58.

Viernes, 10 de septiembre de 1915

ELFRIEDE KUHR VISITA EL CEMENTERIO DE GUERRA EN LAS AFUERAS DE SCHNEIDEMÜHL

A las afueras de la ciudad hay un cementerio de guerra que durante los últimos seis meses ha aumentado considerablemente de tamaño. El camino hasta allí atraviesa un sombrío pinar y un portal bellamente adornado. Hoy Elfriede y una compañera de clase han decidido visitar el camposanto. En su mano Elfriede sostiene un ramo de rosas.

Ven una fosa vacía, recién excavada. Junto a ella esperan seis palas. Elfriede tira el ramo de rosas en el hoyo y le dice a su amiga: «Cuando aquí entierren a un soldado reposará sobre mis flores». En ese instante un pequeño cortejo fúnebre cruza el esculpido portal: primero un grupo de soldados con el fusil al hombro, después un capellán castrense y la carreta fúnebre que lleva un sencillo ataúd negro. Por último un reducido séquito carga con una gran corona de flores. La pequeña procesión se detiene ante la sepultura abierta. Los soldados forman debidamente.

Descargaron el féretro del coche fúnebre y lo llevaron hasta la fosa. Sonó la voz de mando: «¡Atención! ¡Firmes!». Los soldados parecían estatuas clavadas en el suelo. Despacio deslizaron el féretro en la tierra. El capellán castrense rezó una oración; los soldados se quitaron los cascos. Una nueva orden: «¡Apunten! ¡Listos! ¡Fuego!». Tres veces dispararon los soldados sobre la sepultura. A continuación seis hombres se adelantaron, cogieron las palas y echaron tierra sobre la tapa del ataúd. Se produjo un sonido sordo y hueco.

Elfriede se queda ahí de pie intentando imaginar cómo el hombre tendido en el féretro desaparece lentamente bajo las paladas de tierra: «Ahora le han cubierto la cara… ahora el pecho, ahora el vientre».

Después las niñas preguntan al sepulturero quién era el difunto que acaban de enterrar. «Un suboficial de la aviación —contesta—. Por lo visto fue un accidente. Pero nunca se sabe. A veces beben demasiado».