59.

Sábado, 25 de septiembre de 1915

RENÉ ARNAUD PRESENCIA EN LA CHAMPAÑA EL ARRANQUE DE LA GRAN OFENSIVA

Viento del sudoeste. Nubes bajas y grises. Lluvia. Como un día cualquiera de otoño, pero no es un día cualquiera de otoño. Aquí en el sudeste de la Champaña y también más al norte, arriba en Artois, éste es el Día con D mayúscula, le Jour D. En la Champaña dos ejércitos franceses —el Segundo de Pétain y el Cuarto de Langle de Carys— no tardarán en ir al ataque a lo largo de un frente de unos quince kilómetros para presionar a los alemanes hacia arriba siguiendo el Mosa, en dirección a Bélgica; ése es uno de los ejes de la ofensiva. Simultáneamente, en Artois, británicos y franceses atacarán los alrededores de Loos y la colina de Vimy; ése es el segundo eje.

Es verdad que algo parecido ya se intentó la primavera pasada, y en los mismos sitios aproximadamente. Y también es verdad que entonces los éxitos fueron pocos y las bajas enormes[104], pero esta vez es diferente, esta vez los preparativos se han hecho mucho más a conciencia, las cifras de soldados atacantes y de cañones de apoyo son mucho mayores; 2500 piezas están destinadas a la Champaña. Nadie opina que las armas de las que se dispuso entonces se utilizaran de manera equivocada; la única solución concebible es emplear más armas, más cañones, más granadas. La solución de la ecuación se llama peso y masa[105]. La meta de esta doble ofensiva es, además, extraordinariamente ambiciosa. No se trata aquí de ganar unos palmos de tierra. No, el objetivo es nada menos que «expulsar a los alemanes de territorio francés» (por citar la orden del día, con el número 8565, que Joffre, el comandante en jefe del ejército francés, hizo enviar a las tropas que ahora están a punto de iniciar el ataque). La idea es que la consigna les sea leída a los soldados en voz alta. Por otro lado, la inminente operación solo es el comienzo. Una vez abierta la brecha en las líneas alemanas aquí en la Champaña y arriba en Artois, se emprenderá una ofensiva general.

Son las ilusiones de 1914 manifestándose de nuevo: el sueño de la victoria fácil, para ser más exactos[106]. Las expectativas están a la altura tanto de los preparativos como de los objetivos: también son enormes. Si Joffre cumple su promesa, ¡la guerra habrá acabado antes de Navidad!

Uno de los que tienen grandes esperanzas puestas en la ofensiva es René Arnaud. A él también le impresionan la escala y la meticulosidad de los preparativos, el peso y la masa: esos grandiosos desplazamientos de tropas, el alto número de ramales de aproximación recién construidos, los colosales depósitos de granadas, la gran acumulación de artillería, tanto ligera como pesada, toda ésa caballería dispuesta y a punto, sin olvidar el «rugido constante de aeroplanos amarillos y pardos sobre nuestras cabezas, inútilmente hostigados por granadas enemigas, cuyas volutas de humo florecían de pronto en el cielo como flores japonesas de papel tiradas al agua, a las que de inmediato seguía el ruido amortiguado de la explosión». También Arnaud está firmemente convencido de que han llegado al punto de inflexión. Confía en el testimonio de sus propios ojos y en las promesas de Joffre. En una carta escribe:

El modo en que nuestros superiores nos prometen triunfos hace pensar que ellos tienen que estar completamente convencidos de ello. Porque si fracasamos, ¡vaya decepción, vaya crisis para la moral de todos los combatientes!

Entre los preparativos también se cuenta la distribución de un tipo totalmente nuevo de accesorio: el casco de acero. Es bastante ligero y de color azul (para que haga juego con el uniforme, también nuevo, de un azul grisáceo claro), y está adornado con una pequeña cresta en la coronilla y una granada de metal grabada en la cara anterior. El ejército francés es el primero en introducir esta innovación. Al igual que muchas otras «novedades» del equipo (como los escudos de acero de las trincheras, o como las mazas guarnecidas con clavos de hierro de las tropas de choque y las espadas afiladas de la infantería, o como la gran variedad de granadas de mano) despierta asociaciones con siglos pasados y también la paradójica idea de que lo ultramoderno puede dar pie a un retorno. Los cascos son imprescindibles en las trincheras. Se ha observado que las lesiones en la cabeza representan una parte desproporcionadamente grande de las heridas producidas en combate y que este tipo de lesiones es, además, mucho más mortal que cualquier otro[107]. Y aunque los cascos tal vez no puedan resistir el impacto de un proyectil de fusil, detienen sin problemas los balines de las granadas de fragmentación o shrapnel. Con todo, a Arnaud y a sus soldados les cuesta tomarse en serio esos chismes, parecen tan, tan… poco militares. «Nos partíamos de la risa mientras nos los probábamos, ni que fueran gorros de carnaval».

El regimiento de Arnaud espera en el flanco derecho del ataque. Se hallan en un bosque. Ante sí tienen un riachuelo poco profundo. Al otro lado del riachuelo se extiende otro bosque, el Bois de Ville. Se dice que allí están los alemanes; pero ellos, prácticamente, no han visto ni oído a sus adversarios. (Como de costumbre, el campo de batalla está desierto. Allí no se ve ni un alma). Y ese bosque es su primer objetivo; es decir, una vez que el ataque principal haya asegurado las primeras líneas de fuego alemanas, momento en que la defensa alemana a ambos lados de la brecha empezará a replegarse. Cuando las líneas enemigas «se desmoronen» ellos empezarán a «hostigar al adversario que se estará batiendo en retirada, apoyados por la caballería» y etcétera, etcétera. Pronto. Peso y masa.

Llevan ya cuatro días siguiendo de lejos la preparación artillera, y no puede negarse que es espectacular:

A intervalos fijos nuestras granadas del 155 caían con un estampido terrible en la linde del Bois de Ville. Protegidos por el elevado desnivel que teníamos detrás, una batería disparaba, una tras otra, sus cuatro piezas de 75 mm, lo que hacía vibrar el aire como por el redoble de cuatro campanas. Las granadas pasaban silbando por encima de nuestras cabezas, y después, tras un breve silencio, se escuchaban los cuatro estampidos secos de los impactos. Nos imaginábamos que bajo tal avalancha de fuego artillero las líneas enemigas deberían estar hechas cisco.

Van pasando los minutos. El inicio del ataque está planeado para las 9.15. Arnaud entorna los ojos para penetrar la grisácea neblina que produce la lluvia, hacia ese punto en el que sabe que tendrá lugar el primer asalto.

Finalmente, la operación se pone en marcha. Arnaud apenas ve nada. Solo «formas oscuras que avanzan despacio en filas rotas». Esos puntos avanzan hacia la trinchera alemana de primera línea, que está cubierta de humo. Luego el humo se traga a los asaltantes y ya no se les ve más.

No tardan en correr rumores sobre una gran victoria, que la caballería ha abierto una brecha. La excitación es grande. Pero ¿por qué no recibe el regimiento de Arnaud la orden de atacar? Ellos permanecen apostados en el bosque, esperando. ¿Qué ha pasado?

Tres días más tarde, el martes 28 de septiembre, se suspenden todos los asaltos. La ofensiva ha sido contenida por la segunda línea enemiga junto con los reemplazos alemanes, que no se han demorado nada en llegar. (Queda demostrado una vez más: es más rápido desplazar tropas en tren que a pie). Los franceses han ganado aproximadamente tres kilómetros de terreno al precio de más de 145 000 bajas, entre muertos, heridos, desaparecidos y prisioneros. El regimiento de Arnaud nunca llega a atacar el Bois de Ville.