Capítulo 26

HACÍA frío, un frío que mordía la carne, como un golpe físico que dañaba el cuerpo y la mente.

El satélite del planeta parecía suspendido por una línea cortada de alta vegetación, y la tierra estaba estéril y seca, mientras que a través de la construcción que los humanos llamaban una valla saltaban unas enloquecidas criaturas llamadas perros por los humanos.

Pero cerca de allí había un banco de energía y Pensador se asió a él, con urgencia, con desesperación, casi con pánico. Se aferró a él y tomó mucha más de la que necesitaba, mucha más de la que hubiese necesitado jamás. La casa se obscureció y el poste de conducción de energía con su luz radiante, comenzó a apagarse y cayó finalmente en la oscuridad.

El frío había desaparecido y su cuerpo, conformado en forma de pirámide, resplandecía. Los datos estaban nuevamente allí, como lo habían estado antes, más precisos, más claros, más concisos de lo que jamás lo hubieran estado, alineados en renglones y filas, esperando ser utilizados. Dentro de su mente el proceso lógico era claro, brillante y agudo.

Hacía ya tiempo que no lo había utilizado.

—¡Pensador! —gritó Indagador—. ¡Acaba pronto! ¡Los perros! ¡Los perros!

Tenía razón, por supuesto. Ya tenía idea de lo que eran los perros y del plan de Indagador, un plan que ya estaba en funcionamiento.

Los perros daban vueltas a su alrededor, ladrando, chillando, arañando con sus uñas el suelo, detenidos en su carrera, como aterrados ante el súbito cambio que se había operado y la aparición que había reemplazado al lobo que habían venido persiguiendo y cazando.

Existía demasiada energía, comprobó Pensador con un ligero pánico. Demasiada, mucha más de la que podía manejar.

Y se liberó de ella.

Se produjo una terrible llamarada.

Un espantoso relámpago iluminó por un momento el valle con el tremendo resplandor. La pintura de la casa se chamuscó, derritiéndose en goterones.

Los perros volvieron a saltar la valla en sentido opuesto y aullaron aterrados al alcanzarles el relámpago. Salieron como alma que lleva el diablo con el rabo entre las piernas y la grupa todavía humeando de la chamusquina que se les había venido encima de una forma tan prodigiosa e inesperada.