos que los dos estamos cabreados. Y se supone que yo no debo alterarme por nada… órdenes del médico. Sé quién eres, eres mi mano derecha, Montez, el que me acompaña a todas partes. ¿De acuerdo?
El viejo guardó silencio, hasta que Chloe dijo:
—Y tú eres nuestro Mr. Paradise.
Lloyd llevó a las chicas sus alexanders en copas de globo, y las dos subieron para dejar sus abrigos y sus bolsos. Se tomarían la copa y fumarían un cigarrillo mientras se maquillaban pensando en hacer algo especial con los ojos. Chloe se dirigió a un dormitorio. Dejaron los abrigos encima de la cama, entraron en el cuarto de baño y se miraron en el espejo. Kelly dijo:
—Y tú eres nuestro Mr. Paradise. —Se inclinó sobre el lavabo y se metió el dedo en la boca varias veces.
—Así es como se comporta una querida —dijo Chloe.
—¿Qué crees que le habrá dicho Montez?
—Tal vez dijera que Tony hijo es un capullo. ¿Piensas dejarte la sudadera puesta?
Chloe le había prestado una camiseta tan grande que casi le cubría la faldita.
—Si estuviera solo el viejo, a lo mejor me la quitaba, pero no pienso enseñarles las tetas a sus empleados.
—¿Por qué son de color?
—Una vez salí con un negro; era profesor en Wayne, un intelectual. Era un intelectual de verdad, pero se pasaba todo el rato diciendo: «¿Me entiendes?». Supongo que lo hacía para darme a entender que antes de educarse había sido un chico de la calle y estaba en la onda.
—Yo siempre lo he pasado bien con los hombres de color —dijo Chloe—. Los que valen, valen de verdad. Como Montez, que ha sabido responder. Lo ha hecho muy bien.
—Sí, bueno. Yo rompí con el negro porque era un muermo. Le dije: «Mira, tú tienes que dar por hecho que te entiendo. Cuando no entienda algo ya te lo diré». Y sí, pienso dejarme la sudadera puesta.
—Te queda demasiado grande.
—¿Y?
Al viejo no pareció importarle la sudadera, al ser de la U de M. Dijo que le gustaba cuando las chicas daban un salto. Interpretaron el absurdo numerito de animación. «Somos las chicas de Mi-chi-gan»…, haciendo cosas feas con estilo.
Montez no presenció el espectáculo. Anunció que estaría en la cocina; no había cenado y tenía hambre. Eso fue todo lo que dijo tras su discusión con el viejo: «Estaré en la cocina, Sr. Paradiso».
Kelly lo captó, aunque tuvo la impresión de que el viejo no lo registraba. Montez seguía siendo Montez, mientras Mr. Paradise pasó a ser el Sr. Paradiso. Se habían dejado arriba los cócteles sin terminar. Lloyd les sirvió otro, y el viejo le ordenó:
—Dile a Montez que venga.
Kelly lo vio cruzar el salón con su traje gris, las cejas enarcadas, sin hablar, preguntando con esa expresión que se le ofrecía al hombre que estaba sentado en su trono bebiendo vodka con hielo.
Kelly se imaginó lo que Montez pensaba del viejo.
El Sr. Paradiso dijo:
—Crees que no he sido justo contigo. Muy bien. Dame una moneda de un cuarto de dólar.
Montez sacó un montón de calderilla del bolsillo de los pantalones, encontró un cuarto de dólar y se lo pasó al jefe.
—Lo que voy a hacer, Montez, mi mano derecha, es compartir contigo a mis damas. Como no quiero mostrar favoritismos, lanzaré la moneda al aire. Si sale cara, Chloe se va arriba contigo y disfrutas de una buena fiesta a mi salud. Si sale cruz, y hablo de una cruz de novecientos dólares, Montez, te llevas a Kelly. ¿Qué os parece a todos?