Capítulo 30

LA PIRÁMIDE se erguía a la izquierda y frente a la fila de asientos. Resplandecía de una forma misteriosa; pulsando suavemente y fuera de ella parecía envolverla una cortina de luz.

—No se acerque mucho —advirtió el capitán—. Podría asustarla.

Elaine no respondió. Se quedó mirando fijamente aquella pirámide y el horror y la maravilla surgieron juntos apretándole la garganta.

—Puede usted quedarse a dos o tres filas de asientos de distancia —volvió a decir el capitán—. Podría ser peligroso si intenta acercarse demasiado. Realmente no lo sabemos.

Hizo un esfuerzo para hablar, ya que las palabras se negaban a salir de su garganta.

—¿Ha dicho usted asustarla? —preguntó.

—No lo sé —repuso el capitán—. Así es la forma en que actúa. Como si estuviera asustada por nuestra presencia. O sospechara de nosotros. O puede que no quiera saber nada de nosotros tampoco. Hace poco que está así resplandeciente. Estaba apagada, corrió un trozo de la nada, como si ahí no existiera ninguna cosa. Es como si hubiera creado por sí misma un mundo especial para ella, con sus defensas exteriores preparadas.

—¿Y ahora sabe que no queremos hacerle ningún daño?

—Habla usted como si fuese una persona…

—Andrew Blake —afirmó ella.

—¿Le conoce usted, señorita? Mr. Wilson lo ha dicho.

—Le vi tres veces.

—Respecto a que sepa que no queremos hacerle daño, puede que sea eso —explicó el capitán—. Algunos científicos lo creen también. Muchos de ellos han intentado estudiar eso; bien, perdone, señorita, estudiarle. Pero no han conseguido apenas nada. No hay mucho que calcular ni comprender.

—¿Están seguros? —preguntó la joven—. ¿Están seguros de que es Andrew Blake?

—Ahí abajo, por debajo de la pirámide —le dijo el capitán—. En la base, a la derecha.

—¡El traje de lana! —exclamó Elaine—. ¡Ése fue el que yo le di!

—Sí. El único que vestía. Está debajo, ahí en el suelo. Solo sobresale un trozo por debajo de la pirámide. Ella dio otro paso y se detuvo.

—No demasiado lejos —advirtió el capitán—. Ni demasiado cerca.

Esto es una locura, pensó Elaine. Si él está aquí, tiene que saberlo. Sabría que soy yo y no estaría asustado… Debería saber que solo le traigo mi amor…

La pirámide, entonces, emitió unas suaves pulsaciones.

Pero quizás lo ignora, se dijo Elaine. Tal vez se haya cerrado para el resto del mundo, sí, eso es lo que ha hecho.

Y tiene razón para hacerlo… ¿Cómo tiene que sentirse al saber que su mente es la de otro hombre; una mente prestada, ya que no tiene ninguna suya propia, a causa de la simpleza de los hombres, que no han sido lo suficientemente grandes para fabricarle una mente? El ingenio suficiente para conformar su carne y sus huesos, y un cerebro; pero no una mente. Y cuánto peor, tal vez, sea el conocer que es parte de otras dos mentes, por lo menos…

—¿Capitán? —Sí, señorita Horton.

—¿Saben los científicos cuántas mentes hay? ¿Podría haber más de tres?

—No parecen saberlo —repuso el oficial—. Dada la situación, tal y como está, parece no haber límite.

Sin límite, pensó Elaine. Allí había lugar para una infinidad de mentes, capaces de captar todo el conocimiento que existe en el Universo. Y yo me encuentro aquí, hablando silenciosamente a la criatura que ha sido Andrew Blake. Aquí estoy. ¿Puedes decir que estoy aquí? Si alguna vez me necesitas, Andrew, si es que cambias de nuevo y te conviertes en hombre… Pero ¿cómo podría volver de nuevo a convertirse en un hombre? Quizás se hubiera transformado en aquella pirámide por no tener necesidad de ser un hombre, para no tener que encararse con una Humanidad con la que nada tenía que compartir…

Se volvió y dio un paso vacilante hacia la parte frontal de la capilla, después se volvió una vez más.

La pirámide estaba brillando suavemente y parecía tan pacífica y tan sólida y, con todo, tan aislada del resto del mundo, que se le hizo un nudo en la garganta y las lágrimas se escaparon de sus bellos ojos.

No debería llorar, se dijo a sí misma. No lloraré… ¿Por quién tengo que llorar? ¿Por Andrew Blake? ¿Por mí misma? ¿Por la embriagada raza del hombre? No está muerto. Quizás sea peor que la muerte. Si había sido un hombre y hubiera muerto, ella podría haberse marchado diciéndole adiós.

Una vez se había vuelto hacia ella en demanda de ayuda. Ahora estaba más allá de toda ayuda, de cualquier ayuda humana. Tal vez mucho más allá de toda la Humanidad…

Se volvió de nuevo.

—Me iré ahora —dijo Elaine—. Capitán, por favor, ¿quisiera caminar a mi lado?

El oficial la tomó del brazo y echó a andar a lo largo del pasillo.