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Lunes, 10 de abril de 1916

EDWARD MOUSLEY ASISTE AL SACRIFICIO DE LOS ÚLTIMOS CABALLOS EN KUT AL-AMARA

Llevan ya mucho tiempo matando caballos y mulas de tiro, pero han conservado las monturas deliberadamente. Hasta hoy. Una nueva intentona de socorrerlos parece haberse frustrado: han llegado órdenes de que se maten los últimos caballos a fin de convertirlos en alimento para los sitiados, quienes pronto no tendrán qué comer. Mousley arranca un poco de hierba fresca y se dirige al lugar donde están alineados los animales. Su caballo Don Juan enseguida reconoce a su amo, claro, y le saluda con efusión, del modo en que él lo ha enseñado. Mousley le da la hierba para que se la coma.

Después empieza la matanza.

Un suboficial es quien se encarga de disparar. Van sonando estampidos. Uno tras otro los cuerpos pesados y grandes de los animales se desploman. Corre la sangre. Al principio Mousley mira, observando que los caballos siguen lo que sucede temblando mientras esperan su turno. Don Juan, como los otros, patalea nervioso, pero por lo demás se mantiene muy quieto. Cuando empieza a llegar la hora Mousley ya no puede seguir mirando. Le pide al suboficial que maneja el fusil que apunte con cuidado y que le avise cuando haya pasado todo. A continuación besa al animal en la quijada y se va. Alcanza a ver como el caballo gira la cabeza para seguirle con la vista.

Entonces suena un nuevo estampido.

Su cena de esa noche se compone del corazón y los riñones de Don Juan. (Estas partes del caballo siempre se reservan para el dueño; a Mousley también le han entregado la cola negra). Por supuesto que es una sensación rara, pero a él no le parece que esté mal. En su diario escribe: «Estoy seguro de que él habría preferido que fuera yo quien lo hiciera y no otro».