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Sábado, 4 de marzo de 1916

RICHARD STUMPF VE EL TRIUNFANTE REGRESO A WILHEMSHAVEN DEL ACORAZADO MÖWE

Una clara noche de primavera. La Flota de Alta Mar alemana en su totalidad se mece suspendida en el cristal tornasolado del agua, a poca distancia de la desembocadura del Elba. ¿Acaso sea éste el momento? Todo está amarrado y listo para el combate, incluso los camarotes lujosamente amueblados de los oficiales han sido vaciados de todo lo prescindible. Dichos oficiales llevan pistola, para poder «poner énfasis a sus órdenes», lo cual es algo nuevo y, en última instancia, tiene que ver con el creciente descontento de la tripulación.

En mitad de la noche los buques levan anclas. Richard Stumpf reconoce los familiares ruidos, sobre todo las sacudidas de los tres motores de vapor que se propagan como un pulso vibrante por el metal del casco. En cambio, no reconoce el rumbo. En vez del habitual rumbo norte, que los conduciría al desolado mar Báltico, la gran masa de buques grises se desliza silenciosa y oscura hacia el noroeste, pasando de largo las islas Frisias orientales para ir resiguiendo el litoral. Qué raro.

La mañana se levanta calurosa, clara y soleada. Stumpf está de vigía en el puente del buque de guerra. Para variar se siente plenamente satisfecho, con el buen tiempo, con su misión, con la vida; o casi. Las razones no son únicamente el buen tiempo y que la flota dé, por fin, la impresión de querer hacer algo. Esta mañana, en el tablón de anuncios situado junto a la cabina de la radio, se ha clavado un telegrama, remitido por el jefe de la Flota de Alta Mar al SMS Möwe. El mensaje constaba de tres palabras: «¡Bienvenido a casa!».

El SMS Möwe es muy conocido. El Möwe representa lo que Stumpf y millones de otros alemanes creían que iba a ser la guerra naval: audaces operaciones por los siete mares, luchando contra los elementos y siendo siempre más listo que ese enemigo aparentemente superior, y con resultados finales de lo más palpables.

El vapor Möwe comenzó sus días bajo el nombre de Pungo, un buque mercante normal que al romperse la paz cargaba plátanos en la colonia alemana de Camerún. La guerra solo hacía unos días que acababa de estallar cuando fuerzas francesas, inmediatamente seguidas de otras inglesas, invadieron la colonia alemana[137]. También en este caso los atacantes albergaban la esperanza, que no tardó en frustrarse, de una victoria rápida. Tras una campaña torpe e interminable, prolongada por etapas durante todo el transcurso de 1915, los destacamentos alemanes han acabado por caer uno tras otro[138]. Debido a que no se tardó en llegar a la conclusión de que el comercio de plátanos se había ido a pique, al menos mientras durase la guerra, en el otoño de 1915 el Pungo experimentó su remodelación en el Möwe, uno de los llamados corsarios mercantes. La flota alemana dispone de una docena de barcos como éste, los cuales tienen el aspecto exterior de buques de carga corrientes originarios de países neutrales (por lo general escandinavos), pero que van pesadamente armados con minas y cañones ocultos. Su objetivo principal son los barcos mercantes aliados. Han conseguido crear un caos y un miedo que de ningún modo es proporcional a su número. Por otro lado, resulta bastante bochornoso, para todos los afectados, que estos insignificantes barcos de carga hayan conseguido hundir más buques que toda la Flota de Alta Mar junta, pese a ser esta última tan grande, costosa y poderosa.

El hecho de que muchos buques de guerra permanezcan casi siempre amarrados en un puerto ha provocado las burlas de muchos civiles: toda esta magnífica y costosa armada —antes de la guerra acaparaba una tercera parte del presupuesto del Ministerio de la Guerra— tan pasiva; algunos, por lo bajo, dicen tan inútil. Al antiguo comandante en jefe de la Marina, destituido finalmente debido a su cautela, solían lloverle los sarcasmos cuando iba por la calle, sobre todo por parte de las mujeres. En Wilhelmshaven han aparecido escritos en las paredes o se han escuchado en boca de los niños callejeros los siguientes versos:

Lieb’ Vaterland magts ruhig sein

Die Flotte schläft im Hafen ein[139].

De modo que son barcos como el SMS Möwe los que en la presente situación han tenido que remediar el flagrante déficit de hazañas de la Marina. El Möwe zarpó en diciembre —bajo bandera sueca— y a estas alturas tiene en su haber un itinerario que cabría calificar, como mínimo, de atrevido. Minó las aguas próximas a la base naval más importante de Gran Bretaña, Scapa Flow, hundiendo, de ese modo, el buque HMS King Edward VII, un buque de guerra de modelo antiguo. Después rodeó Irlanda hasta el litoral francés, costeó España y las islas Canarias, y finalmente cruzó el Atlántico hasta alcanzar la costa de Brasil. Y durante todo el trayecto estuvo sembrando minas o apresando buques mercantes. En tres meses ha capturado 15 naves: de las cuales 13 fueron hundidas y dos llevadas a puerto como botín[140].

En el momento de sentarse para almorzar oyen gritos a babor. Mientras Stumpf y los demás corren hacia allí escuchan alborozo. Al salir afuera ven bajo el sol de marzo al pequeño vapor SMS Möwe avanzando entre las líneas de los grandes buques de guerra pintados de gris. De su mástil penden las banderas de los quince buques que ha capturado o hundido. El primer oficial lo vitorea y todos le secundan «furiosamente, con toda la potencia de nuestros pulmones». En la cubierta del mucho más bajo SMS Möwe está formada la tripulación, que contesta con su propia versión de los alegres vítores. Stumpf anota con pasmo que «en la cubierta se veían varios negros vistiendo camisas azules y gorras rojas que, cosa increíble, también vitoreaban».

Después tiene lugar un extraño ballet. A guisa de saludo el escuadrón en pleno realiza un giro coordinado:

La escena era de una belleza indescriptible. La isla de Heligoland, a lo lejos, resplandecía bajo los rayos dorados del sol, el mar tenía un color verde oscuro, y alrededor del Möwe lo que parecían ser cincuenta monstruos prehistóricos realizaban una danza triunfal para celebrar su regreso. Fue una ocasión en que lamenté de veras no tener una cámara.

Para variar, un triunfo. Más tarde todo el primer escuadrón regresa a Wilhelmshaven. Allí repostan carbón hasta las ocho de la tarde. Enseguida vuelven a zarpar. Circula el rumor de que esta vez va en serio.

Un par de días después Richard Stumpf anota en su diario:

¡Una vez más nos quedamos sin batalla! Al escribir esto estamos de nuevo en la desembocadura del Jade, sanos y salvos y sin haber disparado un solo tiro. ¡Nunca volveré a dejarme llevar por las esperanzas! Nuestra moral de combate vuelve a estar por los suelos.