¿Tienen la sensación los primogénitos, a lo largo de su vida, de ser especiales? ¿Son más propensas a ser rebeldes las personas que crecen con hermanos mayores? Esas preguntas son de interés para cualquiera que tenga un hermano y tienen importancia teórica para las ciencias sociales. Durante la mayor parte del siglo, los psicólogos, desde Alfred Adler hasta Robert Zajonc, han elaborado teorías acerca del orden de nacimiento y buscado pruebas que las respaldaran;[1] pruebas de que los primogénitos y los que le siguen difieren en personalidad, inteligencia, creatividad, rebeldía o lo que se te ocurra. A tales diferencias, cuando se encuentran, se les denomina efectos del orden de nacimiento.
Esas diferencias se encuentran a menudo, pero por norma general tienden a ser espurias o equívocas. Las pruebas de los efectos del orden de nacimiento se han echado por tierra una y otra vez, siempre que los investigadores cuidadosos —investigadores sin ninguna teoría propia que promover— han examinado atentamente los datos.
Esos cuidadosos examinadores de los datos, sabiendo que sus conclusiones no estaban en la onda de lo que esperaban sus lectores, han salpimentado sus informes con muchas exclamaciones y cursivas.[2] El artículo de Carmi Schooler en el Psychological Bulletin, en 1972, se titulaba: «Efectos del orden de nacimiento: ¡ni aquí ni ahora!». Cécile Ernst y Jules Angst afirmaron con convicción en su libro de 1983 que «el orden de nacimiento y el número de hermanos no tenían ningún fuerte impacto sobre la personalidad… Una variable ambiental que se considera altamente relevante es, en consecuencia, desautorizada como factor de predicción de la personalidad y la conducta». Judy Dunn y Robert Plomin, en su libro de 1990 sobre las relaciones fraternales, reconocían que sus conclusiones «iban contra algunas creencias ampliamente extendidas y firmemente sostenidas», pero afirmaban que las «diferencias individuales de personalidad y psicopatológicas en la población en general… no están claramente ligadas al orden de nacimiento de los individuos».
Estas afirmaciones enfáticas no solo han sido dejadas de lado por el público en general, sino también por los científicos sociales. La resistencia de la fe en los efectos del orden de nacimiento —su habilidad para recuperar su posición erguida tras haber sido derribada— fue señalada por Albert Somit, Alan Arwine y Steven Peterson en su libro de 1996 sobre el orden de nacimiento y la conducta política. Somit y sus colegas hablaban de la «naturaleza inherente, no racional, de las creencias fuertemente arraigadas», y meditaba sobre que «matar de forma definitiva a un vampiro» —la creencia en los efectos del orden de nacimiento— podría requerir algo más expeditivo. Ellos sugerían una estaca que le atravesara el corazón a media noche.[3]
¿Qué hace que sea tan difícil matar a ese vampiro? La respuesta es que está protegido por un potente amuleto, un escudo mágico: la concepción tradicional sobre la crianza y educación de los hijos. Tanto los psicólogos como los no psicólogos dan por supuesto que la personalidad de un niño, hasta el momento en que es modelada por el entorno, recibe su conformación primaria en el hogar. En consecuencia, está claro que las experiencias de un niño en su casa se ven afectadas por su posición dentro de la familia: mayores, menores o en el medio. Los investigadores dan por supuesto que el orden de nacimiento debe dejar señales permanentes en la personalidad de los niños. Comienzan con esa suposición, luego buscan pruebas para demostrarla y rechazan el no como respuesta. Así, la creencia en el orden de nacimiento no muere: descansa en su ataúd hasta que alguien levanta de nuevo la tapa.
El último que ha levantado la tapa ha sido el historiador de la ciencia Frank Sulloway, cuya teoría sobre el efecto del orden de nacimiento se presenta en su libro Rebeldes de nacimiento. La teoría de Sulloway es bastante compleja; usa conceptos de la psicología evolutiva para explicar el descubrimiento de la genética conductista de que los niños de la misma familia no salen parecidos. Él señala que los hermanos compiten unos con otros por la atención de los padres y que es tarea de los hermanos diferenciarse unos de otros para encontrar cada uno una especialidad diferente, un lugar propio en la familia. Las diferencias reflejan las propias estrategias de los hermanos; no les son impuestas por los padres. En todo eso estoy de acuerdo con Sulloway, y aporta poderosas pruebas para apoyar su teoría. Rebeldes de nacimiento contiene una impresionante recopilación de datos, procedentes de las más variadas fuentes, ensamblados de un modo prodigioso.
Nosotros comenzamos con premisas semejantes, pero nuestros caminos se separaron enseguida. Sulloway utiliza la idea de la búsqueda de un lugar propio dentro de la familia para dar cuenta de las variaciones en la personalidad adulta. Él sostiene (véase el capítulo 3) que los primogénitos son tradicionales y rutinarios, mientras que los nacidos después están abiertos a nuevas experiencias y nuevas ideas; que los primogénitos son personas tensas, agresivas, hambrientas de estatus y celosas, mientras que los nacidos después son menos exigentes y más agradables. Sulloway, no es necesario decirlo, no es un primogénito. Yo sí lo soy: rechazada de nacimiento.
Sulloway ha reunido una montaña de datos en apoyo de su teoría. Yo he examinado atentamente esos datos y llego a diferentes conclusiones. La siguiente crítica no se dirige a Rebeldes de nacimiento en particular, sino a la ciencia social en general, porque los métodos que usa y los errores que comete son comunes. Mi descubrimiento sirve como demostración de lo que puede salir mal cuando los investigadores están convencidos de que algo es verdad y luego buscan las pruebas para demostrarlo.
NUEVO ANÁLISIS DE SULLOWAY DE LA ENCUESTA DE ERNST Y ANGST
La primera vez que fui alertada de que la montaña de datos de Sulloway podía no ser tan sólida como parece fue al leer una reseña del libro en la revista Science. El crítico, el historiador John Modell, elogiaba mucho el libro, pero también le hacía algunas críticas perturbadoras. Refiriéndose al nuevo análisis que hizo Sulloway de los datos de una revisión, hecha por Ernst y Angst, de la bibliografía sobre el orden de nacimiento, de 1983, Modell decía:
Sulloway me persuadió con su reelaboración de esos materiales hasta que yo intenté sacar una copia teniendo la revisión de 1983 a la vista. No pude hacerlo, ni intentarlo, no se parecían en lo más mínimo.[4]
Esa revisión es la que yo describí en el capítulo 3: fue llevada a cabo con gran minuciosidad por los psicólogos suizos Cécile Ernst y Jules Angst y recogida en un largo capítulo de su libro de 1983; buscaron en la bibliografía mundial todos los estudios sobre el orden de nacimiento comprendidos entre 1949 y 1980 y llegaron a la conclusión de que la mayoría de ellos no tenían el más mínimo valor porque les faltaban los controles adecuados: los investigadores no habían controlado, por ejemplo, el número de hermanos o las variaciones de estatus socioeconómico. Como el menor número de hermanos era relativamente predominante en los niveles más altos de estatus socioeconómico y como los primogénitos eran relativamente predominantes en las familias con menor número de hermanos, el fracaso a la hora de controlar esas variables condujo a confundir los factores demográficos con el orden de nacimiento. Excepcionalmente, es más probable que las personas de éxito sean primogénitas no por su posición superior en la familia de origen, sino porque muy posiblemente su familia de origen fuera superior en educación y en nivel de renta.
Una vez que las variables se han confundido, no hay manera de separarlas: si los investigadores que llevaron a cabo el estudio sobre el orden de nacimiento fallaron a la hora de recoger el número de hermanos o el estatus socioeconómico, el estudio es inservible. Ernst y Angst, por tanto, se centraron en los pequeños estudios que incluían uno o los dos de esos controles. Sobre la base de esos estudios llegaron a la conclusión de que el orden de nacimiento tenía poco o ningún efecto sobre la personalidad.
La minoría de dichos estudios que sí controlaban el número de hermanos y el estatus socioeconómico proporcionaron los datos sobre los cuales elaboró Sulloway su defensa de los efectos del orden de nacimiento sobre la personalidad.[5] En efecto, de hecho son los únicos datos que él usa en apoyo de su teoría; la mayoría de las estadísticas que aparecen en Rebeldes de nacimiento no pertenecen directamente a la personalidad, sino a las opiniones y actitudes expresadas públicamente por distintas figuras históricas. Aunque esas opiniones y actitudes están sin duda relacionadas con la personalidad, no pueden confundirse con ella. La personalidad, generalmente, no cambia gran cosa en la edad adulta; mientras que las opiniones sí que pueden hacerlo en el curso de toda una vida. El origen de las especies, la obra de Darwin, cambió las opiniones de mucha gente, pero es improbable que haya cambiado también sus personalidades.[6]
Como la defensa que hace Sulloway de los efectos del orden de nacimiento sobre la personalidad se apoya tan poderosamente sobre la revisión efectuada por Ernst y Angst, la afirmación del crítico de Science relativa a que a él le fue imposible sacar una copia de esa revisión debe ser tenida muy en cuenta. Yo decidí hacer un segundo intento para reproducirla.
«Si desdeñamos todos los descubrimientos sobre el orden de nacimiento a los que les falta el control del número de hermanos y del estatus socioeconómico —escribe Sulloway en su libro— nos quedan en el trabajo de Ernst y Angst 196 estudios que afectan a 120.800 sujetos». De esos 196 estudios, 72 le proporcionaron apoyo para su teoría: los primogénitos resultaron ser más conformistas, celosos, neuróticos o enérgicos que los nacidos después. Catorce estudios produjeron resultados contrarios a su teoría, y los 110 restantes no hallaron diferencias significativas basadas en el orden de nacimiento. Estos resultados fueron recogidos en la tabla 4 de Rebeldes de nacimiento. Según las estadísticas de Sulloway, había menos de una oportunidad entre un billón de que hubieran ocurrido por azar.
Mi primer trabajo consistió en buscar cuidadosamente en el capítulo de Ernst y Angst sobre el orden de nacimiento y la personalidad los 196 estudios controlados que Sulloway decía haber encontrado allí. Pero tras dos lecturas atentas del texto y de las tablas, solo encontré 179. Encontré el mismo número de estudios contrarios (13) y de indiferentes (109) que registraba Sulloway, pero veinte estudios favorables menos. También encontré cinco que me fue imposible adscribir a una u otra categoría.[7]
El misterio se hizo más profundo cuando metí los datos que había extractado de Ernst y Angst en una base de datos y los clasifiqué por nombre de autores: vi enseguida que algunos de los 179 estudios habían aparecido varias veces en su revisión. Si un estudio arrojaba resultados que eran relevantes para diferentes cuestiones acerca de la personalidad, era mencionado varias veces en dicha revisión. Eliminando las entradas repetidas al unificarlas, se reducían los estudios a 116.
Entonces me di cuenta de la afirmación que se hacía en la nota de Sulloway a la tabla 4: «Cada hallazgo del que se informa constituye un “estudio”». Así pues, Frank Sulloway podría reprenderme por no haberme dado cuenta antes de esa afirmación y por no haberme percatado de lo que significaba, pero el crítico de Science estaba tan desconcertado como yo. Sulloway ha prometido aclarar ese punto en la próxima edición de su libro. La cuestión es que un solo estudio puede producir diversos hallazgos. Más, en efecto, de los que yo he encontrado en mi búsqueda a través del capítulo de Ernst y Angst.
Basada en la información que Sulloway me ha enviado y en la afirmación que ha añadido a una nota en la edición rústica de Rebeldes de nacimiento, ahora tengo una mayor comprensión sobre cómo ha llevado a cabo él su nuevo análisis de la revisión de Ernst y Angst.
En primer lugar, Sulloway no sigue la opinión de los suizos para todo. Aunque la nota bajo su tabla comienza: «Los datos han sido tabulados por Ernst y Angst (1983:93-189)», lo que él hizo en muchas ocasiones fue dirigirse a los informes originales y entenderlos a su manera. A menudo su opinión difiere de la de Ernst y Angst acerca de si tal o cual estudio han incluido los controles adecuados y, en consecuencia, se han producido efectos significativos. Sus nuevas evaluaciones casi siempre acaban significando un incremento del número de estudios con resultados favorables a su teoría y una disminución de los estudios con resultados adversos. Sulloway está convencido de que los suizos tenían serios prejuicios contra el descubrimiento de efectos del orden de nacimiento.[8]
Otros estudios fueron eliminados por Sulloway a causa de que los investigadores no habían sido lo suficientemente claros sobre el número de sujetos examinados, sobre el número de tests entregados o porque arrojaban resultados que no se ajustaban con su teoría.
Sulloway llamó a su nueva evaluación de los datos de Ernst y Angst un «metaanálisis». Corregir errores y eliminar estudios mal hechos son procedimientos legítimos en el metaanálisis. El siguiente paso, sin embargo, nos saca bastante fuera del camino trillado. Ernst y Angst habían registrado un estudio dos o más veces en su capítulo, siempre que se dedujeran de él resultados pertenecientes a diferentes aspectos de la personalidad. Sin embargo, ellos no hicieron análisis estadísticos basados en esos listados múltiples. Definiendo la palabra «estudio» como «descubrimiento», Sulloway llevó la idea de los listados múltiples un paso más allá. Si un investigador pasaba un test de personalidad a un grupo de sujetos y descubría que los primogénitos de entre ellos eran más conformistas, responsables, hostiles, nerviosos y enérgicos que los nacidos después, la definición de Sulloway le permitía contabilizar los resultados de ese estudio como cinco resultados favorables, cinco «estudios».
Por lo que puedo imaginar a partir de la información que él ha facilitado, el número real de estudios de investigación incluidos en la cuenta de Sulloway no pasa de 115. El número total de sujetos examinados en esos 115 estudios fue aproximadamente de 75.000. La afirmación que hace Sulloway en su libro acerca de que si descartamos a los que les faltan controles adecuados «quedan 196 estudios en la revisión de Ernst y Angst, que afectan a 120.800 sujetos», es engañosa.
Con todo, 75.000 siguen siendo muchos sujetos. Pero el análisis estadístico que Sulloway llevó a cabo se basaba en la suposición de que había 120.800 sujetos. El análisis exige que cada resultado favorable sea independiente de todos los demás, como lo sería si lanzaras al aire, a cara o cruz, una moneda. Las medidas múltiples de una muestra particular de sujetos no son independientes, porque cualquier peculiaridad de la muestra —una inusual proporción elevada de primogénitos neuróticos, por ejemplo— puede afectar a las otras medidas de la misma muestra. Una muestra que, por casualidad, produjera un resultado significativo, lo que los estadísticos llaman «un nivel del 5%», tiene una probabilidad superior al 5% de producir otros.
Otro problema más serio es que los cálculos de Sulloway sobrevaloran ampliamente el número de resultados relativos a que no hay diferencias. Su estadística se basa en la suposición de que si arrojas una moneda al aire 196 veces y en 72 de los intentos consigues más del 50% de caras, el resultado general es altamente improbable que sea una coincidencia: algo debe provocar que esas monedas acaben cayendo en cara. Pero ¿qué pasa si lanzas la moneda al aire más de 196 veces y, cada vez que no sale el resultado que esperas, dices «esa no cuenta»?
Cuando los investigadores examinan a un gran número de sujetos y no hallan resultados significativos en su primer análisis de los datos, a menudo recurren a un método al que yo he llamado, en el capítulo 2, «divide y vencerás»: dividen los datos de varias maneras en busca de subgrupos de sujetos que arrojen efectos significantes. Tales investigaciones no solo incrementan las posibilidades de producir un resultado publicable: también inclinan los resultados publicados hacia las ideas preconcebidas de los investigadores, porque de los efectos de los subgrupos no se informa si no encajan con las ideas preconcebidas de los investigadores.
Las marcas reduccionistas del divide y vencerás son claramente visibles en muchos de los estudios revisados por Ernst y Angst. Efectos significativos del orden de nacimiento aparecían en los chicos, pero no en las chicas, o viceversa. O para sujetos de clase media, pero no para los de clase obrera, o viceversa. O para personas de familia reducida, pero no para las de familia numerosa, o viceversa. O para estudiantes de instituto, pero no para universitarios. Los investigadores pensaron maneras auténticamente ingeniosas para dividir los datos. Los efectos del orden de nacimiento se encontraron en un estudio solo si «primogénito» se definía como «primogénito de un sexo concreto». En otro, esos resultados se hallaron solo para sujetos muy nerviosos. Los ejemplos de este párrafo proceden de los 52 resultados que contabilicé como favorables para la teoría de Sulloway.
Técnicamente, a tales descubrimientos se les llama «interacciones».[9] Sin embargo, para que una interacción sea significativa ha de ser repetible. Una interacción que aparezca una sola vez en el estudio es insignificante; simplemente proporciona a los investigadores otra oportunidad de descubrir el resultado que se desea, otro lanzamiento de las cien monedas que no han de ser registradas si no arrojan un número significativo de caras.
Y dividir a los sujetos es solo el primer paso. Una vez que tienes alineadas a un montón de personas les puedes pasar un montón de tests. O darles un test extenso y dividir sus respuestas en varios «factores», cada uno de los cuales puede ser analizado por separado. Entre los 52 resultados que yo contabilicé como favorables a la teoría de Sulloway se incluía uno que decía que los primogénitos cedían más a menudo a las presiones de grupo, pero solo bajo una de dos condiciones; otro en el que se descubrió que los no primogénitos estaban más interesados en las actividades del grupo pero solo en uno de cada cinco factores; y otro en el que los primogénitos expresaban mayor miedo sobre más cuestiones del test que los no primogénitos, pero sin que hubiera una influencia significativa del orden de nacimiento en la cantidad general de miedo expresado en el test. Conozco esos resultados mixtos solo porque los investigadores informaron de ellos y dio la casualidad de que Ernst y Angst los mencionaban. Desconozco los otros tests que pasaron los investigadores y que no se registraron porque produjeron resultados nada interesantes, esto es, no significativos. Esas cien monedas no se arrojaron solo 196 veces. No tenemos modo de saber cuántas veces han de ser arrojadas las monedas para ofrecer los 72 resultados significativos que Sulloway halló en Ernst y Angst.
EL PROBLEMA CON LOS METAANÁLISIS
«Lo que necesitamos preguntar acerca de cualquier tema de investigación es si los resultados significativos exceden las expectativas casuales», afirma Sulloway en Rebeldes de nacimiento. «El metaanálisis nos permite contestar a esa cuestión. El metaanálisis implica estudiar las fuentes para ganar poder estadístico.»[10]
Una gran verdad. Pero lo que Sulloway hizo no fue un metaanálisis en el sentido usual del término. Normalmente, un metaanálisis habría de tener en cuenta dos importantes informaciones que Sulloway no consideró: el tamaño de cada estudio —cuántos sujetos fueron examinados u observados— y el tamaño del efecto. Los grandes estudios que producen grandes efectos deberían contar más que los pequeños que producen pequeños efectos. En un metaanálisis correcto deberían contar más.[11]
Los efectos del orden de nacimiento, si se encuentran, tienden a ser pequeños. Los pequeños efectos pueden ser estadísticamente significativos siempre y cuando el estudio sea lo suficientemente grande, es decir, que haya bastantes sujetos. Así pues, si los efectos del orden de nacimiento fueran reales pero pequeños, los efectos significativos deberían hallarse más a menudo en los estudios grandes que en los pequeños.
Sin embargo, en los estudios revisados por Ernst y Angst resultó que ocurría justo lo contrario. Yo dividí los 179 resultados que encontré en ellos en tres grupos más o menos iguales sobre la base del número de sujetos que participaron en el estudio, tras eliminar los 16 resultados en los que no se facilitaba esa información. La tabla de abajo muestra el resultado. Hay una tendencia opuesta a la que deberíamos esperar si los efectos del orden de nacimiento fueran reales, pero pequeños: los resultados significativos se hallaron más a menudo en los estudios más pequeños, y de modo más infrecuente en los grandes. Los estudios con más de 375 sujetos arrojaron resultados positivos solo en 10 ocasiones de 54 intentos.
Estos resultados nos indican que es más fácil que los pequeños estudios arrojen resultados más significativos que los grandes. La explicación más probable es que tales estudios era difícil que se publicasen si no arrojaban efectos significativos. Los investigadores se encogieron de hombros y se dedicaron a otra cosa.
En las ciencias sociales, el fracaso de publicar resultados que no indican ninguna diferencia es un problema reconocido, pero no suponen una amenaza de muerte. El mismo problema existe también en la investigación médica, sin embargo, y las consecuencias son bastante más serias. Un resultado que no señale diferencias es importante si indica que las posibilidades del paciente para mejorar no aumentan por un nuevo fármaco carísimo o por un doloroso procedimiento quirúrgico. Y no obstante, incluso en la medicina, los resultados que no señalan diferencias son de más difícil publicación, y cuando llegan a serlo tardan mucho en salir.[12]
«Basura que entra, basura que sale» es un dicho de la cibernética, pero es aplicable también al metaanálisis. Reúne muchos pequeños estudios y tendrás uno grande, pero no será necesariamente uno bueno. En la investigación médica es menos probable que los estudios pequeños tengan los controles adecuados. Los pacientes no se eligen al azar; quizá a los que se administra el nuevo tratamiento estaban más enfermos —o no lo estaban tanto— como los que recibieron el antiguo. El estudio no es «doblemente ciego»; es decir, no se hace contando con la ignorancia de quienes participan en él: el médico que administra el tratamiento es el mismo que decide si funciona o no, y los pacientes también saben si están siguiendo un nuevo tratamiento o el viejo.
Lo habitual es que un nuevo tratamiento médico sea evaluado antes mediante un montón de pequeños estudios mal controlados. Pero si la cosa promete, alguien hará un estudio definitivo, la clase de investigación médica a la que los investigadores médicos denominan «nivel de oro». El estudio de ese nivel es grande (por lo menos mil pacientes), aleatorio, doblemente ciego y los investigadores no tienen conexión financiera con los proveedores del tratamiento o del medicamento. Tales estudios, mira por dónde, nunca se encuentran en la psicología. Los estudios psicológicos que ocasionalmente pueden aparecer en las revistas médicas (véase el capítulo 13) nunca lo hubieran podido hacer si se les hubiera aplicado el mismo criterio que se sigue para aceptar o rechazar los estudios médicos.
Un reciente artículo en el New England Journal of Medicine comparaba los resultados de los estudios médicos del nivel de oro con los metaanálisis de los pequeños estudios que les habían precedido. He aquí las conclusiones de los investigadores: «Los resultados de las doce pruebas aleatorias y controladas que hemos estudiado no fueron predichas con exactitud en el 35% de las ocasiones por los metaanálisis publicados con anterioridad sobre el mismo asunto». Cuando hay una discrepancia, los médicos más enterados se fían antes de los resultados de un estudio grande y bien controlado que del metaanálisis de un grupo de pequeños estudios.[13]
Lo más próximo al nivel de oro en la investigación sobre el orden de nacimiento es el estudio que Ernst y Angst llevaron a cabo ellos mismos. Su objetivo era confirmar o desautorizar los resultados de su encuesta; se informa de él en un capítulo posterior de su mismo libro. El estudio de los suizos es irreprochable. Han usado los controles adecuados, han examinado a más sujetos —7.582 adultos jóvenes— que los más diligentes de los investigadores cuyos trabajos ellos han revisado y han medido doce aspectos diferentes de la personalidad, incluyendo la franqueza. Para grupos de hermanos de solo dos miembros, no hallaron efectos significativos del orden de nacimiento sobre ninguno de los aspectos medidos de la personalidad. Para grupos de tres o más hermanos hallaron un efecto significativo: el benjamín puntuaba ligeramente más bajo en masculinidad.
Inexplicablemente, Sulloway no menciona este estudio en Rebeldes de nacimiento.
EL ORDEN DE NACIMIENTO DESPUÉS DE 1980
La investigación de Ernst y Angst sobre la bibliografía dedicada al orden de nacimiento se detuvo en 1980. Así lo ha hecho también Sulloway. Pero aún se hacen estudios acerca del orden de nacimiento. Decidí investigar qué estudios se habían publicado tras esa última fecha de 1980. Hoy en día no es difícil llevar adelante una investigación, incluso para alguien que no pueda tener acceso a las bibliotecas universitarias. Mi servicio on-line me ofrece (merced a una tarifa adicional) acceso a Psychological Abstracts, en el que se puede buscar por palabras clave y que ofrece resúmenes de los artículos publicados.
Busqué allí, pues, los artículos publicados desde 1981 mediante la clave «orden de nacimiento»; la búsqueda arrojó un resultado de 123 artículos. Después de eliminar aquellos que no eran estudios sobre los efectos en la personalidad o en la conducta social del orden de nacimiento, y aquellos otros cuyos resultados no aparecían en el resumen, me quedé con 50 estudios. Clasifiqué las conclusiones de cada uno como favorables a la teoría de Sulloway, desfavorables, mixtos, indiferentes o poco claros. Los resultados se muestran en la tabla inferior. Yo he llegado a la conclusión, como Ernst y Angst, que el orden de nacimiento no tiene efectos sobre la personalidad adulta, o tiene algunos tan pequeños y poco fiables que apenas tienen importancia.[14]
SALE DE CASA
Si el orden de nacimiento no tiene realmente efectos sobre la personalidad adulta, ¿cómo ha llegado todo el mundo a pensar que sí los tiene? ¿Y cómo la visión de los primogénitos y los nacidos después ha sido tan sólida a lo largo del tiempo? La descripción que hace Sulloway de los hermanos menores se aviene perfectamente con el estereotipo popular del benjamín: poco exigente, animado, rebelde y, quizá, un renacuajo inmaduro. Si este estereotipo es inexacto, ¿de dónde ha salido?
De casa. Procede de la visión que tienen los padres de la conducta de sus niños y la que tienen los niños de la conducta de sus hermanos. Observan el modo como se comportan en casa, claro.
Entre los estudios revisados por Ernst y Angst había varios en los que se les pedía a los padres que describieran las personalidades de sus hijos, y a los hijos que describieran las de sus hermanos. Los resultados de tales estudios estaban generalmente de acuerdo con la teoría de Sulloway y con los estereotipos populares. Los primogénitos fueron descritos por sus padres como serios, sensibles, responsables, preocupados y proyectados hacia la vida adulta. Los nacidos después eran vistos como personas independientes, alegres y rebeldes. Los segundogénitos decían que sus hermanos mayores eran mandones y agresivos.[15]
El pequeño grupo de estudios que usaban evaluaciones hechas por padres o hermanos debe haber servido una desproporcionada cantidad de datos para el metaanálisis de Sulloway: la mayoría de ellos ofrecían varios descubrimientos y la mayoría de estos eran favorables a la teoría de Sulloway. En efecto, de los resultados de la investigación de Ernst y Angst basados en informes de los miembros de la familia, contabilicé un 75% favorables a su teoría, frente a un 22% de los que estaban basados en cuestionarios respondidos individualmente sobre uno mismo.
Ernst y Angst se dieron cuenta de la falta de acuerdo entre las dos clases de medidas y criticaron el uso de los miembros de la familia para evaluar la personalidad. Señalaron, en primer lugar, que los juicios de los padres sobre sus hijos tienen una validez dudosa; como ya había mencionado en otra parte de este libro, tales juicios no suelen coincidir con los que hace la gente de fuera de la familia. Más aún, la descripción que hacen los padres de sus hijos implican necesariamente comparaciones entre un individuo mayor y otro menor, y los niños mayores siempre tienden a ser, pues eso, más maduros.
Los efectos del orden de nacimiento se hallan frecuentemente en las consideraciones hechas por los padres y los hermanos; y se hallan ausentes en las mediciones tomadas fuera del contexto familiar. Ernst y Angst aportaron varias posibles explicaciones de esa discrepancia. Una de sus hipótesis era que la personalidad está ligada al contexto social. Los primogénitos se comportan como tales, y los nacidos después otro tanto, solamente cuando están en presencia de sus padres o de sus hermanos. «La personalidad primogénita —dijeron— puede desarrollarse específicamente en relación con los padres y hermanos.»[16] Las pruebas que ofrecí en el capítulo 4 están de acuerdo con esa hipótesis. Los niños aprenden modos de relacionarse con padres y hermanos que no transfieren a otras situaciones ni a otras personas.
Los efectos del orden de nacimiento sobre la personalidad existen: existen en el hogar. Y la gente los deja atrás cuando sale de casa. Esa es la razón por la que la mayoría de los estudios sobre sujetos adultos que no implican opiniones de los miembros de la familia no reflejan efectos del orden de nacimiento.
INNOVACIÓN Y REBELIÓN
Rebeldes de nacimiento no se centraba principalmente en la personalidad en general, sino en la innovación y en la rebelión. Los nacidos después del primogénito, según Sulloway, son más propensos a aceptar las ideas radicales o innovadoras de los otros y a rechazar las ideas pasadas de moda de sus padres.[17] Para apoyar esa hipótesis, Sulloway ofrecía como datos las conductas y las opiniones públicamente expresadas de figuras históricas, gente lo suficientemente importante como para que sus opiniones y su conducta fueran recogidas para la posteridad.
En su crítica a Rebeldes de nacimiento, el historiador John Modell se percató de las dificultades de evaluar los datos históricos en el libro: «La apasionada defensa [del autor] ha producido un texto aparentemente concebido para deslumbrar a los lectores, antes que para ofrecerles lo que necesitan para poder ellos sacar sus propias conclusiones».[18] Yo he llegado a una conclusión semejante. Para falsar las afirmaciones hechas en el libro, por tanto, debo fiarme de las pruebas aducidas por otros investigadores.
La teoría de Sulloway predice que los primogénitos y los nacidos después deben diferir en sus opiniones políticas: los primogénitos deben ser más conservadores y los nacidos después más liberales. Albert Somit, Alan Arwine y Steve Peterson estudiaron la bibliografía producida sobre el orden de nacimiento y la conducta política en su libro de 1996, y llegaron a la siguiente conclusión:
Hemos examinado todo lo escrito sobre la relación entre orden de nacimiento y conducta política que hemos sido capaces de identificar. Esta búsqueda abarca una amplia gama de conductas: participación personal en la política, interés por ella, progresismo-conservadurismo, actitudes hacia la libertad de expresión, preferencias sobre el liderazgo, socialización política, maquiavelismo y conducta no tradicional, etc. En muchos de esos estudios los datos no muestran relaciones significativas con el orden de nacimiento; en aquellos en los que se informaba de ese nexo, el análisis crítico generaba serias dudas, por decirlo suavemente, sobre la validez de los descubrimientos.[19]
Sulloway alega que los nacidos después son más rebeldes y sienten menos deseos de conformarse con los principios paternos. Un modo de rebelión de los niños y adolescentes es no hacer las tareas escolares; al seguir por ese camino, convierten en papel mojado un buen montón de datos fácilmente adquiribles. Los datos que se han reunido contradicen las creencias populares: la tendencia a rendir en la escuela por debajo del nivel de capacidad no se relaciona con el orden de nacimiento. Según el psicólogo Robert McCall, «la investigación sistemática… fracasa a la hora de confirmar que un mal rendimiento es más común entre los nacidos después que en los primogénitos».[20]
Sulloway afirma que los nacidos después están más abiertos a las ideas innovadoras. El psicólogo Mark Runco ha estudiado el «pensamiento divergente» en los niños, el pensamiento que se aparta de los caminos trillados. Los primogénitos y los hijos únicos sobrepasan en puntuación a los nacidos después.[21]
La investigación ha mostrado que, en conjunto, los matrimonios funcionan mejor si el marido y la esposa tienen personalidad y actitudes semejantes; si el orden de nacimiento tuviera importantes efectos sobre la personalidad y las actitudes, los matrimonios entre primogénitos deberían ser más felices, y lo mismo vale para los nacidos después con sus pares femeninos. La única prueba que yo conozco sobre esta cuestión sugiere justamente lo contrario. El psicólogo Walter Toman informa que las parejas entre personas de diferente orden de nacimiento eran menos propensas al divorcio.[22]
Finalmente, la teoría de Sulloway predice que debería ser más probable que las convulsiones sociales se produjeran cuando la población contuviera una proporción más alta de nacidos después. Frederic Townsend ha falseado esa predicción con los datos del siglo XX y ha manifestado su desacuerdo. La generación estadounidense de entre veinte y veinticinco años implicada en la rebelión juvenil de los sesenta contenía una proporción relativamente baja de nacidos después. Esa proporción fue considerablemente más alta durante los plácidos cincuenta y creció de nuevo durante los años setenta, justo cuando la rebelión juvenil se desvanecía.[23]
ORDEN DE NACIMIENTO, EVOLUCIÓN Y CAMBIO SOCIAL
La teoría de Sulloway se basa en el concepto de Darwin de la supervivencia del más apto, la visión de la evolución de la naturaleza llena de sangre, garras y colmillos. Según Sulloway, los hermanos están enfrascados en una lucha a vida o muerte por los recursos familiares. Sus modelos para las relaciones fraternales son Caín y Abel y el alcatraz de pies azules, una especie de pájaros en la que el primero que sale del huevo reduce la competición en el nido picoteando hasta matarlo a uno de sus hermanos pequeños.
El fratricidio, sin embargo, se halla básicamente en especies en las que las camadas son criadas en paralelo.[24] Los primates, por lo general, crían a sus descendientes en serie, de uno en uno. Como ya dejé escrito en el capítulo 6, los hermanos chimpancés son compañeros de juego en la infancia y suelen ser, después, valiosos aliados en la edad adulta. Lo mismo vale, en las sociedades tradicionales, para los hermanos humanos. Independientemente de Caín y Abel, el fratricidio es una de las formas más raras de asesinato en la mayoría de las sociedades humanas, incluida la nuestra.[25]
Pero el fratricidio se convierte en algo más común bajo determinadas circunstancias. Es más común en las épocas y lugares en que todo lo hereda el hermano mayor —el reino, el título, las tierras— y a los nacidos después se les deja en la miseria. Los homicidios que pueden darse bajo tales circunstancias parecen, superficialmente, del mismo tipo que la rivalidad que describe Sulloway: una lucha por el favor de los padres, por los recursos familiares. Sin embargo, yo creo que lo que motiva esos asesinatos no es el deseo del hermano menor por mejorar su estatus en relación con sus padres —¡matar al primogénito difícilmente permitiría lograr algo así!—, sino mejorar su estatus en la sociedad en la que está destinado a vivir su vida adulta. La primogenitura convierte a los hermanos mayores en personas dominantes dentro de su grupo, no dentro de su familia. La lucha por el dominio dentro del grupo puede conducir al asesinato, y esto es verdad en muchas especies y en todas las sociedades humanas.
Las relaciones entre hermanos dependen de factores que se dan no solo dentro de la familia, sino también fuera de ella, y por ello es por lo que los efectos del orden de nacimiento pueden darse bajo determinadas condiciones. Cuando la primogenitura era la regla en los países europeos, los hermanos menores crecían a la sombra de sus hermanos mayores, no solo dentro de la familia sino dondequiera que fueran. En una era en que los hijos de los ricos se educaban en casa y los de los pobres no recibían ninguna educación, los niños se pasaban la mayor parte del día con sus hermanos. Un hermano menor estaba dominado por el mayor no solo en casa, sino también en el grupo de juegos. Mi teoría predice que el bajo estatus en el grupo, especialmente si persiste con el paso de los años, dejará marcas indelebles en la personalidad de un niño.
En las sociedades occidentales actuales, la primogenitura ha muerto y los niños pasan el tiempo con sus hermanos principalmente en casa. Fuera de casa, ellos están con sus compañeros de edad. Un hermano menor que es dominado en casa por el hermano mayor puede ser un miembro dominante en su grupo de compañeros. Los modelos de conducta desarrollados en las relaciones fraternas quedan atrás —se quedan en casa— cuando el niño de hoy en día traspasa la puerta de la calle, del mismo modo que el hijo de inmigrantes deja atrás, al salir a la calle, la lengua de los padres.
Quizá los efectos del orden de nacimiento fueran reales en los días de la vigencia de la primogenitura; esa podría ser una explicación de los datos históricos del libro de Sulloway. En estudios recientes no se descubren efectos del orden de nacimiento o, de haberlos, son irrelevantes. Esto es verdad incluso para la inteligencia, respecto de la que los datos antiguos proveían una clara evidencia de los efectos del orden de nacimiento.[26] Pruebas recientes han fracasado a la hora de probar los iniciales hallazgos relativos a una mayor inteligencia de los primogénitos.
Llego a la conclusión de que Carmi Schooler acertó de pleno al titular su artículo: «¿Efectos del orden de nacimiento? ¡Ni aquí, ni ahora!».