PRIMERO, había sido él mismo, un humano… un ser humano simulado, un androide, un hombre hecho en un laboratorio, la versatilidad, un cyborg (organismo cibernético) con el «Proyecto del Hombre-Lobo», la flexibilidad biológica e intelectual que le había conformado tal y como era.
Un hombre. Un hombre en todo, excepto en procrear. Y un hombre mejor que cualquier hombre normal pudo haber sido jamás. Inmune a la enfermedad, con el poder de la auto-curación y auto-reparación. Con el mismo intelecto, la misma emoción y los mismos procesos fisiológicos que cualquier otro hombre. Pero también una herramienta, un instrumento; un hombre diseñado para llevar a cabo una cierta misión. Y sicológicamente tan bien equilibrado, tan inhumanamente lógico, tan flexible, tan perceptivo que podía cambiarse en cualquier forma extraña de vida y asumir un intelecto extraño y unas emociones extrañas sin la violencia mental que habría deshecho a cualquier hombre común y corriente.
Segundo, había sido el Pensador (¿de qué otra forma se le podía haber llamado?); una masa sin forma de carne que podía asumir cualquier otra deseada; pero que tras una larga reflexión prefirió una forma piramidal como la óptima funcional. Un habitante entre la ruda selvatiquez de un planeta encharcado; un lugar primigenio donde un sol recién nacido lanzaba sobre él un raudal fabuloso de luz y energía. Formas monstruosas se arrastraban pululando entre las charcas y pantanos; pero el Pensador no tenía miedo de ellas, ni de ninguna otra cosa. Obteniendo su sustento de la impresionante marea energética que bañaba constantemente al planeta, ellos disponían de su única defensa, una envoltura de entremezcladas líneas de fuerza que les vallaba contra el devorador mundo en que habitaban. Para ellos, no existía el pensamiento de la vida o de la muerte, sino solo de la existencia, ya que no había recuerdo ni idea del nacimiento, como tampoco de que ninguno hubiera muerto. Las brutales fuerzas físicas, bajo ciertas circunstancias, podrían desmembrarles, esparciendo la carne de su cuerpo; pero de cada trozo de su carne rota y dispersa, en donde residía almacenado el recuerdo genético de la totalidad de la criatura completa, podía resurgir una nueva entidad completa. No es que semejante cosa hubiera sucedido, pero el conocimiento de que ello pudiera ocurrir y sus consecuencias, formaba una parte de la información mental básica con que cada Pensador estaba equipado.
El Cambiador y el Pensador, y el Cambiador se había convertido en el Pensador, por las sutiles técnicas y las argucias de aquella otra tribu de pensadores allá a muchos años luz de distancia; un hombre simulado se convertía en otra criatura, con todas las memorias y pensamientos de ella, con todas sus actitudes y motivaciones, con todo su equipo sicológico y fisiológico. Se convertía, en efecto, en otra criatura; pero aún conservando bastante de hombre, que le hacía huir, llegado el momento, del terror y la solemne grandeza de la cosa en que se había convertido. Salvado solo por la armadura mental construida en él sobre aquel planeta tan lejano que, desde aquel punto del espacio, su sol resultaba invisible.
El terror subsistía, aunque marginalmente, solo escondido en los recónditos rincones de aquella cosa con mente que era la criatura de otro mundo. Ya que él era la criatura, y la parte humana de sí mismo estaba incrustada en la carne y en la mente mística que era la criatura de los pantanos. Pero al pasar el tiempo, la mente humana emergió para tomar el lugar que le correspondía, el horror quedó sumergido y finalmente olvidado, habiendo aprendido a vivir en aquel nuevo cuerpo y sobre tan diferente mundo, exaltado, hechizado y lleno por completo con la maravilla de su nueva experiencia. Dos mentes existían una junto a otra, sin que ninguna exigiera su ascendencia sobre la otra, no luchando por la preponderancia, sin contender, ya que ambas pertenecían a una entidad que ya había dejado de ser humana puramente o puramente criatura de los pantanos; pero las dos en una.
El sol de aquel mundo lo bañaba todo con su tremenda y nueva energía y el cuerpo así formado, absorbía su subsistencia de ella, y los pantanos eran un bello lugar porque eran el hogar de la criatura.
Una nueva vida estaba a su alcance, para explorar y aprender, para maravillarse y apreciarla, una nueva vida y un mundo nuevo, y un mezclado punto de vista enriquecido por la fusión de dos mentes, la mente extraña y la mente humana.
Había un lugar favorito para Pensar, y el Pensamiento Favorito, y a veces, no con frecuencia, una nebulosa comunicación con otras criaturas compañeras del planeta, como un tímido intento de entrar en contacto con mentes que se rozaban ligeramente en la oscuridad, para volver a separarse, ya que aunque la comunicación era posible, apenas si había necesidad de ella. Cada uno de los Pensadores era autosuficiente.
El tiempo carecía de significado, y también el espacio, excepto por lo que concernía tanto a uno como a otro de ambos en el Pensamiento. El Pensamiento lo era todo, era la razón de existir, era la gran tarea y la total dedicación, dirigido hacia algo que no tenía fin. Algo que siempre habría de completarse y seguir, seguir adelante como una meta infinita, inalcanzable, eterna…
Pero el tiempo ahora era un factor, ya que la mente humana había sido disparada a un tiempo en que era preciso que retornara y había retornado y el Pensador se había convertido de nuevo en un hombre. Los datos que el hombre había reunido estaban almacenados en el interior de un núcleo de memoria, y la astronave lanzada al espacio de nuevo, y siempre así.
Ahora había otro planeta y otra criatura y el Cambiador se convirtió en otra criatura como se había convertido en el Pensador, y llegó al planeta en la guisa de la criatura en la que se había transformado.
El planeta era frío y seco, como al principio había sido caliente y húmedo, con un sol lejano y débil y las estrellas brillando como pequeños diamantes en un cielo sin nubes; el suelo lleno de polvo de arena y de nieve, en dunas rizadas y suaves vientos que barrían la tierra a intervalos frecuentes, de una forma incisiva y pertinaz.
Entonces, la mente humana corrió hacia el cuerpo de un Indagador que corría en un grupo de Indagadores a través de las frígidas llanuras y por las crestas rocosas, corriendo con una alegría pagana bajo la suave luz de aquellas estrellas diamantinas y las linternas de las lunas del planeta, buscando los lugares sagrados en que, por larga tradición, ellos sostenían comunicación con las estrellas. Solo por la vieja tradición, ya que en determinados momentos y lugares captaban las imágenes transmitidas inconscientemente por las muchas culturas que vivían en otros sistemas solares.
No comprendiendo aquellas imágenes, ni siquiera intentando comprenderlas, se limitaban a captarlas y a guardarlas como un valor estético que les enriquecía mentalmente. Como un humano, pensó la mente humana dentro del cuerpo del Indagador, podría recorrer maravillado las galerías de una exposición, para detenerse y mirar fijamente alguna pintura especialmente bella o extraña que, con sus componentes de color y expresión, sustentaban una verdad que hablaba en una lengua silenciosa; una verdad que no podía traducirse en palabras, y que tampoco era preciso que se dijese en palabras.
Una mente humana, dentro del cuerpo del Indagador, y otra mente también; una mente que normalmente debía haber desaparecido cuando el hombre simulado había asaltado el cuerpo en que tal mente estaba alojada.
Los astutos hombres de la Tierra no lo habían planeado de aquella forma, no habían soñado que aquello ocurriese así; habían creído y pensado que una mente extraña y su cuerpo no se interferirían con el hombre sintético que ellos habían fabricado y que éste podría dejar de lado cualquier otra forma extraña de vida que encontrase, quitándoselos de encima, y proseguir el proyecto para el que había sido fabricado especialmente.
Pero no fue así como ocurrió en la práctica. La memoria y la pauta general de su constitución no habían desaparecido ni cambiado básicamente. Permanecían en el androide.
Y así fue como en el cuerpo del Indagador, no había dos criaturas, sino tres, ocupando su cuerpo, corriendo en aquellas llanuras de nieve y arena. Y mientras el Indagador portaba y captaba las imágenes de las estrellas, el Pensador absorbía los datos y los evaluaba, haciendo preguntas y encontrando respuestas. Como si dos partes de una computadora operasen separadamente, una como el centro o núcleo de memoria que sostenía los datos programados y la otra del sistema, la que llevaba a cabo las funciones de análisis, llegando a una perfecta coordinación, y así, finalmente, funcionaron como un todo. Las imágenes dejaron de ser algo meramente relativo al sentido estético, y comenzaron a tener un mayor y más profundo significado, las partes recortadas y reunidas de todas las zonas del Universo y dispuestas al azar sobre la mesa, esperando que alguien las reuniese para formar la figura perfecta del rompecabezas, formando así una pauta y con ella, las muchas y diminutas claves fragmentadas de lo que podría probar ser un sencillo plan que rigiese universalmente la Creación.
Tres mentes temblorosas, tímidamente asomadas al umbral de lo que podía ser el alma y la vastedad de toda la eternidad. Trastornadas e incapaces al principio de captar las implicaciones de la posibilidad de que todas las preguntas a todas las cuestiones que desde siempre se habían hecho estuvieran al alcance de su mano, que una suma total de los secretos de las estrellas pudiese reunirse al fin en unas ecuaciones de comprensión, que hubieran permitido el escribir una simple sentencia y decir: Esto es el Universo.
Pero el tiempo del reloj humano, que funcionaba dentro de una de las mentes, sonó con una fuerte alarma y con insistente premura determinando que ya era tiempo de volver a la astronave de nuevo. No se podía negar la astucia y la inteligencia con que los hombres de la Tierra habían trabajado y el cuerpo del Indagador volvió a la astronave. Regresó a ella para dejar vacía la mente del hombre simulado y que entonces la nave se lanzara al cielo otra vez y se dirigiese a nuevas estrellas, para ir de una en otra y enviar fuera al hombre simulado y tiempo de nuevo para hallar cuerpos e inteligencias que pudieran ser encontrados en otros planetas, y de esta forma ganar, por la observación de primera mano, la información que pudiese poner al hombre en condiciones, en otro momento, de tratar con tales inteligencias para la mayor ventaja del género humano.
Pero cuando el Cambiador volvió a la nave, algo se había trastocado. Algo inesperado había ocurrido.
Un microsegundo de advertencia de que algo iba mal; después la nada… la nada hasta ahora. Una semi inconsciencia; pero con solo uno despierto, despierto y perplejo. Pero poco después, finalmente, tras cierto tiempo, los tres juntos una vez más, hermanos de sangre y de mente.
—Cambiador, tienen miedo de nosotros. Descubrieron lo que somos.
—Sí, Indagador. Tal vez solo lo han pensado. No podrían saberlo de ningún modo. Solo han podido tener una sospecha y hacer cualquier suposición. Un ligero temblor de un dial, una ligera alteración de una corriente…
—Pero no esperaron —dijo Indagador—. No nos dieron ninguna oportunidad. Vieron que algo iba mal y después nos dejaron ir.
—Así son los hombres —dijo el Cambiador.
—Cambiador, tú eres un hombre.
—Pensador, no lo sé. Dime tú quién soy.
Al fondo del vestíbulo sonaron pasos precipitados.
—Entró ahí… Kathy dijo que lo vio entrar.
El ruido de los pies aumentó de una forma estruendosa y los internos con sus chaquetas blancas llegaron en masa junto a la puerta.
—Oiga —gritó uno de ellos—, ¿ha visto usted un lobo?
—No —repuso Blake—. No he visto ningún lobo.
—Hay en esto un endiablado acertijo —dijo otro interno—. Kathy no tenía por qué haber mentido. Ella vio algo. Se ha asustado hasta perder la cabeza…
El primer interno avanzó amenazador.
—Oiga, Mr. Blake. Si está usted bromeando y si esto es una especie de broma, sepa que…
Un pánico terrible corrió en las otras mentes, como una marea creciente, el pánico de unas mentes de cara a una situación amenazadora ante seres extraños en una extraña situación de otro mundo. La inseguridad, el fallo de no comprender el entorno, sin ninguna base para hacerse con la situación…
—¡No! —gritó Blake—. ¡No! No… espera…
Pero ya era demasiado tarde. El cambio ya había comenzado, la mente del Indagador se había impuesto y una vez ocurrido así, una vez que el cambio se había disparado en acción, nada podía detenerlo.
¡Idiotas! ¡Idiotas!, gritó mentalmente Blake.
Los internos se echaron hacia atrás aterrados, empujándose enloquecidos para salvar la entrada de la habitación del hospital.
De cara a ellos estaba el Indagador, con el rabo levantado, la piel gris plata de envoltura corporal brillando a la luz procedente de la lámpara del techo, y dispuesto a saltar, con las encías al aire y los labios retraídos, mostrando sus espantosos y relucientes colmillos.