II

Se despertó con el rugido de las olas, que rompían persistentemente sobre su cuerpo hasta que abrió los ojos. Lo primero que vio fue el rostro demacrado de Gao Ma, bañado en los intensos rayos anaranjados del sol. Su rostro era de color púrpura, sus labios estaban resecos y partidos; tenía círculos oscuros alrededor de los ojos y su cabello parecía el pelaje áspero de un chucho callejero. Estremeciéndose al contemplar semejante panorama, al instante se dio cuenta de que su mano apretaba fuertemente la suya y, mientras le miraba a los ojos, tuvo la sensación de que aquella persona que le agarraba la mano era un completo desconocido. El terror que le recorrió todo el cuerpo se vio invadido por una ligera sensación de culpabilidad, cuya aceptación la aterrorizó todavía más. Jinju le soltó la mano y se apartó de él, hasta que su retirada se vio cortada por una imponente e inflexible pared de yute. Las tajadas doradas de los rayos de sol asomaban a través de los agujeros de la pared de yute y las hojas en forma de garra temblaban emitiendo algún tipo de indicación secreta.

Escuchó la voz de su padre, vieja y áspera: «Jinju… Jinju…». Se incorporó torpemente y agarró la mano de Gao Ma. «Jinju… Jinju…». Esta vez se trataba de la voz de Hermano Mayor, aguda y nerviosa. Sus gritos planeaban sobre las puntas de los arbustos de yute y avanzaban hacia el horizonte. Gao Ma se incorporó, con los ojos redondos y despiertos, como los de un perro arrinconado.

Contuvieron la respiración y escucharon atentamente. El crujido de los arbustos y los sonidos de las pesadas respiraciones en el banco de arena dirigiéndose hacia el norte penetraron profundamente en la quietud de la noche. Jinju podía escuchar su propia respiración.

—¡Jinju… Jinju… Jinju… Jinju! ¡Pequeña puta, te comportas así para acabar conmigo!

Casi podía ver llorar a su padre. Soltándose de la mano de Gao Ma, se levantó con lágrimas en los ojos.

Los gritos de su padre eran más sombríos que nunca. Jinju lanzó un grito justo antes de que Gao Ma le tapara la mano con la boca. La mano apestaba a ajo —ella la arañó, y sus gritos ahogados se escaparon entre los dedos—. Gao Ma pasó el otro brazo alrededor de su cintura y comenzó a llevársela a rastras. Ella le arañó la cabeza. Mientras Gao Ma contenía la respiración, dejó caer la mano con la que tapaba la boca de la joven. Un líquido húmedo y viscoso se deslizó por las yemas de los dedos de Jinju mientras se clavaban en el cráneo de Gao Ma y observó cómo aparecían regueros de sangre de color rojo cobrizo en el nacimiento del pelo y resbalaban hacia las cejas.

Jinju pasó sus brazos alrededor del cuello de Gao Ma.

—Dime… ¿Qué es esto? —dijo llorando.

Gao Ma se tocó la frente con su palma.

—Has arrancado la costra de la herida que me hicieron con el taburete.

Jinju, apoyando la cabeza sobre el hombro de su amado, gimió suavemente.

—Hermano Mayor Gao Ma, todo es culpa mía… Yo te he hecho esto.

—No es culpa tuya. Me lo he buscado yo solo —dijo haciendo una pausa—. Jinju, me he dado cuenta con total claridad de cómo son las cosas. Vuelve a casa.

Una vez dicho esto, se agachó y ocultó la cabeza entre sus manos.

—No… Hermano Mayor… —Jinju se agachó y pasó sus brazos alrededor de las rodillas de Gao Ma—. He tomado una decisión. Voy a seguirte allá donde vayas, aunque tengamos que mendigar para sobrevivir.