Djedef se preparaba para abandonar el palacio de Bisharo como hombre independiente por vez primera. Esta vez dejaba en el ánimo de todos un poco de tristeza, entreverada de admiración y orgullo. Zaya lo besó hasta mojarle las mejillas con sus lágrimas. Jana le bendijo y rogó por él; él también se preparaba para dejar el hogar paterno y trasladarse al templo. Nafa le dio un apretón de manos y le dijo: «Mis profecías se están haciendo realidad, Djedef». También lo despidió un nuevo miembro de la familia, Mana, la hija de Kamadi, la esposa de Nafa. En cuanto al viejo Bisharo, puso su gruesa mano sobre su hombro y le dijo con arrogancia: «Soy feliz, hijo mío, porque estás siguiendo los pasos de tu gran padre». Djedef no olvidó poner una flor de loto sobre el ataúd de Gamurka antes de despedirse y dirigirse al palacio del príncipe Rejaef.
Una grata sorpresa le esperaba en los cuarteles de palacio: un viejo amigo de la infancia era su compañero de habitación. Era un joven adorable, de buen corazón, sincero y parlanchín. Él también se alegró de ver a su viejo amigo y le recibió con afecto. Le dijo riéndose:
—¿Acaso me estás siguiendo?
Djedef sonrió y dijo:
—¡Sigues la carrera de la gloria!
—La gloria es tuya, Djedef Ganaste las carreras de carros; eres un soldado incomparable y te felicito de todo corazón.
Djedef se lo agradeció. Por la noche, Snefru sacó de su armario una botella de vino de Maryut y dos copas de plata y dijo:
—Tengo costumbre de beber un vaso de vino dulce de Maryut antes de irme a la cama, es una sana costumbre… ¿No bebes?
—Bebo cerveza, pero no he probado nunca el vino.
Snefru soltó una carcajada y dijo:
—Bebe…, el vino es la medicina de los soldados.
De repente se puso serio:
—Querido Djedef ¡te espera una vida dura!
Djedef sonrió con algo de indiferencia y dijo:
—Ya me he acostumbrado a la vida militar.
—Todos nosotros estamos acostumbrados a la vida militar, pero su alteza es otra cosa.
Djedef pareció sorprendido y preguntó:
—¿A qué te refieres?
—Hermano, te aconsejo que te lo tomes con calma; servir al príncipe es algo de una dureza sin igual.
—¿Cómo?
—El príncipe es muy cruel, su corazón es más duro que una roca. Para él cualquier descuido es un crimen imperdonable. Egipto tendrá en él un gobernante severo; no curará las heridas con bálsamo como hace a veces su padre. No tendrá inconveniente en cercenar un miembro al mínimo defecto que le encuentre.
—Un buen rey debe tener algo de crueldad.
—¡Algo de crueldad! Pero no toda ella. Lo comprobarás a su debido tiempo. No hay día sin que ordene unos cuantos castigos: a los sirvientes, a los soldados, a sus delegados, e incluso a sus oficiales. Cada día que pasa es más fanfarrón y rudo.
—Lo normal es que el carácter de la gente se vuelva más dulce con el paso del tiempo. Eso es lo que dice Qaqimna.
Snefru soltó una carcajada y dijo:
—No está bien que un soldado cite las palabras de un sabio. ¡Eso es lo que dice su alteza! La vida de su alteza se aparta demasiado de las enseñanzas de Qaqimna. ¿Por qué? Porque es un cuarentón. Un heredero cuarentón. ¡Piensa!
El joven le miró con los ojos muy abiertos, y Snefru continuó en voz baja:
—A los herederos les gustaría gobernar jóvenes, y si el destino es cruel con ellos, ellos se vuelven crueles.
—¿Su alteza no está casado?
—Y tiene hijos e hijas.
—Y el trono está asegurado a sus descendientes.
—Eso no significa nada, y no es lo que el príncipe teme.
—Pues, ¿qué es lo que teme? Sus hermanos son fieles a las leyes del reino.
—No hay ninguna duda de ello, y quizá no tienen ninguna ambición, porque sus madres son del harén y su alteza la reina no tuvo más que al heredero y a su hermana Meresanj. Sin duda tienen derecho al trono. Pero lo que teme el príncipe es… ¡la salud de hierro del faraón!
—¡Todo el pueblo de Egipto adora al faraón!
El oficial le miró y dijo:
—Sin discusión, supongo que estoy manifestando mis temores subconscientes. Dios nos libre de un traidor en Egipto. Y ahora dime: ¿qué te parece el vino de Maryut? Yo soy de Tebas, pero no soy localista.
—Es lo mejor que haya probado jamás, Snefru.
Snefru se contentó con aquella conversación y se fue a la cama. Djedef no pudo dormir, porque la mención de Meresanj había reavivado su dolor como la comida que se echa a la superficie del agua atrae a los peces. Estaba excitado y confundido, y pasó toda la noche en vela.