I

Gao Yang conducía su carro, cargado de ajo y tirado por un burro, por la carretera del Condado bajo un cielo cubierto de estrellas. La carga era tan pesada y el carro estaba tan desvencijado, que los crujidos le acompañaban durante todo el viaje y, cada vez que el carromato encontraba un bache, tenía miedo de que pudiera romperse en pedazos. Mientras cruzaba el pequeño puente de piedra sobre el río Arenoso, tensó la brida del burro y utilizó el peso de su cuerpo con el fin de estabilizar el carro, para alivio del enjuto animal, que parecía más un macho cabrío de gran tamaño que un burro. Las irregulares piedras hacían que las ruedas crujieran y crepitaran. El chorro de agua que había tras ellas reflejaba las estrellas. Cuando empezó a ascender la cuesta, deslizó una cuerda sobre su hombro para ayudar al burro a tirar. La carretera pavimentada que conducía a la capital del Condado empezaba en la cima de la cuesta; nivelada y suave, y sin estar afectada por elementos externos, había sido construida después del Tercer Pleno del Comité Central. Recordó de nuevo cómo había protestado: «¿Qué necesidad hay de gastarse todo el dinero? ¿Cuántos viajes a la capital realizaremos cualquiera de nosotros a lo largo de nuestra vida?». Pero en ese momento se dio cuenta de su error. Los campesinos siempre ven las cosas a corto plazo y nunca son capaces de ir más allá de unas insignificantes ganancias personales. El gobierno es sabio y nunca te vas a equivocar si sigues sus consejos, fue lo que dijeron al pueblo en esos días.

Mientras avanzaba por la carretera nueva, escuchó el sonido de otro carro a veinte o treinta metros por delante de él, y la tos de un hombre anciano. Era muy tarde y todo estaba en silencio. La letra de una canción reverberaba por encima de los campos circundantes y Gao Yang dedujo que se trataba de Cuarto Tío Fang. En su juventud, Cuarto Tío había sido un joven elegante que cantaba duetos con una mujer que pertenecía a una compañía de ópera itinerante.

Hermana, hermana, qué visión más cautivadora. / Acomodada en la suite nupcial a medianoche. / Una aguja dorada sujeta la flor de loto. / Manchas de precioso jugo saludan a la luz de la mañana.

—¡Sucio anciano! —juró Gao Yang para sus adentros mientras aceleraba el paso de su burro.

Pero iba a ser una noche larga y había mucha distancia que recorrer, así que le sedujo la idea de tener a alguien con quien hablar. Cuando tuvo a la vista la silueta del carro, saludó:

—¿Eres tú, Cuarto Tío? Soy Gao Yang.

Cuarto Tío guardó silencio.

Las cigarras cantaban entre el follaje que se extendía a los lados de la carretera, el sonido de los cascos del burro de Gao Yang tronaba ruidosamente sobre el asfalto y el aire estaba cargado con el olor del ajo mientras la luna se elevaba por detrás de los árboles, con sus pálidos rayos bañando la carretera. Lleno de esperanza, se situó a la altura del carro que tenía ante sí.

—¿Eres tú, Cuarto Tío? —repitió.

Como respuesta, Cuarto Tío dejó escapar un gruñido.

—Sigue cantando, Cuarto Tío.

Cuarto Tío suspiró.

—¿Cantar? Llegados a este punto, no puedo ni llorar.

—He salido muy temprano y jamás pensé que iba a ir detrás de ti, Cuarto Tío.

—Debe haber más carromatos por delante de nosotros. ¿Has visto todos los excrementos de animal que hay a lo largo de la carretera?

—¿No vendiste tu cosecha ayer, Cuarto Tío?

—¿Y tú?

—No pude. Mi esposa acaba de tener un bebé y fue un parto tan complicado que me resultó imposible salir de casa.

—¿Qué ha sido? —preguntó Cuarto Tío.

—Un niño.

Gao Yang no podía disimular su emoción. Su esposa le había dado un niño y había sido una magnífica cosecha de ajo. Gao Yang, tu suerte ha cambiado. Pensó en la tumba de su madre. Era un lugar propicio. Todo el sufrimiento que había tenido que soportar durante estos años por no confesar a las autoridades su ubicación había merecido la pena.

Cuarto Tío, que se encontraba sentado en la barandilla del carro, encendió su pipa, y la llama de la cerilla iluminó durante unos instantes su rostro. La cazoleta refulgió mientras el aroma acre del tabaco quemado se extendió en el aire gélido de la noche.

Gao Yang comprendió por qué Cuarto Tío se sentía tan melancólico.

—La vida de las personas está controlada por el destino, Cuarto Tío. El matrimonio y la abundancia están determinados antes de nacer, así que no tiene sentido preocuparse por ello.

Se dio cuenta de que, al tratar de consolar a Cuarto Tío, también estaba reconfortando a su propio espíritu y los problemas de Cuarto Tío no le producían ningún placer. Su corazón ya se sentía lo suficientemente alegre con esperar a que los hijos de Cuarto Tío también encontraran pronto a una esposa.

—Los campesinos como nosotros no le llegamos a la suela de los zapatos a las clases adineradas. Las vidas de algunas personas no merecen la pena y es mejor no tener algunas cosas. Sería peor para nosotros: podríamos acabar todos pidiendo. Sabemos de dónde procede nuestra próxima comida y es mejor llevar ropas raídas que ir por ahí con el culo desnudo. La vida es dura, de eso no hay duda, pero tenemos salud, y una pierna coja o un brazo marchito es mejor que contraer la lepra. ¿No te parece, Cuarto Tío?

Cuarto Tío lanzó otro gruñido como respuesta mientras chupaba su pipa. La plateada luz de la luna bañaba los ejes de su carro, los cuernos de la vaca que tiraba de él, las orejas del burro de Gao Yang y la fina lona de plástico que cubría el ajo.

—La muerte de mi madre me ayudó a convencerme de que deberíamos contentarnos con lo que tenemos y no esforzarnos por conseguir más de lo que debemos. Si todo el mundo estuviera en la cima, ¿quién iba a sujetar la base? Si todo el mundo fuera a la ciudad para divertirse, ¿quién se quedaría en casa plantando las cosechas? Cuando el Anciano que está ahí arriba creó a los hombres, utilizó diversas materias primas. La de mejor calidad fue para los oficiales, la de calidad media fue para los trabajadores y lo que le quedó lo empleó para crearnos a nosotros, los campesinos. Tú y yo estamos hechos de retales y tenemos suerte de seguir vivos. ¿No es cierto, Cuarto Tío? Es como esa vaca tuya, por ejemplo. Tiene que empujar tu ajo y, para colmo, tiene que cargar también contigo. Si reduce el paso, recibe una buena ración de tu látigo. Las mismas normas rigen a todas las criaturas vivas. Por esa razón tienes que aguantar, Cuarto Tío. Si lo consigues, serás un hombre, y si no, te convertirás en un fantasma. Hace unos años, Wang Tai y sus amigos me hicieron beber mi propia orina, eso fue antes de que Wang Tai llegara al poder, así que apreté los dientes y lo hice. No fue más que un poco de pis, sólo eso. Las cosas por las que nos preocupamos sólo están en nuestra cabeza. Nos engañamos a nosotros mismos al creer que somos puros. Esos médicos con sus batas blancas, ¿son puros? Entonces, ¿por qué comen la placenta? Piénsalo por un momento: vete a saber de qué parte de la mujer sale eso, lleno de sangre y todo, y sin siquiera lavarla, la cubren con ajo picado, sal, salsa de soja y más cosas, luego la fríen un poco y se la comen. El doctor Wu se quedó con la placenta de mi esposa y cuando le pregunté qué tal sabía, dijo que era como comer una medusa. Imagínatelo, ¡una medusa! ¿Habías oído alguna vez algo más asqueroso? Así que, cuando me dijeron que me bebiera mi propio pis, me lo tragué todo, una botella entera ¿Y qué pasó después? Pues que seguía siendo el mismo tipo, todo seguía en el mismo sitio. El secretario Huang por entonces no se bebía su propia orina, pero cuando años más tarde contrajo cáncer se comía crudas las víboras, los ciempiés, los sapos, los escorpiones y las avispas, «hay que combatir el fuego con fuego», decía, pero lo único que consiguió fue prolongar su lucha durante seis meses antes de exhalar su último suspiro.

Sus carros tomaron un recodo donde la carretera cruzaba el erial que se extendía detrás de la aldea Arena Elevada. La zona estaba salpicada de altozanos arenosos sobre los cuales crecían los sauces rojos, los arbustos índigos, las cañas de cera y los arces. Las ramas y las hojas centelleaban a la luz de la luna. Un escarabajo pelotero volaba por el aire, zumbando ruidosamente hasta que aterrizó en la carretera. Cuarto Tío azotó las posaderas de la vaca con una vara de sauce y volvió a encender su pipa.

Cuando llegaron a una pendiente, el burro bajó la cabeza y se afanó en silencio mientras tiraba de su carga. Compadeciéndose de él, Gao Yang pasó una cuerda por su hombro y le ayudó a tirar. Era una cuesta larga y empinada. Cuando llegaron a la cima, volvió la mirada para ver dónde habían estado y se sorprendió, pues parecía que hubiera una serie de linternas parpadeantes dentro de un pozo profundo. Durante el descenso trató de sentarse, pero cuando vio cómo el burro arqueaba su espalda y cómo sus pezuñas rebotaban por la carretera, se bajó del carro y caminó a su lado para evitar el desastre.

—Cuando lleguemos al final de esa pendiente, estaremos a mitad de camino, ¿verdad? —preguntó Gao Yang.

—Más o menos —respondió Cuarto Tío con desgana.

Los insectos que se encontraban en los árboles y en los arbustos del camino les saludaban a su paso emitiendo sonidos apagados y lúgubres. La vaca de Cuarto Tío tropezó y casi se cae al suelo. Una ligera niebla se elevó desde la carretera. Se escuchó un estruendo en la lejanía, hacia el sur, y el suelo vibró ligeramente.

—Por ahí va un tren —comentó Cuarto Tío.

—¿Alguna vez has montado en uno, Cuarto Tío?

—Los trenes no se hicieron para personas como nosotros, citando tus propias palabras —dijo Cuarto Tío—. Quizá la próxima vez nazca en la familia de un oficial. Entonces montaré en uno. Mientras tanto, tendré que contentarme con observarlos desde la distancia.

—Yo tampoco he montado nunca en uno —dijo Gao Yang—. Si el Anciano que está en el Cielo me sonríe con cinco buenas cosechas, podré juntar cien yuan para montar en tren. Probar algo nuevo puede compensarme por haberme tenido que arrastrar durante toda la vida como si fuera una bestia con forma humana.

—Todavía eres joven —dijo Cuarto Tío—. Aún hay esperanza.

—¿Esperanza para qué? A los treinta años ya eres una persona de mediana edad y a los cincuenta te plantan en el suelo. Tengo cuarenta y un años, uno más que tu hijo mayor. El lodo ya se me acumula en las axilas.

—La gente sobrevive a una generación; las plantas sólo duran hasta otoño. Tienes la sensación de que fue ayer cuando escalabas árboles para atrapar gorriones y te metías en el agua para coger peces. Pero antes de que te des cuenta, ha llegado la hora de morir.

—¿Cuántos años tienes, Cuarto Tío?

—Sesenta y cuatro —respondió—. Setenta y tres y sesenta y cuatro son los años críticos. Si el Rey del Inframundo no viene a atraparte, vas derecho por tu propio pie. Hay pocas probabilidades de que pueda comer la cosecha de mijo de este año.

—No digas eso. Estás lo bastante fuerte y sano como para vivir por lo menos ocho o diez años más —dijo Gao Yang para animarle.

—No es necesario que trates de levantarme el ánimo. No tengo miedo a morir. No puede ser peor que esta vida. Y piensa en todo el alimento que voy a ahorrar al país —añadió sarcásticamente Cuarto Tío.

—No vas a ahorrar alimento a la nación por morirte, ya que sólo comes lo que cultivas. No eres uno de esos parásitos de la élite.

La luna se escondió detrás de una nube gris, difuminando los contornos de los árboles que se reflejaban en la carretera e incrementando la resonancia de los insectos que habitaban en ellos.

—Cuarto Tío, Gao Ma no es un mal hombre. Hiciste bien en darle permiso para que se casara con Jinju —dejó caer, arrepintiéndose al instante, especialmente cuando escuchó a Cuarto Tío resoplar con fuerza, así que trató de cambiar de conversación lo más rápidamente posible—. ¿Has oído lo que pasó con el tercer hijo de la familia Xiong en el pueblo Corral de Oveja, el que se fue a estudiar a América? Todavía no había pasado un año desde su partida y ya se había casado con una chica americana de cabello rubio y ojos azules. Envió una fotografía a casa y el anciano Xiong ahora se la enseña a todo aquel con el que se encuentra.

—Las tumbas de sus antepasados están excavadas en una tierra propicia.

Ese comentario hizo que Gao Yang se acordara de la tumba de su madre. Estaba excavada en un terreno elevado, con un río que corría hacia el norte y un canal que avanzaba hacia el este; hacia el sur, se podía ver el Pequeño Monte Zhou y hacia el oeste se extendía una interminable llanura. Después pensó en su hijo de dos días, su hijo de enorme cabeza. Toda mi vida he sido como un ladrillo recién sacado del horno y no puedo cambiar ahora. Pero el lugar de descanso de mi madre puede ser de provecho para su nieto y permitirle llevar una vida decente cuando crezca.

Un tractor pasó resoplando, con las luces delanteras reluciendo y una montaña de ajo apilada en su remolque. Cuando se dieron cuenta de que la conversación les estaba retrasando, azuzaron a los animales para que aceleraran el paso.