Lunes, 14 de febrero de 1916
KRESTEN ANDRESEN ESTÁ EN MONTIGNY PENSANDO EN LA PAZ
Finales de invierno. Charcos de agua helada. Un paisaje teñido de marrón claro. Los últimos meses han sido tranquilos, cosa que le alegra. Andresen ha servido unas cuantas veces en la primera línea, pero no como combatiente sino como zapador. De día los han tenido sentados en algún sótano, escuchando el fuego granadero; por las noches los han hecho marchar hasta la trinchera frontal, cava que te cava. Sus posiciones han crecido ininterrumpidamente, en profundidad y a lo ancho, y la visión de un kilómetro tras otro de hondas trincheras y de unas franjas cada vez más gruesas de alambre de espino le causa menos impresión que desazón. Se ha dicho a sí mismo y a segundos y terceros que ya no es posible encontrar una solución mediante las armas: cuanto más tiempo pasa, más impenetrables son las líneas de combate. También ha oído decir que este sector del frente es uno de ésos en el que los soldados alemanes y franceses han establecido una especie de acuerdo tácito de dejarse en paz en lo posible. Sin embargo, de vez en cuando estallan virulentos combates que luego remiten con la misma rapidez, todo siguiendo una lógica que no hay manera de que él entienda.
Descontando esas noches de excavaciones, Kresten Andresen ha disfrutado de una vida bastante plácida. Se ha librado de vivir horrores y grandes peligros. Con todo, ha seguido sintiéndose a disgusto y añorando su hogar. Andresen ha intentado mantenerse apartado de sus compañeros alemanes, ya que considera que beben demasiado, y de la vida diaria, que le resulta monótona y tediosa. A veces se gastan bromas los unos a los otros, como ponerse mutuamente pimienta en «los morros de cerdo», en el argot soldadesco las máscaras antigás. Siempre que puede busca la compañía de otros daneses con los que charlar y matar el tiempo. Ha leído a Molière y se ha hecho amigo de uno de los caballos de la impedimenta. La noticia de la capitulación de Montenegro ante la supremacía de Austria-Hungría bastó para desatar montones de especulaciones acerca de si éste era solo el primer paso; pronto le seguirían otros, antes de que se instaurara la paz general por Pascua o algo más tarde. Y otras cosas por el estilo.
Andresen escribe en su diario:
La ofensiva que se había emprendido aquí se ha detenido por completo, y ahora reina una calma total. Hace mucho que no se oyen cañones. Yo también creo que la guerra habrá terminado antes de agosto, pero eso no significa que nos manden a casa enseguida. Seguro que el caos en que se sumirá el viejo mundo será terrible. Creo que la vida se detendrá un tiempo para después florecer con renovado vigor.