IV

Poco después del día de Año Nuevo cayó una fuerte tormenta de nieve.

Los prisioneros la retiraron con palas y la cargaron en unos carros de mano para depositarla en un campo de mijo cercano.

Gao Ma, el primero en presentarse voluntario, sacó un carro cargado de nieve al otro lado de la entrada. No había apostados más guardianes de los habituales, ya que sólo dejaban salir más allá de la puerta a unos cuantos prisioneros. Por eso, únicamente había un oficial de campo vigilando la entrada, con los brazos cruzados, como si estuviera hablando con un guardián de torre.

—Viejo Li —dijo el guardián—, ¿tu esposa ya ha tenido el bebé?

El oficial, con la preocupación reflejada en su rostro, respondió:

—Todavía no. Ya lleva un mes de retraso.

—No te preocupes —le consoló el guardia—. Como dice el refrán, un melón sólo se cae cuando está maduro.

—¿Cómo no me voy a preocupar? ¿Cómo te sentirías si tu vieja dama llevara un mes de retraso? Qué fácil es hablar.

Gao Ma, empapado de sudor, regresó con el carro vacío.

El oficial le miró con simpatía.

—Descansa un poco, Número Ochenta y Ocho. Pediremos a otro que lleve el carro un rato.

—Ese Número Ochenta y Ocho es un buen muchacho —comentó el guardia.

—Es veterano del ejército —dijo el oficial—. A veces es un poco fogoso. Lo cierto es que hoy en día ya no me sorprende nada.

—Si quieres saber mi opinión, esos cabrones de oficiales del Condado Paraíso fueron demasiado lejos —dijo el guardia—. El pueblo llano no se merece cargar con toda la culpa de lo que sucedió.

—Por esa razón recomendé que la sentencia de este preso fuera rebajada. Personalmente, creo que fueron demasiado duros con él.

—Pero así es como son las cosas hoy en día.

Gao Ma se acercó a la entrada con otra carga de nieve.

—¿No te he dicho que descansaras? —le preguntó el oficial.

—Después de sacar esta carga —dijo dirigiéndose hacia el campo de mijo.

—He oído que al comisario adjunto Yu le han cambiado de destino —dijo el guardia.

—Ojalá me cambiaran de destino a mí —dijo el oficial melancólicamente—. Este trabajo es una mierda. No tienes vacaciones, ni siquiera el día de Año Nuevo, y el sueldo es una miseria. Si tuviera otro lugar donde ir, no pasaría un segundo más aquí.

—Si esto es tan malo, te puedes marchar siempre que quieras —apuntó el guardia—. Yo he decidido hacerme empresario.

—Con los tiempos que corren, si eres listo puedes llegar a ser oficial. Pero si no eres capaz de soportarlo, debes ganar el dinero de la mejor manera que puedas.

—Por cierto, ¿dónde está Número Ochenta y Ocho? —preguntó el guardia alarmado.

El oficial se giró hacia el campo, donde la luz del sol hacía que la nieve centelleara con extraordinaria belleza.

La sirena de la torre de vigilancia sonó con fuerza.

—Número Ochenta y Ocho —gritó el guardia—, ¡alto o disparo!

Gao Ma corría directo hacia el sol, casi cegado por su resplandor. El aire fresco de la libertad le envolvía como las olas sobre los campos nevados. Corría como un poseso, ajeno a todo lo que le rodeaba, totalmente decidido a tomarse la revancha. Se elevó en el aire como si cabalgara sobre las nubes y atravesara la niebla, hasta que se dio cuenta con sorpresa de que estaba tumbado sobre la helada nieve, boca abajo. Sintió que algo caliente y pegajoso salía a borbotones de su espalda. Con un dulce «Jinju» entre sus labios, enterró el rostro en la húmeda nieve.