IV

—He infringido la ley. ¿Cómo puedo compensarte? —dijo Gao Yang. Su esposa suspiró.

—No estabas solo. Hasta Cuarta Tía Fang, a sus años, ha sido detenida. Comparados con ella, nosotros estamos en forma.

El bebé empezó a llorar, así que le introdujo un pezón en la boca. Gao Yang se agachó para estudiar el rostro de su hijo, que tenía los ojos cerrados, y le quitó una escama de piel de la cara.

—Está creciendo mucho —dijo—. De tanto crecer, se está saliendo de la piel.

El bebé dio una patada al pecho con su pie de seis dedos. Ella lo apartó.

—Tienes que ponerle un nombre —dijo.

—Le llamaremos Shoufa: Cumplidor de la Ley —dijo después de hacer una pausa para pensar—. No tengo esperanzas de que se convierta en un importante oficial, así que me sentiré feliz si es un campesino que se atiene a las leyes.

Xinghua palpó el brazo de su padre, desde su hombro hasta las esposas.

—¿Qué es esto, papá?

Gao Yang se puso de pie.

—Nada.

El bebé se durmió en el pecho de su madre así que, cuando esta se puso de pie, retiró suavemente el pezón, después dejó al niño sobre la mesa y abrió precipitadamente su fardo, de donde sacó un par de sandalias de plástico (nuevas), una camisa de trabajo azul (también nueva) y un par de pantalones negros de gabardina (completamente nuevos).

—Ponte esto —dijo ella—. Me quedé terriblemente preocupada cuando te sacaron a rastras y medio desnudo. Quería haberte traído algo de ropa, pero hasta hace un par de días no sabía dónde estabas. Pasé la última noche fuera. Entonces, esta mañana, una mujer muy amable me abrió todas las puertas necesarias para llegar hasta ti.

—¿Has venido andando? —le preguntó Gao Yang.

—Después de caminar durante un par de kilómetros alguien pasó a nuestro lado. Adivina quién era. ¿Te acuerdas de aquel hombrecillo que conocimos en la clínica la noche que tuve el bebé? Se dirigía a la ciudad con algo de amoniaco, así que nos llevó.

—¿Quién ha comprado esta ropa nueva? ¿De dónde ha salido el dinero?

—He vendido el ajo. No te preocupes por nosotros. Hemos incumplido la ley y recibiremos nuestro castigo, sea el que sea. Podré arreglármelas en casa, y Xinghua cuidará al bebé por mí. Los vecinos nos han ayudado tanto que me siento avergonzada.

—¿Qué ocurre con Gao Ma? ¿Qué ocurrió después de que trepara el muro y saliera corriendo?

—Te lo contaré, pero no digas una palabra de esto a Cuarta Tía. Jinju ha muerto.

—¿Cómo murió?

—Se ahorcó. Las piernas de la pobre muchacha estaban empapadas de sangre. Ya era casi la hora del parto, pero el bebé nunca llegó a ver la luz del día.

—¿Lo sabe Gao Ma?

—Le detuvieron cuando estaba con los preparativos del funeral.

—Se ha perdido una buena mujer —se lamentó Gao Yang—. Llevó un melón a Cuarta Tía la tarde en la que nos detuvieron.

—No hablemos de los demás, he traído algo de comer —dijo vaciando sobre la mesa el contenido de una bolsa de plástico: unos huevos cocidos teñidos de rojo.

Gao Yang colocó un par de ellos en las manos de Xinghua.

—Cómetelos, papá, son para ti —le dijo su hija.

Su esposa peló uno para él y Gao Yang se lo metió entero en la boca, pero antes de tragárselo, notó que las lágrimas resbalaban por su rostro.