Viernes, 12 de noviembre de 1915
OLIVE KING Y LA LUZ DE GEVGELÍ
En realidad, habría preferido quedarse en Francia. En una carta a su madrastra de mediados de octubre deja que, por primera vez, se trasluzca algo parecido al desánimo:
A veces dudo de que pueda volver a casa algún día, como si esta maldita guerra fuera a durar para siempre. En vez de terminar crece, cada vez son más los países arrastrados a ella, las cosas van de mal en peor. En cuanto a nosotras, no tenemos ni idea de adónde nos mandarán.
Las mujeres del Scottish Women’s Hospital habían oído que las iban a enviar en barco a los Balcanes, donde un cuerpo de ejército francobritánico al mando de Sarrail —que llegó muy deprisa pero prácticamente desprovisto de equipo— desembarcó en el puerto de Salónica, en la neutral Grecia, a comienzos de octubre, esperando poder ayudar a los serbios mediante la apertura de un nuevo frente[114]. Al principio King no quería ir. Su enorme ambulancia era demasiado pesada y su motor demasiado flojo para las precarias carreteras de la región.
Tres semanas necesitó el barco para transportar a King y a las demás mujeres del Scottish Women’s Hospital a Grecia. Un barco-hospital que iba rumbo a la misma destinación fue hundido por un submarino alemán. En Salónica las esperaba una formidable confusión de índole militar, política, práctica. En aquel «mar de lodo negro» que eran las calles de la ciudad toda orden era seguida de una contraorden. En noviembre, finalmente, las enviaron en tren a Gevgelí, situado en la frontera entre Grecia y Serbia, donde tenían que instalar su hospital de campaña.
Esta vez han podido llevarse las tiendas, pero no las piquetas, y las que han tenido que improvisar rápidamente no se aguantan bien en el suelo montañoso. Día y noche hay que patrullar e ir repicando las estacas sueltas y tensando los vientos. Ésa es una de sus ocupaciones principales. Otra es ayudar en la recogida de la ropa de los pacientes que después hay que lavar y desinfectar. Los piojos no la asustan demasiado; tampoco el frío es tal que impida lavarse en el río, tanto el cuerpo como la cabeza.
En su comedor tienen luz eléctrica, producida por un generador destinado al aparato de rayos X, pero lo apagan a las siete y media de la tarde, y como debido al riesgo de incendio no se les permite encender nada con llama viva en sus tiendas, quedan pocas opciones aparte de la de acostarse. Oscurece temprano: a las cinco de la tarde ya es noche cerrada. Sin embargo, también clarea mucho antes de las seis. King contempla cada día la salida del sol y disfruta del espectáculo. Las montañas del entorno son de terciopelo granate, y las cimas refulgen rosadas en la luz matinal.
Olive King se sorprende a sí misma siendo feliz. Este día le escribe una carta a su padre: «Este lugar es una delicia, las montañas son fantásticas y el aire es puro y fortificante. Cada día trabajamos como gigantes y comemos como lobos».