Martes, 28 de marzo de 1916
KRESTEN ANDRESEN SIENTE LA PRIMAVERA Y EL DESCONTENTO EN MONTIGNY
Es primavera, aunque no del todo. Los arbustos y las hayas tienen gémulas verdes. Los manzanos están brotando. En el bosque ve anémonas y otras plantas en flor. Pero todavía hace frío. Sopla un viento cortante.
Andresen vive una mala racha: «Estoy harto y hastiado de todo esto y me cuesta mantener los ánimos». Y eso que, o tal vez debido a que, acaba de volver de pasar diez días de permiso con su familia; el primer permiso de que ha disfrutado desde que empezó la guerra. Nada más volver de su casa le ingresaron en el hospital, esta vez con una faringitis grave y fiebre. Todavía no ha participado en ningún combate verdaderamente intenso; en una carta a un familiar casi se disculpa por ese motivo, por no tener ninguna vivencia dramática que contar. (Sí, en cambio, ha enviado souvenirs a sus familiares, más que nada fragmentos de metralla). En su caso no es tanto una cuestión de la atroz realidad de la guerra, sino del atroz hastío que provoca. Su servicio se reduce principalmente a tareas en la retaguardia o a excavaciones nocturnas.
Éste es su vigésimo mes de uniforme, y sus antiguas esperanzas de una paz próxima se están esfumando. Recuerda, no sin amargura, que hace casi exactamente un año creía que la guerra estaba a punto de terminar. Esas esperanzas fallidas explican en parte su desánimo, claro.
No es en absoluto el único en sentir frustración con esta guerra que no hace más que prolongarse a un precio cada vez más alto. En todas las naciones contendientes se dan inflación y carestía de alimentos, pero las más afectadas —aparte de Rusia— son Alemania y Austria-Hungría. No se trata solo de que el bloqueo marítimo aliado esté demostrando una eficacia asesina[144]: los suministros también padecen los efectos de la frivolidad administrativa, la escasez de medios de transporte y el excesivo número de granjeros y agricultores reclutados para la milicia. Para colmo, los pocos que quedan en el sector agrícola a menudo caen en la tentación de vender sus productos en el mercado negro, donde los precios llegan a ser hasta diez veces más altos. (Entre otras cosas se ha calculado que la mitad de todos los huevos y de toda la carne de cerdo van a parar directamente al estraperlo). A esto se le añade que los precios legales están en alza; rápida y continuamente la ecuación se vuelve imposible para la mayoría de las familias, sobre todo en las ciudades. Además, las curvas van por mal camino: enfermedad, desnutrición, mortandad infantil, descontento, criminalidad juvenil. Todas han empezado a subir.
Andresen ha hablado con otros soldados que han vuelto de sus permisos y ha oído historias asombrosas:
Uno me habló de algo parecido a una rebelión desatada en Bremen, donde grandes masas de mujeres iban rompiendo lunas de escaparates y saqueando tiendas. Mortensen de Skibelund conoció a un tipo de Hamburgo que se marchó de su casa cuando todavía le quedaban cuatro días [de permiso] debido a que su mujer ya no tenía comida para darle.
Sí, incluso ha habido un par de descontentos que por algún insondable motivo han vertido el cáliz de su ira sobre el mismo Andresen. Uno lo llamó «patriotero exaltado». Y hoy ha llegado un soldado procedente de Hamburgo empuñando el Vorwärts, órgano del partido socialdemócrata, y ha empezado a interrogarle sobre qué actitud adoptaban en realidad los parlamentarios de Jutlandia del Sur respecto a la guerra. «Aquí hay muchas personas con criterios propios». También los soldados del frente han empezado a notar el problema de los suministros. Muy rara es la vez en que pueden untar mantequilla a su recio pan de munición; ha sido reemplazada por un nada apetitoso sucedáneo de mermelada sobre la que los soldados, a veces, inventan tonadillas difamatorias. (El humor soldadesco también ha acuñado varios nombres alternativos a esta confitura, como «crema Hindenburg» o «grasa conmemorativa del káiser Guillermo»).
El frente está tranquilo; apenas he oído un solo cañonazo durante la semana que ha pasado desde mi regreso. Todas las fuerzas se están concentrando abajo, en Verdún. Aquí vuelven a circular rumores de que ha caído un fuerte, pero son tantas las habladurías… ¿Y Rumanía, qué? A mí me parece que todo está tranquilo, pero debe de ser la calma que precede al temporal.