Un test sobre la teoría de la socialización a través del grupo —el primero en identificarse como tal— apareció en el Journal of Personality and Social Psychology en 1997. El investigador fue el genetista conductista John Loehlin de la Universidad de Texas. Reanalizando datos de un estudio sobre gemelos hecho algunos años antes, Loehlin descubrió que los gemelos adolescentes que decían que tenían los mismos amigos eran más parecidos en personalidad que aquellos cuyos padres decían que trataban a ambos por igual. Él resumió ese descubrimiento de este modo: «Los resultados del presente estudio ofrecen un agradable apoyo a un par de predicciones de la teoría de Harris sobre que los compañeros conforman la personalidad más que los padres».[1]
Los efectos iban en la dirección predicha, pero no eran demasiado fuertes. ¿Por qué no lo eran? Por una razón: según la teoría de la socialización a través del grupo, es la influencia del grupo de compañeros, no la influencia de los amigos, la que tiene efectos a largo plazo sobre la personalidad. A los gemelos no se les preguntó acerca de sus grupos de compañeros, sino que se les preguntó si tenían los mismos amigos. Aunque tener los mismos amigos puede servir como un indicador de que se comparte el mismo grupo de compañeros (porque los chicos que son amigos suelen ser, además, compañeros de grupo), es un indicador imperfecto (porque los chicos que no son amigos pueden, no obstante, pertenecer al mismo grupo de compañeros).
Además, a los gemelos se les preguntó si compartían amigos en la adolescencia, y no había información sobre las amistades de los gemelos en edades más tempranas. Creo que los más importantes aspectos del desarrollo de la personalidad se producen en la infancia, no en la adolescencia.
Finalmente, la influencia de los compañeros de grupo no necesariamente lleva a una mayor semejanza entre los gemelos. Los grupos tanto se diferencian como se asimilan, y la diferenciación disminuiría las semejanzas entre los gemelos.
LOS GEMELOS SON UN CASO ESPECIAL
El hecho de que los mellizos criados en el mismo hogar no tengan una personalidad parecida —no mayor que en el caso de los mellizos criados en hogares separados— exige una explicación. La explicación ofrecida por los creyentes en la concepción tradicional sobre la crianza y educación de los hijos es que los mellizos criados juntos tienen diferentes experiencias dentro del hogar. Pueden ser tratados de forma distinta por sus padres o encasillados por la familia de maneras diferentes.
Los mellizos criados juntos tienen diferentes experiencias en el hogar, pero yo atribuyo sus diferencias de personalidad a las diferentes experiencias que tienen fuera de casa. Sin embargo, para los gemelos (y para los hermanos tan próximos que están en el mismo curso escolar), la línea entre ambos contextos sociales se difumina. Un gemelo es al mismo tiempo un compañero y un hermano. Los gemelos se ven unos a otros en la escuela y en el grupo de juegos del barrio, no solo en el hogar.
Es fácil que los niños que crecen en la misma familia sean encasillados o etiquetados de una u otra forma —a menudo resaltando contrastes— por los miembros de su familia. Pero la mayoría de los niños deja esas etiquetas en casa cuando salen de ella. Si llevaran consigo esas etiquetas veríamos considerables y persistentes efectos del orden de nacimiento sobre la personalidad, y no los vemos (véase el apéndice 1). Los gemelos, sin embargo, sí que llevan consigo esas etiquetas cuando salen de casa, porque ellos salen juntos. Ellos mismos constituyen un contexto social el uno para el otro tanto en casa como fuera de ella. Cualquier asimetría en su relación —y son propensos a que haya algunas— les acompaña dondequiera que vayan.
Hay un par de gemelas siamesas que crecen en el medio oeste de Estados Unidos: dos felices y encantadoras niñas que comparten un solo cuerpo. Abigail controla la pierna y el brazo derechos, Brittany el izquierdo. Sus cerebros separados se construyeron según idénticas instrucciones, codificadas en idéntico ADN. Sus entornos son idénticos también: no tienen otra opción que ir juntas a todos los sitios. Y sin embargo no tienen una personalidad idéntica. Las vi en el programa de Oprah Winfrey y estaba claro: cada una de ellas tiene una personalidad distinta. Una siamesa —creo que es Abigail— es dominante. Su actitud hacia su hermana es maternal, protectora. La otra parece menos segura de sí misma, más joven. Quizá esas diferencias tengan su origen en el hecho de que Abigail ha tenido mejor salud que Brittany (que es propensa a tener problemas con los pulmones y otitis). Independientemente de cómo comenzara la asimetría de su relación, se convirtió en un modelo perpetuado de interrelación.[2]
Abigail y Brittany llevarán su modelo con ellas al grupo de compañeros. Sus compañeros se darán cuenta de las diferencias entre ellas, como lo hice yo cuando las vi en el programa de televisión. Sus amigos las verán como personas distintas (una vez que has conseguido conocer a un par de gemelos, tienes un modelo de comportamiento diferente para cada uno de ellos) y les encasillarán de formas distintas. Quizá uno tenga un estatus más alto en el grupo que el otro, y dirijan sus preguntas al gemelo de mayor estatus. El resultado es que las diferencias de personalidad entre los gemelos no solo se hacen evidentes, sino que se amplían. Como las diferencias se expresan en el grupo de compañeros y no solo en casa, se vuelven partes permanentes de las personalidades de los gemelos. Para los hermanos normales y corrientes no funciona de ese modo porque tienen edades diferentes, y en nuestros días, los niños pasan la mayor parte del tiempo fuera de casa con niños de su edad. Un niño que sea dominado por su hermano mayor en el hogar, puede dejar su estatus de segundón tras él en cuanto sale de casa.
En épocas pasadas, los chicos pasaban la mayor parte del tiempo, dentro de casa y fuera, con sus hermanos. La infancia aún es así para los gemelos. Esa es la razón por la que los mellizos que son criados juntos no tienen una personalidad idéntica, aunque tengan los mismos genes y se socialicen en el mismo grupo de compañeros. Por lo tanto, para el caso especial de los gemelos, la teoría de la socialización a través del grupo hace una predicción que, en la mayoría de los casos, no se puede distinguir de la predicción hecha sobre la base de las diferencias de entorno dentro de la familia. Hace una predicción diferente solo en los casos —y probablemente sean raros— en que los mellizos son encasillados de una manera dentro de la familia y de otra dentro del grupo de compañeros, o cuando uno tiene un estatus más alto dentro de la familia y el otro tiene el estatus más alto fuera de ella.
¿EFECTOS DE LOS PADRES SOBRE EL HIJO O DEL HIJO SOBRE LOS PADRES?
Volvamos, entonces, al caso bastante más común de los hermanos corrientes criados en el mismo hogar, hermanos que no son idénticos ni genéticamente ni en edad. Pueden ser hermanos de sangre, hermanastros o hermanastros adoptivos sin relación biológica.
Si estas distintas clases de hermanos se incluyen en un único estudio (junto con los gemelos y los mellizos), los genetistas conductistas pueden usar los datos para calcular la herencia de la conducta o las características de la personalidad que están estudiando. Pueden calcular cuánta variación en esas características se debe a los genes de los hermanos, cuánta al hecho de que vivan en la misma casa (su «entorno compartido» lo llaman los genetistas conductistas) y cuánta parte de la variación permanece sin poder ser explicada ni por los genes ni por el entorno del hogar. Un estudio semejante fue llevado a cabo recientemente por el genetista conductista David Reiss y sus colegas.
Los genetistas conductistas atribuyen las diferencias no genéticas entre hermanos al hecho de que cada hermano ocupa un único «microentorno». Los padres no tratan a todos sus hijos por igual; por lo tanto, cada niño tiene diferentes experiencias dentro de casa. El problema es que los efectos de los padres sobre los hijos —la clase de efectos que necesitan los defensores de la concepción tradicional de la crianza y educación de los hijos para explicar las diferentes personalidades de los niños— son muy difíciles de distinguir de los efectos de los hijos sobre los padres. Que los padres estén simplemente reaccionando a las diferencias preexistentes entre sus niños, no explica cómo se formaron esas diferencias. Las diferencias entre los niños no siempre se deben a los genes, eso es bien sabido. Pero, teóricamente al menos, las diferencias en el tratamiento de los padres podrían deberse enteramente a los genes de los niños. Los padres podrían reaccionar a las diferencias genéticas entre sus hijos aunque no todas las diferencias entre ellos sean genéticas.
Eso es exactamente lo que Reiss y sus colegas descubrieron. «Los resultados —admite él— nos dejaron pasmados.»[3] Las diferencias genéticas entre los niños podrían explicar casi todas las diferencias en el modo como los padres los tratan. Por ejemplo, los investigadores descubrieron una alta correlación entre la conducta negativa de una madre hacia uno de sus hijos adolescente y la conducta antisocial de ese adolescente. La explicación tradicional de ese descubrimiento sería: el chico hace de las suyas porque la madre no es agradable con él, su madre no lo quiere tanto como quiere a su hermano. Pero los datos del análisis indicaban que las influencias genéticas podrían explicar la mayoría de las correlaciones entre la conducta de la madre y la del hijo. La madre estaba reaccionando frente a diferencias innatas entre sus hijos, no las estaba provocando. O como dice Reiss:
Una mejor interpretación de nuestros datos es que las diferencias genéticas entre el adolescente y el hermano ocasionan un tratamiento diferente: el niño con una conducta difícil heredada es tratado de forma más severa.
A diferencia de Loehlin, Reiss no identifica su estudio como un test de la socialización a través del grupo. Pero lo es. Reiss ha verificado una predicción hecha por mi teoría: ha mostrado que las diferencias en el modo como los padres tratan a sus hijos no puede explicar por qué los hermanos se comportan de forma diferente en la misma familia. Ya sabemos que las semejanzas en el modo como los padres los tratan no pueden explicar por qué los niños de una misma familia a veces se comportan igual: lo hacen solamente porque comparten genes. Si no los compartieran no se comportarían así.
Si la conducta de los padres hacia sus hijos no puede dar cuenta ni de las semejanzas ni de las diferencias en la conducta de sus hijos, entonces la concepción tradicional sobre la crianza y educación de los hijos debe estar equivocada.
LA EXPLICACIÓN DE LA VARIACIÓN
Si la conducta de los padres no puede dar cuenta de la variación no genética en las personalidades de sus hijos, ¿qué explica? ¿Cuáles podrían ser esos factores ambientales no compartidos?, se pregunta David Reiss.[4] ¿Experiencias casuales? No es un pensamiento feliz, desde luego, porque los acontecimientos casuales ni se pueden medir ni se pueden conocer. Quizá, piensa él, hay «otras variables menos caprichosas» que él y sus colegas aún no han explorado. Pero parece improbable, dice Reiss, porque ya han contemplado muchas variables. Han examinado las familias, los amigos, los profesores y los compañeros. Sí, también han estudiado la pertenencia a un grupo de compañeros.
Pero a lo que no han prestado atención ha sido a las diferentes experiencias que tienen los chicos dentro de su grupo de compañeros. Según la teoría de la socialización a través del grupo, los miembros de un grupo de compañeros se vuelven más semejantes en algunos aspectos y mucho menos en otros. La variación en la personalidad y la conducta social que miden los investigadores está probablemente influida tanto por la diferenciación dentro del grupo cuanto por la asimilación al grupo. Hay diferencias en el modo como los niños son tratados por sus compañeros: algunos niños son objeto de burlas, otros son imitados o bien se les dirigen preguntas y se les formulan sugerencias. Hay diferencias en el modo como los niños son encasillados por sus compañeros, o como se clasifican a sí mismos comparándose con sus compañeros de grupo.
Los niños tienen diferentes experiencias dentro del grupo; también las tienen distintas en casa. Mi teoría predice que solo las experiencias dentro del grupo tendrán consecuencias a largo plazo. Pero resulta fácil confundir los efectos de las experiencias del grupo con los efectos de las experiencias del hogar, porque las experiencias de ambos contextos tienden a estar correlacionadas. Por ejemplo, muchas de las características que les hacen correr a los niños el riesgo de que sus padres abusen de ellos —desarrollo retrasado, apariencia poco atractiva, temperamento difícil— también les hacen correr el riesgo de convertirse en víctimas de sus compañeros. Algunos niños, por tanto, son candidatos a ambos tipos de abusos. Los efectos a largo plazo que se atribuyen a los abusos paternos (si no se deben a características determinadas genéticamente) pueden ser, quizá, el resultado de los abusos de sus compañeros.
Debería ser posible separar los efectos de esas dos clases de abusos, porque algunos niños que son muy populares entre sus compañeros, son francamente impopulares en su casa, y viceversa. La teoría de la socialización a través del grupo predice que el abuso de los compañeros, y no el de los padres, tendrá efectos mortales a largo plazo sobre la personalidad. El psicólogo del desarrollo David Perry, de la Universidad Atlántica de Florida, está actualmente desarrollando un estudio que comprobará esa predicción.
Hay otro modo de probar la teoría, pero solo funciona para los chicos. Entre estos (a diferencia de las chicas) la altura puede servir como un indicador aproximado de estatus en el grupo de compañeros: los chicos altos tienden a tener un estatus superior al de los chicos bajos. Si, como parece probable, los padres son más agradables con los más bajos que con los más altos, la altura puede utilizarse para distinguir bien los efectos del estatus en el grupo de compañeros de los efectos del tratamiento de los padres. Me gustaría ver un estudio que buscara asociaciones entre la altura de los chicos y las variaciones en las características de la personalidad. Hay pruebas ya viejas de que los niños que maduran muy pronto (los que tienden a ser más altos que sus compañeros de edad en la infancia) tienen una autoestima mayor, y pruebas recientes (véase el capítulo 8) de que los niños bajos es más probable que sufran una variedad de problemas emocionales, pero hasta ahora, por lo que yo sé, no ha habido ningún intento sistemático de ligar las variaciones de personalidad a la altura en el período de la infancia.
Entre las chicas, la belleza sirve como un indicador aproximado del estatus en el grupo de compañeras. Sin embargo, la belleza hace que las chicas sean más populares también dentro de casa, por lo que esa característica no puede usarse para distinguir los efectos del estatus en el grupo de compañeras de los efectos del trato de los padres.
LA INVESTIGACIÓN VERDADERAMENTE ADECUADA
Para probar las teorías sobre el desarrollo del niño es necesario separar tres posibles influencias en la conducta y la personalidad del niño: sus genes, sus experiencias en casa y sus experiencias fuera de casa.
Los estudios de genética conductista son el modo más directo para evaluar las influencias genéticas, las cuales pueden ser luego descartadas para poder estudiar las influencias del entorno. Por ejemplo, David Rowe, de la Universidad de Arizona, estudió las influencias genéticas y ambientales sobre los adolescentes fumadores. Él demostró que las influencias genéticas pueden explicar la tendencia de los padres que fuman a tener hijos que fumen; pero demostró igualmente que el entorno también tiene sus efectos.[5] Una vez que las influencias genéticas se hayan delimitado, resulta posible observar que la influencia del entorno sobre los fumadores adolescentes se produce absolutamente dentro del grupo: un adolescente que pertenezca a un grupo de compañeros que apruebe el fumar es más probable que acabe probándolo. Es la herencia, sin embargo, lo que determina si el adolescente se enganchará o no a la nicotina.
No todos los investigadores tienen el interés o las fuentes necesarias para hacer una investigación genética conductista. Afortunadamente hay otros modos de observar el hecho de que cada niño difiere de otros en parte por razones genéticas. Uno de los métodos consiste en dejarles funcionar como sus propios controles. Thomas Kindermann, de la Universidad Estatal de Portland, lo ha hecho así. Él estudió las pandillas de cuarto y quinto curso —pequeños grupos de niños que salen juntos— y descubrió que los niños de la misma pandilla generalmente tienen la misma actitud hacia las tareas escolares, sea a favor o en contra.[6] Cuando llegan al instituto, tales grupos se han solidificado en categorías sociales bastante fijas con etiquetas como «empollones» y «pasotas»; pero en una escuela de primaria las categorías aún tienen fronteras permeables. A lo largo de un curso escolar, muchos niños cambian de pandilla. Kindermann descubrió que cuando los niños cambian, su actitud hacia las tareas escolares tienden a cambiar para encajar en su nuevo grupo. El cambio de actitud puede ser atribuido a las influencias del grupo de compañeros, porque ni las características genéticas ni las actitudes de los padres es probable que cambien a lo largo de un curso escolar.
Separar las variables de los efectos del grupo de compañeros de las variables de los de los padres es difícil, porque están correlacionadas a muchos niveles. Dentro de un barrio dado, es probable que las normas de los grupos de niños sean similares a las de los padres; más semejantes, en cualquier caso, que las de los padres y los chicos de un barrio diferente. Como los padres que viven en el mismo barrio tienden a tener estilos semejantes de crianza de los hijos, los efectos de los niños entre sí pueden confundirse con los efectos del estilo de crianza de los padres, particularmente si el estudio mezcla chicos de varios barrios diferentes. La teoría de la socialización a través del grupo hace la siguiente predicción: que dos niños no emparentados biológicamente, aproximadamente de la misma edad, que son criados en la misma casa no serán más parecidos en conducta (medida fuera de casa) y personalidad que dos niños emparentados biológicamente, aproximadamente de la misma edad, que son criados en hogares diferentes, pero que viven en el mismo vecindario y van a la misma escuela.
Esta predicción ya ha sido verificada, porque dos niños no emparentados biológicamente, criados en el mismo hogar, no se parecen cuando llegan al instituto. Para los niños pequeños, sin embargo, aún hay modestas semejanzas entre hermanos no emparentados y criados en el mismo hogar. Mi teoría predice que esas semejanzas no serán mayores que las que se dan entre niños no emparentados criados en hogares diferentes pero en el mismo barrio.
Si eres un psicólogo del desarrollo, probablemente pienses que ya hay pruebas suficientes —una montaña de ellas— para desaprobar la teoría de la socialización a través del grupo. A lo largo del libro ya he mencionado algunas de las razones por las que no creo que esas pruebas sean válidas. Permíteme resumir aquí por qué pienso que las pruebas existentes no prueban lo que, a primera vista, parecen demostrar.
ESTUDIAR LA CONDUCTA EN UN CONTEXTO ESPECÍFICO
La teoría de la socialización a través del grupo predice que los niños se comportan de forma diferente en distintos contextos sociales porque la conducta aprendida es específica para el contexto en el que ha sido aprendida. Así, cualquier semejanza entre cómo se comportan los niños en diferentes contextos (excepto en el caso de los gemelos, en el que los contextos sociales pueden no ser realmente diferentes) se deberá a factores genéticos. Las características heredadas, incluida la apariencia física, afecta a la conducta del niño en cada contexto.
Esta predicción ya ha sido confirmada. Por ejemplo, Kimberly Saudino, de la Universidad de Boston, informó recientemente acerca de que los niños que son tímidos y tranquilos en casa tienden a ser tímidos y tranquilos fuera de casa, y que esa uniformidad de conducta puede ser atribuida casi por entero a aspectos innatos de su temperamento:
Este hallazgo de la semejanza de efectos genéticos en situaciones dispares, la timidez en casa y en el laboratorio, por ejemplo, significa que los factores genéticos contribuyen a la estabilidad de la timidez en ambas situaciones. En efecto, la correlación observada entre las dos medidas de la timidez se debía casi enteramente al solapamiento de los efectos genéticos. Por el contrario, los factores ambientales contribuyeron a crear diferencias entre la timidez en el laboratorio y la timidez en casa.[8]
Pero los factores genéticos no siempre producen semejanzas en la conducta en dos contextos distintos: las diferencias en la conducta pueden deberse también a características heredadas. Saudino presenta pruebas de que las características heredadas a veces tienen diferentes efectos en diferentes contextos. Este hallazgo es también congruente con la teoría de la socialización a través del grupo. Cenicienta descubrió que su belleza era un incordio en su casa, pero una ventaja fuera de ella.
La teoría de la socialización a través del grupo explica con rotundidad la conducta aprendida: esa conducta adquirida fuera de casa puede filtrarse en el hogar, pero al revés no ocurre nunca. Así pues, cuando los dos contextos se solapan, la conducta adquirida fuera de casa tendrá preferencia. Para probar esa predicción, los investigadores pueden observar situaciones en las que los contextos de los niños se solapen. Cuando un niño invita a sus amigos a casa después de la escuela y está jugando con ellos, ¿qué reglas de conducta sigue, las de sus padres o las de sus compañeros? Cuando un padre lleva a su hija adolescente a un restaurante e invita a unas cuantas amigas para que la acompañen, ¿ve que se comporte de un modo que no le resulta familiar? Cuando los padres visitan la escuela, sus hijos están encantados y/o avergonzados, pero ¿vuelven a comportarse como lo hacen en casa? ¿Qué hace un chico cuando se despelleja la rodilla en presencia de su madre y de sus compañeros: llora, como lo haría si estuviera con su madre, o se hace el duro, como lo haría con sus compañeros?
ESTUDIAR LA LENGUA Y LOS ACENTOS CON QUE SE HABLA
La teoría de la socialización a través del grupo puede iluminar diversas áreas del desarrollo incluso aunque no haga predicciones específicas acerca de las mismas. Pensemos, por ejemplo, en la adquisición de una segunda lengua. Cuando los chicos cambian de país a una edad temprana, pueden adquirir la nueva lengua y hablarla como nativos. Aunque los padres siempre tendrán acento extranjero, los chicos hablarán su nueva lengua sin acento, siempre que fueran lo suficientemente pequeños al trasladarse. Pero hay algunas preguntas acerca de la adquisición de una segunda lengua que no han sido respondidas. ¿Cómo hacen los niños para adquirir una nueva lengua y hablarla sin acento? ¿Por qué se pierde esa habilidad durante el desarrollo, más o menos alrededor de los diez años? ¿Y por qué unos individuos la pierden antes que otros?
La respuesta a la última pregunta tendrá que incluir seguramente las diferencias genéticas para la aptitud lingüística. Algunas personas nacen aparentemente con mejor oído para las lenguas. Una pequeña porción de ellas puede continuar escogiendo nuevas lenguas y aprendiendo a hablarlas como un nativo, aunque sean mayores. Son poseedoras de una capacidad mimética natural.
Es el hallazgo inverso —el descubrimiento de que algunas personas acaban teniendo acento extranjero incluso aunque hayan emigrado a la edad de cuatro o cinco años— lo que la teoría de la socialización a través del grupo puede ayudar a explicar. Los psicolingüistas se han sentido desconcertados por la variabilidad en la adquisición de una segunda lengua, especialmente por el hecho de que algunas personas nunca pierden su acento, incluso aunque hubieran emigrado siendo muy jóvenes. Los psicolingüistas no han considerado la variabilidad en el entorno de fuera de casa del niño inmigrante.
Cuando la gente emigra a un nuevo país, la mayoría acaba viviendo en zonas donde hay personas de su mismo país de origen. Eso hace que el período de adaptación sea más fácil para la generación adulta. Los recién llegados pueden continuar hablando su lengua nativa. Pueden pedir consejos a los emigrantes más antiguos. Las tiendas locales tienen comidas familiares y están bautizadas con nombres que les resultan familiares también.
En tales áreas, los niños crecen con ambas lenguas. Puede que siempre hablen su segunda lengua con acento, incluso aunque hubieran llegado de bebés al nuevo país de adopción —e incluso aunque hubieran nacido ya en él—, porque así es como lo han oído hablar. Así es como hablan sus compañeros.
Para poder hacer un estudio adecuado de la adquisición de la segunda lengua, les es necesario a los investigadores distinguir entre dos tipos de sujetos: aquellos que crecen en lugares como Chinatown o barriadas chicanas, y esos otros como Joseph (véase el capítulo 11) que crecen en zonas donde nadie más que sus padres hablan la lengua de su país de origen.[9] Los investigadores deberían preguntar: ¿Usan los niños, cuando están con sus compañeros, su primera o su segunda lengua? ¿Hablan sus compañeros la segunda lengua con o sin acento? Afirmo que cuando los investigadores controlen esas diferencias en el entorno lingüístico de fuera de casa, desaparecerá gran parte de la aparente variabilidad en la adquisición de la segunda lengua. Descubrirán que los niños pueden adquirir una segunda lengua sin acento (o, si el traslado es de una parte del país a otra, que los chicos pueden adquirir un nuevo acento) al menos hasta la edad de once o doce años.
Pero la mayoría de las personas pierde de hecho esta capacidad. ¿Por qué se pierde? ¿Porque el cerebro pierde su plasticidad cuando el cuerpo madura, o porque las consecuencias sociales de la mala pronunciación de las palabras son menos severas para los adolescentes que para los adultos? Ambas teorías tienen sus defensores. La teoría de la socialización a través del grupo no toma partido, pero proporciona una sugerencia provechosa para decidir entre ambas: los investigadores deberían tener mucho cuidado con el control de las diferencias en el entorno lingüístico de sus sujetos fuera del hogar. Una vez que lo hayan hecho así, quizá sea posible decidir entre esas hipótesis alternativas mediante una prueba interesante: buscar las diferencias de sexo. La maduración física se completa a una edad más temprana en las chicas que en los chicos, por lo que si la pérdida de la plasticidad lingüística se debe a la pérdida de plasticidad cerebral, las mujeres deberían perderla a una edad más temprana. Si los investigadores descubren que un chico de trece años puede adquirir una segunda lengua tan rápidamente como una chica de doce, esa sería una prueba a favor de la teoría de la maduración física. (Steven Pinker, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, pensó en la idea de buscar diferencias por razón de sexo, y planea llevarla a la práctica en una futura investigación).
Una cuestión más acerca de la adquisición de una segunda lengua; otra sobre la que la teoría de la socialización a través del grupo tampoco hace ninguna predicción. Los psicolingüistas dicen a menudo que los bebés pierden su habilidad para notar la diferencia entre sonidos que no se distinguen en su propia lengua. La prueba es que los bebés dejan de responder a las diferencias. Pero si realmente han perdido su capacidad para distinguir entre esos sonidos —si, por ejemplo, la zona cerebral necesaria para distinguir esos sonidos ha sido destinada a cualquier otro objetivo— los niños nunca serían capaces de aprender a hablar una segunda lengua sin acento. Así pues, la pérdida de la capacidad para distinguir los sonidos no debe ser una pérdida sensorial, sino más bien como aprender a no prestar atención a algo. La cuestión es la siguiente: ¿Cómo aprenden los hijos de los inmigrantes a prestar atención a distinciones de sonidos que antes habían aprendido a pasar por alto? Por lo que a mí se me alcanza, eso aún no ha sido estudiado. Para hacerlo, será necesario tener en cuenta las diferencias en el entorno lingüístico de los niños fuera del hogar. Los sujetos ideales serían niños como Joseph, el niño cuyo entorno fuera del hogar no incluía a nadie que hablara la lengua de su país de origen. O niños de países extranjeros que son adoptados en hogares donde nadie —ni sus nuevos padres ni sus nuevos compañeros— hablan la lengua de su país de origen.
DEMOSTRARLO
Mi colega David Lykken —que fue psicólogo clínico, y ahora es miembro del equipo de la Universidad de Minnesota que estudia a los gemelos criados separados— discrepa de mí en cuanto a la eficacia de los padres. Él cree que los padres pueden marcar la diferencia, al menos por lo que toca a los tipos extremos de padres. Esos padres excepcionalmente buenos pueden tener éxito con un niño que a otros les puede parecer ingobernable; y los padres excepcionalmente malos pueden convertir a un niño que podría haber sido aceptable en alguien que todo lo hace mal o en un delincuente.
Quizá nuestras historias personales sean relevantes en este punto. David y su esposa han criado tres hijos bien adaptados y con éxito social, y yo creo que les resulta difícil abandonar la idea de que él y su esposa han sido en parte responsables por ese feliz resultado. Yo, por otro lado, no creo que mi marido y yo merezcamos ningún mérito por cómo han salido nuestras dos hijas. Los caminos que han seguido de adultas son tan distintos —tan tortuosos en el caso de la más joven— que resulta difícil creer que nosotros hayamos tenido alguna influencia sobre ellas. Estoy orgullosa de mis dos hijas, pero yo no creo que mis habilidades maternales, o bien la carencia de ellas, hayan tenido nada que ver con el modo como han salido.
Aunque David Lykken y yo no estamos de acuerdo en todo, sí que lo estamos en muchas cosas. Hoy he recibido por correo electrónico un capítulo del libro en el que está trabajando. He aquí una afirmación que en él se recoge:
Creo que Harris presenta argumentos muy poderosos, argumentos que no pueden ser refutados sobre las bases de las pruebas reunidas para los paradigmas existentes.[10]
Creo que Lykken tiene razón: mi teoría del desarrollo no puede ser refutada sobre la base de las pruebas existentes.
Ni tampoco la suya. Aún hay un pequeño resquicio para la creencia tradicional sobre la crianza y la educación de los hijos: la posibilidad de que los padres muy, pero que muy malos puedan causar un daño irreparable a sus hijos.
Las pruebas indican que las diferencias entre un hogar y otro, entre un par de padres y otro, no tienen efectos a largo plazo sobre los niños que crecen en esos hogares. Pero todas las pruebas proceden de hogares «bastante buenos», hogares normales. Las pruebas cubren un amplio espectro de hogares, pero no incluyen aquellos tremendamente malos en los que los padres son brutalmente crueles o criminalmente negligentes.
Nadie puede negar que hay circunstancias bajo las cuales un niño no puede posiblemente convertirse en un adulto normal, aunque pueda sobrevivir a la infancia. El caso de Genie es un ejemplo. A Genie la mantuvieron encerrada en una habitación durante trece años, atada a una silla-orinal. Cuando fue descubierta era incapaz de hablar o de caminar, y nunca aprendió a hablar un inglés gramaticalmente correcto. Su conducta social sigue siendo altamente anormal, y vive en una institución. Pero es que Genie no ha tenido nunca compañeros.[11]
La teoría de la socialización a través del grupo afirma que al margen de lo deteriorado que esté el entorno del hogar, los niños se convertirán en adultos normales si se dan las siguientes condiciones: que no hayan heredado características patológicas de sus padres (por lo que sería necesario usar niños adoptados o hermanastros para verificar esta predicción); que sus cerebros no estén dañados por el abandono o por los malos tratos; y que tengan relaciones normales con sus compañeros. Podemos llamar a este experimento el experimento Cenicienta.
Cenicienta, por cierto, acabó bastante bien.