Durante la segunda noche de su encarcelación, Cuarta Tía soñó que Cuarto Tío, envuelto en sangre, se encontraba de pie junto a su cama.
—¿Por qué no intentas limpiar el nombre de tu marido y vengar su muerte en lugar de sentarte a engullir comida precocinada y a disfrutar de una vida de ocio?
—Esposo —respondió—, ni puedo limpiar tu nombre ni vengar tu muerte porque me he convertido en una criminal.
—Entonces, supongo que no hay nada que hacer —dijo Cuarto Tío soltando un suspiro—. He guardado doscientos yuan en un hueco que hay entre la segunda hilera de ladrillos debajo de la ventana. Cuando salgas de la cárcel, utiliza cien para comprarme una réplica del Tesoro Nacional y llénala de todo tipo de riquezas. El mundo de la oscuridad funciona igual que el mundo de la luz: para hacer cualquier cosa tienes que arreglártelas buscando un atajo, y todo cuesta dinero.
Cuarto Tío levantó el brazo para limpiarse el ensangrentado rostro, se dio la vuelta y se alejó lentamente.
El espectro asustó a Cuarta Tía hasta despertarla; su lecho, duro y áspero como un blindaje, estaba empapado de sudor frío. La imagen siniestra y sangrienta de Cuarto Tío pasó ante sus ojos, aterrorizándola y entristeciéndola al mismo tiempo. ¿Realmente existe un mundo inferior?, se preguntó. Cuando llegue a casa, voy a derribar la segunda hilera de ladrillos que hay debajo de la ventana y, si encuentro allí doscientos yuan, eso quiere decir que hay un mundo inferior. No debo contarle nada de esto a mis hijos, ya que esos dos bastardos parece que tratan de aventajar el uno al otro en su carrera hacia el mal.
Sólo pensar en sus hijos hizo que Cuarta Tía suspirara. Aquella noche la habían vuelto a sacar para interrogarla y, cuando la llevaron de vuelta a la celda, se desplomó sobre su catre y lloró durante un rato y permaneció en esa posición como si hubiera entrado en trance. Después de quedarse dormida, comenzó a roncar de forma ensordecedora, primero rápidamente, luego más despacio, como si estuviera soñando.
* * *
A Cuarta Tía le resultaba imposible conciliar el sueño. Su marido todavía no había regresado de vender el ajo. Un murciélago atravesó volando la ventana, dibujó un par de círculos en la habitación y volvió a salir. La ilimitada oscuridad de la noche envolvía una serie de murmullos dispersos que parecían ensoñaciones y los graznidos siniestros de los periquitos. Se levantó, se colocó la chaqueta sobre los hombros y se dirigió hacia el patio. Entre los escalofriantes gritos de los periquitos de su vecino, levantó la mirada hacia las estrellas y hacia la iluminada media luna. Ya había pasado la medianoche y se sentía preocupada.
—Yixiang —había dicho a su hijo después de cenar—, ¿por qué no vas a buscar a tu padre?
—¿Para qué? —respondió—. Si no está camino de casa, ¿de qué sirve ir a buscarle? Y si viene, ¿qué daño voy a hacer si no salgo a su encuentro?
Cuarta Tía se quedó sin habla.
—Me pregunto por qué me he tomado la molestia de criarte —dijo después de un instante.
—No te he pedido que lo hicieras. Deberías haberme arrojado a la fosa séptica cuando nací y haber dejado que me ahogara. De ese modo, podrías haberme ahorrado muchos años de sufrimiento.
Ahogada por el llanto, Cuarta Tía se sentó en el borde del kang y dejó que las lágrimas brotaran. Su sombra se extendía por el suelo, teñida con la luz amarilla de la luna.
Se escuchó un golpe frenético en la puerta.
Cuarta Tía se precipitó a abrirla. Gao Yang entró a trompicones en la habitación.
—Cuarta Tía —murmuró entre sollozos—. Cuarto Tío ha muerto atropellado por un coche…
Cuarta Tía se desplomó en el suelo, donde permaneció sin moverse. Gao Yang la cogió y le dio unos golpecitos en la espalda y en los hombros hasta que escupió una bocanada de flemas.
—Número Uno, Número Dos, Jinju… Levantaos, todos. Vuestro padre ha muerto atropellado por un coche…
Jinju, cuyo embarazo estaba muy avanzado, entró corriendo, seguida de sus hermanos.