IV

—Es mejor ser un asesor militar que un repartidor de la propiedad —dijo Gao Jinjiao, el jefe de la aldea—. ¿Por qué yo? «Los oficiales que no solucionan los problemas del pueblo deberían quedarse en casa a plantar boniatos». Muy bien, oigamos lo que cada uno de vosotros tiene que decir y limitémoslo al presente.

—Director —dijo Número Uno—, queremos que dividas las propiedades.

Así pues, Gao Jinjiao comenzó.

—Tenéis una casa de cuatro habitaciones. Una para cada hermano y dos para Cuarta Tía. Cuando ella muera, y no es mi intención hacerle sentir mal, Cuarta Tía, pero la verdad no siempre es agradable, cada uno de vosotros recibirá una de sus habitaciones. Una es más grande que la otra y la pequeña incluye la puerta de entrada y el arco que se extiende por encima de ella. Los utensilios de cocina se dividirán en tres partes; más tarde, haréis lotes para ver quién se queda con cada parte. Los daños ocasionados a Cuarto Tío y a la vaca ascienden a tres mil seiscientos yuan, que al dividirlos da un resultado de mil doscientos para cada uno. Hay mil trescientos yuan en el banco, así que cada hijo percibe cuatrocientos y Cuarta Tía percibe quinientos. Cuando Gao Ma entregue los diez mil yuan, la mitad irá a parar a Cuarta Tía y la otra mitad se dividirá en partes iguales entre los dos hermanos. Cuando Jinju se case, Cuarta Tía se hará responsable de la dote. Vosotros, chicos, podéis echarle una mano, pero nadie está obligado a hacerlo. Vuestros almacenes de grano se dividirá en tres partes y media, siendo Jinju la que reciba esa media. Cuando Cuarta Tía llegue a una edad en la que no pueda cuidar de sí misma tendréis que hacer turnos para ocuparos de ella, os alternáis cada mes o cada año, como queráis. Eso es todo. ¿Me he olvidado de algo?

—¿Qué pasa con el ajo? —preguntó Hermano Mayor.

—Divididlo también en tres partes —respondió Gao Jinjiao—. Pero no sé si Cuarta Tía, con la edad que tiene, podrá ir al mercado y vender su parte. Número Uno, ¿por qué no añades su cuota a la tuya y la vendes en el mismo mercado, dividiendo luego los beneficios?

—Director, esta pierna mía…

—Muy bien, entonces, ¿lo harás tú, Número Dos?

—Si él no lo hace, ¡ni pensarlo!

—Estamos hablando de vuestra madre, no de una completa desconocida.

—No necesito su ayuda. ¡Lo venderé yo misma! —proclamó Cuarta Tía.

—Eso lo soluciona todo —dijo Número Dos.

—¿Alguna cosa más? —preguntó Gao Jinjiao.

—Recuerdo que tenía una chaqueta nueva —dijo Número Uno.

—No se te pasa nada por alto, ¿verdad, pequeño bastardo? —espetó Cuarta Tía a su hijo—. Esa chaqueta es para mí.

—Recuerda lo que dice el refrán —protestó Número Uno—: Con la chaqueta del padre y las ataduras de la madre, la siguiente generación encuentra riqueza. ¿Para qué quieres conservar su chaqueta?

—Como estamos dividiendo las cosas, hagámoslo bien —comentó Número Dos.

—La mayoría manda —declaró Gao Jinjiao—. Será mejor que la saques, Cuarta Tía.

Ella abrió un viejo y desvencijado cajón y sacó la chaqueta.

—Hermano —dijo Número Uno—, ahora que hemos dividido todas las propiedades de la familia, mi soltería queda establecida para siempre. Como para ti resulta sencillo encontrar una esposa, entiendo que debería quedarme con la chaqueta.

—Querido hermano —replicó Número Dos—, puedo comer mierda, pero eso no significa que me guste su sabor. Como estamos dividiendo las propiedades de la familia, tenemos que ser justos. Nadie debería salir mejor parado que los demás.

—Una sola chaqueta y los dos la queréis —comentó Gao Jinjiao—. ¿Se os ocurre alguna idea? No sé qué hacer, salvo cortarla en dos partes iguales.

—Entonces, la única solución es dividirla en dos mitades —concluyó Número Dos.

Recogiendo la chaqueta, la extendió sobre un tocón de madera, entró a por la cuchilla y rajó la chaqueta por la mitad; Cuarta Tía le miró fijamente y los ojos se le llenaron de lágrimas. Después, apretando los dientes con el fuego de la determinación grabado en sus ojos, el hermano menor cogió las dos mitades y arrojó una a su hermano.

—Una mitad para ti y otra para mí —dijo—. Ahora estamos iguales.

Jinju, desdeñosa, cogió un par de zapatos raídos.

—Eran de nuestro padre. ¡Uno para ti y otro para ti!

Y arrojó un zapato a cada uno de sus hermanos.