El día de Año Nuevo de 1988 era festivo para los varios cientos de prisioneros que se encontraban encerrados en el campo de trabajo. Algunos lo pasaron durmiendo, otros escribiendo a casa y otros se agolparon en el patio que se extendía al otro lado de la ventana de la sala de ocio para ver un programa de variedades en un aparato de televisión en blanco y negro.
Gao Ma y Gao Yang se sentaron en una enorme baldosa de mármol que había en el patio, desnudos de cintura para arriba mientras despiojaban sus chaquetas. Los rayos de sol calentaban el lodo que se extendía a su alrededor y caían sobre su bronceada piel. Aquí y allá otros pequeños grupos de prisioneros se sentaban bajo el sol a conversar entre susurros. Los guardias armados ocupaban las torres que se levantaban más allá de la puerta interior, sin perder de vista ni un instante a los hombres que había abajo. La puerta principal, cubierta con una malla de acero, estaba cerrada con llave. Algunos oficiales del campo cortaban el pelo a los prisioneros, haciendo bromas y riendo alegremente.
Las ratas gigantes entraban y salían de la letrina. En la zona que había entre las dos puertas, un enorme gato negro se había visto obligado a subir a un árbol ante la llegada de un enjambre de roedores.
—Cuando las ratas alcanzan ese tamaño, hasta los gatos se asustan de ellas —comentó Gao Yang.
Gao Ma sonrió.
—Le dije a mi esposa que te trajera un par de zapatos después de primero de año —dijo Gao Yang.
—No le des más trabajo por mi culpa —dijo Gao Ma, visiblemente conmovido—. Tu mujer está muy ocupada con los dos niños. Un soltero como yo necesita pocas cosas.
—Resígnate, primo, y soporta el próximo año de la mejor manera posible. Entonces, cuando salgas, encuentra una esposa y sienta la cabeza.
Gao Ma sonrió lánguidamente, pero no dijo nada.
—Después de todo, eres un veterano del ejército —prosiguió Gao Yang—. Los líderes del campo te han echado el ojo. Sé que puedes conseguir que te liberen pronto si haces lo que te dicen. Podrías estar fuera de aquí antes que yo.
—Tarde o temprano, ¿eso qué importa? —respondió Gao Ma—. Prefiero cumplir la condena por ti para que te puedas ir a casa y cuidar de nuevo de tu familia.
—Primo —dijo Gao Yang—, estamos destinados a tener mala suerte. Para los hombres, sufrir de esta manera no es gran cosa, pero piensa en la pobre Cuarta Tía…
Ansiosamente, Gao Ma preguntó:
—¿No la habían liberado por motivos de salud?
Dudando unos instantes, Gao Yang dijo:
—Mi esposa me pidió que no te lo dijera…
—¿Qué no me dijeras qué? —exigió Gao Ma ansiosamente, agarrando la mano a Gao Yang.
Gao Yang suspiró.
—Después de todo, era tu suegra, así que no estaría bien ocultártelo.
—Habla, primo. No me tengas en suspenso.
—¿Te acuerdas el día que vino mi esposa a visitarme? —dijo Gao Yang—. Fue entonces cuando me lo contó.
—¿Qué te dijo?
—Los hermanos Fang son unos malditos cabrones. ¡No merecen llamarse seres humanos!
La paciencia de Gao Ma se estaba acabando.
—Primo Gao Yang, es hora de sacar las alubias de la cesta. Me estás volviendo loco con tu forma de divagar.
Gao Yang volvió a suspirar.
—Muy bien, te lo cuento. El adjunto Yang tampoco es una buena persona. ¿Te acuerdas de su sobrino, Cao Wen? Pues bien, se cayó a un pozo y su familia decidió arreglar un matrimonio en el Inframundo.
—¿Un qué?
—¿Ni siquiera sabes lo que es un matrimonio en el Inframundo?
Gao Ma sacudió la cabeza.
—Es un lugar donde dos personas muertas se unen en matrimonio. Así que, después de que Cao Wen muriera, su familia enseguida pensó en Jinju.
Gao Ma se puso de pie de un salto.
—Déjame acabar, Primo —dijo Gao Yang—. La familia Cao quería que el fantasma de Jinju fuera la esposa de su hijo muerto, así que pidieron al adjunto Yang que actuara como casamentero.
Gao Ma apretó los dientes y maldijo:
—¡Qué les jodan a sus piojosos antepasados! ¡Jinju me pertenece!
—Eso es lo que me pone más furioso —dijo Gao Yang—. Todo el mundo de la aldea sabía que Jinju te pertenecía. Llevaba a tu hijo en su vientre. Pero los hermanos Fang aceptaron la propuesta del adjunto Yang y vendieron los restos de Jinju a la familia Cao por ochocientos yuan, que dividieron entre los dos. Entonces, los Cao enviaron a alguien para que abriera la tumba de Jinju y le entregaran sus restos.
Gao Ma, con el rostro del color del hierro, no emitió un solo sonido.
Gao Yang prosiguió:
—Mi esposa dijo que la ceremonia superó a cualquier boda normal que hubiera visto. Contrataron a músicos procedentes de alguna parte del Condado, que tocaron mientras los invitados disfrutaban de un gran banquete. Entonces, los restos de Jinju y Cao Wen se colocaron en un ataúd de color rojo intenso y los enterraron juntos. Los aldeanos que acudieron a observar los festejos maldijeron a la familia Cao, al adjunto Yang y los hermanos Fang. ¡Todo el mundo decía que aquello era un insulto al Cielo y un crimen contra la razón!
Gao Ma permaneció en absoluto silencio.
Gao Yang miró a Gao Ma.
—Primo —prosiguió rápidamente—, no te hace ningún bien dar vueltas a este asunto. Han cometido este crimen contra el Cielo, y el Anciano que está ahí arriba los castigará debidamente… Todo es culpa mía. Mi esposa me dijo que cerrara el pico, pero esta boca apestosa que tengo no es capaz de guardar un secreto.
Una sonrisa helada asomó por el rostro de Gao Ma.
—Primo —soltó Gao Yang temeroso—. No concibas ideas raras. Eres un veterano del ejército, así que no puedes creer en fantasmas ni en cosas parecidas.
—¿Qué pasó con Cuarta Tía? —preguntó Gao Ma en voz baja.
Gao Yang carraspeó unos segundos y, a continuación, dijo a regañadientes:
—El día en que los Cao fueron a por los restos de Jinju… se ahorcó.
Un grito de angustia salió de la garganta de Gao Ma, seguido por una bocanada de sangre.