III

—¿Fuiste tú el que encabezó la multitud que demolió la oficina del administrador del Condado?

—Señor carcelero, no sabía que fuera su oficina… Me detuve en cuanto lo descubrí —dijo de rodillas.

—¡Siéntate como Dios manda! —ordenó el policía bruscamente—. ¿Quieres decir que si hubiera sido la oficina de otra persona habría estado bien destrozarla?

—Señor carcelero, no sabía lo que hacía. Me dejé llevar por la muchedumbre… Toda mi vida he sido un ciudadano modelo. Nunca he hecho nada malo.

—Supongo que si no fueras un ciudadano tan modelo habrías prendido fuego a la Sede Central del Estado —dijo el policía irónicamente.

—Yo no inicié el incendio. Lo hizo Cuarta Tía.

Una mujer policía entregó una hoja de papel al policía que estaba en el centro, que la leyó en voz alta.

—¿Es esta una declaración precisa de lo que has dicho, Gao Yang? —preguntó—. Sí.

—Ven aquí y fírmala.

Uno de los policías le llevó a rastras hasta el escritorio, donde la mujer policía le entregó un bolígrafo. Su mano temblaba mientras lo sujetaba entre los dedos.

—¿«Yang» lleva dos trazos o tres?

—Tres —le dijo el policía.

—Lleváoslo de nuevo a la celda.

—Señor carcelero —Gao Yang se puso de rodillas de nuevo y suplicó—, tengo miedo de volver allí…

—¿Por qué?

—Porque están confabulados contra mí. Por favor, señor carcelero, póngame en otra celda.

—Que duerma con el preso condenado —dijo el policía que estaba en el centro a sus compañeros.

—¿Quieres compartir lecho con un hombre condenado, Número Nueve?

—Lo que sea. Lo único que quiero es no volver con ellos.

—Muy bien, pero asegúrate de que no trata de suicidarse. Esa será tu tarea, por la cual recibirás un bollo extra en cada comida.