Domingo, 26 de diciembre de 1915
ANGUS BUCHANAN PATRULLA DE NOCHE EN TIETA
Los envuelve una oscuridad compacta, encima de ellos solo se ven las estrellas, la luna aún no ha salido. Buchanan y los demás llevan mocasines, ya que es prácticamente imposible andar sigilosamente por el monte calzando gruesas botas de marcha. Su misión es la de costumbre: impedir que patrullas alemanas saboteen el ferrocarril ugandés. Son alrededor de las diez de la noche. La escuadra se aleja rápidamente siguiendo un camino que les conducirá a ese punto, situado a unos ocho kilómetros, donde se ha decidido que tienen que permanecer apostados. Caminan en fila india con grandes intervalos entre sí. De vez en cuando se detienen y aguzan el oído.
Angus Buchanan acaba de ser ascendido a teniente. Su carrera en la 25th Royal Fusiliers ha sido meteórica, en el mes de abril todavía era soldado raso. No sin cierta pena abandona la vida del subalterno, que él define como «una existencia alegre, irresponsable y desordenada».
Al cabo de un rato de marchar en silencio oyen un súbito estrépito. Se detienen.
El ruido proviene del lado izquierdo del camino.
Les llega el sonido de ramas partidas y crujidos en el sotobosque. Las patrullas enemigas se mueven con más cautela. Y en efecto: lo que entreven es un rinoceronte. Los cuatro se paran en seco. Así a oscuras es imposible saber si la magnífica bestia da señales de ataque. Transcurren unos instantes de tensión. Los rinocerontes son animales corrientes en esta región y muy peligrosos, bastante más que los leones. Buchanan sabe ya que estos últimos solo van al ataque si están heridos. Durante el presente año treinta soldados británicos han resultado muertos por agresiones de animales salvajes en África del Este.
Con un trote corto el rinoceronte se pierde entre los arbustos. Ha pasado el peligro.
Los cuatro hombres siguen andando sigilosamente en la oscuridad.
A los pies de un gran mango encuentran los rescoldos de un fuego de campamento. En algún punto de esas tinieblas acecha el enemigo.
Sale la luna, cuya luz permite que vean sus sombras suspendidas como formas ingrávidas sobre la polvorienta blancura del camino. No muy lejos de allí vislumbran los destellos del río.
Hacia la medianoche alcanzan un lugar desde donde se domina bien el ferrocarril. Se esconden entre los arbustos y esperan. Y esperan. Y esperan.
La noche transcurrió en calma, estorbada solo por sonidos africanos. Entre los altos árboles de la ribera, al otro lado del ferrocarril, de vez en cuando chillaban los monos, quebrando ramitas secas al saltar de rama en rama. Un búho solitario ululaba a lo lejos en medio de la oscuridad… A veces también delataba su presencia y sus merodeos algún depredador. En ocasiones, los profundos aullidos de las hienas y el ladrido de los chacales, semejante al de los perros, rompían el silencio helándote la sangre; aunque solo por unos instantes, ya que no tardaban en desvanecerse, cual espectros, en la negrura sin fondo de la noche.
Al despuntar el día termina una noche más sin incidentes. Encienden un fuego y preparan té; después, al sol de la mañana, inician la marcha de regreso.
Alrededor del campamento los soldados están ocupados desbrozando amplias superficies de terreno, y también se ven grandes pilones de artículos de primera necesidad de todo tipo. Se rumorea que van a llegar numerosos refuerzos. Buchanan: «La idea de que tal vez pronto nos adentrásemos en territorio enemigo nos levantó el ánimo».