Capítulo 19

19 DE OCTUBRE DE 1992

Reuben estaba sentado en el sofá con Trevor, comiendo palomitas de maíz para microondas. De vez en cuando una se les caía al suelo y Miss Liza no tardaba en comérsela. Ahora, la gata pasaba casi todo el tiempo en casa de Arlene, con el resto de la familia. Cada vez que se zampaba una palomita, Trevor le decía que se supone que a los gatos no les gusta el maíz. Pero a ella no parecía preocuparle ese tema.

Estaban viendo el partido de los Buffalo contra los Raiders, una buena ocasión para que Trevor le enseñara los rudimentos del futbol americano, porque en aquel caso el resultado final no le importaba demasiado. Estaba de parte de los Buffalo, pero no hasta el punto de cortársele la respiración con las jugadas de peligro.

Mientras hacían la pausa para la publicidad, Trevor intentaba explicarle la diferencia entre un touchback después de una intercepción en la zona final y un touchback después de un saque inicial. Reuben creía que ya sabía las reglas básicas, pero aquellos detalles aún no los dominaba.

En la tele pasaron un anuncio de Coca-Cola, la musiquita le resultaba conocida, y estaba destinada a convertirse en algo demasiado conocido, porque ahora Reuben la relaciona con todo lo demás. No a propósito. Pero cada vez que todo aquello le vuelve a la cabeza otra vez, no puede evitar escuchar la musiquita del anuncio. Y lo que pasó sigue volviéndole a la cabeza de vez en cuando.

Trevor le estaba dando una palomita a Miss Liza, que se había levantado sobre las dos patas traseras para llegar mejor. Tenía una zarpa en los pantalones de Trevor y la otra suspendida en el aire, lista para arrancarle la palomita de un golpe si hacía falta.

Debería haber sido un buen momento, un buen día. Una buena vida. Debería haberlo sido.

Reuben oyó que llamaban a la puerta.

Arlene, desde la cocina, dijo que ya iba ella.

Abrió la puerta. Reuben alzó la vista. Esperó a que ella dijera algo. No le veía la cara, pero por algún motivo pensó que le gustaría verle la cara.

Había un hombre plantado en el marco de la puerta, en silencio: no muy alto, delgado, con el pelo negro rizado. Aquel silencio comenzaba a clavársele a Reuben justo en el estómago, como si los estómagos supieran las cosas sin tener que pensarlas. Reuben miró a Trevor, que tenía los ojos fijos en la puerta y se había quedado mudo. La musiquita del anuncio de Coca-Cola seguía clavándose en el cerebro de Reuben.

Alguien tenía que romper aquel silencio, y finalmente fue el desconocido quien habló.

—No pareces alegrarte mucho de verme.

Arlene se fue corriendo hasta su dormitorio y dio un portazo.

Solo en el vestíbulo vacío, aquel hombre delgado se fijó en Trevor.

—¿Es que no vas ni a decirme hola?

—Hola.

La voz del chico sonaba hueca y fría. Reuben nunca le había oído hablar así. Fue entonces cuando supo que algo acababa de suceder, algo irrevocable. Trevor nunca le hablaba así a nadie.

—¿Ya no me llamas papá?

Reuben se dio cuenta de que Trevor le estaba mirando de reojo. Todo aquello habría de hacerle mucho daño, pero en aquel momento aún no sentía nada. Sólo una especie de aturdimiento, una conmoción, el tipo de cosa que hace que casi todo el mundo pueda superar casi cualquier situación, aunque no lo crea.

—Tú me dijiste que nunca te llamara papá cuando hubiera gente delante.

—Bueno, eso era antes, hijo. Ahora es diferente. Ni siquiera pareces contento de ver que he vuelto. ¿Qué te pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato?

Trevor se levantó del sofá y salió disparado hacia su cuarto. Cerró la puerta con tal fuerza que hasta Reuben se asustó.

El hombre dio unos pasos hasta quedar delante de él, que seguía sentado. «Levántate», pensó Reuben, porque seguro que era mucho más alto y más corpulento que él. Pero el cuerpo no le respondía. Aquel hombre le miraba con la misma expresión que todos los que le veían la cara por primera vez, pero descaradamente, como si Reuben no le viera.

—¿Quién coño eres tú?