Más de una vez se acercó hasta el borde del campo de maíz, pero en cuanto llegaba, se daba la vuelta y regresaba. El viento frío del otoño había eliminado la mayor parte de la humedad de las cosechas, así que el maíz de Gao Ma crujía ruidosamente y las vainas de alubias del campo de Jinju habían empezado a partirse y a caer. Hermano Mayor y el padre habían tomado la delantera. Hermano Mayor se quejaba de que Octavo Tío Yang hubiera ordenado a Segundo Hermano que le ayudara a hacer briquetas en plena temporada de recolección.
—¿Por qué protestas? Para eso sirve la familia: para ayudarnos unos a otros.
Sintiéndose regañado, Hermano Mayor se sujetó la lengua, volviéndose para mirar a Jinju como si buscara su apoyo.
El padre avanzaba gateando, apoyándose en las manos y las rodillas; Hermano Mayor iba cojeando y el penoso aspecto de los dos hombres hizo que declinara su decisión de abandonarlos. El maíz de Gao Ma crujía, se balanceaba, y Jinju sabía que él estaba escondido en alguna parte, observando con ansiedad todos sus movimientos. A medida que aumentaba el anhelo de Jinju hacia él, cada vez le resultaba más difícil recordar qué aspecto tenía Gao Ma, así que decidió concentrarse en el aroma del índigo y en el olor de su cuerpo. Finalmente, decidió ayudar a su padre y a Hermano Mayor a recoger las alubias antes de huir.
Afanándose en hacer su trabajo, enseguida dejó atrás a los dos y a última hora de la tarde ya había recogido más que los dos hombres juntos. Cuando se acercaron a la sección final del campo de alubias, se levantaron y se estiraron, suspirando de alivio. El padre miró satisfecho.
—Hoy has trabajado mucho —la felicitó su hermano—. Cuando lleguemos a casa, le voy a pedir a madre que te haga un par de huevos.
La tristeza impidió que pudiera responder. Todavía recordaba las virtudes de su madre y algunos acontecimientos confusos de su infancia. Mi hermano mayor cojo me llevaba a cuestas; ahora él y mi padre se arrastran y cojean por el campo, cortando alubias. El sol del atardecer iluminaba el cielo por el oeste. Sus cabezas relucían. Incluso los bosques salvajes son amables y acogedores. Allí, hacia el norte, se encuentra la aldea donde llevo viviendo veinte años. El humo de la chimenea me indica que mi madre está preparando la cena. Si me escapo… El pensamiento era insoportable. Hacia el este, un buey bajaba lentamente por el camino, tirando de un carro lleno hasta rebosar de alubias. La canícula del verano, abrasando en el sexto mes, cantaba el boyero. La Segunda Hija cabalga a lomos de su asno adentrándose en el desierto…
Las golondrinas volaban como una nube que se disipa con el viento, dirigiéndose hacia el campo de maíz de Gao Ma, que se movía ligeramente. Una figura elevada apareció ante su vista y, a continuación, se desvaneció al instante. Jinju se dirigió hacia ella, pero se detuvo al notar que se veía empujada en direcciones opuestas por fuerzas igualmente poderosas.
La voz de su padre rompió el punto muerto:
—¿Qué andas buscando por ahí? Cuanto antes acabemos, antes podremos volver a casa.
No había el menor calor en su voz y la resolución de Jinju retornó al instante. Después de tirar al suelo su guadaña, corrió hacia el campo de maíz de Gao Ma.
—¿Dónde crees que vas? —gritó un infeliz padre.
Ella siguió corriendo.
—No pensarás irte a casa hasta que no acabemos, ¿verdad? —gritó Hermano Mayor.
Ella se volvió.
—Tengo que orinar. ¡Si no confías en mí, puedes venir conmigo!
Y, sin volver a mirar a ninguno de ellos, se adentró en el campo de maíz.
—Jinju.
Gao Ma la agarró por la cintura y la sujetó por unos instantes.
—Agáchate —susurró—. ¡Corre como el viento!
Los dos corrieron cogidos de la mano, ocultos en un surco, dirigiéndose hacia el sur con toda la rapidez que les permitían sus piernas. Las hojas de maíz seco golpeaban su rostro, así que cerró los ojos y simplemente corrió hacia donde la mano la llevaba. Las cálidas lágrimas resbalaban por sus mejillas. No voy a regresar jamás, pensaba. El hilo de seda que la ataba a su hogar se había roto y no había vuelta atrás. El estruendo producido por las hojas secas de maíz casi la paralizaba de miedo y podía oír el latido de su corazón.
El campo de maíz estaba limitado por la ribera de un río cubierta de arbustos de índigo e, incluso en su estado de confusión, podía sentir su aroma característico y embriagador.
Gao Ma la arrastró hacia la ribera del río. Ella se giró instintivamente para mirar a su espalda y vio una enorme esfera de bronce que se hundía lentamente en el horizonte: contempló las nubes multicolor; observó una extensión de campos bañados por el sol y vio a su padre y a Hermano Mayor avanzando hacia ella dando traspiés, blandiendo sus guadañas. Las lágrimas inundaban sus ojos.
Gao Ma la arrastró hacia la pendiente interior de la ribera, pero ella se sentía demasiado débil como para seguir de pie. El estrecho río formaba el límite entre dos condados: Caballo Pálido hacia el sur, Paraíso hacia el norte. Se llamaba Corriente Favorable. El flujo de las turbias y poco profundas aguas provocaba un balanceo casi imperceptible de los juncos que se encontraban en la orilla del río mientras Gao Ma la cargaba sobre sus espaldas y corría por el agua sin quitarse los zapatos ni remangarse las perneras de los pantalones. Desde la perspectiva privilegiada que le proporcionaba ir a cuestas, Jinju escuchó cómo los juncos secos susurraban y el agua salpicaba en todas direcciones. Por el modo en el que Gao Ma jadeaba, sabía que el barro era espeso y viscoso.
Después de ascender por la orilla opuesta, se encontraron en el Condado Caballo Pálido, donde una inmensa ciénaga se extendía ante sus ojos, plantada exclusivamente de yute. Como era una planta de recolección tardía, todavía estaba verde y llena de vida. Se sintieron como si hubieran encallado en mitad de un océano y no pudieran ver dónde estaba la orilla.
Con Jinju todavía encaramada sobre su espalda, Gao Ma se derrumbó en los campos de yute. Ahora eran como dos peces sumergidos en ese océano.