Jinju enseñó a Gao Ma el funesto contrato de matrimonio. Había llegado a mediodía al hogar de Gao Ma, un mes después de su encuentro entre el índigo. Después de aquello, se veían casi todas las noches: primero en la zanja, luego en los campos, ocultándose en las tierras de cultivo plantadas de chalotes. Observaban cómo avanzaba la luna llena o la luna creciente, cubierta o no de nubes; las hojas estaban moteadas de insectos plateados que emitían todo tipo de sonidos y el rocío fresco humedecía la tierra seca bajo sus pies. Ella lloraba y él reía; él lloraba y ella reía. Las intensas pasiones del amor hacían que la joven pareja cada vez estuviera más demacrada, pero sus ojos resplandecían y centelleaban como cenizas ardientes.
Los padres de Jinju habían enviado un mensaje de protesta a Gao Ma: nunca ha existido la hostilidad ni el rencor entre nuestras familias y no tienes ningún derecho a interferir en nuestros matrimonios concertados.
Jinju atravesó la puerta como un torbellino y miró ansiosamente por encima de su hombro, como si alguien la estuviera siguiendo. Gao Ma la llevó hasta el kang, donde se sentó.
—No van a venir a buscarnos, ¿verdad? —preguntó con voz temblorosa.
—No —le aseguró Gao Ma, acercándole una taza de agua. Pero Jinju apenas humedeció los labios antes de dejar la taza de color ébano sobre la mesa.
—No te preocupes, nadie va a venir —le aseguró él—. Y, además, ¿qué ocurre si lo hacen? No tenemos nada de qué avergonzarnos.
—Lo he traído.
Jinju extrajo de su bolsillo un pedazo de papel rojo doblado y lo dejó caer sobre la mesa antes de derrumbarse sobre el kang, ocultando el rostro con sus manos y echándose a llorar.
Gao Ma frotó dulcemente su espalda tratando de que dejara de llorar pero, cuando vio que era inútil, desplegó la hoja de papel, que estaba escrita con caligrafía negra:
En el propicio décimo día del sexto mes del año mil novecientos ochenta y cinco, prometemos al nieto mayor de Lia Jiaqing, Lin Shengli, con Fang Jinju, hija de Fang Yunqiu; a la segunda hija de Cao Jinzhu, Cao Wenling, con el hijo mayor de Fang Yunqiu, Fang Yijun y a la segunda nieta de Liu Jiaqing, Liu Lanlan, con el hijo mayor de Cao Jinzhu, Cao Wen. Con este acuerdo, nuestras familias quedan unidas para siempre, aunque los ríos se desequen y los océanos se conviertan en desiertos. Quedan como testigos los tres protagonistas: Liu Jiaqing, Fang Yunqiu, Cao Jinzhu.
En el papel, junto a los nombres de los tres protagonistas, figuraban sus oscuras huellas dactilares.
Gao Ma volvió a doblar el contrato y lo guardó en el bolsillo, luego abrió un cajón y sacó un folleto.
—Jinju —dijo—, deja de llorar y escucha la Ley sobre Matrimonio. La sección 3 dice: «Están prohibidos los matrimonios concertados, los matrimonios mercenarios y todos los demás matrimonios que restrinjan la libertad individual». A continuación, en la sección 4 dice: «Los dos contrayentes del matrimonio deben dar su consentimiento. Ni ellos ni ninguna tercera parte pueden utilizar la coerción para obligar a que la otra parte celebre el matrimonio». Esa es la política nacional, que es más importante que este mugriento pedazo de papel. No tienes por qué preocuparte.
Jinju se incorporó y se secó los ojos con la manga.
—¿Qué se supone que debo decirle a mis padres?
—Muy fácil. No tienes más que decir: «Padre, Madre, no amo a Liu Shengli y no voy a casarme con él».
—Haces que parezca muy sencillo. ¿Por qué no se lo dices tu?
—No creas que no lo haré —respondió malhumorado—. Se lo diré esta misma noche. Y si a tu padre y a tu hermano no les gusta, lo arreglaremos como hombres.
Era una noche nublada, cálida y bochornosa. Gao Ma engulló un poco de arroz que había sobrado y se dirigió al banco de arena que había detrás de su casa, todavía sintiendo cierto vacío en su interior. El sol del atardecer, como una sandía dividida por la mitad, teñía de rojo las nubes dispersas que flotaban sobre el horizonte y las copas de las acacias y los sauces. Como no había ni un soplo de viento, el humo de la chimenea se elevaba formando ligeras columnas que luego se desintegraban y se mezclaban con los residuos de las columnas adyacentes. Las dudas iban en aumento: ¿debería ir a casa de Jinju?, ¿qué iba a decir cuando llegara? Los rostros sombríos y amenazadores de los hermanos Fang flotaban ante sus ojos, al igual que hacían los ojos de Jinju inundados de lágrimas. Finalmente, abandonó el banco de arena y se dirigió hacia el sur. La calle, que siempre se le hacía dolorosamente larga, de repente parecía haberse acortado como por arte de magia. Apenas había partido y ya se encontraba allí. ¿Por qué no podía ser más largo el camino, mucho más largo?
Cuando se detuvo frente a la puerta de Jinju, se sintió más vacío que nunca. Levantó varias veces la mano para llamar, pero enseguida la dejaba caer. Al anochecer, los periquitos proferían un sonido enloquecedor en el patio de Gao Zhileng, como si quisieran burlarse de Gao Ma. El potro castaño galopaba por la era, con una campanilla nueva atada alrededor del cuello que sonaba estruendosamente y provocaba el relinchar de los caballos que se encontraban en la lejanía; el potro corría como una flecha en vuelo, dejando tras de sí el rastro del repicar de la campanilla.
Gao Ma apretó los dientes hasta casi ver las estrellas y, a continuación, golpeó la puerta, que abrió Fang Yixiang, el impetuoso y ligeramente ridículo segundo hijo.
—¿Qué deseas? —preguntó sin disimular su desagrado.
Gao Ma sonrió.
—Sólo vengo a haceros una visita amistosa —contestó pasando junto a Fang Yixiang y dirigiéndose hacia el patio. La familia se encontraba cenando fuera, rodeada de una oscuridad que hacía imposible ver lo que había en la mesa. Gao Ma sintió que el valor empezaba a abandonarle.
—¿Todavía estáis cenando? —preguntó.
Cuarto Tío se limitó a resoplar.
—Sí —dijo impasible Cuarta Tía—. ¿Y tú?
Gao Ma respondió que ya había comido.
Cuarta Tía ordenó bruscamente a Jinju que encendiera la linterna.
—¿Para qué necesitamos la linterna? —preguntó Cuarto Tío con cierta desconsideración—. ¿Tienes miedo de mancharte la nariz con la comida?
Pero Jinju entró en la casa y encendió una linterna. Luego la llevó al patio y la colocó en el centro de la mesa, donde Gao Ma advirtió la presencia de una cesta de sauce llena de tortas y de un tazón de espesa pasta de alubias. El ajo estaba esparcido por todas partes.
—¿Estás seguro de que no quieres un poco? —preguntó Cuarta Tía.
—Acabo de comer —respondió Gao Ma dirigiendo su mirada hacia Jinju, que se sentaba con la cabeza agachada, sin comer ni beber.
Por otra parte, Fang Yijun y Fang Yixiang estaban rellenando las tortas de pasta de alubias y ajo, luego las enrollaban y se las metían en la boca con ambas manos hasta que se les hinchaban las mejillas. Mientras fumaba su pipa Cuarto Tío observaba a Gao Ma con el rabillo del ojo.
Cuarta Tía miraba a Jinju.
—¿Por qué no comes en lugar de estar ahí sentada como un trozo de madera? ¿Es que pretendes ser inmortal?
—No tengo hambre.
—Sé muy bien lo que está pasando por vuestras furtivas cabezas —dijo Cuarto Tío— y ya os podéis ir olvidando.
Jinju miró a Gao Ma antes de decir con tono brusco:
—¡No lo haré…! ¡No voy a casarme con Liu Shengli!
—¡No esperaba otra cosa de una puta como tú! —maldijo Cuarto Tío mientras lanzaba la pipa contra el suelo.
—¿Con quién te quieres casar? —le preguntó entonces Cuarta Tía.
—Con Gao Ma —respondió desafiante.
Gao Ma se puso de pie.
—Cuarto Tío, Cuarta Tía, la Ley sobre el Matrimonio estipula…
—¡Dadle una paliza a ese bastardo! —le cortó Cuarto Tío—. ¡No puede venir a nuestra casa y comportarse de esta manera!
Los dos hermanos soltaron la comida que tenían en las manos, cogieron los taburetes y se lanzaron a la carga.
—¡Emplear la violencia va contra la ley…! ¡Es ilegal! —protestó Gao Ma mientras trataba de esquivar los golpes.
—¡Nadie nos va a culpar si te golpeamos hasta la muerte! —replicó Fang Yijun.
—Gao Ma —dijo Jinju entre lágrimas—. ¡Sal de aquí!
Su cabeza sangraba a borbotones.
—Adelante, golpeadme si queréis. Ni siquiera os voy a denunciar. ¡Pero no podéis detenernos ni a Jinju ni a mí!
Desde su asiento al otro lado de la mesa, Cuarta Tía cogió un rodillo y lanzó a Jinju un golpe en la frente.
—¿Acaso la palabra «vergüenza» no significa nada para ti? Vas a matar a tu propia madre.
—¡Qué se jodan tus antepasados, Gao Ma! —gritó Cuarto Tío—. ¡Mataré a mi hija antes de dejar que se case contigo!
Gao Ma se limpió la sangre que tenía en las cejas.
—Puedes golpearme todo lo que quieras, Cuarto Tío —dijo—, pero si le pones un dedo encima a Jinju, te denunciaré a las autoridades.
Cuarto Tío cogió su pesada pipa de bronce y golpeó a Jinju con fuerza en la cabeza. Esta, emitiendo un débil quejido, se derrumbó en el suelo.
—¡Vamos, denúnciame por esto! —dijo Cuarto Tío.
Mientras Gao Ma se agachaba para ayudar a Jinju a levantarse, Fang Yixiang le golpeó con un taburete.
Cuando Gao Ma recobró el conocimiento, se encontraba tumbado en mitad de la calle, con una enorme figura mirando por encima de él. Era el potro castaño. Unas cuantas estrellas se asomaban tímidamente a través de las nubes. Los periquitos del patio de Gao Zhileng gritaban. Levantando un brazo lentamente, tocó el cuello satinado del potro, que le mordisqueaba el dorso de la mano mientras su campanilla repicaba ruidosamente.
Al día siguiente de recibir la paliza, Gao Ma acudió a la sede del gobierno municipal para hablar con el administrador adjunto, quien, borracho como una cuba, estaba sentado en un sofá andrajoso, sorbiendo té. En lugar de saludar a Gao Ma, le dirigió una mirada con cara de sueño.
—Adjunto Yang —dijo Gao Ma—, Fang Yunqiu está violando la Ley sobre Matrimonio obligando a su hija a casarse con Liu Shengli. Cuando ella protestó, le golpeó en la cabeza hasta hacerla sangrar.
El adjunto dejó el vaso sobre la mesa que se encontraba junto al sofá.
—¿Y eso a ti qué te importa? —preguntó sarcásticamente.
—Es la mujer con la que me quiero casar —dijo Gao Ma después de dudar por un instante.
—Por lo que he oído, es la mujer con la que se va a casar Liu Shengli.
—En contra de su voluntad.
—Eso no es asunto tuyo. Tomaré cartas en el asunto cuando ella venga a verme, pero no antes.
—Su padre no dejará que salga de casa.
—¡Vete, vete, vete! —El diputado le echó como si estuviera espantando a una mosca—. Tengo cosas mejores que hacer que discutir contigo.
Antes de que Gao Ma pudiera protestar, un hombre encorvado de mediana edad entró en la sala. Su complexión pálida contrastaba enormemente con sus labios encarnados; parecía que se encontrara a las puertas de la muerte. Gao Ma se echó a un lado y observó cómo cogía una botella de licor y un poco de pescado en lata de una bolsa negra que trataba de imitar al cuero y lo colocó todo sobre la mesa.
—Octavo Tío —dijo—, ¿qué es eso que he oído acerca de un incidente que se produjo en la familia Fang?
Sin dignarse a responder al comentario de su sobrino, el diputado se levantó del sofá y tocó la cabeza de Gao Ma.
—¿Qué te ha ocurrido? —preguntó divertido.
La piel que rodeaba la herida estaba tirante y los dolores agudos casi hicieron gritar a Gao Ma. Notaba cómo le pitaban los oídos. Con voz débil y aguda, dijo:
—Me caí… y me golpeé la cabeza.
—¿Porque alguien te golpeó? —el diputado preguntó con una sonrisa de complicidad.
—No.
—Los hermanos Fang son un par de mierdas inútiles —prosiguió el diputado, dejando de sonreír. Y luego añadió maliciosamente—: ¡Si hubiera sido yo, te habría roto tus malditas piernas y habrías tenido que volver a casa arrastrándote!
El diputado roció a Gao Ma de saliva, que se limpió con la manga mientras el hombre abrió la puerta para echarle y la cerró a su espalda con un fuerte golpe. Gao Ma saltaba torpemente sobre los escalones de cemento, tratando de no perder el equilibrio. Se sentía tan mareado que tuvo que apoyarse contra la pared para evitar que todo le diera vueltas. Cuando por fin el mareo remitió un poco, miró hacia la puerta verde y comenzó a recuperar lentamente la consciencia. Algo caliente y húmedo se introdujo en sus cavidades nasales, descendiendo luego por el rostro. Trató de contenerlo, pero no pudo; sea lo que fuera lo que saliera de su nariz y entrara en su boca, tenía un sabor salado y apestoso, y cuando bajó la cabeza, observó el líquido rojo brillante que goteaba sobre los pálidos escalones de cemento.