II

Al amanecer, un carricoche tirado por dos caballos entró en el callejón y se detuvo delante de la era. Cuarta Tía salió corriendo, gritando por su marido. Se había congregado una gran multitud, incluyendo al jefe de la aldea, Gao Jinjiao. Hermano Mayor y Segundo Hermano se quedaron impasibles junto al carricoche.

—Vuestro padre, ¿dónde está vuestro padre? —preguntó Cuarta Tía, con las manos extendidas de forma inquisidora.

Hermano Mayor se agachó y se sujetó la cabeza entre las manos mientras lloraba suavemente.

—Padre… Mi querido padre…

Su hermano menor, con los ojos secos, levantó la sábana de plástico que cubría el lecho del carricoche para mostrar el cadáver rígido de Cuarto Tío. Tenía la boca abierta, la mirada fija y las mejillas salpicadas de barro.

—¡Esposo, mi esposo, qué manera más cruel de morir! Deja que toque tu rostro, tus manos. Tu semblante está frío como el hielo, al igual que tus extremidades. ¡La noche pasada estabas lleno de vida y esta mañana no eres más que un frío cadáver!

Cuarta Tía acarició la cabeza rapada de Cuarto Tío, luego sus orejas. A través de los jirones de su fina chaqueta pudo contemplar su abdomen oscuro y hundido. Las rasgadas perneras de los pantalones dejaban ver un amasijo viscoso de piel y carne.

—Esposo, todo el mundo sabe que sacar adelante una granja es un trabajo muy duro. Un golpe en la pierna no debería bastar para acabar contigo. —Cuarta Tía tanteó su calva en busca de heridas, y encontró una abolladura del tamaño de un huevo en el centro de la cabeza. Aquí está, el punto donde te partieron el cráneo y clavaron astillas de hueso en tu cerebro: así es como te han matado.

Dos de los aldeanos se llevaron a Cuarta Tía a rastras, con los dientes apretados y sin apenas poder respirar. Temerosos de que estuviera a punto de seguir los pasos de su esposo, un par de vecinos la obligaron a abrir la boca con un palillo; los gritos lastimeros y patéticos de Jinju sonaban de fondo.

—¡Tranquilo, no tan fuerte! No le saques los dientes —advirtió el hombre que le sujetaba la cabeza al que agarraba el palillo.

Una vez que hubo separado los labios, una bocanada de agua fría hizo que recuperara los sentidos.

La vaca muerta permanecía tumbada de costado en el segundo carricoche, con sus rígidas pezuñas asomando por encima de él como si fueran cañones. Dentro de su vientre, un ternero nonato se retorcía y agitaba.

A un arrebato de llanto le seguía otro de lamentos. Cuando todos levantaron la mirada, vieron que el sol se encontraba en lo más alto del cielo.

—Fang Yijun —dijo Gao Jinjiao, el jefe de la aldea—, tu padre ha muerto y, aunque derrames todas las lágrimas del mundo, eso no le va a devolver la vida. Con este calor, no va a tardar en empezar a oler, así que debes vestirle con la ropa más elegante que encuentres. Luego alquila un coche y llévalo al crematorio del Condado. En cuanto a la vaca, quítale la piel y vende la carne. Mañana es día de mercado y el precio de la ternera se ha puesto por las nubes. El dinero que consigas por el pellejo y por la carne será más que suficiente para cubrir los gastos del funeral.

—Tío —dijo Fang Yijun al jefe de la aldea—, ¿acaso esperas que aceptemos la muerte de nuestro padre sin rechistar? Gao Yang dice que estaba aparcado a un lado de la carretera y que el coche se abalanzó sobre ellos.

—¡Oh! —comentó Gao Jinjiao—. ¿Es así como sucedió? Entonces, el conductor debería ir a la cárcel y el propietario debería pagar una indemnización. ¿Qué coche era?

—Pertenecía al gobierno municipal. El secretario del partido Wang Jiaxiu estaba dentro del coche cuando sucedió todo —dijo Gao Yang.

Gao Jinjiao se quedó blanco.

—Gao Yang —dijo gravemente—, quiero oír la verdad. ¿Estás seguro?

—Esa es la verdad, tío. El coche tenía roto el radiador y se averió unos segundos después. Estaba sujetando a Cuarto Tío entre mis brazos y llorando cuando el secretario Wang y su chófer vinieron corriendo. El Pequeño Zhang temblaba como una hoja y apestaba a alcohol. «No tienes nada que temer mientras yo esté aquí, Pequeño Zhang», le tranquilizó el secretario Wang. Después, preguntó de qué aldea era yo y cuando se lo dije, lanzó un suspiro de alivio y dijo: «Pequeño Zhang, no hay nada que temer. Son campesinos de nuestro municipio. Es un asunto sencillo. Un poco de dinero para la familia será suficiente para que se solucione todo».

—¡Ya basta de decir tonterías, Gao Yang! —dijo Gao Jinjiao—. ¿Cuál era el número de la matrícula?

—Era un coche negro, sin matrícula. El único momento en el que se atreven a conducirlo es por la noche —comentó enfadado Gao Zhileng, el vecino que criaba periquitos—. El chófer es primo de la esposa del secretario Wang. Antes conducía un tractor y no tiene carné de conducir.

—¡Gao Zhileng! —gritó Gao Jinjiao.

—¿Qué? —preguntó Gao Zhileng—. Quieres que tenga la boca cerrada, ¿no es eso? ¡Muy bien, tú puedes tener miedo de él, pero yo no! ¡Mi tío es director adjunto del Departamento de Organización del Comité Municipal y nuestro Wang Jiaxiu no le llega a la altura de los zapatos!

—Muy bien, haz lo que quieras —dijo Gao Jinjiao—. Siempre y cuando se incinere el cuerpo y se pague al comité de la aldea una tarifa administrativa de diez yuan por la venta de la vaca.

—Si vosotros, hermanos Fang, no fuerais tan inútiles, llevaríais a vuestro padre hasta el recinto municipal y apretaríais las clavijas a Wang Jiaxiu —dijo Gao Zhileng.

Hermano Mayor se puso de pie titubeando, pero los ojos de su hermano relucían.

—¡Vamos, hermano! —dijo resueltamente—. Jinju, vigila la casa. Madre, ven con nosotros.

* * *

Los muchachos sacaron en volandas el cuerpo de su padre del carricoche y lo depositaron boca abajo en el suelo como si fuera un perro muerto.

—Espera un momento, Número Dos —dije—. Primero viste a tu padre. En casa hay una chaqueta forrada nueva. Si va a ver a un oficial, debe tener buen aspecto.

—¡Qué le jodan al buen aspecto! —dijo el Número Dos—. Pero si está muerto.

Después cogió una puerta y colocó a su padre sobre ella, todavía boca abajo.

—Ponle boca arriba, Número Dos —dije.

Mi hijo dio la vuelta a mi marido, dejando que mirara sin ver nada al cielo. El bueno del viejo Gao Zhileng fue a casa a coger un par de cuerdas para atar el cuerpo. Después los chicos llevaron a su padre al recinto municipal, el mayor de ellos cojeando por delante y el más joven detrás, llevándome a mí a su espalda. Los aldeanos se congregaron a mi alrededor y hasta ese cabrón de Gao Ma apareció. Pero, por mucho que los demás hablen mal de él, sigue siendo nuestro yerno. Bueno, apareció por allí y le quitó el palo de las manos a mi hijo mayor. Como Gao Ma y mi segundo hijo son de la misma altura, la puerta se niveló y la cabeza del anciano dejó de ir de un lado a otro.

Pero cuando llegamos al recinto, el portero trató de impedirnos la entrada, así que Gao Ma le llevó a un lado. El complejo municipal estaba desierto, salvo por un enorme perro que ladraba y permanecía agachado junto a la puerta de la cocina. El coche que había asesinado a mi marido se encontraba allí aparcado. El techo estaba cubierto casi por completo de una carretada de ajo verde y el capó aparecía manchado de sangre.

Los tres esperamos en el recinto junto al cuerpo de mi marido. Esperamos y esperamos hasta el mediodía, pero nadie vino a preguntarnos qué era lo que queríamos. Las moscas revoloteaban por encima del rostro de mi marido, tratando de penetrar en las cuencas de los ojos, en la boca, en los orificios nasales y en las orejas para depositar las larvas en su interior. ¿Qué es una larva? Ya sabes, gusanos. No tardaron mucho en empezar a revolotear por allí. Estaban por todas partes. Cuando una bandada de moscas se iba, otra ocupaba su lugar. Después, se alejaban volando. Traté de cubrir el rostro del anciano con una hoja de periódico, pero las moscas seguían encontrando la forma de llegar hasta él. Los aldeanos de todas partes vinieron a curiosear —de la Aldea del Este, del Caserío del Oeste, de la Villa del Norte y de la Ciudad del Sur—, todo el mundo salvo los oficiales, que eran los que deberían estar allí.

Mi hijo menor se dirigió al café local y compró unos cuantos buñuelos, los trajo envueltos en un periódico, y trató de hacerme comer. Pero me resultó imposible, no mientras mi marido yaciera cadáver delante de mí. Llevaba allí toda la mañana y estaba empezando a oler. Mi hijo mayor tampoco podía comer. De hecho, su hermano era el único que tenía apetito. Sacó un puñado de ajo del coche y permaneció allí con el ajo en una mano y los buñuelos en la otra, dando un bocado a lo que tenía en la mano izquierda, luego a lo que tenía en la derecha, una y otra vez. Tenía los ojos abiertos de par en par y las mejillas hinchadas y estaba segura de que, en lo más profundo de su interior, se sentía muy desdichado.

Por fin, nuestra espera dio sus frutos. Apareció un oficial, aunque por entonces el sol estaba ya rojo. Se trataba del adjunto Yang, un pariente lejano que nos repudió por permitir que nuestra hija se fuera con Gao Ma. Pero al menos no se trataba de un extraño. De hecho, mi hijo mayor le llama Octavo Tío y el menor le ayuda en los quehaceres domésticos, como ayudarle a construir su casa, levantar paredes, extender el abono, cosas así. Se podría decir que era su mano derecha.

El diputado se montó en la bicicleta y se dirigió hacia la puerta. Al fin, pensé. ¡Después de esperar a que salieran las estrellas y la luna, nuestro salvador que está en los cielos había llegado! Mis hijos se dirigieron a saludarle, conmigo pegada a sus talones. Pero ¿cómo se supone que debería llamarle? «Octavo Tío» parece lo más apropiado, pensé.

—Octavo Tío, necesitamos tu ayuda. Me arrodillo ante ti y te suplico. Como dice el refrán, arrodillarse es la forma más solemne de mostrar respeto.

El adjunto Yang no consintió que me postrara ante él y rápidamente me ayudó a levantarme. Hasta unos minutos después, no me di cuenta de que todo aquello sólo lo hacía para impresionar. Incluso sacó un pañuelo y me secó los ojos. Luego levantó la hoja de periódico y se quedó mirando el rostro de mi esposo. Las moscas, que salieron emitiendo un zumbido, hicieron que retrocediera asustado.

—Cuarta Tía —me dijo—, no puedes dejarlo aquí. Eso no solucionaría nada.

Mi segundo hijo dijo:

—Como el secretario Wang ha matado a mi padre, lo menos que podría hacer es dejarse ver y admitirlo. Mi padre puede que haya sido un hombre pobre, procedente de un estrato social humilde, pero era un ser vivo. ¡Si huyes como un perro, al menos ofrece tus disculpas a su propietario!

Entornando los ojos, el adjunto Yang dijo:

—Número Dos, cuando tu hermana se fugó con otro hombre y rompió el contrato de matrimonio, mi pobre sobrino sufrió una terrible conmoción. Ahora se pasa el día llorando como un bebé o riendo como un perturbado. Pero ni siquiera eso altera el hecho de que seamos familia. Como se suele decir, un contrato que se ha agriado no afecta a la justicia ni a la humanidad. No me malinterpretes, pero lo que dices demuestra que no estás usando la cabeza. El secretario Wang no conducía el coche así que ¿cómo pudo haber matado a tu padre? El chófer se equivocó al atropellar a tu padre y los tribunales se ocuparán de él. Pero lo único que consigues transportando el cuerpo al recinto municipal y atrayendo a cientos de transeúntes curiosos es obstruir el trabajo del municipio. Cuando digo «municipio» me estoy refiriendo al gobierno, así que obstruir al municipio es obstruir al gobierno, y eso es ilegal. Al principio estabas en el lado correcto de la ley, pero si sigues así acabarás pasándote al lado equivocado. ¿Tengo o no razón?

Sin conmoverse lo más mínimo por su argumento, Número Dos replicó:

—No me importa. El secretario Wang es el responsable de lo que sucedió, ya que iba montado en el coche oficial y estaba negociando con el ajo cuando atropello a mi padre. Y ahora ni siquiera es capaz de dar la cara. Ese tipo de conducta es inaceptable, sea donde sea.

—Número Dos, cada vez que abres la boca metes la pata —dijo el adjunto Yang—. ¿Quién te dijo que el secretario Wang estaba haciendo negocios con el ajo? ¡Eso es una calumnia! El secretario Wang se encuentra en una reunión de emergencia sobre seguridad pública en el pleno del Condado. ¿Qué es más importante, una reunión de emergencia sobre seguridad pública o este asunto de tu padre? Cuando regrese de su reunión, anunciará las medidas que vaya a tomar respecto a la conducta criminal que altera nuestro orden social. Lo que estás haciendo aquí es un perfecto ejemplo de ello.

Eso hizo que el chico cerrara la boca, así que fue el turno de su hermano mayor.

—Octavo Tío, nuestro padre está muerto, algo que no es extraño en un hombre cuando cumple los sesenta. Debe haber sido cosa del destino. De lo contrario, ¿cómo si no de todos los millones de personas que hay sobre la faz de la Tierra fue el único al que le atropello el coche? El destino había planeado para él este trágico final desde hacía mucho tiempo. Si el rey Yama del Inframundo quiere reclamar a un mortal durante la tercera guardia, ¿quién se atreve a aguardar hasta la quinta? Supongo que el inframundo tiene sus normas y sus reglas, como cualquier otro sitio. Así que dinos lo que debemos hacer, Octavo Tío.

—En mi opinión —dijo el adjunto Yang—, deberíais llevarle a casa e incinerarle lo antes posible, tal vez a primera hora de la mañana, ya que hoy es demasiado tarde. Puedes hacer que el crematorio envíe un coche fúnebre por cuarenta yuan. El precio de todo lo demás es más elevado, pero contratar el coche fúnebre sólo cuesta cuarenta yuan. Una verdadera ganga. Creo que deberías lavarle, afeitarle y vestirle con ropas de funeral decentes, luego velar el cadáver durante toda la noche, como buenos hijos que sois. Tendrás el coche fúnebre en la puerta de casa a primera hora de la mañana. Tu padre nunca montó en coche mientras estaba vivo, así que no vendría mal derrochar un poco ahora que se ha ido. Mientras tanto, voy a hablar con la persona que se ocupa del crematorio y a pedirle que llene la urna más de lo habitual con las cenizas de tu padre. A continuación, después de que lo llevéis a casa, llama a tus amigos y a tus parientes para celebrar el velatorio. Eso debería reportaros algo de dinero en metálico. El cabeza de familia ha muerto, pero el resto de ella tiene que seguir viviendo, ¿verdad? Pero si seguís con esta actitud, no sólo echaréis por tierra vuestra reputación, sino que conseguiréis que las cosas os vayan mal durante el resto de vuestra vida. ¿Tengo o no razón, Cuarta Tía?

Le respondí que yo sólo era una mujer y que, por lo tanto, no sabía nada. Le dije que lo dejaba en sus manos.

—Lo que más me preocupa —dijo Número Dos—, es que una vez que mi padre haya sido incinerado el secretario Wang no admita nada.

—No hables como si fueras estúpido, Número Dos —le regañó el adjunto Yang—. Después de todo, el secretario Wang es el secretario del partido. Cada día pasa por sus manos más dinero del que eres capaz de contar. Mientras no le pongas las cosas difíciles, no tendrás que preocuparte de nada. El gobierno municipal puede ser pequeño, pero sigue siendo el gobierno, y el dinero que se desliza por sus rendijas es suficiente como para que tu familia tenga la vida solucionada para siempre.

—Octavo Tío, la gente dice que deberíamos informar de esto al Condado. ¿Qué opinas? —preguntó Número Uno.

—Es tu padre el que ha muerto, no el mío —respondió el adjunto Yang—, así que depende de ti. Pero yo en tu lugar, no lo haría. Ya es demasiado tarde para hacer nada por él, así que es hora de que penséis en vosotros mismos: en otras palabras, en el dinero. Os recomiendo que lo ganéis de la mejor manera que podáis. Si lleváis el caso al Condado, aunque el conductor vaya a la cárcel, ¿qué beneficio obtenéis de ello? Una vez que un caso llega a los tribunales, las cosas se tienen que hacer siguiendo las normas. En ese caso, lo más que podéis esperar es algo de dinero para cubrir los gastos del funeral. Con los contactos que tiene el secretario Wang a nivel del Condado, aunque el chófer fuera a la cárcel, quedaría libre en un par de meses y estaría en la calle, haga lo que haga. Y si ofendéis al secretario Wang, quedaréis marcados como personas non gratas. En ese caso, ya podéis olvidaros de ver vuestro día de boda. Por otra parte, si os olvidáis de denunciarle, y os ocupáis únicamente de los preparativos del funeral, la gente dirá que sois gente sencilla y, disfrutando de la reputación de ser una buena familia, el secretario Wang se sentirá feliz de arreglar las cosas de forma amistosa, para beneficio vuestro. Ahora, haced lo que consideréis que es adecuado.

—¿Acaso la gente sólo vive para el dinero? —preguntó Gao Ma.

¡Aja! —dijo el adjunto Yang—. Así que tú también has venido. ¿Qué andas haciendo aquí? Primero engatusas a su hija para que se fugue contigo, luego la dejas preñada sin casarte con ella, y finalmente tiras por tierra los planes de boda de tres familias, Cao, Fang y Liu. Lo has echado todo a perder, ¿qué ganas con esto? Chicos, haced lo que queráis. De todos modos, esto no es asunto mío. No tengo que preocuparme de que la gente hable a mis espaldas.

Hermano Mayor Fang habló:

—Gao Ma, ya nos has hecho suficiente daño. Consigue diez mil yuan y llévate a Jinju. ¡No queremos una hermana como ella, y estamos seguros de que el Infierno no quiere a un cuñado como tú!

Gao Ma, con el rostro escarlata, se alejó sin pronunciar palabra.