Capítulo 35

LA TIERRA se había quedado muy atrás. El sol se había encogido en su tamaño; pero todavía seguía siendo el Sol y no se confundía aún con otra estrella cualquiera. La astronave estaba cayendo a lo largo del túnel de vectores gravitacionales que haría, en poco tiempo, aumentar su velocidad hasta el punto en que las estrellas comenzarían a borrarse de su visión y mezclarse sus colores y comenzar entonces su lenta traslación a otro Universo que existía más allá de la velocidad de la luz.

Blake estaba sentado en el sillón del piloto, mirando con atención la curva transparencia que se abría en el espacio exterior. Había allí tanta quietud, tanta paz y tranquilidad… era la absoluta falta de acontecimientos del vacío que existe entre las estrellas, con su infinita extensión. Dentro de poco, daría una vuelta por la astronave para comprobar que todo marchaba bien, aunque ya sabía por descontado que así sería.

—Vamos a casa —dijo Indagador, hablando quietamente en la mente de Blake—. A casa de nuevo…

—Pero no por mucho tiempo —le contestó Blake—. Solo por el tiempo preciso para recoger los datos que antes perdimos, y que tú no tuviste tiempo de conseguir. Después, seguiremos, a donde tú puedas estar al alcance de otras estrellas.

Y así viajaría por el espacio, pensó, siempre moviéndose en la inconmensurable vastedad del Universo, manipulando con los datos reunidos por aquella computadora biológica que era la mente de Pensador. Buscando, siempre buscando, investigando todos los matices y datos que pudieran constituir el todo del mecanismo universal, de forma que constituyese una estructura comprensible. ¿Y qué encontrarían? Muchas cosas, tal vez, que ninguno, ahora, pudiese sospechar.

—Indagador está equivocado —dijo Pensador—. No tenemos casa ni hogar. No podemos tenerlo. Cambiador encontró uno. Con el tiempo comprobaremos que realmente si lo necesitamos.

—La astronave será nuestro hogar —dijo Blake.

—No la astronave —opinó Pensador—. Si insistes en un hogar, entonces tendremos todo el Universo. Todo el espacio es nuestro hogar. La totalidad del Universo.

Aquello podría ser, en sustancia, lo que la mente del doctor Roberts había intentado decirle. La Tierra no es más que un punto en el espacio, había dicho. Y así, desde luego, eran todos los demás planetas, todas las otras estrellas, solo puntos de materia y de energía, concentrados en remotas entidades, con el vacío de por medio. La inteligencia, había dicho Roberts, es todo lo que cuenta; es lo único de significación y de valor. No la vida sola, ni la materia, ni la energía; sino la inteligencia. Sin inteligencia, toda la materia esparcida, todo el inmenso vacío del Universo, toda la flamígera energía radiante, no tenía significado alguno, puesto que sí carecía de sentido. Era solo la inteligencia la que podía hacer que la materia y la energía cobrase significación.

Sin embargo, pensó Blake, sería bueno siempre tener un ancla en alguna parte de aquella vasta inmensidad del vacío del espacio, estar en condiciones de apuntar a un sitio preciso, aunque solo fuese el producto de una sola mente, y señalar a un lugar cualquiera donde existiera materia y energía y decir: éste es mi hogar… El tener un lugar al que sentirse ligado, poseer algún punto de referencia.

Siguió sentado en su sillón de piloto, mirando fascinado a las estrellas, recordando, una vez más, aquel momento en la capilla del cementerio de Willow Grove, en donde había sentido por primera vez su falta de hogar, y de que nunca podría pertenecer, no a la Tierra, sino a ninguna parte; y que siendo de la Tierra, no podía permanecer en ella, ni tampoco con su figura humana, formar parte de la Humanidad. Pero aquel momento, recordó ahora, también le había mostrado que sin importar lo falto de hogar que estaba, no se encontraba solo, ni jamás lo estaría. Tenía a los otros dos con él; había suficiente. Tenía al Universo y a sus ideas, todas las fantasías, todo el hirviente fermento intelectual que había surgido en él.

La Tierra pudo haber sido su hogar, tenía derecho a esperar que lo hubiera sido. Un punto en el espacio… La idea era correcta, un punto en el espacio, la Tierra solo era un diminuto punto del espacio. Pero a despecho de lo pequeño que pudiera ser tal punto, era una señal hogareña. El Universo no era suficiente, por ser demasiado grande. Como hombre de la Tierra se es alguien, se posee alguna identidad; pero el hombre del Universo estaba perdido entre las estrellas.

Sintió de pronto el suave sonido de unos pasos, se levantó rápidamente y giró sobre sí mismo.

Elaine Horton estaba apoyada en la puerta de la cabina.

Blake adelantó un paso y se quedó helado de asombro.

—¡No! —gritó—. ¡No! No sabes lo que estás haciendo…

Un polizón, pensó, un mortal viajando en una astronave inmortal. Y había rehusado hablar con él, y…

—Sí —afirmó ella con su bella sonrisa a flor de labios—. Sé lo que estoy haciendo muy bien. Yo pertenezco a este lugar.

—Un androide —repuso él con tristeza y decepción—. Un ser simulado, que me han enviado para hacerme feliz… Y mientras, la verdadera Elaine…

—Andrew —dijo ella, sonriendo—. Yo soy la verdadera Elaine.

Blake abrió los brazos, hizo un gesto y, súbitamente, ella se lanzó hacia ellos. Andrew la estrechó amorosamente, sintiendo un agudo dolor por la intensa felicidad de tenerla allí; de tener con él a alguien también humano con la característica intimidad de lo humano, mezclado con un gran amor también humano.

—Pero… ¡no puedes hacerlo! Yo no soy humano. No te das cuenta de lo que está sucediendo. Yo no aparezco siempre en esta forma. Me convierto en otras cosas.

Ella levantó la cabeza graciosamente y le miró fijamente.

—Pero si yo lo sé, Andrew. No comprendes… Yo soy el otro de nosotros.

—Había otro hombre —dijo él casi estúpidamente—. Había…

—No era otro hombre. Era una mujer. El otro era una mujer.

Aquello era fantástico, pensó Blake. Theodore Roberts, ignorándolo, había dicho que era otro hombre.

—Pero el senador Horton… Tú eres la hija de Horton.

Ella negó con un gesto.

—Hubo una Elaine Horton; pero murió. Se suicidó por una horrible y sórdida razón. Aquello pudo haber destrozado la carrera del senador.

—Entonces, tú…

—Te lo explicaré. No es que no supiese nada al respecto. Cuando el senador rebuscó entre los datos del «Proyecto del Hombre-Lobo», descubrió lo que concernía a mi persona. Me vio y quedó perplejo por el formidable parecido con su hija. Por supuesto, yo estaba en animación suspendida entonces, y lo había estado por muchos años. Nosotros éramos un feo problema, Andrew. Me parece que no dimos el resultado que pensaron al hacernos.

—Comprendo. Lo sé. Me alegro ahora de que no fuese así. Entonces, tú lo has sabido todo el tiempo…

—No, solo recientemente. El senador tenía acceso a la Administración del Espacio. Ellos deseaban a toda costa ocultar al máximo el «Proyecto del Hombre-Lobo». Pero cuando el senador llegó hasta ellos, frenético, enloquecido por la pena de haber perdido a su hija, me entregaron a él, ya que se hallaba como loco, un hombre deshecho hasta la médula. Yo pensé que era su hija. Le quise como a un padre. Yo ya había sido sometida a un lavado de cerebro, acondicionada, o sometida al proceso, sea el que sea, a que te debieron someter a ti, para hacerme creer que en realidad yo era su hija.

—Tuvo que haber sido toda una prueba. Ocultar la muerte de su hija y después tomarte a ti…

—Él era el único que podía arreglarlo. Era un hombre encantador, un padre amante, aunque rudo y sin entrañas en cuestiones políticas.

—El te quería…

Elaine aprobó con un gesto.

—Así es, Andrew. En muchos aspectos, sigue siendo mi padre. Nadie puede figurarse lo que le costó decírmelo.

—¿Y tú? A ti también te costaría…

—Desde luego. Pero no podía quedarme. Una vez que lo supe, ya me fue imposible la idea de seguir en tal situación. Yo habría sido un fiasco, al igual que tú. Viviendo eternamente. Y una vez que el senador hubiera fallecido, ¿qué me hubiera quedado?

Blake aprobó con la cabeza, comprendiéndolo todo, pensando en dos personas que tienen que encararse con una situación como aquélla.

—Además —dijo ella—, yo te pertenecía. Creo que lo supe desde el principio… desde el primer instante que llegaste, mojado y muerto de frío, a aquella vieja casa de piedra…

—El senador me dijo…

—Que yo no quería verte más, que no deseaba hablar más contigo.

—Pero ¿por qué?

—Intentaron asustarte y dejarte a un lado. Tuvieron miedo de que no quisieras marcharte de la Tierra, de que intentases echar raíces en ella. Querían que pensaras que nada te quedaba por hacer en la Tierra. El senador, la mente de Roberts y el resto. Porque teníamos que salir al espacio, querido. Somos instrumentos de la Tierra, el regalo y el don de la Tierra al Universo. Si las inteligencias del Universo tienen alguna vez que descubrir qué es lo que ha sucedido, qué es lo que tiene que ocurrir, en qué consisten todos los misterios, nosotros podemos ayudar a conseguirlo.

—Entonces… ¿somos de la Tierra? La Tierra todavía nos quiere…

—Por supuesto, Andrew —afirmó ella—. Ahora que ya saben quiénes somos, la Tierra está orgullosa de nosotros.

Andrew la abrazó estrechamente y se dio cuenta de que la Tierra era finalmente, y para siempre lo sería, su hogar. Que dondequiera que fuesen, la Humanidad estaría con ellos. Pues ellos eran la extensión de la Humanidad, las manos y la mente del género humano extendida hacia los misterios de la eternidad.

FIN