Hace un par de días vi una noticia extraña en la tele. Era de un niño pequeño en Inglaterra que tiene una especie de enfermedad. No sentía dolor. En todas las imágenes que mostraron de él, siempre aparecía con un casco, coderas y rodilleras. Supongo que era porque si no sentía el dolor, no podría evitarlo, porque no sabría que se estaba haciendo daño.
Primero pensé: qué bien, qué suerte. Pero luego ya no estuve tan seguro.
Cuando era pequeño le pregunté a mi madre por qué sentíamos dolor. ¿Para qué sirve? Me respondió que era para que no nos pasáramos el día metiendo la mano en los fogones encendidos. Dijo que era algo que nos hacía aprender. Pero también dijo que en el momento en que sentimos el dolor ya es demasiado tarde y que para eso sirven los padres. Y que ella estaba ahí para eso. Para enseñarme. Para que ni siquiera llegase a poner la mano una vez en el fogón encendido.
A veces me parece que mi madre también sufre esa enfermedad. Pero por dentro, donde nadie lo ve excepto yo y tal vez Loretta, y también Bonnie. Sólo que yo me doy cuenta de que sí se hace daño. Pero sigue poniendo la mano en ese fogón encendido. Por dentro, quiero decir. Y creo que no hay cascos ni protectores para esas cosas.
Ojalá pudiera enseñarle yo a ella.