CHRIS
El teléfono sonó a las siete de la mañana; le costaba pensar que fuera una buena noticia. Su novia, Sally, se dio media vuelta y se apretó la almohada contra la cabeza.
Aunque aún estaba medio dormido, reconoció de inmediato la voz que le hablaba. Era Roger Meagan, en cierto modo un amigo. De hecho, era un policía, es decir, un amigo poco probable. En general, a Chris no le gustaban mucho los policías. Había conocido a varios que le caían bien —Roger, por ejemplo—, pero le resultaba decepcionante que los únicos policías sinceros, idealistas y con entusiasmo fueran los recién llegados. Suponía que no tenían la culpa de desencantarse cada vez más, tal como estaba el mundo. A él mismo le resultaba difícil no desencantarse. Pero si él lo lograba, tal vez ellos también deberían poder.
—Lo siento, Chris, no me acordaba de que te gusta dormir hasta más tarde.
Lo que a él le gustaba hacer no tenía nada que ver con aquello. Casi nunca se acostaba antes de las tres.
—¿Qué ocurre?
—En realidad, aún no estoy seguro, no lo sé. Puede que no sea nada. Puede que sea algo. No lo sé. Supongo que suena raro. Despertarte de un sueño profundo para decirte que a lo mejor no es nada. Pero si es algo, es algo importante. Muy importante. Por eso he pensado que te gustaría ser el primero en saberlo. Bueno, hay gente que ya lo sabe, pero sólo una parte. A lo mejor tú podrías encontrarle una explicación… si es que la hay. Mierda, creo que no estás entendiendo nada, ¿verdad?
—Pues la verdad es que no, Roger. Despacio. Voy a ver si consigo juntar todas mis neuronas. Vamos a ir paso a paso. ¿Hay algún hecho, algún dato real? Hasta el momento no he oído ninguno.
—Sabes que los asesinatos de las bandas callejeras han disminuido bastante últimamente.
—Sí, algo me habían dicho. Pero la cosa va por rachas, ¿no? ¿Qué otra cosa podría ser?
—No lo sé, Chris, pero supongo que ahí es donde se ve el trabajo de un buen periodista de investigación.
—¿Quieres que te pase el teléfono de alguno bueno?
—Calla, burro. Tú eres bueno. Y lo sabes. Hace dos meses, el número de asesinatos descendió un ochenta por ciento.
—¿Descendió al ochenta por ciento?
—No, descendió un ochenta por ciento.
—No sabía que fuera tanto.
—Bueno, lo que pasa es que nadie quiere hacerse muchas ilusiones. Saben que la cosa no puede durar. Todos actúan como si fuera magia o algo así. Nos movemos con mucha precaución, como si tuviéramos miedo de que si hablamos demasiado de ello la cosa cambiará, o algo así. Pero el mes pasado sólo hubo una muerte violenta en los cinco distritos. Sólo una, Chris. ¿Te das cuenta de lo excepcional que es? A veces, si el fin de semana era bueno, podía llegar a haber veinticinco. Bueno, no en un buen fin de semana, tú ya me entiendes.
—¿Y este mes?
—No hay muertos por el momento. Por lo que sabemos.
Chris notó que el cerebro se le perdía en el mismo tipo de vértigo que le producía pensar en el infinito. Ya era bastante difícil intentar entender cómo y por qué sucedían las cosas. Pero ¿averiguar por qué no sucedían? Era como hacer un reportaje sobre el viento. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Plantarse en una esquina del Bronx? «Disculpe, señora, ¿cuál es su teoría sobre el hecho de que no le hayan disparado este mes?».
—¿Y crees que hay una explicación?
—Bueno, todo tiene una explicación.
—¿Estás dispuesto a apostarte tu sueldo?
—La casualidad no existe, Chris.
Estuvo a punto de empezar a discutir, pero se controló. No tiene mucho sentido ponerse escéptico con un policía.
—Roger, ¿tienes alguna idea de dónde podría empezar a investigar algo así?
—Empieza con un tipo que se llama Mitchell Scoggins. Sabe algo. Le pillamos por posesión ilegal de armas. Había salido para ajustar cuentas con una banda rival, pero nadie resultó herido. Dijo que era una cuestión de honor. ¡De honor! ¿Desde cuándo es una cuestión de honor ir a cargarte a alguien y no matarle? Es algo así como un nuevo código entre bandas. Pero a mí él no me cuenta nada. Yo soy «el malo», ¿entiendes?
—¿Dónde está ese Mitchell?
—Está en prisión preventiva, en la cárcel del condado.
Entrevista realizada por Chris Chandler, extraída de Historia del Movimiento (1993)
MITCHELL: No es algo de Nueva York. Bueno, ahora sí. Pero no empezó aquí. Empezó en Los Angeles. Bueno, eso he oído. Todo el mundo lo dice.
CHRIS: Pues a mí me han dicho que tú lo sabes todo. También me han dicho que has sido tú quien lo empezó todo.
MITCHELL: Pues no tienen ni idea. Buena estrategia, tío. Crees que tengo un gran ego, ¿no? Pues te diré quién fue. Un tipo que se llama Sidney G. Él es el responsable de todo. Él fue el que se lo inventó todo. Yo ni siquiera le conozco. Pero él puede contártelo todo. Eso es lo que dicen por ahí. Aunque hay gente que dice que no. Bueno, que él sí fue quien lo empezó en Los Ángeles, pero que la idea no era suya. Que se enteró en alguna otra parte y la llevó allí.
CHRIS: ¿Qué fue lo que llevó a Los Ángeles?
MITCHELL: El Movimiento.
CHRIS: ¿Todo esto forma parte de un movimiento?
MITCHELL: Está claro que se mueve, ¿no?
CHRIS: Cuéntame.
MITCHELL: No sé. Pongamos que no eres uno de los nuestros. Te cruzas en mi camino y me miras mal, y entonces yo tengo que ir a por ti. Pero no te mato, a menos que ya haya hecho los tres favores. Entonces te digo: «He venido para matarte, pero, tío, has tenido suerte». Y entonces te lo cuento a ti. Forma parte del trabajo.
CHRIS: ¿Cómo los tres favores? ¿De qué estás hablando?
MITCHELL: Tendrás que ir a ver a Sidney G. A él le gusta hablar.
CHRIS: ¿Sabes dónde puedo encontrarle?
MITCHELL: Ni idea. Ni siquiera le conozco.
Llamó a la Costa Oeste después de las cinco de la tarde, hora de Nueva York, para que la llamada no le saliera tan cara, teniendo en cuenta que no creía que fuera a sacar nada en claro de todas formas.
—Centro Parker, diga.
—Con el detective Harris, por favor.
—Un momento.
La telefonista le dejó colgado en un abismo silencioso. Esperó varios minutos, nervioso, moviendo las piernas. Era una pérdida de tiempo. Luego, oyó unos tonos en la línea.
—Harris al habla.
—Harris, soy Chris Chandler.
—Hola, Chris. ¿En qué puedo ayudarte? Esto es un lío. No puedo dedicarte mucho tiempo.
—Pensaba que tal vez me podrías hacer un favor.
—Si no es ilegal y no tiene que ser ahora mismo… cuéntame.
—No, cuando puedas, mañana, o el lunes, cuando puedas. Era por si podías buscar en los ordenadores a un tipo que se llama Sidney G.
—¿Apellido?
—No lo tengo. Sé que no es fácil.
—¿Y qué quieres de él?
—Cualquier cosa que pueda ayudarme a localizarle. Si está en libertad vigilada y tiene que presentarse en alguna parte, cosas así. Quiero ponerme en contacto con él.
—Tardaré varios días.
—No importa.
—Debe de haber cientos de Sidney G.
—Pues tendré que ir probando uno a uno, supongo. Tú consígueme la lista.
—Dame tres días.
Al cabo de dos días, Harris le pasó una lista: Sidney Greenaway, Sidney Gerard, Sidney García, Sidney Gilliam, Sidney Guzmán, Sidney Guerrera, Sidney Galleglia, Sidney Garris, Sidney Gant, Sidney Gonzales. Todos tenían algo que ver con bandas. Había tres que estaban en libertad vigilada. De cinco sólo se conocía su anterior dirección. Había dos en la cárcel.
Chris tardó dos meses en localizarlos a todos. Aquel trabajo le devolvía la sensación de que estaba vivo. Sally le dijo que se estaba obsesionando y se fue de casa; tal vez fuera algo temporal, o tal vez fuera para siempre. Todo dependía de cuándo recobrara el sentido común. A Sidney Gerard no llegó a encontrarlo. Los otros nueve Sidneys no tenían ni idea de lo que les estaba hablando.
En el transcurso de la investigación rechazó dos encargos y perdió cuatro kilos. Y empezó a beber otra vez, aunque no mucho al principio. Se sentía fastidiado, porque sabía que era Sidney Gerard. Siempre es el que no se encuentra.
Busco a Sidney Gerard, fundador del Movimiento. Quiero hacerle famoso. No le haré preguntas personales. Me gustaría contactar también con cualquier persona que disponga de alguna información acerca de Sidney G. o del Movimiento. Está relacionado con favores, con una cadena de favores.
Pónganse en contacto con C. Chandler
en el apartado de correos que se indica más abajo.
Se recompensará cualquier información verídica.
Puso el anuncio en Los Angeles Times durante un mes, pero se dio cuenta de que estaba tirando el dinero, porque los chicos de las bandas no leen el Times. Y no es que le sobrara, precisamente. Llevaba demasiado tiempo sin hacer nada serio.
Se fue a ver a su hermano y le pidió dinero sin sentirse culpable. No era la primera vez que lo hacía y siempre se lo había devuelto.
Puso el mismo anuncio en el Valley News y en el L. A. Weekly. Después de abrir el apartado de correos y poner los anuncios, intentó empezar a trabajar en otra historia. Cada día revisaba el apartado. Cada día lo encontraba vacío. Ni siquiera recibía las típicas cartas falsas de impostores en busca de un dinero fácil. De todas formas, ¿de dónde iba a sacar el dinero si alguien finalmente le contaba algo?
Estimado Sr. Chandler:
Un conocido vio su anuncio en el Weekly y me lo enseñó. Sidney G. no ha inventado nada en toda su vida. Me ha dejado tirada con dos hijos ilegítimos. No le importa nada. Es un imbécil de mierda. Aquello lo sacó de alguien que conoció en Atascadero. Siempre se va allí cuando las cosas se le ponen feas. Pero no le funcionará toda la vida.
Lo último que supe de él es que estaba en la cárcel. No sé en cuál ni me importa. Pero no se llama Sidney G. Así es como se hace llamar. En realidad se llama Ronald Pollack Jr. No me extraña que no le haya encontrado. Espero que le encuentre y que le dé su merecido. Espero que esto sea un truco. No le escribo por dinero, aunque la verdad es que me hace mucha falta, con los dos niños. Si quiere, puede enviarme algo.
Atentamente,
STELLA BROWN
1993. Entrevista realizada por Chris Chandler en la prisión estatal de Soledad, de Historia del Movimiento
CHRIS: Podría llegar a ser muy famoso. Incluso aquí, en la cárcel.
SIDNEY: No tiene ni idea. Yo ya soy famoso en esta cárcel, legendario.
CHRIS: Sí, pero yo me refiero a una fama mundial. Eso podría serle útil en su situación.
SIDNEY: ¿De qué manera?
CHRIS: Ya sabe, cuando revisen su caso, podría alegar que usted ha hecho una enorme contribución a la sociedad.
SIDNEY: Mi caso no tiene que revisarse hasta el 97.
CHRIS: Pero eso también podría cambiar.
SIDNEY: ¿Y qué tengo que hacer?
CHRIS: Contarme cómo empezó lo del Movimiento.
SIDNEY: Ya se lo he dicho. Se me ocurrió a mí solo.
CHRIS: Pues debe de ser un tío muy listo.
SIDNEY: Pues sí, lo soy.
CHRIS: ¿Y cómo se le ocurrió algo tan importante?
SIDNEY: No sé, se me ocurrió. Veía que las cosas a mi alrededor iban de mal en peor. Y pensé que alguien tenía que hacer algo distinto. Cambiar las cosas. Y entonces se me ocurrió aquello.
CHRIS: ¡Vaya! Estoy impresionado. ¿Ni siquiera oyó o vio algo parecido que le diera la idea?
SIDNEY: A mí nadie me da ideas. Bueno, ¿y cómo piensa hacerme famoso? Es decir, más famoso de lo que ya soy.
CHRIS: Bueno, trabajo para varias cadenas. Tendré que traer una cámara de vídeo, y solicitar varios permisos para que me dejen entrevistarle para la televisión. Y cuando tengamos la entrevista, la venderé al programa Weekly News in Review. Me compran casi todo lo que hago.
SIDNEY: ¿Y cree que los imbéciles de la cárcel le darán permiso para hacerme esa entrevista televisiva?
CHRIS: Sí, cuando descubran que aquí tienen una estrella.
SIDNEY: Y a lo mejor el gobernador me conmutará la pena.
CHRIS: Bueno, Sidney, no está exactamente en el corredor de la muerte. No creo que le indulten. Pero a lo mejor sí conseguiremos que adelanten la revisión de su caso.
SIDNEY: Bueno, haga lo que pueda por mí. Supongo que ya se habrá dado cuenta de que éste no es mi sitio. Podría estar haciendo mucho bien ahí fuera. El mundo me necesita.
CHRIS: Sí, claro, Sidney, eso se nota.
Chris llegó a su apartamento de Nueva York a eso de las 7 de la mañana. Se fue directo al teléfono para llamar a su amigo policía, Roger Meagan. Le despertó. Ya estaban en paz.
—Me has hecho un gran favor, tío. Te debo una. Creo que esto va a ser una bomba. No sé por qué, pero creo que sí. No, ni siquiera lo creo, lo sé. No sé por qué, pero lo sé. Puede que la cosa no sea muy grande todavía, pero lo será. Y cuando suceda, la historia será mía. No es que lo tenga todo controlado, pero dame tiempo.
—¿Quién coño eres?
—Chris. ¿Te he despertado? —Sabía perfectamente que sí.
—Chris, ¿de qué coño me estás hablando?
—De la historia que me pasaste.
—¿Ya la tienes?
—Ya te lo he dicho, no del todo, pero la tendré. He llegado hasta un ratero de poca monta que me ha dicho que se lo inventó todo él. Miente, claro.
—¿Que se inventó qué?
—El Movimiento.
—Ah, ¿entonces se trata de un Movimiento?
—Bueno, se mueve, ¿no?
Roger lanzó un gruñido.
—No sé de qué me estás hablando, Chris. Ni siquiera me he tomado un café. ¿Por qué no me prestas un poco de tu energía?
«Ojalá pudiera», pensó Chris. Se quitó los zapatos mientras seguía hablando y se preparó una copa sosteniendo el teléfono entre la oreja y el hombro.
—Bueno, la cosa es más o menos así, hasta donde yo sé. A alguien se le ocurrió ir pasándolo. Es como el sistema de la pirámide, sólo que los beneficios nunca vuelven a los que idearon el Movimiento. La gente hace cosas buenas por los demás, y la cosa sigue y sigue. Nunca vuelve.
—¿Y dónde está la gracia?
—Parece que no la hay. Por eso estoy tan entusiasmado con esto, Roger. Lo jodido es ir reconstruyendo los pasos, porque parece que la cosa es anónima. La gente va por ahí salvando vidas, perdonando vidas, regalando dinero, y la mayoría ni siquiera saben quién les ha ayudado. No existe ningún registro.
Todo aquello lo sabía por la visita que había hecho a Stella, más que por la entrevista con Sidney. Éste no le había dado muchos detalles. En cambio, Stella, al ver el billete de quinientos dólares, había empezado a contárselo todo.
—Esto es raro, Chris, muy raro.
—Ni que lo digas. Por eso me gusta tanto.
—Pero, Chris…, ¿no te parece que si alguien te salva la vida lo menos que puedes hacer es preguntarle cómo se llama? No sé, para devolverle el favor. Ya sabes, eso que dicen de hoy por ti y mañana por mí.
—Pero es que precisamente de eso se trata. Que el favor nunca se devuelve. Se pasa a otra persona. Es hoy por ti y mañana por otro.
—No le veo el sentido.
—¿Por qué no?
—¿Qué gana la persona que lo empezó todo?
—Bueno, también vive en este mundo, ¿no?
Una larga pausa al otro lado de la línea.
—¿Me estás diciendo que ese delincuente es realmente un altruista?
—No, no, ya te lo he dicho, él no.
—Entonces, ¿quién lo empezó todo?
—No lo sé. Pero lo averiguaré. Le voy a hacer una jugada a ese pelmazo de Sidney G. Lo sacaré en el programa Weekly News in Review. Lo convertiré en un héroe. Y entonces contrataré uno de esos teléfonos gratuitos, o un apartado de correos, para contactar con gente que tenga más información. Hoy por hoy la cosa ya debe de estar bastante extendida.
—Chris, si ese tipo es un mentiroso, ¿por qué razón quieres convertirlo en un héroe?
—Pues por eso, Roger. Tiene que haber alguien que al verlo se ofenda porque se está atribuyendo un mérito que no le corresponde. Y que quiera que se sepa la verdad.
—Puede ser el fin de tu carrera. Serás tú el que salga perdiendo.
—Cualquiera puede equivocarse, Roger. Mi carrera seguirá.
—Es un gran riesgo, Chris.
—La vida es un riesgo.
Colgó. Funcionaría. Tenía que funcionar.