Capítulo 14

EL INDAGADOR se retrajo sobre sus patas traseras, gruñendo y con el terror atenazándole la garganta.

Atrapado y sin salida. Ninguna abertura tras él ni a ambos lados. La única salida era dirigirse por el hueco frontal hacia el túnel exterior, apiñado de gentes extrañas que marchaban sobre dos patas y envueltas con pieles artificiales. Sus cuerpos apestaban y sus mentes dejaban escapar hacia él una onda cerebral tan intensa, que formaban como un muro en movimiento, frente al cual tenía que abrirse paso con sus patas delanteras. Era una onda cerebral carente de inteligencia lo que sentía; pero que hizo resurgir en él los temores primitivos y los odios primigenios entremezclados y caóticos. El Indagador dio unos pasos hacia adelante y el grupo que taponaba la salida reculó hacia atrás. Ante aquel movimiento, sintió una sensación de triunfo recorrerle todo su cuerpo. Heredado de algún remoto antepasado ancestral, un recuerdo inserto profundamente en su mente pareció estallar en un gesto de guerrero triunfante, y el sordo gemido que corría por su garganta se transformó en un atronador y salvaje aullido, un aullido que caló hasta los huesos en aquellas asustadas criaturas, que se dispersaron por todas partes. El Indagador corrió hacia adelante. Sus patas se vieron reforzadas por una apremiante velocidad al dirigirse por aquel túnel haciendo un rápido giro a la derecha. Una de aquellas extrañas criaturas pegadas a la pared y dándole la cara, sacó una especie de arma que levantó sobre su cabeza para dejarla caer y golpearle con ella. El Indagador se abalanzó sobre aquel bípedo. Su maciza cabeza atenazó la garganta del bípedo dándole un terrible mordisco que le desgarró la carne. Dejó tras sí a una tambaleante criatura que gritaba y caía al suelo.

El Indagador dio la vuelta y se encaró con las otras criaturas bípedas que se reunieron para cargar contra él. Las garras de sus patas marcaban surcos en el suelo y, de pronto, se lanzó en tromba contra la multitud. Con la cabeza golpeó a un lado y a otro, mordiendo y destrozando cuanto encontraba hasta dejar el túnel despejado. Parecía hallarse lleno del rojo resplandor de su visión, producto de su rabia desatada.

Así todas las criaturas huyeron excepto unas cuantas que estaban caídas sobre el suelo, otras que se arrastraban y otras que permanecían vacilantes y gritando.

El Indagador se detuvo un momento, erguido el cuerpo, y emitió un terrible grito, un grito de triunfo y desafío; el antiguo y hasta entonces desconocido grito ancestral de triunfo y desafío al enemigo que en los viejos días se había oído constantemente a través de aquel lejano planeta de dunas de nieve y arena.

El túnel se ofrecía borroso para su visión aguda y parecía oler de nuevo a un aire cercano, seco y puro como el de su lejano hogar en las estrellas, más bien que al extraño y apestoso ambiente que había olido en aquel extraño lugar en donde se encontraba hacía un momento. Y era, extrañamente, un Indagador muy anciano, uno de los orgullosos guerreros de una raza que en otras épocas había batallado a muerte contra las hordas de los seres, ya casi olvidados, llenos de escamas que habían guerreado con los Indagadores por el dominio del planeta.

Atraído por aquel olor próximo y huyendo del confinamiento que le cercaba y por la luz esparcida de entre los muros del túnel, echó a correr con la esperanza de hallar otro lugar y otro tiempo, marchando incierto y desorientado. El túnel estaba entonces delante de él libre de criaturas bípedas; pero, a lo lejos, y tras él, oyó el correr de nuevas criaturas y el ambiente se volvió a cargar con una terrible mezcla de ondas cerebrales que procedía de todas direcciones.

—¡Cambiador!

—Las escaleras, Indagador. Baja y sigue por esas escaleras.

—¿Escaleras?

—La puerta. La abertura que está cerrada. La que tiene un signo y un pequeño recuadro con letras rojas.

—La veo. Pero la puerta es sólida.

—Empújala. Se abrirá. Utiliza tus brazos, tus patas delanteras y no tu cuerpo. Por favor, recuerda. Utiliza tus patas delanteras. Las has usado tan raramente que has olvidado que las tienes.

El Indagador se dirigió hacia la puerta.

—¡Tus brazos, tonto! ¡Con los brazos!

El Indagador la empujó con el cuerpo. Estuvo a punto de caer rodando, pero se repuso en el acto. Se hallaba en un cubículo y en el suelo se encontraba un paso de estrechos trozos, uno tras otro, que conducía hacia abajo. Esto tiene que ser la escalera, pensó para sí.

Comenzó a bajarlas despacio, con precaución al principio y después con mayor rapidez, hasta hacerlo con soltura. Llegó así a otro cubículo y a través del corto espacio del suelo, otras escaleras continuaban hacia abajo de nuevo.

—¿Cambiador?

—Sigue bajando. Encontrarás tres dispositivos iguales. Después dirígete hacia la puerta. Habrá allí muchas criaturas. Vete recto hacia la puerta hasta encontrar una gran abertura a tu izquierda. Sal por ella y estarás al aire libre.

—¿Al aire libre?

—Sobre la superficie del planeta. Fuera del edificio (la caverna) en donde estamos. Ellos tienen cavernas una encima de otra hasta el tope del terreno.

—Y después… ¿qué?

—¡Entonces, corre!

—Cambiador, ¿por qué no te haces tú cargo de todo esto? Tú puedes manejarte mejor. Tú eres igual que esas criaturas. Tú puedes sencillamente andar como ello y salir sin problemas.

—No puedo. No tengo ropas.

—¿Lo que cubre el cuerpo? ¿Esas pieles artificiales?

—Así es.

—Pero eso es idiota. Ropas…

—Nadie se mueve en ninguna parte sin ir cubierto con ellas. Es la costumbre.

—¿Y tú te encuentras sujeto a la costumbre?

—Mira, has cogido a esas criaturas por sorpresa. Por un momento se han quedado heladas ante su vista. Solo han podido mirarte, sin hacer nada. Te pareces a un lobo y…

—Ya lo dijiste antes. No me gusta ese pensamiento. Hay en ello algo que me parece sucio y…

—Se trata de una criatura ya extinguida. Una criatura temible que sembraba el terror en el corazón de las gentes. Tienen que haberse sentido horrorizados ante tu presencia.

—Está bien, está bien. Pensador, ¿tú qué opinas?

—Vosotros dos, seguid adelante —dijo el Pensador—. No tengo datos. No puedo ayudar en nada. Tenemos que confiar absolutamente en el Cambiador. Éste es su planeta y él lo conoce.

—Está bien, pues. Allá voy.

Indagador siguió bajando rápidamente la escalera. Por todas partes se percibía el espeso y metálico sentido del miedo. Las ondas mentales resonaban constantemente.

«Si pudiéramos salir de ésta, pensó Indagador. Si pudiéramos salir de esto…».

Sintió que su propio temor se incrementaba, como un peso que fuera cayendo sobre él de incertidumbre y de duda.

—¿Cambiador?

—Adelante. Lo estás haciendo muy bien. Llegó hasta el tercer tramo de escaleras y se encaró con la puerta.

—¿Ésta?

—Sí, y vete rápido hacia ella. Esta vez con tus brazos, recuerda. Con el cuerpo golpeándola no se abrirá de par en par. Puede volverse, golpearte y hacerte caer de espaldas, y entonces podrían cogerte.

Indagador adoptó la postura de ponerse en guardia como en el boxeo sacando bien los brazos. Así se dirigió decididamente hacia la puerta.

—Cambiador, ¿hacia la izquierda? ¿La abertura de la izquierda?

—Sí. A diez veces la longitud de tu cuerpo.

Los brazos extendidos del Indagador golpearon la puerta, que se abrió. Su cuerpo resultó catapultado dentro de la habitación. Tuvo la confusa sensación de gentes gritando, de bocas abiertas y de criaturas que se movían rápidamente. Allí estaba la abertura a la izquierda. Dio media vuelta y se lanzó contra ella. Un racimo de criaturas se dirigía hacia la abertura procedente del exterior; más extrañas criaturas todavía de las que habitaban en este planeta, vestidas de diferentes clases de pieles artificiales. Abrieron la boca para gritarle y levantaron sus manos que sostenían unos objetos relucientes que dejaban escapar súbitas lenguas de fuego y emitían un hedor acre.

Algo se estrelló contra el metal muy cerca de donde se encontraba, produciendo un sonido hueco, y alguna cosa se incrustó instantáneamente en una pieza de madera. Después, Indagador, incapaz de detenerse, aún habiéndolo deseado, se encontró entre aquellas criaturas, lanzando el viejo grito de guerra que le estremecía el cuerpo. Se mezcló con ellas por un instante, atravesó el grupo y finalmente salió de la gran caverna que parecía llegar hasta el cielo.

Desde atrás le llegaron ciertos pequeños y pesados objetos que viajaban a una gran rapidez y que se incrustaban en el suelo mientras corría, haciendo saltar trozos del material del que el suelo estaba compuesto.

Podría ser de noche, pensó, ya que no había muchas estrellas en el cielo, aunque sí algunas brillando muy distantes, lo que estaba bien, ya que resultaba impensable que un planeta no tuviese una bóveda de estrellas.

Percibió fuertes olores, aunque diferentes, no tan acres, ni tan agudos o pesados como los que había percibido su olfato en el edificio, sino olores mucho más agradables.

Tras él proseguía el ruido continuado y el vuelo de los diminutos objetos; después se encontró en la esquina de la caverna que llegaba hasta el cielo y siguió corriendo alrededor de la esquina, recordando que Cambiador le había dicho que tenía que correr. Y gozando del fresco de la noche y de la carrera, ayudado por sus poderosos músculos, siguió huyendo con la grata sensación de encontrar bajo sus patas un suelo llano y sólido.

Por primera vez desde que llegó tuvo ocasión de darse cuenta de los diversos aspectos del planeta, que daba la impresión de ser en algunos lugares muy movido. Y en otros, realmente muy extraño. ¿Quién había oído jamás que un planeta tuviese el terreno allanado y duro? El suelo se extendía, hasta donde alcanzaba su vista, lejos de las cavernas, igualmente liso y aplanado. Y por todas partes vio gran cantidad de cavernas, levantándose desde el suelo, y, en muchas de ellas, pequeños recuadros iluminados de luz amarilla. Frente a algunas, había en pequeñas zonas valladas representaciones en piedra o en metal de los residentes del planeta. ¿Por qué tendrían que existir cosas así? Podía ser, se imaginó, que cuando aquellas criaturas morían, se convirtiesen en piedra o en metal y se quedasen de pie en el lugar en que habían muerto. Aunque aquello no parecía razonable, ya que algunas de aquellas criaturas convertidas en metal o en piedra tenían un tamaño mucho mayor que el que habían tenido en vida. Pero era muy posible, por supuesto, que las criaturas tuviesen diferentes tamaños y tal vez solo las más grandes se metamorfosearan en piedra o metal.

No había muchos residentes del planeta a la vista en una gran distancia. Pero corriendo por la superficie, y con mucha rapidez, aparecieron formas metálicas con ojos resplandecientes en la parte frontal, emitiendo un gran zumbido al pasar, dejando al propio tiempo una gran ráfaga de viento al cruzarse con él. Del interior de aquellas formas metálicas le llegaban ondas cerebrales, con la sensación de seres vivientes; pero una cosa viviente que en la mayor parte de los casos tenía más de un cerebro; las ondas cerebrales eran suaves y tranquilas y no cargadas con el odio y el miedo que había sentido allá atrás, en el interior de la gran caverna.

Resultaba extraño, desde luego, pero Indagador se dijo a sí mismo que sería de lo más infrecuente que en un planeta solo se encontrase una sola forma de vida. Hasta entonces existían aquellas cosas que caminaban sobre dos pies y eran protoplasmáticas, y las cosas metálicas que se movían con gran rapidez y con determinado propósito, llevando aquellos grandes ojos de luz en la delantera y conteniendo más de un cerebro en su interior. Recordó también, en aquella húmeda y cálida noche, que había percibido muchas otras formas de vida que parecían llevar en sí o muy poca inteligencia o ninguna prácticamente; seres que eran poco más que trozos de materia, dotados con el precioso don de la vida.

Si aquel planeta, al menos, no fuese tan caliente y su atmósfera tan pesada y opresiva, podría comprobar que realmente era muy interesante. Aunque, en verdad, todo era muy confuso.

—Indagador…

—¿Qué pasa, Cambiador?

—Lejos y a tu derecha. Los árboles. La gran vegetación. Puedes verla contra el cielo. Dirígete hacia ella. Si podemos meternos en su interior, nos ayudará mucho.

—Cambiador —preguntó Pensador—, ¿qué vamos a hacer ahora?

—No lo sé. Tendremos que pensarlo. Los tres juntos. —¿Esas criaturas estarán dándonos caza?

—Presumo que lo harán.

—Deberíamos tener una misma mente. Indagador y yo deberíamos conocer todo lo que tú sabes.

—Así es —dijo Indagador—. Hasta ahora no ha habido tiempo. Han sucedido muchas cosas.

—Llega hasta los árboles —dijo Cambiador— y tendremos todo el tiempo que necesitamos.

Indagador se apartó hacia un lado de la poderosa caverna que se levantaba hasta el cielo, atravesando por un lado un gran trozo de terreno y dirigiéndose hacia los árboles. Surgiendo de la oscuridad y cargando contra él con sus dos ojos fuertemente iluminados, llegó una de aquellas metálicas criaturas, con el suave suspiro del aire que exhalaba. Se inclinó y se lanzó directamente contra Indagador. Sus patas se estremecieron, echó las orejas hacia atrás y el rabo hacia arriba.

Cambiador le animó:

—¡Corre, lobo sarnoso! ¡Corre, chacal indómito! ¡Corre, zorro furioso!