«… pues todos los tormentos y todas las torturas llevadas a cabo en las plazas de ejecución, en las cámaras de tortura, en los manicomios, en las salas de operaciones, bajo los arcos de los puentes en el otoño tardío: todo eso es una obstinada permanencia, todo subsiste y se aferra, celoso de cuanto existe, a su espantosa realidad. Los hombres querrían poder olvidar mucho; su sueño lima suavemente esos surcos del cerebro, pero los sueños lo rechazan y vuelven a trazar el dibujo. Y se despiertan, anhelantes, y dejan fundirse en la oscuridad el resplandor de una luz, y beben como agua azucarada esta media luz apenas calmante. Pero ¿en qué afilada arista se sostiene esta seguridad? El menor movimiento, y ya la mirada se hunde más allá de las cosas conocidas y amables, y el contorno, consolador un instante antes, se precisa como un reborde de terror».

Rainer Maria Rilke,

extracto de Los apuntes de Malte Laurids Brigge, 1910

«Era un verano espléndido como nunca y prometía serlo todavía más; todos mirábamos el mundo sin inquietud. Recuerdo que en mi último día de estancia en Baden paseé con un amigo por los viñedos y un viejo viñador nos dijo: “No hemos tenido un verano parecido desde hacía mucho tiempo. Si sigue así, tendremos una cosecha nunca vista. ¡La gente recordará el verano de 1914!”».

Stefan Zweig,

extracto de El mundo de ayer, 1942