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Domingo, 15 de agosto de 1915[101]

HERBERT SULZBACH ESCUCHA EL BEL CANTO DE UN ENEMIGO EN EVRICOURT

Ha sido un verano tranquilo, especialmente si se compara con los comienzos del año. Su batería se halla en Evricourt, a las afueras de Nyon. Prácticamente no se libran combates. Muchas de las casas están intactas, y la población civil permanece en sus pueblos, en algunos casos a un par de cientos de metros de distancia de las trincheras. Si tienes unos prismáticos puedes ver a los soldados franceses moverse más o menos abiertamente en sus posiciones. La batería está agrupada en una pradera que hace pendiente.

Sulzbach ha pasado casi un mes ingresado en un hospital a causa de una pierna inflamada. Y por segunda vez ha estado en Fráncfort del Meno de permiso, saliendo a restaurantes y salas de baile. Además, le han ascendido a Gefreiter (cabo artillero). Y ha adquirido una pequeña cámara fotográfica de la marca Goerz que lleva consigo a todas partes. Ha recibido las buenas noticias provenientes del frente oriental con gran satisfacción. La ansiedad que le sobrevino durante los combates de principios de año ha desaparecido como por ensalmo. La perrita blanca mestiza se perdió.

Con frecuencia, Sulzbach va a las trincheras de la primera línea para asistir al director de tiro artillero. También hoy. Ha caído la noche. Está en un refugio subterráneo junto con un teniente de la batería cuando entra un soldado mayor, se dirige al oficial y dice: «Mi teniente, otra vez el francés ese que canta tan bien». Suben a la trinchera. Es una noche estrellada de finales de verano. De las líneas francesas, el aire tibio transporta un bel canto. La fabulosa voz de tenor está interpretando un aria de Rigoletto. En torno a Sulzbach, los soldados la escuchan de pie, callados, atentos.

Aunque parezca extraño, se dan muy pocas muestras de odio en las trincheras. Por el contrario, muchos se afanan por manifestar su respeto hacia el adversario, al menos cuando se lo ha ganado. El mismo Sulzbach lo pudo comprobar hace tan solo un par de días. Durante una excursión a caballo —para visitar a su amigo Kurt Reinhardt, que ha sido trasladado a otro regimiento—, en una encrucijada a las afueras de Roye se topó con un monumento en memoria de los franceses que cayeron durante los combates de septiembre. Lo habían levantado soldados alemanes (con los cilindros vacíos de las granadas como material de construcción) y estaba provisto de una inscripción en francés: AUX BRAVES SOLDATS FRANÇAIS / TOMBÉS POUR LEUR PATRIE (A los valientes soldados franceses / Caídos por su patria).

Cuando dejan de sonar las últimas notas del aria todos los soldados alemanes empiezan a aplaudir con énfasis. Sulzbach anotará más tarde en su diario:

¡Vaya contradicción! Nos disparamos, nos matamos, y cuando de pronto un francés se pone a cantar, la música nos hace olvidar toda esta guerra; se diría que la música se eleva por encima de cualquier diferencia. En fin, ésa ha sido una experiencia más bella de lo que se pueda expresar en palabras.