IV

El jeep ranchera saltaba y traqueteaba junto al borde del campo de yute, hasta que el adjunto Yang dio un toque en el hombro del conductor y dijo:

—Párate aquí, amigo.

El conductor pisó los frenos; el jeep lanzó un chirrido al detenerse. El adjunto Yang bajó y dijo:

—¿Quieres estirar la piernas, Número Uno?

Abrió la puerta y Hermano Mayor bajó de un salto, tropezándose brevemente. Luego se puso de pie y se estiró.

Segundo Hermano dio un codazo a Jinju.

—Baja —le dijo. Gao Ma estaba sentado en el otro lado.

—¡Qué bajes! —gritó Hermano Mayor.

Gao Ma bajó rodando; Segundo Hermano dio un codazo a Jinju para que saliera del jeep.

El sol caía directamente sobre la cosecha de guindillas que se extendía a un lado de la carretera del Condado Caballo Pálido, formando un mar virtual de rojo sangre. En el lado que pertenecía al Condado Paraíso, los campos de yute, amplios y profundos, parecían extenderse hasta el infinito; los pájaros revoloteaban ruidosamente por encima de las puntas de las plantas haciendo que Jinju se sintiera extrañamente en paz, como si ya hubiera vislumbrado vagamente los acontecimientos que iban a suceder ese día. Ahora, todo estaba en su sitio.

Tenía las manos sujetas a la espalda con unas cuerdas de cáñamo; sus hermanos las habían aflojado un poco, atándolas en las muñecas. Con Gao Ma la cosa era distinta, ya que había sido atado a cuatro patas de tal modo que las cuerdas se clavaban dolorosamente en los hombros y le obligaban a colocar el cuello en una postura poco natural. A Jinju le partía el corazón verle de aquella manera.

El adjunto Yang se adentró un par de pasos en el campo de yute y se alivió con una impudicia despreocupada. Cuando hubo acabado, giró la cabeza y dijo:

—Número Uno, Número Dos, vosotros los Fang sois un montón de basura despreciable.

Hermano Mayor miró boquiabierto al adjunto Yang sin saber qué responder.

—Cualquiera que permita que su hermana pequeña le engañe para escaparse con un hombre es que es un cabrón estúpido. Si hubiera sido yo… ¡uff!

Luego lanzó una mirada amenazadora a Gao Ma.

Sin esperar a que el adjunto Yang dijera una sola palabra más, Número Dos atacó a Gao Ma y lanzó su puño directamente contra su nariz.

Sin un grito de protesta, Gao Ma dio tres o cuatro pasos tambaleantes hacia atrás, tratando de mantener el equilibrio. Sus hombros daban bandazos como si estuviera tratando de tocar su rostro: conmocionado por el puñetazo, parecía que hubiera olvidado que tenía los brazos atados.

—Número Dos, no le golpees a él… Golpéame a mí —suplicó Jinju mientras protegía el cuerpo de Gao Ma con el suyo.

De una patada, su hermano la envió volando al campo de yute. A Jinju se le engancharon algunas plantas cuando cayó de cabeza al suelo. La cuerda que había alrededor de sus muñecas se aflojó mientras enrollaba su cuerpo y le permitió envolver rápidamente los brazos alrededor de las rodillas; el agudo dolor que sintió en la pierna reveló que se había roto un hueso.

—No esperes misericordia de nosotros —gritó Número Dos—, ¡eres una puta apestosa y desvergonzada!

Un reguero de sangre salió de la pálida nariz de Gao Ma. Fluía y fluía, al principio negra y luego de color rojo brillante.

—Que sepas que va contra la ley golpear a los demás —tartamudeó, con las mejillas crispadas y la boca retorcida, dibujando una mueca.

—La engañaste para que se escapara contigo y eso sí va contra la ley —dijo el adjunto Yang—. No sólo robaste la futura esposa de un hombre, sino que también destruiste los planes de boda de tres parejas. Deberían encerrarte durante veinte años.

—No hice nada ilegal —se defendió Gao Ma, sacudiendo lateralmente la cabeza para limpiar la sangre de su nariz—. Jinju nunca se registró como la esposa de Liu Shengli, así que no está legalmente casada con nadie. Tratasteis de obligarla a que se casara con él violando la Ley de Matrimonio. ¡Si alguien tiene que ser encerrado, sois vosotros!

El adjunto Yang apretó los labios y dijo a los hermanos Fang:

—Vaya lengua más afilada tiene.

Segundo Hermano lanzó su puño contra el vientre de Gao Ma. ¡Uff! Gao Ma lanzó un gruñido mientras se doblaba, tambaleándose un par de pasos y desplomándose en el suelo.

Los hermanos no perdieron tiempo. Segundo Hermano comenzó a dar patadas a Gao Ma en las costillas y en la espalda y, como por las noches practicaba artes marciales en la era, con cada patada hacía que su víctima se enroscara y gritara por su vida. Hermano Mayor trató de lanzar unas cuantas patadas, pero su pierna coja apenas podía soportar el peso de su cuerpo, y para cuando su pierna buena estaba ladeada y preparada para avanzar, Segundo Hermano ya había enviado a Gao Ma rodando fuera de su alcance. Finalmente consiguió impactar una patada en su objetivo, pero con muy poca fuerza y, lo que es peor, se cayó al suelo y permaneció en él mucho tiempo antes de poder ponerse de pie.

—¡Dejad de pegarle! ¡Yo le supliqué que me llevara con él! —rogó Jinju mientras luchaba por ponerse de pie agarrándose a un tallo de yute.

Pero cuando apoyó el peso del cuerpo sobre su pierna dañada, unos dolores espantosos llegaron a su cerebro, haciendo que volviera a caerse al suelo, mientras de su garganta salía un torrente de gritos secos. Finalmente, se vio obligada a gatear de una planta de yute a otra.

Mientras tanto, Gao Ma estaba rodando entre el polvo, con el rostro empapado de sangre y barro. Segundo Hermano siguió dándole patadas sin piedad, como si fuera un saco de arena, y cada una de las patadas iba acompañada de gritos de «¡vuelve a darle una patada!», por parte de Hermano Mayor, que saltaba en el aire como si estuviera sobre un trampolín.

—¡Más fuerte! ¡Mata a ese maldito hijo de puta! —El rostro de Hermano Mayor estaba desencajado y las lágrimas inundaban sus ojos.

Después de llegar arrastrándose hasta el borde de la carretera, Jinju se puso de pie y dio un par de pasos titubeantes, pero enseguida se encontró con una patada voladora en el vientre que le dio Segundo Hermano. Ella gimió mientras caía al suelo y rodaba por el campo.

Gao Ma, al que ya le resultaba imposible hablar, todavía era capaz de rodar, algo que le venía muy bien al sudoroso Segundo Hermano, cuyas patadas seguían golpeando en su cuerpo.

—¡Lo vas a matar! —Jinju había vuelvo a gatas a la carretera.

El adjunto Yang echó a correr, se colocó entre Segundo Hermano y Gao Ma y dijo:

—Muy bien, Número Dos, ya es suficiente.

Gao Ma había rodado hasta el borde de la carretera y tenía el rostro manchado por el barro que cubría el campo de pimientos, mientras sus brazos atados se movían nerviosamente por encima de los dedos púrpuras, que parecían hongos venenosos. El adjunto Yang se acercó a él con gesto de preocupación, lo cargó a su espalda y colocó el dedo por debajo de su nariz para ver si todavía respiraba.

¡Han matado a Gao Ma! Jinju vio miles de puntos dorados, que cambiaban de color hasta formar un arco verde en el aire por encima de su cabeza. Estiró el brazo, pero no fue capaz de atraparlos. Algunas veces pensaba que había atrapado uno, pero cuando abría la mano, había desaparecido. Un nauseabundo sabor dulce ascendía desde lo más profundo de su garganta y, cuando abrió la boca, un reguero rojo salió de ella y fue a parar a una rama blanquecina que se encontraba delante de ella. ¡Estoy tosiendo sangre! Al principio se asustó. ¡Estoy tosiendo sangre! Luego se sintió afortunada: sus temores, sus preocupaciones, sus problemas, se habían volatilizado como una nube de vapor, dejando solamente un almibarado pesar alrededor de su corazón.

—¡Eres un maldito vengador! —maldijo el adjunto Yang a Segundo Hermano—. Se supone que tenías que darle una lección, y no matarle.

—Nos llamaste basura despreciable.

—Porque no sabéis cuidar de vuestra propia hermana. En ningún momento dije que pudieras matarle.

—¿De verdad está muerto? ¿Lo está? —preguntó Hermano Mayor con voz nerviosa—. Adjunto Yang… yo no le di ninguna patada.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —le preguntó Segundo Hermano, mirándole con los ojos inyectados en sangre—. Todo esto lo hacemos para que te puedas casar.

—No he querido decir eso.

—Entonces, ¿qué has querido decir?

—Dejad de discutir —cortó en seco el adjunto Yang—, y movedlo hacia la carretera.

Los hermanos entraron en el campo de pimientos, cogieron a Gao Ma sujetándole por la cabeza y los pies, y le sacaron a la carretera. En cuanto le dejaron extendido, Hermano Mayor se derrumbó en el suelo, sin aliento.

—Daos prisa y desatadlo —ordenó el adjunto Yang.

Los hermanos cruzaron las miradas, sin decir una palabra, aunque parecían estar dispuestos a hacerlo. Segundo Hermano dio la vuelta a Gao Ma y le puso boca abajo, mientras Hermano Mayor se acercó a él cojeando y trató de soltar el nudo. A través de los puntos verdes que le rodeaban, las grandes manos de Hermano Mayor, con sus dedos nudosos y huesudos, le parecieron a Jinju dos abanicos. Estaba demasiado agitado como para deshacer el nudo.

—¡Utiliza los dientes! —gritó el adjunto Yang a Hermano Mayor, que levantó la mirada con una expresión patética en su rostro antes de arrodillarse junto a Gao Ma y tratar de aflojar el testarudo nudo con los dientes, como si fuera un chucho escuálido royendo un hueso. Cuando por fin consiguió desatar el nudo, el adjunto Yang le sacó del camino y tiró de la cuerda, como si tratara de arrancar un tendón del cuerpo de Gao Ma. Una vez que pudo quitar la cuerda, cargó a Gao Ma sobre su espalda y volvió a colocar un dedo debajo de su nariz.

El corazón de Jinju comenzó a encogerse y todo su cuerpo se sacudió mientras una bocanada de aire frío ascendió en su interior. ¡Le han matado y todo por mi culpa! Hermano Mayor Gao Ma… Mi. querido Hermano Mayor Gao Ma… El corazón encogido de Jinju se volvió a relajar e, inmersa en su dicha de pesar almibarado, volvió a ascender lentamente más líquido rojo y dulce por su garganta. Las ramas de yute y las hojas crujieron; la luz del sol era cegadora; decenas de miles de chispas rojas y cálidas danzaban libremente en los campos de guindillas del Condado Caballo Pálido; y un potro de color castaño salió al galope del campo, agitando la cola alegremente mientras corría entre las chispas que lanzaban sus herraduras como si fueran diminutas piedras preciosas. Las campanillas que colgaban alrededor de su cuello emitían un tono agudo y melódico.

La bronceada piel del rostro hinchado de Gao Ma brillaba bajo la sangre y el barro. Estaba tumbado en el suelo, con las piernas rectas y los brazos extendidos con rigidez a lo largo de los costados. El adjunto Yang colocó la oreja sobre su pecho. Jinju escuchó el intenso y potente latido del corazón de Gao Ma, que iba acompasado con el ritmo de las pisadas del potro: las pisadas de sus pezuñas eran el palpitar de un pequeño tambor, los latidos del corazón eran el sonido de un tambor más grande.

—Por favor, no te mueras, Hermano Mayor Gao Ma. No me dejes aquí sola —gimió Jinju mientras observaba cómo el potro castaño galopaba por la carretera, luego iba de acá para allá dando grandes zancadas por el borde del campo de pimientos, mientras las chispas salían volando de sus zapatos de metal y daba la sensación de que estaba chapoteando en el agua. El agudo tintineo de las campanillas que colgaban de su cuello era largo e interminable. En el borde del campo de pimientos se ralentizó hasta que caminó con un paso más titubeante y volvió sus ojos azules hacia el rostro relajado y sonriente de Gao Ma.

—Tenéis suerte, chicos —dijo el adjunto Yang mientras se levantaba—. Todavía está vivo. Si hubiera muerto, tendríais que ir a la cárcel por una larga temporada, y me refiero a los dos.

—Y ahora, ¿qué hacemos, Octavo Tío? —preguntó Hermano Mayor desesperado.

—Ya veo que me toca cargar con vuestros problemas —protestó el adjunto Yang, sacando un pequeño frasco del bolsillo y agitándolo bajo la mirada de los dos hermanos—. Estos son polvos medicinales Yunnan. Se los vamos a dar a nuestro amigo.

Dicho eso, se arrodilló, retiró el tapón del frasco y vació una pastilla roja sobre la palma de la mano. Hizo una breve pausa para conseguir un efecto melodramático y dijo:

—Abre la boca.

De nuevo los hermanos se intercambiaron miradas. Segundo Hermano hizo una señal a Hermano Mayor para que colocara sus oscuros dedos en la boca de Gao Ma y la abriera. Sujetando la pastilla entre los dedos, el adjunto Yang volvió a hacer una pausa solemne antes de introducirla con un gesto de desagrado entre los labios de Gao Ma.

—Pequeño Guo —gritó el adjunto Yang al conductor—, trae la cantimplora.

El conductor se bajó perezosamente del jeep y se acercó con una cantimplora del ejército cuya superficie amarilla estaba desgastada. En su mejilla se observaba un surco semicircular, que indicaba que había estado durmiendo boca abajo sobre el volante.

El adjunto Yang derramó un poco de agua dentro de la boca de Gao Ma. Apestaba a alcohol.

Los cuatro hombres se quedaron mirando por encima de Gao Ma como si fueran pilares, con los ocho ojos pegados a su rostro. El potro castaño corría como el viento, con las pezuñas resonando en el aire; el círculo que describía era lo suficientemente amplio como para rodear a Jinju y, mientras pasaba a través de los campos, los tallos y las ramas se doblaban ante él como si fueran las ramitas frágiles del sauce. Los puntos verdes salían de su satinado escondite. Pequeño potro… pequeño potro… Jinju quería rodear con sus brazos su satinado cuello.

La mano de Gao Ma se movió.

—Muy bien —exclamó el adjunto Yang—. Excelente. Los polvos medicinales Yunnan gozan de una fama bien merecida. Son fantásticos.

Los ojos de Gao Ma se abrieron ligeramente. El adjunto Yang se agachó y dijo en tono enérgico:

—Tienes suerte de estar vivo, muchacho. Si no fuera por mis polvos medicinales Yunnan, en este momento te estarías reuniendo con Karl Marx.

Gao Ma estaba tumbado con una sonrisa de paz y felicidad en su rostro y consiguió dedicar un apenas perceptible movimiento afirmativo con la cabeza al adjunto Yang.

—¿Y ahora qué, Octavo Tío? —preguntó Hermano Mayor.

Un ruido emergió del pecho de Gao Ma mientras tiraba de los brazos hacia atrás y se apoyaba sobre sus codos, levantando ligeramente la cabeza y el cuerpo hasta que quedó sentado. Unos hilos espumosos de sangre asomaron por las comisuras de la boca. Hermano Mayor Gao Ma… Querido Hermano Mayor Gao Ma… El potro castaño está tocando tu rostro con su suave hocico… está llorando. La cabeza de Gao Ma cayó hacia atrás. Lentamente, la volvió a levantar. El potro castaño está lamiendo el rostro de Gao Ma con su dorada lengua.

—Tiene aguante para soportar una paliza —dijo el adjunto Yang mientras bajaba la mirada hacia Gao Ma, que ahora estaba en cuclillas, y le preguntó con un tono de verdadero aprecio—: ¿Sabes por qué te ha pasado esto?

Gao Ma sonrió y asintió. Me está mirando. Hay una sonrisa en el rostro de Hermano Mayor Gao Ma. El potro castaño está lamiendo los rastros de sangre de su rostro.

—¿Vas a intentar convencer otra vez a nuestra hermana de que se escape contigo? —preguntó Hermano Mayor, cojeando.

Gao Ma sonrió y asintió.

Segundo Hermano dobló la pierna para volver a dar una patada a Gao Ma.

—¡Número Dos! —gritó el adjunto Yang—. ¡Estúpido cabrón!

Hermano Mayor cogió el fardo de Gao Ma, aflojó el nudo con sus dientes y derramó su contenido, incluyendo el sobre, en el suelo. Se puso de rodillas y agarró el sobre.

—Número Uno, no lo hagas.

Después de mojarse el dedo en la boca, Hermano Mayor comenzó a contar los billetes.

—Número Uno, no deberías hacer eso.

—Octavo Tío, ha corrompido a nuestra hermana y consumido tu costosa medicina. Debe pagar por ello.

A continuación Hermano Mayor examinó el interior de los bolsillos de Gao Ma con su mano húmeda y sacó algunos billetes de diez fen arrugados y cuatro monedas brillantes de un fen. El potro castaño volvió la cabeza y le tiró las monedas de un golpe. Hermano Mayor se lanzó tras ellas, con los ojos llenos de lágrimas.