78.

Domingo, 2 de enero de 1916

VINCENZO D’AQUILA SALE DE SU DELIRIO FEBRIL EN UDINE

Nadie creía que iba a sobrevivir, sin embargo, una inyección de algo —¿opio, tal vez?— invirtió de un modo inescrutable el movimiento espiral de su caída hacia el abismo. («¡Has renacido!»). Pero renacido, ¿a qué?

Muy lentamente D’Aquila recuerda lo sucedido.

En un almanaque de la sala del hospital ve que la fecha del día es 2 de enero de 1916. Se siente perplejo. Tumbado allí, con la cabeza sobre una almohada blanca, intenta comprender. La guerra no ha terminado aún, hasta ahí llega. Pero ¿de qué modo, exactamente, consiguió ser rescatado de una muerte segura en las trincheras? ¿Tenía que agradecérselo a su inteligencia o a su astucia? A ninguna de las dos, todo había dependido de su fe. No puede dejar de pensar en lo que dijo la enfermera acerca de su renacimiento. Le sobreviene una idea grandiosa: si su propia fe le ha salvado de la guerra, ¿acaso no podría hacer lo mismo por todos los demás soldados?

Una enfermera se acerca a su cama. Le sirve unas rodajas finitas de bizcocho y un vaso de leche caliente. Después de ingerirlo se reclina y cae en un sueño profundo y tranquilo.