A la noche siguiente Gao Ma se escondió detrás de un montón de paja que se acumulaba en el borde de la era de Jinju, esperando ansiosamente. La noche era de nuevo estrellada y una fina luna creciente daba la sensación de estar suspendida en el cielo, desde la punta de un elevado árbol, con sus rayos luminosos debilitados por el firmamento envolvente. Un potro castaño galopaba por el borde de la era, que estaba limitada al sur por una amplia zanja cuya pendiente se encontraba repleta de arbustos de color índigo. De vez en cuando, el potro galopaba hacia el interior de la zanja y ascendía por el otro lado y, cuando atravesaba los arbustos, los hacía crujir. Las lámparas estaban encendidas en la casa de Jinju, donde su padre —Cuarto tío Fang— se encontraba en el patio, gritando y siendo constantemente interrumpido por Cuarta Tía, la madre de Jinju. Gao Ma se esforzó por escuchar su conversación, pero se encontraba demasiado lejos. Un puñado de periquitos —que superaba sobradamente el centenar— emitía un estruendo ensordecedor en el hogar de Gao Zhileng, el vecino de los Fang. Aquel ruido ponía los nervios de punta a todos. Gao Zhileng criaba periquitos para ganar dinero, cosa que hacía en gran cantidad; era la única familia de la aldea que no tenía que recurrir al ajo para poder vivir.
Los agudos chillidos de los periquitos taladraban los oídos, mientras el potro castaño, sacudiendo la cola con rapidez, se paseaba por la zona, introduciendo sus brillantes ojos en todos los agujeros que había en la neblinosa oscuridad. Comenzó a mordisquear una pila de paja, aparentemente sólo a medias, pero bastante como para enviar con el viento el olor un poco enmohecido del mijo hacia donde se encontraba Gao Ma, que se agazapaba alrededor de la pila para estar más cerca de la puerta enrejada de Jinju, a través de la cual se filtraba la luz. No podría saber qué hora era, ya que su reloj no tenía la pantalla iluminada. Alrededor de las nueve, supuso. Justo entonces, el reloj de la casa de Gao Zhileng comenzó a dar las horas y Gao Ma se alejó unos pasos de los gritos de los periquitos para poder contar las campanadas. Las nueve en punto. Había acertado. Sus pensamientos regresaron a lo que había sucedido la noche anterior y a la película Le Rouge et le Noir, que había visto cuando estaba en el ejército: Julien le coge la mano a Madame de Renal mientras cuenta las campanadas del reloj de la iglesia.
Gao Ma había apretado la mano de Jinju y ella le había apretado la suya. No se las soltaron hasta que Zhang Kou acabó su balada y lo hicieron muy a su pesar. En la confusión que se produjo mientras todos se levantaban y se marchaban, él susurró:
—Mañana por la noche te esperaré junto al montón de paja. Tenemos que hablar.
Él no la miró, ni siquiera sabía si ella le había escuchado. Pero al día siguiente trabajó con la mente tan distraída que constantemente arrancaba los brotes y dejaba las malas hierbas. El sol de la tarde todavía se elevaba sobre el cielo cuando se fue a casa, donde se recortó la barba, se explotó un par de espinillas que tenía en la nariz, se quitó con las tijeras un poco de mugre entre los dientes y se lavó la cabeza sin pelo y el cuello con jabón de baño. Después de comer algo rápidamente, sacó un cepillo de dientes apenas usado y la pasta dentífrica y obsequió a sus dientes con un buen cepillado.
Los gritos de los periquitos le hicieron perder los nervios y cada vez que se acercaba resueltamente a la puerta, daba media vuelta y regresaba a su escondite. Entonces, la puerta crujió e hizo que su corazón diera un vuelco. Metió la mano en la pila de paja hasta el codo sin sentir nada en absoluto. De repente, el potro castaño se encolerizó y empezó a galopar, emitiendo un ruido sordo con los cascos mientras embarraba la paja en su carrera.
—¿Dónde crees que vas a estas horas? —gritó Cuarta Tía.
—No es tarde. Apenas acaba de anochecer. —El simple hecho de oír la voz de Jinju le hizo sentir un poco culpable.
—Te he preguntado a dónde vas —repitió Cuarta Tía.
—Voy junto al río a refrescarme —respondió Jinju con determinación.
—No tardes.
—No te preocupes, no me voy a escapar.
Jinju, Jinju, protestó suavemente Gao Ma, ¿cómo lo puedes soportar?
El cerrojo sonó ruidosamente cuando la puerta se cerró. Desde el lugar privilegiado que ocupaba junto a la paja, Gao Ma observó con anhelo cómo la borrosa silueta de la joven se dirigía hacia el norte, en dirección al río, en lugar de acercarse hacia él. Hizo un esfuerzo por contener el instinto de correr tras ella, pensando que aquello era una farsa para engañar a su madre.
Jinju… Jinju… Enterró su rostro en la paja, sus ojos se humedecían. Mientras tanto, el potro galopaba de acá para allá detrás de él, y los periquitos seguían gritando con fuerza. Hacia el sur, en el apestoso embalse plagado de maleza, las ranas se croaban unas a otras, emitiendo un sonido que resultaba desagradable para el oído.
Todo esto hizo que Gao Ma recordara aquella noche hacía tres años en la que él y la concubina del comandante de su regimiento se habían escapado juntos: cómo aquella mujer de nariz respingona y rostro pecoso se había arrojado a sus brazos, cómo la había cogido por el talle y había olido su intenso olor corporal. Como si se aferrara a un tronco de madera, la había abrazado aunque no la amaba. Eres despreciable, se regañó a sí mismo, fingir que estás enamorado para mejorar tu situación con su patrón. Sin embargo, al final se hizo justicia y tuve que pagar un precio muy alto por mi hipocresía.
Pero el caso es muy diferente con Jinju. Me muero por ella, por mi Jinju.
Ella caminó envuelta entre la sombra de la pared, esquivando la luz de las estrellas que iluminaba la era, y se acercó hacia él. El corazón de Gao Ma latía ferozmente y comenzó a temblar mientras le castañeteaban los dientes.
Jinju anduvo alrededor del montón de paja y se detuvo a unos metros de él.
—¿De qué querías hablarme, Hermano Mayor Gao Ma? —su voz se estremecía.
—Jinju… —Tenía los labios tan rígidos que apenas podía emitir palabra. Oyó cómo latía su propio corazón y una voz que se estremecía como la de una mujer. Luego tosió, aunque la tos sonó bastante forzada y artificial.
—No… Por favor, no hagas ningún ruido —suplicó ella ansiosamente mientras retrocedía unos cuantos pasos.
El potro, sintiéndose travieso, frotó la ijada contra el montón de paja, incluso extrajo un poco con sus labios y la extendió por el suelo delante de ellos.
—Aquí no —repuso Gao Ma—. Bajemos a la zanja.
—No puedo… Si tienes algo que decirme, date prisa y dilo.
—Ya te he dicho que aquí no.
Gao Ma descendió al borde de la era, encaminándose hacia la zanja. Jinju siguió sin moverse. Pero cuando él se giró para ir a por ella, esta comenzó a caminar tímidamente hacia él. Gao Ma se abrió camino por entre los arbustos índigos y esperó a que Jinju llegara al fondo de la zanja y, cuando la joven alcanzó la suave pendiente lateral, la cogió de la mano y tiró de ella hacia él.
Jinju trató de retirar su pequeña mano, pero Gao Ma la envolvió firmemente entre las suyas y la apretó.
—Te amo, Jinju —soltó—. ¡Cásate conmigo!
—Hermano Mayor Gao Ma —contestó dulcemente—, sabes que estoy prometida para que mi hermano se pueda casar.
—Lo sé, pero también sé que eso no es lo que deseas.
Ella se soltó con la mano que le quedaba libre.
—Sí que lo es.
—No, sé que no. Liu Shengli es un hombre de cuarenta años y tiene infectada la tráquea. Está demasiado enfermo como para poder cargar agua. ¿Me estás diciendo que te quieres casar con una carne de ataúd como esa?
Jinju respondió con un quejido y el sonido permaneció suspendido en el aire durante un instante.
—¿Qué puedo hacer? —gimió—. Mi hermano ya ha cumplido los treinta… Está tullido… Cao Wenling sólo tiene diecisiete años y es más hermosa que yo…
—Tú no eres tu hermano y no tienes obligación de ir a la tumba por él.
—Hermano Mayor Gao Ma, así es el destino. Debes encontrar una buena mujer… Yo… La próxima vida…
Sujetándose el rostro entre las manos, Jinju se giró y se dirigió hacia los arbustos de índigo. Pero Gao Ma la sujetó, haciendo que tropezara y cayera en sus brazos.
Él la abrazó con tanta fuerza que podía sentir el calor de su blando vientre, pero cuando trató de encontrar su boca con la suya, ella se cubrió el rostro con las manos. Impávido, Gao Ma comenzó a mordisquear el lóbulo de su oreja mientras las finas hileras de cabello rozaban su rostro. Su emoción dio paso a unas cenizas que ardían en lo más profundo de su corazón. Ella comenzó a retorcerse, como si le atormentara un intenso picor. De repente, dejando caer las manos, pasó los brazos alrededor de su cuello.
—Hermano Mayor Gao Ma, por favor, no me mordisquees la oreja —suplicó entre lágrimas—. No puedo soportarlo…
Gao Ma volvió a llevar su boca a la de Jinju y comenzó a lamer su lengua. Ella gimió, mientras las lágrimas ardientes resbalaban por sus ojos y humedecían sus rostros. Un torrente de aire caliente emanó del estómago de Jinju, dejando en Gao Ma el sabor del ajo y de la hierba fresca.
Sus manos se movieron bruscamente por el cuerpo de la joven.
—Hermano Mayor Gao Ma, debes ser más delicado. Me estás haciendo daño.
Se sentaron abrazados en la pendiente de la zanja, con las manos corriendo libremente por los cuerpos. A través de las hendiduras que había entre las espesas ramas de índigo podían ver la luz dorada del firmamento en el intenso azul del cielo. La luna creciente se estaba hundiendo. Un satélite orbitaba a través de la Vía Láctea y el aire estaba inundado del aroma característico del índigo.
—¿Qué es lo que amas de mí? —preguntó Jinju, mirándole a los ojos.
—Todo.
La temperatura de la noche se iba refrescando mientras hablaban en tono susurrante.
—Pero sabes que estoy comprometida —dijo Jinju con un escalofrío—. Lo que estamos haciendo está mal, ¿verdad?
—No, en absoluto. Estamos enamorados.
—Pero yo estoy prometida.
—Tienes que registrarte para estar legalmente casada.
—¿Eso significa que podemos estar juntos?
—Sí. No tienes más que decirle a tu padre que no estás de acuerdo con el matrimonio.
—No —protestó, chasqueando la lengua—. Me matarían… Siempre he sido una carga para ellos.
—¿Quieres decir que prefieres casarte con un moribundo?
—Eso me temo. —Se echó a llorar—. Mi madre dice que se envenenará si no lo hago.
—Es una táctica para asustarte.
—No sabes cómo es.
—Sé que sólo intenta asustarte.
—¿No sería maravilloso que tuvieras una hermana pequeña? Así ella se podría casar con mi hermano y yo podría ser tu esposa.
Gao Ma suspiró y acarició el frío hombro de Jinju. Estaba a punto de echarse a llorar.
—Hermano Mayor Gao Ma, podemos ser amantes secretos. Entonces, cuando él muera, nos casaremos.
—¡No! —explotó Gao Ma. Después la besó y pudo sentir el calor en su vientre. Un hocico peludo rozó sus cabezas, mientras el sonido de la respiración áspera y el aroma de la hierba fresca rodearon sus cuellos. Casi se mueren del susto, hasta que descubrieron aliviados que se trataba del potro, que estaba cometiendo una de sus travesuras.