CAMBIADOR luchó.
Tenía que marcharse. Debía escapar. No podía permanecer, enterrado en aquella negrura y en aquella quietud, en el confort y la seguridad, en aquella hermandad que lo rodeaba y lo engullía.
De otro modo, no quería luchar. Permanecería exactamente donde estaba, quedándose todo tal cual era. Pero algo le hacía luchar, le impulsaba a hacerlo, no algo propio de su interior, sino algo existente exteriormente, una criatura, un ser o una situación que le exigía entrar en acción y que le decía a gritos que no debía seguir allí, sin importar cuánto lo deseara. Había algo que quedaba sin hacer y no podía de ningún modo ser dejado sin llevarlo a cabo, y él era el único capaz para llevar a cabo la tarea, cualquiera que fuese.
—Calma, calma —dijo Indagador—. Estás mejor así. Hay demasiadas penas, demasiadas amarguras ahí fuera en el exterior, fuera de aquí.
¿Fuera de aquí?, pensó. Y recordó algo de aquello. El rostro de una mujer, los altos pinos en la puerta, otro mundo visto como se puede ver a través de una cortina de agua, remoto y distante, improbable. Pero Blake sabía que estaba allí.
—¡Me habéis encerrado! —gritó—. ¡Tenéis que dejarme ir!
Pero Pensador no le prestó ninguna atención. Siguió pensando, todas sus energías dirigidas hacia todos los datos de información y de hechos, las grandes torres negras, las cúpulas de color mostaza, y la indicación de algo o de alguien dando órdenes para el Universo.
Su fuerza y su voluntad se desplomó y volvió a hundirse en la negrura y la quietud.
—Indagador —dijo.
—No —repuso éste—. Pensador está trabajando de firme.
Blake se recogió sobre sí silenciosamente y se irritó contra los dos en su mente. Pero el irritarse no era bueno.
Yo no les he tratado en esa forma, se dijo para sí. Cuando estaba en el cuerpo, siempre les escuché. Nunca les dejé abandonados ni apartados.
Siguió descansando, y el pensamiento indicó a su mente que lo mejor era seguir en aquella comodidad y en aquella quietud. ¿Qué importaba todo lo demás, fuese lo que fuese? ¿Qué importaba la Tierra?
Pero allí estaba la clave: ¡La Tierra! La Tierra y la Humanidad. Y ambas cosas importaban. No, tal vez, para Indagador y para Pensador, aunque lo que importase a uno tenía que importar a los tres.
Luchó de nuevo débilmente y se encontró con que le faltaban las fuerzas precisas, o tal vez la voluntad necesaria. Siguió en aquella quietud de nuevo, esperando, reuniendo fuerza y paciencia.
Ellos se cuidaban de él, se dijo a sí mismo. Ellos se habían arriesgado y le habían protegido en una hora de angustia y ahora le tenían prisionero, encerrado, y no le dejaban ir…
Intentó mostrar una vez más su angustia, con la esperanza de que en una situación angustiosa, encontraría la fuerza, la voluntad. Pero no pudo. Había sido algo borrado. Le pareció aferrarse a sus bordes, pero sin poder captarlo en su verdadera dimensión.
Y así volvió a quedarse quieto contra la oscuridad y dejar que la calma volviera a llegarle; pero mientras lo hacía así, sabía que debería luchar para ser libre de nuevo y, aunque le parecía de otra parte difícil, si seguía luchando sin cesar, habiendo en todo aquello algo que no comprendía totalmente, su razón le impelía a tener que hacerlo.
Permaneció quieto y pensó de qué forma se parecía a un sueño, un sueño en donde uno sube a una montaña, pero en el que jamás se llega a la cima; o a la clase de sueño en que uno se halla colgado al borde de un precipicio, hasta que los dedos resbalan y cae por algo que no tiene fin, cayendo, cayendo, sin llegar jamás al fondo.
El tiempo y lo fútil del propósito se extendieron ante él, sabiendo que el tiempo, en sí mismo, era inútil, ya que conocía que el Pensador consideraba al tiempo como un factor negativo, o más bien, como un factor inexistente.
Intentó colocar su situación dentro de una correcta perspectiva, pero rehusó caer dentro de una pauta, en que la perspectiva pudiese ser medida. El tiempo era algo borroso y la realidad una bruma y, nadando inmerso en aquello, llegó a divisar un rostro, un rostro que al principio no tenía para él un especial significado; pero que finalmente supo que era alguien a quien conocía y después, al fin, aquel rostro humano, medio entrevisto en la oscuridad, quedó impreso en su mente para siempre.
Sus labios se movían y no pudo oír sus palabras; pero aquellos labios, el recuerdo de ellos había quedado indeleblemente impreso en su mente.
Cuando puedas, hazme saber algo de ti…
Sí, allí estaba. Ahora tenía que hacerlo.
Surgió abruptamente fuera de la oscuridad y de la quietud y le pareció sentir una fuerte protesta a su alrededor; la ofendida protesta de los otros dos.
Negras torres giraban en la oscuridad a su alrededor, un negro girar en la negrura, con el sentido del movimiento; pero no de la vista. Y repentinamente, la vista también.
Se encontró de pie en la capilla del cementerio y el lugar estaba sombrío con la débil luz de los candelabros y desde el exterior pudo oír el susurro de los pinos acariciados por el viento.
Se produjeron unos gritos y vio a un soldado corriendo pasillo arriba hacia él, mientras otro permanecía perplejo con el fusil apuntándole.
—¡Capitán! ¡Capitán! —gritaba el que corría.
El otro soldado se adelantó un paso.
—Tómalo con calma, hijo —dijo Blake—. No voy a ir a ninguna parte.
Se dio cuenta de que algo se había enredado en sus tobillos y vio que era su traje. Se liberó de él y se agachó para recogerlo y ponérselo por los hombros.
Un militar con unos galones en las charreteras llegó a buen paso caminando por el pasillo. Se detuvo frente a Blake.
—Soy el capitán Saunders, señor —dijo—. De la Administración del Espacio. Estamos custodiándole.
—¿Custodiándome? ¿O vigilándome?
El capitán hizo un leve gesto ambiguo.
—Tal vez un poco de ambas cosas. Me congratulo, señor, de que, una vez más, se haya convertido en un ser humano.
Blake se apretó aún más la ropa en los hombros.
—Está usted equivocado —dijo—. Tiene ya que saber que está en un error. Usted sabe que no soy un ser humano… no completamente humano.
Quizás, pensó, solo humano en la forma externa y que tenía la conciencia de poseer, aunque debía haber algo más en ello, ya que había sido diseñado como un ser humano, y fabricado como hombre. Se habían producido cambios, por supuesto, pero no tantos, como para ser algo no humano. No algo que fuese inaceptable, ni que diese la impresión de un monstruo para la Humanidad.
—Hemos estado esperando —dijo el capitán—. Hemos esperado que…
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Blake—. ¿Cuánto tiempo han esperado?
—Casi un año.
¡Un año! No había parecido tan largo el suceso. A Blake le pareció que era cuestión de horas. Cuánto tiempo, imaginó Blake, había estado apoyado y sostenido, sin saberlo, en las protectoras profundidades de la mente comunal antes que hubiera llegado a saber que necesitaba quedar libre… ¿Lo habría sabido desde el principio y luchó desde el momento en que Pensador le había transferido? Era difícil de saber. El tiempo, dentro de una mente desasociada, podía quedar totalmente desprovisto de su significado, quedando convertido en algo inútil como medida de duración.
Ahora que el terror y la agonía mental habían desaparecido de él y podía enfrentarse con la realidad de que no era humano en suficiente medida para reclamar un lugar sobre la Tierra, se dirigió al oficial.
—Bien, ¿y ahora?
—Mis órdenes son las de llevarle a Washington, a la Administración del Espacio, tan pronto como sea seguro el poder hacerlo.
—Ahora puede ser algo seguro. No voy a causarles ningún problema.
—No es a usted a quien me refiero —dijo el capitán—. Es a la multitud que hay ahí fuera.
—¿Qué quiere decir con la multitud?
—Esta vez es toda una muchedumbre de adoradores. Hay cultos, parece, dirigidos a considerarle como una especie de Mesías enviado para liberar al Hombre de todo el mal que hay en él. En otras ocasiones, son grupos que le denuncian a usted como un monstruo… perdone, señor, si he empleado ese término. Lo había olvidado. Por favor, discúlpeme.
—Y esos grupos, tanto el uno como el otro, ¿le han proporcionado problemas?
—A veces —explicó el capitán—. En ocasiones, muchos. Por eso es por lo que debemos escaparnos de aquí con el mayor sigilo.
—Pero ¿no sería mejor salir caminando tranquilamente?
—Desgraciadamente, ésta no es una situación que pueda manejarse tan fácilmente como usted la ve. Puedo ser franco con usted. Nadie, excepto unos pocos de nosotros, sabrán que usted se ha marchado. La guardia continuará en sus puestos…
—¿Va usted a dejar a la gente creyendo que aún sigo aquí?
—Sí. Es lo más fácil.
—Pero algún día…
El capitán denegó con un gesto.
—No. Pasará mucho tiempo. Usted no será visto. Tenemos una astronave esperándole. De esa forma puede marcharse, si quiere, por supuesto.
—¿Para liberarse de mí?
—Tal vez —concluyó el capitán—. Pero también sirve para que usted se libre de nosotros.