Lunes, 13 de diciembre de 1915
EDWARD MOUSLEY DIRIGE EL FUEGO ARTILLERO EN KUT AL-AMARA
Se levanta temprano, porque a partir de hoy se ocupa de una nueva tarea: dirigir el tiro artillero. Eso es a la vez arduo y peligroso, porque presupone adentrarse lo máximo posible en el arenoso sistema de trincheras que todavía es bastante primitivo; en algunos sitios él y su observador tienen que arrastrarse por lo que más bien parecen simples zanjas. Ya no lleva el casco tropical, es demasiado visible, sino un simple gorro de lana, prenda no muy cómoda en el caluroso clima.
El cuerpo de ejército británico ha detenido su retirada hacia el sur en la pequeña ciudad de Kut al-Amara. Aquí esperarán la llegada de tropas de refuerzo o, mejor dicho, de rescate, porque desde hace dos semanas cuatro divisiones otomanas los tienen cercados. El jefe del cuerpo, Townshend, ha dejado que su fuerza quedara cercada expresamente. Primero porque sus hombres están demasiado agotados para proseguir la retirada, y segundo porque es un modo de impedir que el enemigo siga avanzando hacia las bases y yacimientos petrolíferos del litoral. El ambiente en el interior del cerco, sin embargo, es bueno. Todos están convencidos de que su rescate es sólo una cuestión de tiempo. Aunque Mousley, al igual que muchos otros, tiene una opinión muy crítica de la atolondrada intentona de conquistar Bagdad con una fuerza insuficiente y unos preparativos muy mal elaborados, siente confianza. Todo saldrá bien.
Son seguramente varios los kilómetros que recorre a gatas a lo largo del día. De vez en cuando tiene que arrastrarse por entre hediondas nubes de putrefacción. Son aquellos lugares en los que a los caídos se les ha tirado sin más y por el parapeto o el borde de la zanja que ahora se pudren ennegrecidos e hinchados bajo un sol de justicia. En algunos puntos las trincheras enemigas están a tan solo 30 metros de distancia. Con considerable habilidad y gran satisfacción personal, dirige los tiros de las granadas, que vuelan unos cuatro o cinco metros por encima de su cabeza y cuyo impacto se produce a unos escasos veinte metros de él. Con este tipo de dirección de tiro artillero afirma pasárselo bomba, great fun.
Los francotiradores otomanos acechan por todas partes, y sus disparos son extraordinariamente certeros. En ocasiones, cuando el cable telefónico no alcanza, Mousley envía señales a su batería mediante banderines, y los adversarios aciertan incluso a éstos. Se ha pasado todo el día bajo el fuego.
Algo más tarde anota en su diario:
Las experiencias personales de esto que llamamos guerra consisten, en el mejor de los casos, en reavivar los recuerdos de un sueño casi incomprensible y confuso. Algunos sucesos individuales destacan con un poco más de nitidez que otros, con una claridad conferida por la fiebre del peligro de muerte. Después, hasta las situaciones más peligrosas se vuelven cotidianas y los días parecen pasar sin comportar nada de interés, a excepción de la constante proximidad de la muerte. Pero incluso esa idea, por muy notable que pudiera resultar en un principio, acabamos reprimiéndola, ya que es un elemento que de tan omnipresente se vuelve insulso. Tengo la firme convicción de que es posible cansarse de un sentimiento. No se puede ir por ahí con miedo a morir indefinidamente o mantener un interés por la inminencia de la muerte sustentado en los escalofríos. La psique se harta y lo aparta a un lado. Yo he visto caer abatido a un hombre que estaba a mi vera mientras yo, sin inmutarme, seguía señalizando las instrucciones para dirigir el fuego. ¿Es que soy insensible? No, simplemente ya no me impresiono con tanta facilidad.