EL HORROR y el miedo parecían llenar el túnel. Se olfateaban extraños olores y se percibía un extraño murmullo. Una luz fantasmal se desprendía de las paredes y el suelo era duro como la roca.
La criatura estaba acurrucada y gemía, con todos los músculos en tensión y cada uno de sus nervios temblaba por separado con un terror paralizante.
Aquel túnel se extendía como si no tuviera fin, y no había escape posible. Estaba cogido y atrapado. No tenía idea de dónde pudiera estar. Era un lugar que no había visto antes y que jamás había buscado. Había sido atrapado y lanzado allí por alguna razón que desconocía absolutamente.
En otra ocasión y en la oscuridad, se había sentido mojado por un vapor caluroso y con la sensación de tener a su alrededor infinidad de diminutas formas de vida. Ahora estaba en lugar seco y cálido; pero sin la sensación de tales diminutas formas vivientes, sino más bien teniendo la sensación extraña efe distantes formas de vida mucho mayores, y el resonar de sus pensamientos recorriéndole el cráneo como un gigantesco tambor dentro del cerebro.
La criatura dio media vuelta, medio levantándose de su postura acurrucada, tocando en el duro suelo con las uñas de los pies. El túnel continuaba sin fin, delante y detrás. Era un lugar cerrado donde no podían observarse las estrellas. Pero había intercambio de palabras, no pronunciadas en voz alta, como una conversación que se desarrollase en su mente, como algo caótico; una conversación nebulosa que surgía y lanzaba destellos en su cerebro, desprovista de profundidad y del menor significado.
Un mundo reducido a un túnel, pensó con terror, un estrecho y cerrado espacio que se alargaba siempre y constantemente, lleno de dolores, de extrañas sensaciones de palabras y palpitante de miedo.
Existían aberturas, según comprobó, a todo lo largo del túnel; algunas de ellas estaban cerradas con un obscuro material, mientras que otras estaban abiertas, las cuales conducían, sin duda alguna, a otros túneles que igualmente seguirían adelante, siempre adelante, como un dédalo infinito.
A lo lejos y en la profundidad del túnel, una criatura enorme, terrible, se acercaba procedente de una de las aberturas. Producía un chirriante sonido al andar por el piso duro del túnel. Emitía gritos espeluznantes y algo que llevaba chocaba con el suelo, cuyo sonido agrandaba un terror que parecía golpearle el cráneo. Corría al ver a la primera criatura, y la vocalización de su miedo combinándose con las reverberaciones del terror escondido en su cerebro parecía llenar todo el túnel, dando la impresión de que estallaba toda una tormenta en aquel largo y espantoso pasadizo.
La criatura se movió, arañando desesperadamente con las uñas de los pies el duro material del piso, con su cuerpo inclinado hacia la más próxima abertura que conducía fuera del túnel. En el interior de su cuerpo, sus vísceras parecían agarrotadas con el pánico que surgía a oleadas de su cerebro, hasta sentir que su mente se obscurecía como si un nubarrón inmenso cayera desde lo alto y le envolviese por todas partes. De repente, se encontró con que ya no era él mismo, que no estaba dentro de ningún túnel, hallándose de nuevo en aquel lugar cálido, confortable y grato que había sido su prisión.
Blake resbaló hasta detenerse junto a su cama y en uno de los movimientos, se preguntó por qué corría y por qué su bata de hospital estaba tirada por el suelo, viéndose desnudo en la habitación. Y en aquel mismo instante de su asombro, se produjo un chasquido en su cerebro, como si algo dentro de su cabeza se hubiese desprendido, desgajándose, y entonces supo qué había sido el túnel del horror y las otras dos criaturas que eran un solo ser con él mismo.
Se dejó caer sobre la cama con una sensación de felicidad. Otra vez volvía a ser la totalidad de sí mismo: la criatura que había sido antes. Ya no estaba solo, sino con otros dos. Hola, compañeros, les susurró mentalmente; y ellos le contestaron, no con palabras, sino con un mensaje de sus mentes.
(Apretones de manos y sentido de hermandad. Brillantes estrellas, frías y distantes por encima de un desierto de ventisqueros de nieve y arena. La busca y el hallazgo de datos procedentes de las estrellas. El cálido y humeante pantano. El prolongado pesar de los datos en el interior de la pirámide que era una computadora biológica. El rápido y mutuo acercamiento de tres entes pensantes. El contacto de las mentes, una contra la otra).
—Corrió al verme —dijo Indagador—. Habrá otros que vengan.
—Éste es tu planeta, Cambiador. Tú sabes lo que hay que hacer.
—Sí, Pensador —dijo Cambiador—, es mi planeta. Pero nuestro conocimiento es un solo conocimiento.
—Sin embargo, tú eres el más rápido. El conocimiento es muchísimo, hay demasiado. Te seguimos, pero con lentitud.
—Pensador tiene razón —dijo Indagador—. La decisión te corresponde a ti.
—Ellos pueden no saber que soy yo —dijo Cambiador—. No inmediatamente. Disponemos de un poco de tiempo.
—Pero no demasiado. —No, Indagador, no demasiado.
Aquello tenía sentido, pensó Blake. Habría muy poco tiempo. La enfermera dando gritos histéricos por el vestíbulo atraería a otras personas, internos, otras enfermeras, médicos, los hombres allí empleados en trabajos accesorios y a la gente de la cocina. En pocos minutos todo el hospital se convertiría en un espantoso alboroto.
—El problema es —dijo—, que Indagador se parece demasiado a un lobo.
—Tu definición —dijo Indagador—, significa que uno se come al otro. Tú sabes que yo jamás…
No, se dijo a sí mismo Blake. No, por supuesto que no haría nada de aquello Indagador. Pero ellos pensarán que sí. Cuando te vean, pensarán que eres un lobo. Como el guardia aquella noche en casa del senador Horton, que te vio en silueta contra un relámpago y, lleno de las viejas leyendas de los lobos, reaccionó instantáneamente.
Y si cualquiera viese a Pensador, ¿qué pensarían de él?
—¿Qué nos ha sucedido, Cambiador? —preguntó Indagador—. Dos veces me he liberado, una vez en la humedad y la oscuridad y de nuevo entre luz y estrechura.
—Más tarde pensaremos en eso —dijo Cambiador—. Ahora estamos en un buen apuro. Tenemos que salir de aquí.
—Cambiador —dijo Indagador—, necesitamos quedarnos contigo. Si más tarde necesitamos escapar y huir, yo puedo hacerlo.
—Y yo —dijo a su vez Pensador— si llegáramos a precisarlo… Yo puedo ser cualquier cosa.
—Calma —dijo Blake en voz alta—. Quietos. Dejadme pensar un segundo.