Capítulo 29

UN VIENTO de diciembre, fino y mordiente como agujas de hielo, soplaba por los campos, arrancando las últimas hojas obscuras, ya marchitas, del solitario roble que se erguía a medio camino de la colina. En lo alto, donde se hallaba el cementerio, los pinos gigantes susurraban en el frío ambiente del fin de año. Unas nubes espesas y multiformes corrían por el cielo, sintiéndose la presencia de la nieve arrastrada por las nubes. Dos figuras vestidas de azul se hallaban a las puertas del cementerio y el pálido sol del invierno, brillando por un momento a través de las rotas nubes, resplandeció sobre los pulidos botones y el cañón de los rifles de aquellas figuras.

A un lado de la puerta, un pequeño grupo de visitantes y curiosos se apretujaba, mirando ávidamente, a través de los barrotes de hierro, la blancura de la capilla.

—Hoy no hay muchos —dijo Ryan Wilson a Elaine Horton—. Cuando el tiempo es bueno, especialmente en los fines de semana, tenemos toda una multitud.

Wilson se levantó el cuello de su traje gris abrigándose la garganta.

—No es que apruebe lo que pasa —continuó Wilson—, pero es Theodore Roberts quien está ahí. No importa la forma que adopte, sigue siendo Theodore Roberts.

—El doctor Roberts, tengo entendido —dijo Elaine—, estuvo muy bien considerado en Willow Grove.

—Ciertamente. Él fue el único de nosotros que ganó honores y distinciones. La ciudad está muy orgullosa de él.

—¿Y lamenta usted todo esto?

—No sé si llamarlo molestia. Mientras que se mantenga el decoro debido, creo que no importa. Pero a veces, las multitudes toman un aspecto de día de fiesta y eso no nos gusta.

—Tal vez no debería haber venido —dijo Elaine—. Lo he estado pensando mucho. Pero cuanto más lo meditaba, más sentía la necesidad de venir.

—Usted le brindó su amistad —dijo Wilson con aire grave—. Tiene usted derecho a venir. Me imagino que él no tendría muchos amigos.

El pequeño grupo de personas que se apretujaba en las puertas del cementerio se había deshecho y comenzaba a bajar la colina.

—En un día como éste —comentó Wilson—, no hay mucho que ver para la gente. Por eso no se quedan mucho tiempo. Solo la capilla. En el buen tiempo, las puertas de la capilla están abiertas y se puede echar un vistazo a su interior; pero incluso así, hay poca cosa que ver. Para empezar, hay un pasillo obscuro, donde apenas si se puede ver algo. Pero ahora, cuando se abren las puertas, se obtiene la sensación de un resplandor, de algo que brilla allí dentro. Al principio no se aprecia. No se puede apenas ver nada. Es solo como mirar a un agujero que cuelga justo encima del suelo. Todo está borroso. Supongo que debe ser un campo de fuerza de alguna especie. Pero después, gradualmente, el escudo, o las defensas o sea lo que fuere, parecen desprenderse y puede apreciarse ese resplandor.

—¿Me dejarán entrar? —preguntó Elaine.

—Supongo que no tendrán inconveniente —repuso Wilson—. Le he enviado recado al capitán. No se puede culpar a la Administración del Espacio por custodiar el sitio tan rígidamente. La responsabilidad por lo que pueda haber allí les concierne solo a ellos. Ellos comenzaron el proyecto, hace doscientos años. Lo ocurrido aquí, no habría sucedido de no haber sido por el «Proyecto del Hombre-Lobo».

Elaine se estremeció.

—Le ruego que me perdone —se excusó Wilson—. No debería haber dicho eso.

—¿Por qué no? Aunque sea desagradable, así es como se le llama por todo el mundo.

—Ya le conté lo del día en que llegó a mi oficina —le dijo el abogado—. Era un joven agradable.

—Era un hombre aterrado —dijo Elaine—, huyendo de todo el mundo. Si me lo hubiera dicho a mí…

—Quizás entonces no sabía…

—Sabía que estaba en dificultades. El senador y yo le hubiéramos ayudado. El doctor Daniels también lo habría hecho.

—Seguramente no quiso implicarla a usted. Éste es una clase de asunto para no mezclar en él a los amigos. Y Blake quería conservar su amistad. Tenía miedo, más que seguro, que de habérselo dicho a usted habría podido perder su amistad.

—Comprendo que pudiera haberlo pensado así. Soy yo la que me lo reprocho. Pero no quería herirlo en sus sentimientos. Pensé que debería tener la oportunidad de encontrar la respuesta por sí mismo.

La gente descendía colina abajo, pasando a su lado y siguiendo el camino.