Capítulo 20

LA LLAMADA periódica y constante del teléfono llegó finalmente hasta el mundo de ilusiones del dimensino. Elaine Horton se levantó, abandonando el lugar en que había estado observando el mundo de cosas ya pasadas, de antiguos días de la Tierra.

El teléfono continuaba su zumbido intermitente con el panel de visión pulsando impaciente sus destellos luminosos.

Se aproximó al aparato y tocó el dispositivo correspondiente. Frente a ella apareció un rostro, débilmente iluminado por la defectuosa luz de una cabina pública de teléfonos.

—¿Andrew Blake? —llamó sorprendida.

—Sí, soy yo. Ya verá…

—¿Le ocurre algo? Al senador le han llamado, y…

—Creo estar en dificultades —le dijo Blake—. Probablemente habrá usted oído lo que ha ocurrido.

—Se refiere usted al hospital… Estuve un rato pendiente; pero se ha visto muy poco. Han dicho algo respecto a un lobo, y también que uno de los pacientes había desaparecido.

Entonces, súbitamente, pareció caer en la cuenta de algo.

—¡Un paciente desaparecido! ¿Se referían a usted, Andrew?

—Me temo que sí. Necesito ayuda. Y usted es la única persona que conozco, la única a quien me atrevería a pedírsela…

—¿Qué clase de ayuda?

—Necesito algunas ropas.

—¿Quiere decir que abandonó el hospital sin ropas? Pero debe hacer un frío terrible ahí en la calle…

—Es una larga historia —dijo Blake—. Si no quiere ayudarme, no lo haga. Me hago cargo. No quiero verla implicada en todo esto; pero lo cierto es que estoy helándome poco a poco y estoy metido en un buen apuro…

—¿Quiere decir que está huyendo del hospital?

—Así podría llamarlo usted.

—¿Y qué clase de ropas?

—Cualquier clase, las que sean. No dispongo de nada absolutamente.

Elaine pareció dudar por un momento. Esto debiera consultarlo con el senador. Pero no estaba en casa. No había vuelto del hospital y no había dicho cuando lo haría.

Cuando la joven habló de nuevo, lo hizo con la voz más calmada y precisa.

—Veamos si estoy en lo cierto, Blake. Usted ha sido quien se escapó del hospital y sin sus ropas. Y dice que no va a volver. Está en un gran apuro. ¿Quiere decir que le están buscando?

—Sí, desde hace algún tiempo la policía está a mi caza y captura.

—¿Y ahora no?

—No, no por el momento. Les hemos dado esquinazo.

—¿Habla usted en plural?

—Perdone, me he equivocado. Quería decir que he conseguido escapar de la policía.

Elaine suspiró profundamente.

—¿Dónde se encuentra en este momento?

—No estoy absolutamente seguro. La ciudad ha cambiado desde que yo la conocí. Calculo que estoy al sur del final del viejo puente de Taft.

—Quédese ahí —dijo ella—. Espere a que llegue con mi coche. Rodaré despacio y le buscaré.

—Gracias…

—Un momento. Se me ocurre algo. ¿Está usted llamando desde un teléfono público?

—Así es.

—Necesita usted una moneda para que funcione el aparato. Sin ropas de ninguna clase, ¿dónde consiguió usted esa moneda?

Un amargo gesto se dibujó en el rostro de Blake.

—Las monedas caen dentro de las cajitas. Me temo que utilicé una piedra.

—¿Ha roto usted la caja para conseguir una moneda con que llamar?

—Como lo habría hecho un gamberro profesional.

—Comprendo. Será mejor que me de el número de ese teléfono. Permanezca próximo a él, para que pueda llamarle, si es que no puedo encontrarle… si no está usted donde supone.

—Un momento.

Blake miró a la plaquita situada encima del teléfono y leyó los números. Elaine encontró un lápiz y copió el número al margen de un periódico.

—Se dará cuenta —dijo ella— que está corriendo un gran riesgo conmigo. Tengo que tenerle materialmente clavado en ese teléfono y el número puede ser localizado.

Blake hizo otro gesto amargo.

—Me he dado cuenta. Pero tengo que correr ese riesgo. Usted es la única oportunidad con que cuento.