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Jueves, 9 de diciembre de 1915

OLIVE KING TOMA EL ÚLTIMO TREN DE GEVGELÍ

La orden que les dan es la confirmación definitiva de la derrota total de los serbios. Para Olive King supone asimismo el final de una época turbulenta pero también curiosamente feliz.

El trabajo en Gevgelí ha sido duro. El hospital de campaña disponía de 300 camas pero no tardó en acoger a 700 pacientes. El invierno ha llegado en serio. Durante el último mes han sufrido varias tormentas de nieve, y las ventiscas han llegado a arrancar los vientos de alguna tienda o se la han llevado por delante. Se ha hecho difícil dormir por las noches debido al frío. Así ha descubierto que la mejor manera de calentarse es cavando. La jornada laboral dura de 16 a 20 horas. Su principal misión consiste en cuidarse de las lámparas de queroseno que iluminan el interior de las tiendas: encenderlas, limpiarlas, recortar las mechas, llenarlas de combustible; ocupación que le parece mortalmente aburrida. Está empezando a aprender serbio. Los piojos se extienden. A su hermana le cuenta alegremente:

Nunca nos llegan periódicos ni tampoco noticias de ningún tipo. Este país es magnífico y también es magnífica esta vida porque te mantiene en forma. No me he sentido tan estupendamente bien desde que estuve en Arizona.

Ahora, sin embargo, les acaban de dar la orden, no del todo sorpresiva, de desmontar el hospital de campaña. Debido a que ya no existe una Serbia a la que socorrer, no tiene ningún sentido intentar abrirse camino hasta Belgrado. El Ejército de Oriente, nombre con el que se conoce ahora al cuerpo de ejército de Sarrail, está retrocediendo hacia la neutral Grecia con tropas búlgaras pisándole los talones. Acaba en chasco, pues, otro grandioso y singular plan aliado para romper el punto muerto de la guerra por vía indirecta[118]. King y las otras 29 mujeres del hospital de sangre tienen menos de 24 horas para evacuar a los pacientes, empaquetar el equipo sanitario y levantar el campamento.

La única manera que hay de salir de Gevgelí es por tren. Las carreteras están en pésimo estado o bajo control búlgaro. (13 ambulancias francesas han desaparecido en el intento, al parecer, en una emboscada). Están a punto de quedar atrapadas en un callejón sin salida.

Ahora es medianoche. Olive King ve alejarse en un tren a la mayoría del personal del hospital de campaña. En el apeadero solo quedan ella y otras dos conductoras, junto con las tres ambulancias del hospital, para las cuales no había sitio. A su juicio, abandonar a Ella está totalmente descartado.

Los trenes que van en dirección sur se suceden, todos ellos repletos de gente y de material. Para tres mujeres sí hay sitio, pero para tres ambulancias, de las cuales una es más grande de lo normal, ni pensarlo. Esperan, sin perder la esperanza. Ven salir el sol. Oyen el eco de disparos que se propagan desde las montañas blancas, nevadas. Olive King: «Es un hecho curioso que ni una sola vez pensáramos en el peligro que corrían nuestras vidas. Lo único que nos importaba eran nuestros valiosos vehículos».

Entonces llega el último tren.

Las tropas búlgaras están a menos de un kilómetro de distancia.

Y… sí. Ven tres vagones de plataforma vacíos; sin demorarse en obtener permiso, suben en ellos sus ambulancias. El tren sale de la estación. Gevgelí arde. Justo antes de que la ciudad desaparezca de su vista, King ve estallar una granada en el edificio de la estación.