12. INTERROGANTES

(Domingo 12 de agosto, a las 15:30)

Kirwin Tatum era un hombre de treinta años, delgado, nervioso y elástico. Tenía la cara delgada y esquelética, y presentaba aquella tarde un aspecto macilento y descolorido, que podía ser consecuencia del miedo o de los excesos de la noche anterior; pero sus ojos reflejaban una astucia casi vulpina. Llevaba el cabello rubio peinado muy tirante hacia atrás, sobre una frente baja, de parietales caídos; en un ángulo de la boca, de labios finos, llevaba un cigarrillo. Vestía un traje de deporte de corte excéntrico y llevaba una gruesa cadena en la muñeca izquierda. Permaneció varios minutos en la puerta, mirándonos con sus ojos inquietos y moviendo nerviosamente los dedos. Parecía agitado y temeroso.

Vance le miró con la misma crítica frialdad con que inspeccionaría un ejemplar en un laboratorio. Luego le indicó con la mano una silla al lado de la mesa.

—Entre y siéntese, Tatum.

Su tono era a la vez condescendiente y perentorio.

El hombre se adelantó casi tambaleándose y se dejó caer en la silla con afectada desenvoltura.

—Bien; ¿qué desean ustedes? —preguntó animoso y mirando en torno suyo.

—Me han dicho que toca usted el piano —le dijo Vance.

Tatum cesó de mirar la habitación y levantó la cabeza, disgustado.

—¿Qué quiere decir esto? ¿Se trata de alguna broma?

Vance asintió gravemente.

—Sí; y de una broma muy seria. Me han dicho que se alteró usted mucho con la desaparición de su rival mister Montague.

—¿Que me alteré? —Tatum volvió a encender nerviosamente su cigarro, que se le había apagado. Vance había roto su guardia, y la pausa, larga y deliberada, indicaba claramente que trataba de recobrar su equilibrio—. ¿Por qué no? Pero no he estado vertiendo lágrimas de cocodrilo sobre la desaparición de Montague, si se refiere usted a eso. Era una mala persona y es mejor para todos que se haya apartado de nuestro camino.

—¿Cree usted que volverá? —preguntó Vance, sin variar de tono.

Tatum hizo un ruido desagradable con la garganta, que, sin duda, quiso que fuese una carcajada desdeñosa.

—No, no volverá, no puede volver. ¿Cree usted que fue él mismo quien planeo su desaparición? No; no tenía valor ni bastante inteligencia. Era desaparecer del primer plano, y Montague no podía vivir ni respirar a menos que estuviera en primer plano. ¡Alguien le ha quitado de en medio!

—¿Quién cree usted que ha sido?

—¿Cómo lo voy a saber?

—¿Cree usted que ha sido Greef?

Tatum entornó los ojos, y una expresión dura y fría se extendió sobre su cara.

—Puede haber sido Greef —elijo entre dientes—. Tenía bastantes razones para ello.

—¿Y no tenía usted también «bastantes razones»? —preguntó Vance tranquilamente.

—¡Bastantes! —una sonrisa feroz apareció en los labios de Tatum y se desvaneció inmediatamente—. Pero yo estoy a cubierto de toda sospecha. No puede usted echarme ninguna culpa —se inclinó hacia delante y fijó los ojos en Vance—. Yo apenas me había puesto el traje de baño cuando Montague se tiró al agua; y yo mismo me arrojé después al estanque y le estuve buscando. Estuve constantemente con los demás; puede usted preguntárselo.

—Se lo preguntaremos, sin duda —murmuró Vance—. Pero si usted está tan al abrigo de toda culpa, ¿cómo puede decir que Greef ha tenido algo que ver en el asunto? Parece que observó, poco más o menos, la misma conducta que usted.

—¿Sí? —respondió Tatum con cínico desdén—. ¡De ninguna manera!

—Se refiere usted, supongo —dijo Vance—, al hecho de que Greef se fue nadando a la orilla opuesta, donde el agua es poco profunda.

—¿También sabe usted de eso? —Tatum levantó la vista—. Pero ¿sabe usted lo que estuvo haciendo durante los diez minutos que nadie pudo verle? Probablemente, no.

Vance ladeó la cabeza.

—No tengo la más ligera idea. ¿Y usted?

—Pudo haber estado haciendo cualquier cosa —respondió Tatum.

—Por ejemplo, sacando el cuerpo de Montague fuera del estanque.

—¿Por qué no?

—Pero el único sitio por donde podría haber salido del agua está limpio de huellas. Lo hemos comprobado anoche y esta mañana.

Tatum frunció las cejas; luego dijo con cierta agresividad.

—¿Y qué? Greef es un hombre astuto. Pudo hallar el medio de no dejarlas.

—Me parece un poco vago todo esto. Pero aunque su teoría fuera acertada, ¿qué podría haber hecho con el cuerpo en tan poco tiempo?

Las cenizas del cigarrillo de Tatum le cayeron sobre la ropa y se incorporó para sacudirse.

—Probablemente encontrarán ustedes el cuerpo en alguna parte al otro lado del estanque —repuso, volviendo a recostarse en la silla.

La mirada de Vance se posó, especulativamente, sobre él durante varios minutos.

—¿Es Greef la única posibilidad que puede usted sugerimos? —preguntó por fin.

—No —repuso Tatum con media sonrisa—; hay muchas posibilidades. Pero la cuestión es hacerlas encajar en las circunstancias. Si Leland no hubiera estado siempre a mi lado, sospecharía de él en el acto. También Stamm tenía razones más que suficientes para quitar de en medio a Montague; pero este estaba fuera de combate por el licor que había bebido. No hay que dejar fuera a las mujeres. Mistress McAdam y Ruby Steele hubieran aprovechado de muy buena gana una oportunidad para librarse del hermoso Montague. Pero no veo medio de que hayan podido ser ellas.

—Realmente, Tatum —observó Vance—, está usted lleno de recelos. ¿Cómo es que se ha olvidado usted de la anciana mistress Stamm?

Tatum respiró con fuerza y su cara tomó la expresión de una calavera. Sus largos dedos se crisparon sobre los brazos del sillón.

—¡Esa mujer es un diablo! —murmuró con voz ronca—. Dicen que está loca, pero ve mucho y sabe mucho —su mirada se perdió en el vacío—. Es capaz de cualquier cosa —en su expresión se advertía algo parecido al más abyecto terror—. Sólo la he visto dos veces, pero invade toda la casa como un espectro. No se puede uno escapar de ella.

Vance había estado observando a Tatum atentamente, pero sin aparentarlo.

—Me temo que tiene usted los nervios un poco alterados —comentó. Luego hizo una profunda aspiración de su cigarro, se levantó y se acercó a la chimenea, donde se detuvo frente a Tatum—. Incidentalmente —dijo—, la teoría de mistress Stamm es que un dragón que hay en el estanque ha matado a Montague y escondido su cuerpo.

Tatum soltó una carcajada trémula y escéptica.

—Ya he oído antes esa historia. Quizá un megaterio le ha pisoteado o un unicornio le ha dado una cornada.

—Quizá le interese saber, sin embargo, que hemos hallado el cuerpo de Montague.

—¿Dónde? —interrumpió Tatum, haciendo un gesto de sobresalto.

—En uno de los agujeros subglaciales, junto al Camino del Este. Y tenía tres largas heridas, como las que podrían haberle causado las garras de este mitológico dragón.

Tatum se levantó de un salto; el cigarrillo se le cayó de los labios y amenazó a Vance con un dedo tembloroso.

—¡No trate usted de asustarme! —gritó con voz aguda y trémula—. Ya sé lo que quiere usted hacer… Quiere usted destrozarme los nervios para hacerme confesar alguna cosa… Pero no hablaré, ¿lo entiende? ¡No hablaré!

—Vamos, Tatum —Vance hablaba con voz amable pero firme—. Siéntese y cálmese. Le digo a usted la pura verdad, y sólo trato de hallar alguna solución al asesinato de Montague. Se me había ocurrido que quizá usted pudiera ayudarnos.

Tatum se serenó al oír las palabras de Vance; se volvió a sentar en su silla y encendió otro cigarrillo.

—¿Observó usted —preguntó Vance— algo particular en Montague antes de bajar al estanque? ¿Le pareció a usted, por ejemplo, como si hubiera tomado un narcótico?

—Estaba cargado de licor —replicó Tatum—. Pero lo soportaba muy bien y, además, no había bebido más que nosotros, y mucho menos que Stamm, desde luego.

—¿Ha oído usted hablar de una mujer llamada Ellen Bruett?

Tatum levantó una ceja.

—¿Bruett? Me es familiar ese nombre… ¡Ah! Ya sé dónde lo he oído. Stamm me dijo, cuando me invitó a venir aquí, que vendría también miss Ellen Bruett. Creo que estaba destinada a ser mi pareja. Gracias a Dios que no vino. ¿Qué tiene que ver ella con esto?

—Era amiga de Montague, según nos ha manifestado Stamm —explicó Vance con indiferencia. Luego preguntó rápidamente—: Cuando estaba usted anoche en el estanque, ¿oyó el ruido de un automóvil en el Camino del Este?

Tatum ladeó la cabeza.

—Quizá lo oí, pero ciertamente no lo recuerdo. Estaba demasiado ocupado buscando a Montague.

Vance cambió de conversación e hizo otra pregunta a Tatum.

—¿Presintió usted, inmediatamente después de la desaparición de Montague, que hubo allí una maniobra criminal?

—¡Sí! —Tatum apretó los labios y asintió con un gesto ominoso—. En realidad, tuve todo el día de ayer el presentimiento de que iba a ocurrir algo. Estuve a punto de marcharme por la tarde; no me gustaba le reunión.

—¿Puede usted decirme qué le hacía presentir el desastre?

Tatum pensó un momento, moviendo los ojos.

—No, no lo puedo decir —murmuró por fin—. Todo un poco, quizá; pero especialmente la loca de arriba…

—¡Ah!

—Es capaz de asustar a cualquiera. Stamm tiene la costumbre de hacer que sus invitados suban a verla algunos momentos cuando llegan, para presentarle sus respetos o algo así. Recuerdo que cuando llegué aquí, el viernes por la tarde, Teeny McAdam, Greef y Montague estaban ya arriba con ella. Mostróse bastante amable, nos sonrió a todos, individualmente, de una manera rara, algo calculador y de mal agüero. No sé si entiende usted lo que quiero decir. Tuve la impresión de que trataba de decidir cuál de nosotros le era más antipático. Sus ojos estuvieron mucho tiempo fijos en Montague, y yo me alegré de que no me mirase a mí de la misma manera. Cuando al despedirse nos dijo; «Que se diviertan», parecía una cobra riéndose de sus víctimas. Necesité tres copas de whisky para volver a mi estado normal.

—¿Tuvieron los otros la misma impresión que usted?

—No hablaron mucho de ello, pero yo sé que no les gustó. Y, desde luego, toda la fiesta ha sido una continua murmuración y secreta animosidad.

Vance se levantó y señaló la puerta con la mano.

—Puede usted marcharse ya, Tatum. Pero le prevengo que no queremos que se diga nada aún de que hemos hallado el cuerpo de Montague; y debe usted permanecer en el interior de la casa con los demás, hasta nueva orden.

_ Tatum fue a decir algo; pero se contuvo y se marchó.

Cuando hubo salido, Vance comenzó a pasearse desde la chimenea hasta la puerta, fumando y con la cabeza inclinada. Lentamente levantó la vista y miró a Markham.

—Es un muchacho astuto y sin escrúpulos. Nada simpático e implacable como una víbora. Y, además, sabe, o por lo menos sospecha, algo muy serio en relación con la muerte de Montague. ¿Recuerdas que, aun antes de saber que habíamos descubierto el cadáver, estaba seguro de que lo hallaríamos en alguna parte, al otro lado del estanque? Eso no ha sido una mera suposición; hablaba con un tono demasiado seguro. Y también está muy firme en el tiempo que pasó Greef en la parte oscura del estanque. Desde luego, se ha reído ridiculizando con mucha habilidad la idea del dragón… Sus comentarios sobre mistress Stamm han sido también muy interesantes. Creo que esa mujer sabe mucho y ve mucho; pero ¿qué le puede importar a él, a menos que tenga algo que ocultar? Y nos ha dicho que no oyó el ruido del motor del coche, aunque los demás lo oyeron…

—Sí, sí —Markham hizo un gesto vago con la mano, como para desechar las teorías de Vance—. Todo parece contradictorio. Pero me gustaría saber si es posible que Greef, en la posición en que se hallaba en el estanque, pudo hacer todo eso.

—La contestación a esa pregunta —repuso Vance— parece hallarse en la solución del problema de cómo salió Montague del estanque para meterse en aquel agujero… De todas maneras, creo que sería una magnífica idea tener otra breve entrevista con Greef, mientras esperamos al doctor Doremus. ¿Quiere usted hacer el favor de traerle, sargento?

Greef entró en el salón pocos^ minutos después, vestido con un traje claro y con una pequeña gardenia en el ojal. A pesar de su complexión robusta y de su buen color, mostraba las señales indudables de la tensión de sus nervios y me pareció que debía de haber bebido mucho desde la última vez que le vimos. Gran parte de su agresividad había desaparecido, y los dedos le temblaban ligeramente al llevarse la larga boquilla a los labios.

Vance le saludó brevemente y le invitó a sentarse, y cuando lo hubo hecho, le dijo:

—Leland y Tatum me han indicado que cuando estaba usted en el estanque, ayudando a buscar a Montague, nadó inmediatamente al otro lado, hacia el terraplén.

—Inmediatamente, no —había algo de protesta indignada en el tono de Greef—. Hice varios esfuerzos para encontrarle; pero como ya le he dicho, no soy buen nadador, y se me ocurrió que quizá el cuerpo habría flotado hacia allá, puesto que se arrojó en aquella dirección. Pensé que sería más útil buscando por allí que estorbando a Leland y Tatum con mis torpes chapoteos —dirigió una rápida mirada a Vance—. ¿Había alguna razón para que no lo hiciese?

—No —murmuró Vance—. Sólo nos interesa determinar la situación, durante aquel período, de los distintos miembros de la reunión.

Greef miró de soslayo, y el color aumentó en sus mejillas.

—Entonces, ¿a qué viene la pregunta? —rezongó.

—Sencillamente, a aclarar uno o dos puntos dudosos —repuso Vance, y antes que el otro pudiera hablar, continuó—: Y, a propósito, cuando estaba usted al otro lado del estanque, ¿oyó por casualidad el ruido de un automóvil en el Camino del Este?

Greef miró a Vance, en asombrado silencio, durante varios segundos. El color desapareció de su cara y se levantó con lentitud.

—¡Sí! Lo oí —permaneció en pie con los hombros encorvados, y recalcando las palabras con su larga boquilla, que sostenía en la mano derecha como una batuta—. Y pensé en el momento que era muy extraño. Pero anoche se me olvidó, y no me he vuelto a acordar de ello hasta que lo ha mencionado usted ahora.

—¿Fue unos diez minutos después de desaparecer Montague?

—Aproximadamente.

Mister Leland y miss Stamm lo oyeron —observó Vance—. Pero han hablado de ello con mucha vaguedad.

—Yo lo oí muy bien —murmuró Greef—. Y me pregunté de quién podría ser el coche.

—También me gustaría mucho saberlo —Vance contempló la ceniza de su cigarro—. ¿Puede usted decirme en qué dirección iba el coche?

—Hacia Spuyten Duyvil —repuso Greef sin vacilar—. Y partió del este del estanque. Cuando llegué a la parte poco profunda del estanque, todo estaba en silencio, demasiado para mi gusto. Llamé a Leland y luego hice algunos esfuerzos para ver si el cuerpo de Montague había derivado hacia aquel lado del estanque. Pero fue inútil. Y mientras estaba con la cabeza y los hombros fuera del agua, disponiéndome a volver nadando, oí que alguien ponía en marcha el motor de un automóvil…

—¿Como si el coche hubiera estado detenido en el camino? —le interrumpió Vance.

—Exactamente. Luego oí cómo el automóvil se alejaba por el Camino del Este…, y atravesé el estanque, pensando en quién podría ser el que se marchaba.

—Según una nota galante que hemos hallado en uno de los bolsillos de Montague, una señora le estaba esperando en un coche, cerca de la puerta del Este, anoche a las diez.

—¿Sí? —Greef soltó una desagradable carcajada—. ¿Conque esas tenemos ahora?

—No, no precisamente. Me figuro que alguien ha hecho un cálculo equivocado. El hecho es —Vance hablaba con lento y deliberado énfasis— que hemos hallado el cuerpo de Montague cerca de la Cañada, en uno de los agujeros subglaciales.

Greef abrió la boca y entornó los ojos.

—Lo han encontrado, ¿eh? ¿Y de qué murió?

—No lo sabemos aún. El médico forense está ya en camino hacia aquí. Pero presenta un aspecto horrible, con una herida en la cabeza y heridas como de unas garras en el pecho…

—Espere un minuto, espere un minuto —Greef hablaba con voz tensa y ronca—. ¿Eran tres rasgaduras juntas?

Vance asintió, sin mirar apenas a su interlocutor.

—Exactamente. Tres, y con una separación uniforme.

Greef se tambaleó y se dejó caer pesadamente sobre su silla.

—¡Dios mío! —murmuró—. ¡Dios mío! —se pasó los gruesos dedos por la barba, levantó la cabeza bruscamente y preguntó—: ¿Se lo ha dicho usted a Stamm?

—Sí —replicó Vance—. Le dimos la noticia en cuanto regresamos, hace menos de una hora —Vance pareció reflexionar y luego hizo otra pregunta a Greef—: ¿Ha acompañado usted alguna vez a Stamm en sus excursiones por los trópicos para pescar o buscar tesoros?

Evidentemente, a Greef le extrañó este cambio de conversación.

—No…, no. Nunca he tenido nada que ver con esas tonterías, salvo que he ayudado a Stamm a sufragar los gastos de un par de sus expediciones. Es decir —corrigió—, conseguí de algunos de mis clientes que pusieran dinero en las empresas. Pero Stamm lo pagó todo, después del fracaso de sus expediciones…

Vance interrumpió las explicaciones del otro con un gesto.

—Parece que no le interesan a usted los peces tropicales.

—Bien; no diré tanto —repuso Greef con voz natural, pero con los ojos aún entornados, como si estuviera sumido en la mayor perplejidad—. Son bonitos a la vista…, bellos colores…

—¿Hay algún pez dragón en el acuario de Stamm?

Greef se enderezó en la silla, palideciendo.

—¿No querrá usted decir…?

—Es sólo una pregunta académica —le interrumpió Vance, con un gesto de la mano.

Greef hizo un ruido gutural.

—Sí —declaró—. Hay algunos peces dragones aquí. Pero no vivos. Stamm guarda dos conservados de no sé qué manera. De todas maneras, sólo tienen unas doce pulgadas de longitud, aunque su aspecto es terrible. Stamm les da un nombre muy largo.

—¿Chauliodus sloanet?

—Una cosa así… Tiene también algunos caballos marinos y un dragón de mar rojo… Pero escuche, mister Vance, ¿qué tienen que ver los peces con el caso que nos ocupa?

Vance suspiró antes de contestar.

—No lo sé. Pero me interesa mucho la colección de peces tropicales de Stamm.

En aquel momento, Stamm en persona y el doctor Holliday atravesaron el vestíbulo en dirección al salón.

—Me voy, señores —anunció el médico—. Si me necesitan para algo, Stamm sabe dónde me pueden encontrar.

Y sin más ceremonia, se marchó y le oímos alejarse en su pequeño coche.

Stamm estuvo algunos momentos mirando a Greef con malos ojos.

—¿Añadiendo más leña al fuego? —agregó con sarcasmo casi agresivo.

Greef se encogió de hombros con un gesto de impotencia, como si se sintiese incapaz de luchar con la poco razonable actitud del otro.

Fue Vance quien contestó a Stamm.

Mister Greef y yo hemos estado hablando de sus peces.

Stamm pasó escépticamente los ojos del uno al otro; luego giró sobre sus talones y salió de la habitación. Vance permitió a Greef que le siguiera.

Apenas habían pasado la puerta, cuando se oyó el ruido de un automóvil que se acercaba por el camino principal, y pocos momentos después el detective Burke, que estaba de guardia en la puerta exterior, introdujo al médico forense.