Capítulo 19

SI LO QUE usted cree es verdad —dijo Chandler Horton—, entonces no podemos perder tiempo en ponernos en contacto con Blake.

—¿Qué le hace pensar que sea Blake? —preguntó el jefe del personal—. No era Andrew Blake quien corría fuera del hospital. Si Daniels tiene razón, era una criatura de otro mundo.

—Pero Blake estaba aquí también —protestó el senador Horton—. Pudo estar encerrado dentro del cuerpo de una criatura extraña, que después se ha cambiado en Blake.

El senador Stone, arrellanado en su sillón, se burló de Horton.

—Si quiere usted conocer lo que pienso, todo eso es un completo disparate, una solemne tontería.

—Estamos interesados en sus pensamientos, por supuesto —repuso Horton—. Pero quisiera, Salomón, que al menos por una vez, fueran un poco constructivos.

—¿Y qué puede haber de constructivo en todo esto? —gritó Stone—. Esto es una especie de juego de niños, al menos así parece haberse convertido. Todavía no lo he calculado bien; pero creo conocer de lo que se trata. Juraría que está usted en el fondo de todo esto. Usted está siempre sacándose trucos de la manga, Chandler. Creo que está removiendo todo esto para demostrar algo, más que probablemente, pero hasta ahora no veo de qué se trata. Sabía que se intentaba algún truco cuando trajo usted a ese Lukas para testificar.

—Doctor Lukas, si no le importa, senador —dijo Horton.

—Está bien, pues, doctor Lukas. ¿Qué conoce él al respecto?

—Veamos la forma de descubrirlo. Doctor Lukas, ¿qué sabe usted de todo esto?

Lukas hizo un gesto seco.

—De lo ocurrido en este hospital, absolutamente nada. Respecto a si ha podido ocurrir según lo que opina el doctor Daniels… creo estar de acuerdo con él.

—Pero eso es una simple suposición —apuntó Stone—. Nada más que suposiciones. El doctor Daniels cree haberlo descubierto. ¡Estupendo! ¡Magnífico! ¡Hurra por él! Tiene una gran imaginación. Pero eso no significa que lo que ha ocurrido realmente es lo que él piensa.

—Debo hacerle notar —intervino entonces el jefe del personal— que Blake era paciente del doctor Daniels.

—¿Lo que significa que también cree usted lo que él piensa?

—No necesariamente. No sé personalmente qué pensar. Pero si hay alguien aquí que pueda formarse una buena opinión, es el doctor Daniels.

—Creo que debemos calmarnos un poco —opinó Horton— y revisar lo que tenemos disponible a mano. Ni que decir tiene que apenas tengo que resaltar los cargos del senador Stone de que esto sea un juego de niños, ni ningún truco; pero sí que debemos todos estar de acuerdo en que lo ocurrido aquí esta noche, está muy fuera de lo usual. También dudo de que la decisión del doctor Winston de reunimos a todos, haya sido hecho a la ligera. Sabe ahora que no puede formarse una sólida opinión; pero ciertamente tiene que haber sentido que había alguna razón para interesarnos a todos.

—Sigo creyendo que la hay —dijo el jefe.

—Comprendo que el lobo, o lo que fuese…

Salomón Stone emitió un fuerte resoplido.

Horton le miró glacialmente con fijeza.

—… o lo que fuese —continuó—, corrió por las calles hacia el parque y la policía intentó darle caza.

—Eso es cierto —dijo Daniels—. Ahora se encuentran por ahí fuera intentando capturarlo. Un idiota de motorista le captó con los faros cuando cruzaba la calzada e intentó correr tras él.

—Comprenderán ustedes que ésta es una clase de asunto que debemos parar en seco —explicó Horton con energía—. Todo el mundo aquí, aparentemente, pareció perder los estribos…

—Tiene que comprender —dijo el jefe del personal— que todo ello era francamente fantástico. Nadie pensó con la cabeza.

—Si Blake es lo que Daniels piensa que es —dijo Horton—, tenemos que hacer que regrese. Hemos perdido dos siglos de progreso en la bioingeniería, porque se tenía entendido que la Administración del Espacio y su proyecto fracasó, y a causa de este fracaso, el proyecto fue archivado para siempre. Archivado de tal forma, debo hacer resaltar, hasta el extremo de ser olvidado. Todo lo que quedó de él fue el mito y la leyenda. Pero ahora parece que no fracasó. Podemos tener la evidencia de su éxito ahí fuera, en los bosques.

—Falló, de acuerdo —dijo el doctor Lukas—. No funcionó en la forma que había calculado la Administración del Espacio. Creo que Daniels ha dado en el clavo. Una vez que las características de un ser de otro mundo fueron insertas en el androide, ya no pudieron ser erradicadas. Se convirtieron en un rasgo permanente del propio androide. Y así llegó a ser dos criaturas, la humana y la extraña. En todo. En características corporales y en estructura animal.

—Señor, esa situación mental —preguntó el jefe del personal—, ¿haría que la mentalidad del androide fuese sintética? Con ello quiero significar una mentalidad cuidadosamente fabricada que fue sintetizada y después insertada en su interior.

Lukas hizo un gesto negativo.

—Yo lo dudaría, doctor. Eso habría sido un método primitivo, un procedimiento más bien tonto de conseguirlo. Los registros, o al menos lo que yo he visto, no hacen ninguna mención de ello; pero presumo que la estructura y la pauta de una mente humana fue impresa en el androide, en su cerebro. Incluso entonces tenían que haber dispuesto ya de esa técnica. Los Bancos de Mentes fueron creados hace ya mucho tiempo.

—Sí, algo más de trescientos años —afirmó Horton—. Entonces, resulta evidente que disponían de la técnica suficiente para hacerlo y realizar tal transferencia. Este asunto de construir una mente sintética resultaría difícil hoy, una vez que se abandonó hace ya doscientos años. Dudo que hoy conociésemos todos los ingredientes para proveer una mente equilibrada, una que fuese humana. Hay tantas cosas para poder construir una mente humana… Podríamos sintetizar una mente, sí, supongo que lo haríamos; pero una extraña, que de lugar a que surjan acciones y emociones extrañas, no totalmente humanas, algo menos que humano, tal vez algo más que humano.

—Así usted piensa —dijo Horton— que Blake lleva en su cerebro el duplicado de la mente de un hombre que vivió en el tiempo en que fue fabricado…

—Yo me encuentro inclinado casi positivamente a afirmar que así es.

—Y yo también —expresó el jefe del personal.

—Así pues —continuó Horton—, él es humano, o por lo menos, tiene una mente humana, ¿no es cierto?

—No veo otra solución —opinó el doctor Lukas—. Tuvieron que haberle provisto de una mente humana.

—Todo es una perfecta tontería —interrumpió Stone—. Jamás he oído tanto disparate en todos los días de mi vida.

Nadie le dedicó la menor atención. El jefe de personal se dirigió al senador Horton.

—¿Cree usted que es vital que encontremos a Blake?

—Desde luego, antes de que la policía le mate o destruya el cuerpo, sea el que sea, en que esté contenido. Y antes también de que consiga refugiarse en cualquier agujero por ahí, Dios sabe dónde, y nos lleve meses el encontrarle, si es que se le encuentra.

—Estoy completamente de acuerdo —dijo el doctor Lukas—. Piensen en todo lo que tiene que contarnos. Si la Tierra espera embarcarse en un programa de ingeniería humana, bien sea ahora o en un futuro próximo, lo que podemos aprender de Blake tiene un valor incalculable.

El jefe del personal hizo un gesto con la cabeza asombrado.

—Pero Blake es un caso especial. Es un espécimen superversátil. Según tengo entendido, el proyecto no tiene en cuenta una criatura semejante.

—Doctor —dijo Lukas—, lo que dice usted es cierto; pero cualquier clase de androide, cualquier tipo de sintetismo organizado…

—Caballeros, creo que están ustedes perdiendo el tiempo —interrumpió el senador Stone—. No va a llevarse a cabo ningún proyecto de bioingeniería humana, ni programa parecido. Yo y algunos de mis colegas, ya lo hemos considerado.

—Salomón —dijo Horton pacientemente—, dejemos que usted y yo nos preocupemos de la política del proyecto más tarde. Ahora mismo tenemos a un hombre aterrado por ahí en esos bosques y debemos hallar la forma de hacerle saber que no pretendemos causarle ningún daño.

—¿Y qué se propone hacer para conseguir eso?

—Pues a mí me parece bastante simple. Ordenar que cese la persecución, y después dar las noticias oportunas en los medios de difusión. Contando con periódicos, los poderosos medios electrónicos y…

—¿Cree usted que un lobo leerá un periódico o se detendrá a, mirar un dimensino?

—Lo absolutamente probable es que haya dejado ya de ser un lobo —dijo Daniels—. Tengo la corazonada de que tan pronto como sea posible, se convertirá en un hombre. Por una poderosa razón, una criatura extraña debería encontrar este planeta de lo más confuso e inconfortable.

—Caballeros, por favor —sugirió el jefe del personal.

Todos se volvieron hacia él.

—No podemos hacer eso —dijo—. Semejante historia, pondría en el más espantoso de los ridículos a este hospital. Sería absurdo en cualquier circunstancia, pero ¡salir ahora con la historia del hombre-lobo! ¿Es que no se figuran ya las cabeceras de los periódicos? ¿No se figuran el jolgorio de la prensa a nuestras expensas?

—Pero ¿y si tenemos razón? —sugirió Daniels.

—Ése es el problema. No podemos saber si tenemos razón. Podemos tener toda la razón del mundo para creer que estamos en lo cierto, pero aún seguiría siendo insuficiente. En una cosa así, tenemos que disponer de la absoluta evidencia y no la tenemos.

—Entonces, ¿se niega usted a que se haga ese anuncio?

—Por lo que respecta al hospital, no puedo. Si la Administración del Espacio lo permite, entonces estaré de acuerdo. Pero no puedo, no por mí mismo, aunque yo tuviera razón. La Administración del Espacio me dejaría caer en la espalda una tonelada de ladrillos. Se formaría un verdadero infierno…

—¿Incluso después de doscientos años?

—Sí, incluso después de tanto tiempo pasado. ¿No ven ustedes que si Blake es lo que pensamos, pertenece de todas formas al Espacio? Eso es cuenta de ellos. Es su bebé, no el mío. Blake es algo que ellos comenzaron y…

La burlona carcajada del senador Stone resonó por toda la estancia.

—No le preste atención alguna, Chandler. Adelante y cuéntele a los muchachos lo que quiera por su cuenta. Adelante con esa historia. Demuéstrenos que tiene agallas. Siga sus convicciones. Espero que lo haga.

—Apuesto a que lo haré —repuso Horton.

—Si va a hacerlo, debo advertirle algo, amigo —dijo Stone—. Una palabra pública procedente de usted y armaré un escándalo que durará por lo menos dos semanas.