Capítulo 12

REUBEN

Se despertó sobresaltado. Estaba vestido y en una cama que no era la suya. Llevaba el parche puesto, así que dedujo que no se había dado cuenta de que estaba a punto de quedarse dormido. Se había quedado adormilado una hora o dos, pero ahora el sol ya entraba por la ventana. Se quedó quieto en la cama, demasiado confuso para darse cuenta de dónde estaba. Unos dedos le acariciaban la piel irregular, parcialmente muerta, del lado izquierdo de la cara. Su primer impulso fue levantarse de un salto, pero luego se acordó. Saber que aquellos dedos eran los de Arlene no hizo que se le pasaran totalmente las ganas de salir corriendo; sólo se le pasaron un poco.

Abrió el ojo, pero no la veía. Estaba a su izquierda, al otro lado de donde estaba la noche anterior. Se giró un poco y notó sus labios en la mejilla izquierda. El corazón le dio un vuelco.

—¿Qué estás haciendo?

—Te beso la cara.

—¿Por qué este lado?

—También es tu cara, ¿no?

—Eso es lo que tú te crees. Esta piel me la sacaron del muslo.

Esperaba que la crudeza de aquel detalle fuera suficiente para distanciarla.

—Y si te besara el muslo, ¿también protestarías así?

Y volvió a suceder, los labios de Arlene volvieron a besarle justo debajo del parche, y a él casi se le cortó la respiración.

—Arlene, esto me hace sentir incómodo.

—¿Hay algo que pueda hacer que no te haga sentir incómodo?

Se notaba por el tono de su voz que estaba empezando a indignarse, y aquella indignación suya le daba una extraña sensación de familiaridad y confianza. Pero todo lo demás era demasiado raro y nuevo para él.

—Podrías dejar que me levantara.

Ella estaba abrazada a él, lo agarraba por el brazo izquierdo y no le soltaba, pero después de aquel comentario suyo se apartó rápidamente.

Se fue hasta la ventana con la bata puesta. Reuben empezó a buscar sus zapatos.

—¿Sabes cuál es tu problema?

Él la miró a los ojos y ella añadió:

—Siempre digo lo mismo, ¿verdad?

—Supongo que sólo me lo dices a mí. Es que tengo muchos problemas.

—No se lo pones fácil a la gente.

Reuben estuvo tentado de preguntarle que por qué no se rendía entonces. Pero una parte de él tuvo miedo de que ella, si se lo decía, se rindiera de verdad. Encontró los zapatos y se dirigió al baño.

—¿Por qué estás enfadado conmigo, Reuben? ¿Por qué te vas como si estuvieras enfadado? ¿Qué es lo que he hecho mal?

Reuben salió del dormitorio y atravesó todo el vestíbulo. Se tropezó con Trevor, que iba en pijama en dirección al baño. Tenía un remolino en el pelo muy gracioso. No había sitio donde esconderse, no había manera de que no le viera.

—Buenos días, señor St. Clair —dijo el chico, y cerró la puerta del baño.

Reuben se quedó perplejo, pensando en que no había pasado lo que él suponía que pasaría.

Cuando ya tenía la mano en el picaporte, notó la mano de Arlene en su hombro.

—Bueno, ¿entonces sigues queriendo venir otra vez esta noche?

—Arlene, esto es un error.

No se atrevió a girarse para decírselo, se quedó allí de pie, mirando hacia la calle, como si estuviera discutiendo con la puerta. Y añadió:

—No sé ni siquiera por qué hemos empezado esto.

—Tú quieres volver esta noche. Yo te lo explicaré.

Él meneó la cabeza sin volverse a mirarla.

Estaba de pie frente a sus alumnos, con el estómago revuelto y el ojo que le escocía por falta de sueño.

—Hoy termina el plazo para presentar el proyecto. A ver, levantad la mano los que hayáis decidido participar.

La primera en levantarla fue Mary Anne Telmin, casi a la vez que otra chica, Jamie, que siempre vestía con ropa muy discreta y se sentaba en la última fila para pasar desapercibida. A continuación levantó la mano Jason, que solía manifestar las dificultades propias de su etapa de crecimiento pegando a quien se le pusiera por delante y que necesitaba subir la nota como fuera. Un segundo después Arnie Jenkins levantó la mano con cautela, aquel chico difícil, grande y bruto que le había preguntado el primer día si era pirata.

—¿Quienes hayan decidido participar o quienes lo hayan hecho?

—¿Tú participas, Arnie?

—Bueno, yo decidí participar, porque me iría bien subir la nota. Pero no se me ha ocurrido nada, aunque lo he intentado.

—Eso es difícil de demostrar, Arnie. Creo que es mejor que bajes la mano.

Reuben miró a Trevor, que tenía la mirada fija en la pared.

—¿Trevor?

El chico hizo una mueca y levantó la mano.

—¿Eso es todo? ¿Cuatro? ¿Cuatro personas en una clase de treinta y nueve? Bueno, felicidades a los cuatro por hacer el esfuerzo. Ahora… ¿Habéis documentado el proyecto por escrito tal como os pedí? ¿Podríais pasarme el planteamiento inicial, por favor? A continuación haremos una exposición de las ideas para toda la clase. Mary Anne, ¿quieres ser la primera?

Reuben estaba seguro de que no diría que no.

Mary Anne se dirigió a la tarima con tanto aplomo que parecía que aquél era su hábitat natural, como si no hubiera otro lugar en el mundo en el que pudiera sentirse más a gusto.

—Bueno, la Tierra tiene unos recursos limitados; por lo tanto, reciclar es muy importante. Y aquí, en Atascadero, no hay ningún sistema de recogida selectiva de la basura. Así que he buscado algunos contenedores de reciclaje, no los suficientes como para cubrir toda la ciudad, claro, pero sí seguramente para todos aquellos que se preocupen lo bastante por el tema como para solicitar uno. Hemos puesto varios anuncios en los tablones de anuncios de algunas tiendas en los que los ofrecemos gratuitamente.

Reuben interrumpió brevemente:

—¿Hemos?

—Bueno, con mi padre, él me llevaba en coche a los sitios. Y yo escribí una carta al ayuntamiento para animarlos a organizar la recogida selectiva. Cuarenta vecinos me dieron sus firmas de apoyo. He hecho una copia de la carta y la he incluido en la carpeta, señor St. Clair.

—Gracias, Mary Anne, ya me lo miraré detenidamente. ¿Y tú, Jason?

Jason se levantó y avanzó por el pasillo, no sin detenerse para dar una patada al pie de otro compañero.

—Bueno… hay gente que dice que en Atascadero no hay bandas, pero eso no es verdad, porque hay muchas pintadas por las calles. Los que las hacen las llaman «firmas». Es una especie de lenguaje entre bandas, como una manera de hacerse los chulos. Bueno, pues he ido a varias tiendas en las que las bandas habían dejado sus firmas y les he dicho que si me pagaban la pintura, yo les eliminaba gratis las pintadas. En algunos casos, los de las bandas volvían a dejar sus firmas, pero yo volvía a cubrirlas. En una tienda lo tuve que hacer tres veces. Pero supongo que al final se cansaron.

—¿Has puesto este proyecto por escrito, Jason?

—Sí, está todo aquí, señor St. Clair.

—Bien, Jason, estoy impresionado, gracias.

No es que el proyecto le pareciera realmente fuera de lo común, pero sí era sorprendente viniendo de quien venía.

Cuando Mary Anne Tellin oyó que Reuben alababa de aquella manera a Jason se le agrió la expresión. La verdad es que el proyecto de la chica no le había impresionado. Ya le había quedado claro desde hacía tiempo que era su padre el que había hecho la mayor parte del trabajo. Decir que ella había buscado algunos contenedores era un interesante eufemismo para expresar lo que un padre puede hacer por su hija.

Trevor estaba otra vez mirando la pared. Reuben sabía que aquél iba a ser un momento difícil para él, así que, poniéndose en su piel, decidió dejarlo para el final.

—¿Jamie?

La chica avanzó tímidamente hasta la tarima.

—Fui a la residencia de ancianos Oak Tree y hablé con varias personas. Muchas de las cosas que me contaron las he escrito en el proyecto. Como si fueran historias. De sus vidas. Así todos en la clase podrán leerlas. Porque muchas veces los jóvenes no nos damos cuenta de que los viejos tienen muchas cosas que contar. Si pudiera usar la fotocopiadora de la secretaría, podría hacer una copia para cada uno. No he podido hacerlo en la tienda porque era muy caro. Son casi veinte páginas.

—Gracias, Jamie. ¿Por qué no hablas con la directora a la hora de comer? Pregúntale si puedes usarla.

—De acuerdo —y volvió rápidamente a su asiento.

Reuben miró a Trevor, que le devolvió la mirada. Sintió una punzada de vergüenza al recordar que se lo había encontrado en el vestíbulo de su casa sólo unas horas antes, aunque Trevor no le había comentado nada.

El chico respiró profundamente y se dirigió a la tarima muy despacio, como si arrastrara un tablón de 100 kilos.

Reuben se estaba poniendo rojo, como si la exposición del proyecto la tuviera que hacer él.

Trevor se quedó en silencio mirando a la clase y suspiró.

—He invertido mucho tiempo y mucho esfuerzo en este proyecto —dijo—, pero no me ha salido como quería.

Se quedó callado, vacío, y se giró para dibujar en la pizarra una versión simplificada de la Cadena. Empleó el puntero del profesor para señalar el primer círculo.

—Éste es Jerry. Le ayudé a encontrar trabajo. Pero luego él faltó a su palabra. No sé si en la cárcel se puede seguir la Cadena. Supongo que sí, porque seguro que la gente que está en la cárcel necesita más que nadie que le hagan favores. Pero no sé si lo hará. Bueno, ésta era la señora Greenberg. Me pasé unos tres días arreglándole el jardín. Pero se murió.

Arnie gritó:

—No sé si en el cielo se puede seguir la Cadena.

La clase estalló en una carcajada burlona, y Trevor miró a Reuben como implorándole que les hiciera callar.

Reuben dio un golpe fuerte sobre la mesa con la palma de la mano. Trevor se asustó.

—Los que no os habéis dignado siquiera a presentar un proyecto, dejad de divertiros a costa de los que sí lo han intentado.

Todos miraron a Reuben anonadados, boquiabiertos. Era la primera vez que le veían alterado. Por la expresión de sus rostros, supo que su mano se había convertido en el equivalente humano de la vara de Lou.

—Por favor, continúa, Trevor.

—Oh, bien. Había una tercera persona. Pero no estoy seguro de que aquello fuera una buena idea. No importa, voy a volver a empezar con otras tres.

Mary Anne Telmin levantó la mano.

—Pero, señor St. Clair. Hoy terminaba el plazo. Ya no puede hacer nada.

Trevor respondió a su desafío.

—No lo voy a hacer para subir la nota, Mary Anne. Lo voy a hacer para ver si el mundo cambia.

Miró a Reuben en busca de apoyo, y éste le hizo un gesto sutil con las manos, indicándole que se calmara, que no respondiera a la provocación.

Arnie levantó la mano.

—El mundo no se cambia con palabras de honor. Eso lo sabe cualquiera. Si confías en la palabra de honor de la gente, nunca funciona. No has acabado de darte la vuelta que ya te están engañando. Si no, mira lo que te ha pasado.

Trevor empezó a defenderse otra vez, en esta ocasión más ofendido si cabe, como si le estuvieran atacando por todos los flancos.

—No es culpa de la señora Greenberg haberse muerto.

—Bueno, pero es que la gente se muere, o la meten en la cárcel, o no cumplen las promesas. ¿Qué importa lo que ocurra? El caso es que la Cadena se rompe.

—Bien, bien, ya basta de discutir. Es fácil levantarse y criticar la idea de Trevor porque ha tenido problemas con el resultado final, pero como idea sigue siendo la mejor, sobre todo porque la mayoría de vosotros no habéis hecho nada. Bueno, esta noche revisaré todos los proyectos. El que haya hecho el mayor esfuerzo tendrá un sobresaliente. Todos los que han participado mejorarán su nota.

Pero cuando Trevor regresó a su asiento y abrió el libro de texto, la discusión seguía viva entre susurros dispersos que recorrían el aula.

Aquel mismo viernes por la tarde se encontró a Anne Morgan, la directora, en el vestíbulo de la escuela. Le dijo que había dado permiso a Jamie para fotocopiar las historias y que si tenía un momento, le gustaría hablar con él en su despacho. Aquello no auguraba nada bueno.

Se sentó en la misma silla que había ocupado el día de su llegada. Ahora se sentía un poco menos incómodo, pero no mucho.

—Reuben, no quiero que pienses que esto es un problema desde mi punto de vista. Sólo es mi obligación hacértelo saber. Hoy, los padres de Mary Anne Telmin se me han quejado de ti.

—No me digas más. Creen que su pequeña princesita debería haber sacado la mejor nota.

—Sí, pero no es sólo eso. Están enfadados porque el que la sacó fue Trevor McKinney. Creen que no es apropiado, dado que tú y su madre estáis… saliendo juntos.

Hubo un silencio tenso durante el cual ninguno de los dos dijo nada ni se miró a los ojos. Luego ella prosiguió:

—Yo no tenía ni idea. No digo que me parezca mal. Lo que hagas con tu vida privada no es asunto mío, Reuben. Hasta me desagrada tener que hablar del tema, pero quería que supieras que se han quejado.

—¿Y tú qué les dijiste?

—Que hablaría contigo y determinaría si en este caso había habido algún favoritismo. Sé de antemano que no lo ha habido, porque tú no eres ese tipo de profesor.

—¿Y de dónde sacaron esa información? Me siento como si me estuvieran vigilando, o algo así.

—Nunca has vivido en una ciudad pequeña, ¿verdad? Puede que Atascadero no sea tan pequeño para que todos nos conozcamos, pero al final todas las caras acaban sonando de algo. Y las nuevas destacan más.

—Especialmente la mía. Perdón, ya estoy otra vez con lo mismo. Bueno, en otras palabras, que si voy al cine o a cenar con alguien, al día siguiente la gente ya lo comenta.

—Me temo que sí.

De repente, la falta de sueño empezó a pesarle, y sintió como un momentáneo desvanecimiento que lo dejó débil y algo mareado. Pero respiró hondo y le contó a Anne la historia resumida del proyecto de Trevor. Ella le escuchó atentamente y pareció impresionada por el alcance de aquella idea.

—La intención de la tarea era hacer que los alumnos pensaran globalmente. La idea de Jamie estaba pensada para modificar la conciencia de la clase. Mary Anne y Jason pretendían mejorar Atascadero. Trevor fue el único que intentó con su idea ir más allá de los límites de su comunidad. Le criticaron porque no consiguió unos buenos resultados. Pero los Telmin tampoco pueden asegurar que su idea de recogida selectiva vaya a prosperar. El mal resultado del proyecto de Trevor no anula su esfuerzo. Y, dicho sea de paso, en el caso de Mary Anne, el esfuerzo fue más de su padre que suyo. ¿Así que se supone que tengo que darle una patada a Trevor, que está un poco deprimido, y castigarle porque los viejos se mueren, los drogadictos recaen y los solitarios no salen de su soledad?

—No me habías contado nada de lo tercero.

—Bueno, no quiero entrar en detalles. Y, además, para tu información, Arlene McKinney y yo hemos salido algunas veces. Sólo hemos salido. Eso es lo único que hemos hecho. Y ahora ya no salimos, la cosa no acabó bien, y creo que la gente piensa que ha habido más de lo que hay en realidad.

—La parte personal no me incumbe, como ya te he dicho, pero les diré a los padres de Mary Anne que he hablado contigo de los proyectos y que comparto los criterios que has seguido para puntuarlos.

—No es sólo que la idea fuera tan hermosa, Anne. Si hubieras visto lo mucho que trabajó en el proyecto. Le dio cien dólares de su bolsillo a un vagabundo y pasó más de treinta horas arreglando el jardín de una anciana. Se quedó tan dolido y decepcionado…

Anne lo observaba con atención mientras él le contaba aquellas cosas, y Reuben se dio cuenta de que en sus ojos se estaba formando algo, algo sobre él; era como si se estuviera contemplando en un espejo.

—Ese chico te preocupa de verdad, ¿no?

—Bueno, sí. Pero eso no tiene nada que ver.

Como Anne ya estaba convencida de que en aquel caso no había habido favoritismos, supuso que Reuben estaba tratando de convencerse a sí mismo.