21. EXPLICACIÓN

(Lunes 13 de agosto, a las 22)

Más tarde, aquella noche, Markham, Heath y yo estábamos sentados en la terraza de Vance, bebiendo champaña y fumando.

Habíamos permanecido en la casa de Stamm sólo muy poco tiempo después de su muerte. Heath se quedó para dirigir los detalles finales del caso. Se volvió a vaciar el estanque y se sacó el cuerpo de Stamm de debajo de la roca, completamente desfigurado. Leland, con la ayuda de miss Stamm, se hizo cargo de todos los asuntos de la familia.

Vance, Markham y yo acabamos de cenar cerca de las diez, y poco después llegó Heath. El tiempo estaba todavía pesado y bochornoso, y Vance sacó su champaña de 1904.

—Un crimen asombroso —decía, recostado en su silla—; asombroso, pero simple y racional.

—Quizá sea eso verdad —repuso Markham—; pero hay aún muchos detalles oscuros para mí.

—En cuanto se aclara el proyecto básico —continuó Vance—, los distintos colores y matices del mosaico ocupan sus lugares casi automáticamente.

Vació su copa de champaña.

—Para Stamm fue muy fácil planear y ejecutar el primer asesinato. Reunió una serie de elementos enemigos, sobre cualquiera de los cuales podrían recaer sospechas, en caso de que se descubriese el asesinato de Montague. Estaba seguro de que sus invitados se bañarían en el estanque, y que Montague, dada su vanidad, sería el primero en dar el salto. El mismo excitó a los demás a beber con exceso, fingiendo emborracharse a su vez; pero, en realidad, era el único miembro de la partida, con la posible excepción de Leland y de miss Stamm, que no bebió.

—Pero, Vance…

—Fingió que bebía mucho todo el día, pero esto era parte de su plan. Probablemente, en su vida nunca estuvo más sereno que cuando los otros bajaron al estanque a bañarse. Durante toda la noche estuvo sentado al lado de la ventana de la biblioteca y vertiendo con disimulo su licor en la jardinera que tenía la planta del caucho.

Markham levantó la cabeza.

—¿Esta fue la razón de que te interesara tanto la tierra de aquella planta?

—Precisamente. Stamm había vaciado en ella quizá dos frascos de whisky. Tomé una buena porción de tierra entre los dedos y estaba saturada de alcohol.

—Pero el diagnóstico del doctor Holliday…

—Stamm se hallaba en un verdadero estado de alcoholismo agudo cuando el doctor Holliday le examinó. Recordarás la botella de whisky que le pidió a Trainor antes que los demás bajaran al estanque.

Al regresar a la biblioteca, después de cometer el crimen, se bebió, sin duda, toda la botella, y cuando Leland le encontró, la borrachera era verdadera. Así dio un aspecto verosímil al asunto.

Vance sacó el champaña del hielo y se sirvió otra copa. Después de beber algunos sorbos, se volvió a recostar en su sillón.

—Lo que hizo Stamm fue esconder el equipo de buzo en su coche, dentro del garaje, más temprano aquel mismo día. Luego, fingiendo un estado de casi completa insensibilidad, a causa del alcohol, esperó a que los demás bajasen al estanque. Inmediatamente se marchó al garaje y llevó el automóvil por el Camino del Este, hasta el paso de cemento. Se puso encima de su traje de etiqueta el traje de buzo, y colocó el tanque de oxígeno; fue cosa de pocos minutos. Luego colocó la tabla y se metió en el estanque. Estaba razonablemente seguro de que Montague sería el primero en saltar y pudo elegir el lugar casi exacto del estanque adonde iría a parar Montague. Tenía su hierro en la mano y podía atacar a su víctima en cualquier dirección. El agua del estanque es bastante clara y los focos le permitirían ver bastante bien a Montague. La técnica del crimen, para un buceador experimentado como Stamm, era muy sencilla.

Vance hizo un ligero gesto con la mano.

—Pocas dudas puede haber respecto de lo ocurrido. Montague dio un salto, y Stamm, en pie en el declive del fondo, junto a la parte más profunda, no hizo más que engancharle con aquel hierro, lo cual explica las heridas en el pecho de Montague. Me imagino que la fuerza de la buceada hizo chocar con violencia la cabeza de Montague contra el tanque metálico de oxígeno que Stamm llevaba sobre el pecho, y se fracturó el cráneo. Con su víctima aturdida y quizá sin sentido, Stamm procedió a estrangularla debajo del agua hasta que estuvo muerta. No fue para Stamm un gran esfuerzo arrastrarle hasta el coche y meterle en él. A continuación se despojó de los arreos de buzo, los escondió en el ataúd y se fue en automóvil hasta los agujeros que conocemos, donde arrojó el cuerpo de Montague. Los huesos rotos del cadáver fueron resultado del modo violento con que tuvo que arrojarle al agujero, y las rozaduras de los pies, debidas, sin duda, a que arrastró el cadáver por el paso de cemento hasta el coche. Después Stamm llevó el coche de nuevo al garaje, se volvió a la biblioteca y consumió la botella de whisky.

Vance hizo una larga aspiración de su cigarrillo y exhaló lentamente el humo.

—Era una coartada casi perfecta.

—Pero ¿y el tiempo? —comenzó a decir Markham.

—Stamm tuvo tiempo de sobra. Pasaron por lo menos quince minutos antes que los otros se desnudasen y se quedaran en traje de baño, y esto era más del doble de tiempo que Stamm necesitaba para llegar al garaje y descender por el camino hasta la altura del estanque, ponerse el traje de buzo, colocar la tabla en su lugar y meterse en el agua. Y, ciertamente, no tardó más de quince minutos en retirar la tabla, esconder su equipo, depositar su víctima en el agujero que le tenía destinado y regresar a la casa.

—Pero corría un peligro tremendo —comentó Markham.

—Muy al contrario, no corría peligro alguno. Si sus cálculos salían con exactitud, no había medio de que su plan fracasase. Stamm disponía de todo el tiempo y los elementos necesarios, y operaba de manera que nadie podía verle. Si Montague no se hubiera arrojado el primero al estanque, como era su costumbre, sólo hubiera significado un aplazamiento del asesinato. En este caso, Stamm habría salido tranquilamente del estanque y regresado a la casa.

Vance frunció las cejas pensativo y volvió la cabeza hacia Markham.

—Cometió, sin embargo, un error fatal en sus cálculos. Fue demasiado precavido; le faltó valor y se protegió demasiado. Como ya he dicho, al planear la reunión en su casa, invitó a varias personas que tenían muchas razones para desear la muerte de Montague, siendo su idea suministrar a las autoridades muchos sospechosos, en el caso de que su proyecto no resultase bien. Pero, al hacerlo así, no tuvo en cuenta el hecho de que muchas de aquellas personas conocían bien los aparatos de trabajos submarinos y sus operaciones de esta índole en los trópicos, gente que, informados de estos detalles, podrían suponer cómo se había cometido el crimen si se hallase el cadáver.

—¿Quieres decir —le interrumpió Markham— que Leland sospechó desde el principio?

—No cabe la menor duda —afirmó Vance— de que, cuando Montague dejó de salir a la superficie después de su salto, Leland tuvo la impresión de que Stamm había cometido un crimen. Naturalmente, estaba indeciso entre su sentido de la justicia, por una parte, y su amor hacia Bernice Stamm, por la otra. ¡La verdad es que era una situación difícil! Salvó sus escrúpulos telefoneando a la Policía e insistiendo en que había de practicarse una investigación. No denunciaría al hermano de la mujer a quien amaba; pero, como hombre honrado, no podía permitir lo que creía un crimen deliberado. Se sintió infinitamente tranquilo esta tarde, cuando le dije que sabía la verdad; pero, mientras tanto, el hombre ha sufrido mucho.

—¿Crees que había alguien más que sospechase?

—Desde luego. Bernice Stamm se imaginaba la verdad; Leland mismo nos lo ha dicho esta tarde. Por eso, cuando el sargento la vio por primera vez, tuvo la impresión de que la causa principal de su angustia no era precisamente que Montague hubiera desaparecido. Y estoy seguro de que Tatum sospechaba también la verdad. No olvides que había estado con Stamm y con Leland en la isla de los Cocos y que le eran familiares las posibilidades de los equipos de bucear. Pero, sin duda, la situación se le antojaba un poco fantástica, y no podía expresar sus sospechas, pues no había medio de probarlas. Y Greef, que había contribuido a equipar algunas de las expediciones a Stamm, también tenía alguna idea de lo que acababa de ocurrir a Montague.

—¿Y los demás también? —preguntó Markham.

—No. Dudo que ni mistress McAdam ni Ruby Steele sospechasen la verdad; pero creo que las dos tenían la impresión de que allí había ocurrido algo feo. Ruby Steele se sentía atraída por Montague, lo cual explica la perversidad del antagonismo que había entre ellos. Y tenía celos de Bernice Stamm y de Teeny McAdam. Cuando Montague desapareció, la idea del crimen entró en su mente, y por eso acusó a Leland, a quien odiaba a causa de su superioridad.

Vance hizo una pausa y continuó:

—Las reacciones mentales de mistress McAdam eran más sutiles. No creo que ella misma entendiese sus propias emociones. Pero indudablemente también sospechaba del crimen. Aunque el hecho de que Montague desapareciese de la escena pudiera favorecer sus designios personales, supongo que aún quedaban en ella restos de sus antiguos sentimientos hacia él, y por ello nos entregó a Leland y a Greef como posibles delincuentes, ya que los dos le eran odiosos. Y también supongo que su grito primero fue puramente emocional, mientras que su indiferencia de después era sencillamente el dominio de su mente calculadora sobre el corazón. El horror de que Montague pudiera haber sido asesinado explica su reacción cuando le dije que algo había caído en el estanque. Se imaginó las cosas terribles que podrían ocurrirle. El corazón femenino otra vez, Markham.

Se produjo un prolongado silencio. Luego Markham dijo con voz muy baja, como si hablase consigo mismo:

—Y, desde luego, el coche que oyeron Leland, Greef y Bernice era el de Stamm.

—Sin duda alguna —afirmó Vance—. El tiempo coincide exactamente.

Markham asintió, pero aún se leía alguna preocupada reserva mental en el fruncimiento de sus cejas.

—Pero aún no hemos explicado la nota de aquella mistress Bruett.

—¡Mi querido Markham! Esa señora no existe. La creó Stamm para explicar la desaparición de Montague. Esperaba que todo el asunto pasase como una huida vulgar. Escribió él mismo la nota y la puso en el bolsillo del traje de Montague cuando regresó del estanque aquella misma noche. Y recordarás que él mismo nos indicó dónde podríamos encontrarla, mostrándonos el ropero donde Montague tenía sus ropas. Una habilidad tremenda; el ruido del coche en el Camino del Este confirmaba la teoría, aunque probablemente Stamm no lo tomó en consideración.

—No me extraña que mi gente no haya podido encontrar a la dama —dijo el sargento.

Markham miraba la punta de su cigarro con expresión abstraída.

—Entiendo el extremo de mistress Bruett —observó por fin—. Pero ¿cómo explicas las misteriosas y acertadas profecías de mistress Stamm?

Vance sonrió.

—No eran profecías, Markham —replicó con una nota de tristeza en la voz—. Estaban todas ellas fundadas en un conocimiento real de lo que ocurría y eran los esfuerzos patéticos de una anciana para proteger a su hijo. Lo que mistress Stamm no vio desde su balcón, lo sospechó, probablemente, y casi todo lo que dijo estaba calculado para alejarnos de la verdad. Por eso quiso hablar con nosotros desde un principio.

Vance volvió a fumar en silencio, mirando las copas de los árboles.

—Mucho de lo que nos dijo sobre el drama era fingido, aunque no hay duda de que la superstición tenía una poderosa influencia sobre su mente debilitada. Este convencimiento parcial de la existencia del dragón formó la base de su defensa de Stamm. No sabemos cuánto vio desde la ventana. Yo creo que presintió por instinto que Stamm había dispuesto la muerte de Montague, y también creo que oyó el coche en el Camino del Este y supuso cuál era su destino. Cuando la primera noche escuchó desde lo alto de las escaleras y oyó protestar a su hijo, al darse cuenta de que sus temores se habían realizado, eso la hizo gritar y enviar por nosotros más tarde para decirnos que nadie en la casa era culpable de ningún crimen.

Vance suspiró.

—Fue un esfuerzo trágico, Markham; y todos los demás que hizo para extraviarnos fueron igualmente trágicos. Intentó construir la hipótesis del dragón, porque creía en él. Además, sabía que Stamm sacaría el cuerpo del estanque para esconderlo en algún sitio, lo cual explica su supuesta profecía de que el cuerpo no sería hallado en el estanque. También podía calcular el sitio en que su hijo ocultaría el cuerpo; en realidad, lo pudo deducir por la dirección que llevaba el coche y por el tiempo que tardó en volver al garaje. Cuando gritó al ver el estanque vacío, hacía simplemente un gesto dramático para afirmar su teoría de que un dragón se había llevado el cuerpo de Montague.

Vance estiró las piernas y se arrellanó más en la silla.

—Los pronósticos de la loca sobre una segunda tragedia no fueron más que otro esfuerzo para hacernos creer en el dragón. Indudablemente, sospechaba que su hijo, habiendo tenido éxito en el asesinato de Montague, aprovecharía la ocasión para quitar de en medio a Greef. Me imagino que conocía las maquinaciones financieras de Greef y sabía que Stamm le odiaba. Quizá vio u oyó a su hijo y a Greef bajar hacia el estanque aquella noche y supuso la cosa terrible que iba a acontecer. Recordarás con qué frenesí trató de hacernos creer la existencia del dragón cuando se enteró de la desaparición de Greef. Tuve la sospecha de que sabía más de lo que quería admitir. Por eso fui directamente a los mismos agujeros, para ver si estaba en ellos el cuerpo de Greef. Sí, aquella vieja y atormentada mujer conocía la culpa de su hijo. Cuando rogó a Leland que le hiciera volver a la casa esta tarde, diciendo que algún peligro amenazaba en el estanque, no hacía ninguna profecía. Era su temor de que una justicia sobrenatural alcanzase a su hijo en la escena de sus crímenes.

—Y le alcanzó —murmuró Markham—. Una curiosa coincidencia.

—Se lo merecía —dijo el positivo sargento—. Pero lo que más me extraña es el cuidado que tuvo de no dejar huellas.

—Stamm tenía que protegerse, sargento —explicó Vance—. Unas huellas visibles de sus zapatos de buzo le hubieran delatado inmediatamente; por eso tuvo la precaución de poner la tabla sobre aquella parte de terreno.

—Pero no tomó precaución alguna contra las huellas en el fondo del estanque —dijo Markham.

—Cierto. No se le ocurrió, supongo, que las huellas hechas debajo del agua se conservasen, pues se asustó de verdad cuando salieron a la luz las huellas de los zapatos de buzo; tuvo miedo de que se reconociera lo que eran en realidad. Admito que la verdad no se me ocurrió en el momento. Pero más tarde sospeché, y por eso deseaba comprobar mi teoría buscando un traje de buzo, guantes y zapatos. Hay pocas compañías que hagan esos equipos en serie, y me ha costado trabajo localizar la que suministraba a Stamm su material.

—Pero ¿y Leland? —preguntó Markham—. Seguramente hubiera reconocido las huellas.

—Seguramente; y en realidad, en el momento en que las mencioné supuso cómo habían sido hechas, y cuando vio los dibujos de Snitkin comprendió la verdad. Creo que tenía la esperanza de que nosotros la viéramos también, aunque su lealtad hacia Bernice le impedía decírnosla directamente. La misma Bernice sospechó la verdad: ya recordarás su sobresalto cuando le dije que habíamos hallado aquellas pisadas. Y su madre también conocía su significado cuando le hablamos de ellas; pero con mucha habilidad le utilizó para su propósito y las empleó para reforzar la teoría del dragón, que estaba tratando de hacernos creer.

Markham llenó su copa.

—Esa parte está clara —dijo después de un breve silencio—. Pero hay ciertas cosas relacionadas con el asesinato de Greef que no acabo de entender.

Vance no respondió en seguida. Primero encendió un cigarrillo. Luego dijo:

—No he podido decidir si el asesinato de Greef fue planeado de antemano o se dispuso de repente.

Pero la posibilidad estaba en la subconsciencia de Stamm cuando organizó la fiesta. No cabe duda de que detestaba y temía a Greef, y su mente pervertida no veía otro medio, para librarse de la amenaza de Greef, que el asesinato. Lo que le decidió a acabar con él anoche fue indudablemente la asombrosa cantidad de cosas que se habían dicho sobre el dragón después de hallar las huellas misteriosas y las heridas en el pecho de Montague. No vio razón alguna para dejar de aprovechar la quimérica existencia del dragón. Mientras las circunstancias del asesinato de Montague pareciesen completamente irracionales y fantásticas, él se sentía seguro, y sobre esa falsa seguridad repitió la absurda muerte de Montague en el asesinato de Greef. Argüía, supongo, que si estaba a salvo de sospechas como resultado de las complicaciones sobrenaturales de la muerte de Montague, estaría igualmente a salvo si las circunstancias se repetían en Greef. Por eso repitió la técnica con tanto cuidado. Le dio a Greef un golpe en la cabeza para causarle una herida similar a la de Montague; luego le estranguló para reproducir las señales del cuello; y empleó el mismo hierro en el pecho de Greef para dejar las señales de las garras del supuesto dragón. Después llevó el asesinato hasta su extremo lógico, o mejor dicho, a su reducción al absurdo, metiendo el cadáver en el mismo agujero.

—Comprendo cómo pensaba —admitió Markham—. Pero en el caso de Greef tuvo que crear la oportunidad del crimen.

—En efecto, pero eso no era muy difícil. Después de la violenta explosión de Stamm, el sábado por la noche, Greef se alegró de aceptar la reconciliación que el otro le ofrecía en la biblioteca. Recordarán que Leland nos dijo que habían estado hablando muy amigablemente en la biblioteca, después de cenar, durante horas. Hablarían, con seguridad, sobre una nueva expedición, para la cual Greef ofrecería su auxilio con mucho gusto. Luego, cuando subieron a sus habitaciones, Stamm invitaría a Greef a tomar la última copa en su habitación y sugirió el paseo para continuar la discusión, y los dos salieron juntos. Fue cuando Leland y Trainor oyeron que abrían la puerta.

Vance volvió a beber de su champaña.

—Cómo llevó Stamm a Greef hasta el sepulcro es una cosa que nunca sabremos, pero no tiene ninguna importancia, ya que Greef sentíase en un estado de ánimo apropiado para acceder a todo lo que Stamm propusiese. Este pudo decirle a Greef que le explicaría la muerte de Montague si le acompañaba hasta el panteón; o quizá fue una invitación de carácter más vulgar; la expresión de un deseo de inspeccionar la tumba después de la lluvia. Pero cualesquiera que fueran los medios que empleó, sabemos que Greef entró con él en el mausoleo anoche…

—La gardenia y las manchas de sangre…

—Sí, es evidente… Y después de matar a Greef y de hacerle las mismas lesiones que tenía Montague, lo llevó a los agujeros en una carretilla, por la tierra arenosa del pie del terraplén, donde no llamaría la atención de ningún vigilante que se hubiera dejado en el Camino del Este.

Heath dio una especie de gruñido de satisfacción:

—Y luego escondió la carretilla en aquel grupo de árboles y regresó con la mayor precaución a la casa.

—Exactamente, sargento. El ruido metálico que oyó Leland fue, sin disputa, el que hicieron los viejos y mohosos goznes de la puerta del panteón; y el otro sonido que Leland nos describió no podía ser otra cosa que la carretilla. Y a pesar de todas las precauciones que tomó al volver a entrar en la casa, Leland y Trainor le oyeron.

Vance suspiró.

—No ha sido un asesinato perfecto, pero ha habido en él muchos elementos de perfección. Ha sido valiente, pues si se aclaraba uno de los crímenes, se aclararían los dos. Era un juego doble; como hacer dos jugadas a un mismo número.

—Esa parte está clara también. Pero ¿por qué hemos hallado la llave del panteón en la habitación de Tatum?

—Esa es una de las partes del error fundamental de Stamm. Como ya he dicho, ha tomado demasiadas precauciones. No ha tenido el valor de llevar a cabo sus hazañas sin construirse puentes por donde batirse en retirada. Puede ser que hiciera muchos años que tenía en su poder la llave, o tal vez que la hubiese sustraído recientemente; pero la cosa no importa. Una vez cumplido su propósito, no podía tirarla, pues indudablemente pensaba retirar su equipo de buzo del panteón en cuanto se le presentase una oportunidad. Podía, entre tanto, haber escondido la llave; pero si alguien, rompiendo una pared o derribando la puerta, entraba en la sepultura y descubría el traje de buzo, las sospechas habrían recaído en el acto sobre él, pues era su traje. Por consiguiente, para protegerse contra esta remota eventualidad, puso la llave probablemente primero en la habitación de Greef, para dirigir las sospechas contra él. Y después, cuando se le ofreció la oportunidad de matar a Greef, en la de Tatum. Stamm quería a Leland y deseaba que Bernice se casase con él, lo cual incidentalmente fue el motivo principal que tuvo para eliminar a Montague, y ciertamente, no hubiera hecho recaer las sospechas sobre su amigo. Recordaréis que busqué primero en la habitación de Greef, pensando que la llave podría estar allí, sobre todo habiendo la posibilidad de que Greef se hubiera sencillamente escapado. Pero, al no encontrarla, la busqué en la habitación de Tatum. Por fortuna, la hallamos y no tuvimos que forzar el panteón, cosa que habríamos debido hacer, de no existir otro medio de entrar.

—Pero lo que aún no entiendo —insistió Markham— es por qué la llave te interesó en primer lugar.

—Tampoco lo acabo de entender yo —repuso Vance—. Y hace demasiado calor esta noche para meterse en lucubraciones psicológicas sobre mis reacciones mentales. Digamos, para abreviar, que mi idea sobre la llave fue una mera suposición. Como sabes, el sepulcro me fascinó por su situación estratégica, y no podía comprender cómo se habría podido cometer con tal perfección el primer asesinato sin haberlo utilizado de alguna manera. Era una situación ideal. Pero el asunto distaba mucho de estar claro para mí. La verdad es que mis ideas eran muy vagas. Sin embargo, pensé que sería conveniente asegurarse, y por ello fui a ver a mistress Stamm y le pedí que me indicase dónde estaba escondida la llave. La asusté para que me lo dijera, pues ella no asociaba el panteón con las maquinaciones de su hijo. Cuando vi que la llave había desaparecido de su escondrijo, me convencí más que nunca de que allí estaba el factor principal para la resolución de nuestro problema.

—Pero ¿cómo se te ocurrió primero la idea de que Stamm era el asesino? —preguntó Markham—. Era la única persona en la casa que tenía una buena coartada.

Vance ladeó lentamente la cabeza.

—No, Markham; era el único miembro de la partida que no tenía una coartada, y por esta razón tuve mis ojos puestos en él desde el principio, aunque admito que había otras posibilidades. Stamm, naturalmente, pensó que se había preparado una coartada perfecta, esperando, al mismo tiempo, que la muerte de Montague pasase por una fuga. Pero, cuando se descubrió el asesinato, la situación de Stamm era más débil que la de todos los demás, pues era el único que no estaba al borde del estanque cuando Montague se arrojó al agua. Habría sido muy difícil que, en aquellas circunstancias, cualquiera de los otros fuera el asesino, lo mismo que hubiera sido imposible que fuese Stamm, si se hallara en un verdadero estado de alcoholismo agudo. Fue esta combinación de circunstancias la que me dejó percibir las primeras luces de la verdad. Naturalmente, Stamm no podía haber ido al estanque con los demás y haber realizado su propósito; y razonando sobre esta premisa llegué a la conclusión de que era posible que hubiese fingido la borrachera, derramando con disimulo el licor, y que se emborrachara de verdad al regresar a la casa. Cuando supe que había pasado toda la tarde junto a la ventana de la biblioteca, me interesó, sin saber por qué, la jardinera que contiene aquella planta del caucho.

—Pero, Vance —protestó Markham—, si estabas tan seguro desde el principio de que el crimen era racional y vulgar, ¿por qué todas aquellas tonterías sobre el dragón?

—No eran tonterías. Siempre existía la remota posibilidad de que algún pez extraño o monstruo marino fuera el responsable de la muerte de Montague. Hasta los mejores zoólogos conocen poco de la vida submarina; es asombroso lo poco que se sabe de los animales que viven debajo del agua. Por ejemplo, hace muchos años que se cultiva la betta, y a pesar de todos los experimentos sobre esta laberíntica familia, nadie sabe aún si la betta es ovípara o vivípara. Mistress Stamm tenía mucha razón cuando se reía del conocimiento científico de la vida submarina. Y no debes olvidar, Markham, que Stamm era un apasionado ictiólogo y que ha traído a este país toda clase de ejemplares raros, de los cuales se sabe muy poco. Científicamente, la superstición del estanque no podía ignorarse. Pero admito que no lo tomé muy en serio. Me atuve a los caminos trillados, pues la vida tiene la costumbre de resultar siempre vulgar y racional, cuando esperamos las cosas más sobrenaturales. De todas maneras, pensé que merecía la pena visitar la colección de peces de Stamm. Poco más o menos, conocía la mayor parte de sus posesiones, y volví a los dominios de las cosas sencillas y comprensibles y analicé la tierra de la jardinera.

—E incidentalmente —comentó Markham con una ligera sonrisa— te entretuviste con los peces y las otras plantas para que Stamm no se diera cuenta de que lo que perseguías en realidad era examinar la planta de caucho.

Vance le devolvió la sonrisa.

—Quizá sí… ¿Y si nos bebiésemos otra botella?

Y llamó a Currie.

Menos de un año después de aquellos dos siniestros asesinatos, con su secuela de tragedias, Leland y Bernice se casaron. Los dos eran caracteres fuertes y notables en muchos aspectos. Pero los recuerdos del drama les afectaban demasiado para permanecer en Inwood. Se construyeron una casa en las montañas de Westchester y se fueron allí a vivir. Vance y yo los visitamos poco tiempo después de su boda.

La vieja residencia de los Stamm no volvió a habitarse; fue adquirida por la ciudad y añadida a lo que es hoy el Parque de Inwood. La casa fue derribada, y sólo quedan las piedras de sus cimientos. Pero los dos postes de piedra de la entrada por el Camino de Bolton aún están en pie. El arroyo que lo alimentaba fue desviado y conducido al Spuyten Duyvil. Su cauce semiartificial fue rellenado, y lo que era el estanque está cubierto de vegetación, hasta el punto de que sería difícil determinar el curso del arroyo y los límites de la trágica y siniestra piscina.

Después de la tragedia final y de la desaparición de las vetustas tradiciones de la finca de Stamm, pensé muchas veces qué habría sido de Trainor, el criado, cuando las puertas ele la vieja mansión se cerraron para siempre. No puedo decir por qué quedó en mi mente el recuerdo de aquel individuo; pero había en él algo que era a la vez espectral y corpóreo, algo patético y ofensivo a un tiempo, que me causó una gran impresión. Me alegré, por consiguiente, cuando hace poco me encontré con él.

Vance y yo estábamos visitando un establecimiento de peces tropicales. Y detrás del mostrador, medio escondido por las peceras, estaba Trainor.

Reconoció a Vance al momento y ladeó la cabeza con aire lúgubre cuando nos aproximamos.

—No consigo aquí los mismos resultados con los scatophagus —dijo—. No hay condiciones.

FIN DE «EL DRAGÓN DEL ESTANQUE»